No me he caracterizado precisamente por elogiar al cardenal Cañizares. Más bien por lo contrario. Pero últimamente he de reconocer que parece que lo han cambiado. Porque yo sigo siendo el mismo. Y que le han cambiado a muchísimo mejor. Todo lo último que me llega de él, desde su llegada a Valencia, es bueno cuando no óptimo. Pasaba por el obispo más pepero de entre los españoles. Pues acaba de escribir un artículo en La Razón que es dinamita pura. Dice verdades como templos y alto y claro. http://www.religionenlibertad.com/minirreforma-de-la-ley-del-aborto-41976.htm Nunca hago cuestiones personales cuando hablo de obispos. Critico lo que me parece criticable y alabo lo que encuentro bueno. Y comprendo perfectamente antipatías hacia mi persona de obispos a los que he puesto a caldo. Como lo hice con Cañizares. Pero así como dije unas cosas hoy tengo que decir otras. Y muy favorables al actual arzobispo de Valencia. Me está ocurriendo con él lo contrario de lo que me pasa con el hoy también cardenal Blázquez. Que cada vez que habla sube el pan. Compárense sus blanditas declaraciones sobre la ley del aborto del PP, que casi le entusiasmaba, o poco menos, hasta el punto de dar lugar a que algunos hablaran de un cambalache político y de un salvavidas a un partido que se hundía ante no pocos católicos, con las palabras del cardenal Cañizares que han tenido que saber a rejalgar al partido en cuestión. Si de un partido de fútbol se tratara Cañizares está ganando por goleada a Blázquez. Así que voy a pedir a los lectores del Blog un minuto de silencio ante la desgraciadísima presidencia del arzobispo de Valladolid. No me atrevo a solicitar una oración para que Dios le conceda algún momento de energía por no faltar al respeto a lectores musulmanes, budistas, judíos, protestantes o New Age que eventualmente pueda tener.
El cardenal Cañizares está que se sale
| 22 abril, 2015
Sería estupendo que Carlos Osoro leyera el artículo. O mejor, que Vidal tratara a Osoro la mitad de bien que a Cipriani. A ver si de esas se escaldaba…
Yo lo que creo es que si Cañizares hubiera ido a Madrid, Rouco no hubiera sido tan vapuleado e injuriado como lo ha sido. Saquen ud. sus propias conclusiones.
Gracias P. Canali por su explicación.
SU PEQUEÑA MENUDENCIA,
TRAS RECALAR EN ESPAÑA,
NOS ASOMBRA Y DESENGAÑA,
COMO OBISPO DE VALENCIA…
PERO,…,SU TAL BLAZQUECENCIA
A LOS OBISPOS EMPAÑA;
PUES,NO ES QUE YA NO DÉ CAÑA:
ES QUE,COBARDE,SILENCIA…
DE OSORO,MEJOR NO HABLAR:
ES EL BERGOGLIO ESPAÑOL,
DEMAGOGO Y POPULISTA…
¡QUÉ OBISPOS TOCA AGUANTAR!
LA COSA TIENE BEMOL,
CON QUE ESTA CÚPULA EXISTA…
Nunca creí que diría esto, pero…qué pena que Cañizares no fuera a Madrid. Me temo que ahí el cardenal Rouco patinó al bloquear ese nombramiento (porque no me cabe duda de que tuvo mucho que ver en que no se llevara a cabo lo que parecía cosa hecha).
A Blázquez le votaron porque como es una nulidad absoluta, no molesta a nadie. Por ese motivo, tampoco me sorprendería que, si participara en un cónclave y no saliera nadie en las primeras votaciones, le eligieran a él como candidato de consenso. Es de doctrina impecable con lo que no inquietaría a los cardenales «conservadores» y es incapaz de alzar la voz contra la cultura moderna, con lo que no inquietaría a los «moderados». Y como es muy buena persona, cae bien a todos.
Pues el cambio de actitud de Cañizares hacia el PP se entiende perfectamente. ¿Ha visto Vd. las últimas encuestas en Valencia? El PP es ya el pasado y Cañizares lo sabe bien. Se acabó la pleitesía. Para estas mundanidades sirve su menudencia. Y después a congraciarse con el próximo que mande.
Es como si el oportunismo militante se hubiese enseñoreado en la CEE, en consonancia con la progrez de derechas que campea en el gobierno de la nación.
Yo tampoco veo nada serio de verdad, ni en el portavoz-secretario, ni en la vicepresidencia de la CEE, que conste.
Seguro que el Señor no nos dejará de su mano, porque habría que ponerse en lo peor.
También los obispos electores tendrían que hacérselo mirar.
¿Es que es sólo ésto lo que hay?
Cañizares fue siempre muy activo, un hombre de Dios, en mi opinión, que obra convencido de lo que hace. No me atrevo a afirmar otro tanto de ese «tal Blázquez». Mira que lo del minuto de silencio es propio de una cabeza de serrín. Por unos infelices que huyen de la miseria y mueren ahogados en el mar se reza un responso, y,si es en latín mejor, claro que dado el nivel intelectual de nuestros obispos me conformaría con que rezarango, ya que el latín les repatea. No les vendría mal leer lo que dice Judas, aquel capitán valeroso de los Macabros y San Pablo respecto a la suerte de los difuntos. Señores obispos, déjense de monsergas y vuelvan sus ojos al faro luminoso de la doctrina de Cristo.
tan desastroso ha sido osoroglio en madrid que hace ver como un magnifico arzobispo al cardenal cañizares. definitivamente era mejor que osoroglio se quedara en valencia y que cañizares fuese a madrid.
EL LEÓN DE LA IGLESIA AMERICANA
Padre Robert Barron
El Cardenal Francis George, quien murió la semana pasada a la edad de 78 años, fue un hombre de enorme eficacia y ascendiente. Fue un cardenal de la Iglesia romana, un ex presidente de la Conferencia Estadounidense de Obispos Católicos, el arzobispo de una de las archidiócesis más grandes y más complicadas en el mundo, y el líder intelectual de la Iglesia en América. Una serie de obispos americanos me han dicho que cuando el cardenal George hablaba en las reuniones episcopales, toda la sala callaba y todo el mundo escuchaba.
Pero para entender a este gran hombre, creo que tenemos que volver con la imaginación a cuando era un niño de la parroquia de San Pascual, en el lado noroeste de Chicago, a quien le gustaba andar en bicicleta y correr con sus amigos, siendo también pianista y pintor . A la edad de trece años, ese joven fue atacado por la polio, una enfermedad que casi lo mata y lo dejó gravemente limitado. Correr, andar en bicicleta, la pintura y piano siempre le acompañaron. Estoy seguro de que tuvo la tentación de renunciar, encerrándose en sí mismo, pero el joven Francis George, a pesar de su limitación, siguió adelante con determinación inquebrantable. El anhelo más profundo de su corazón era ser sacerdote, y esto lo llevó a solicitar la admisión en el Seminario de Quigley. Convencidos de que este muchacho con muletas y un aparato ortopédico no podía hacer el difícil viaje todos los días o mantenerse al día en las exigencias académicas, los responsables de Quigley le mandaron a casa. Sin inmutarse, solicitó la admisión en los Oblatos de María Inmaculada, una Congregación Misionera. Reconociendo que era prometedor y advirtiendo su energía interior, lo aceptaron.
Traigo a colación esta etapa de la vida del cardenal, porque aclara dos características esenciales de su personalidad. En primer lugar, era un hombre que nunca se rindió. Tuve el privilegio de vivir con el Cardenal George durante seis años y por lo tanto tuve la oportunidad de ver de cerca su vida. Tenía un horario absolutamente disciplinado, por la mañana, tarde y noche, prácticamente todos los días de la semana: reuniones administrativas, conversaciones privadas, banquetes, liturgias, funciones sociales, discursos públicos, etc. Ni una sola vez, en todo este tiempo que viví con él, recuerdo escuchar al Cardenal George quejarse de lo que se veía obligado a hacer. Siguió adelante sin más, no con pesadez, mostrando que su quehacer estaba impulsado por un propósito y un objetivo. La primera vez que habló con los sacerdotes de la Archidiócesis, como Arzobispo, dijo: «Nunca sintáis lástima de vosotros mismos!» Ese consejo le salió de sus vísceras.
En segundo lugar, su identidad como Oblato de María Inmaculada profundamente lo marcó como hombre de la Misión. Los Oblatos de María Inmaculada son una congregación misionera, cuyo trabajo les lleva por todo el mundo, desde África y Asia a América Latina, el Yukón y Alaska -por no hablar de Texas, Belleville, e Illinois. Cuando era seminarista y joven principiante en Belleville, Francis George escuchó las historias de misioneros de los confines del mundo, y ello absorbió su espíritu aventurero y desde esta perspectiva, más tarde, como vicario general de su Congregación, emprendió viaje a varios continentes, decenas de países, visitando miles de sacerdotes evangelizadores Oblatos de María InmaculadaI. Me quedé sorprendido continuamente de su detallado conocimiento de la política, la cultura y la historia de casi cualquier país o región que se pudiese nombrar. Su personalidad y conocimientos se fraguaron en la experiencia directa.
Esta conciencia misionera es precisamente lo que informó al proyecto intelectual y pastoral que estaba más cerca de su corazón, es decir, la evangelización de la cultura contemporánea. En este sentido, se mostró un discípulo de su gran mentor Karol Wojtyla, el Papa Juan Pablo II. Lo que el cardenal George trajo más bien de forma única a la mesa en este sentido fue una idea muy clara sobre los fundamentos filosóficos de la cultura de Occidente y especialmente de Estados Unidos. El Cardenal George a menudo mostró su impaciencia disconformidad con el término «contra-cultural» en lo que se refiere a la actitud de la Iglesia frente a la cultura ambiental. Le preocupaba que esto pudiese sugerir una sencilla animosidad, mientras que el evangelista que se precie debe amar la cultura que está tratando de abordar. Pero vio un problema más profundo, que imposibilita estar completamente de modo contra-cultural, ya que tal actitud sería, al fin y al cabo, un pronunciamiento, contra uno mismo. Sería un poco como un pez, que insiste en que nada a través del océano. Por lo tanto, quien vaya a anunciar el Evangelio en el contexto estadounidense contemporáneo deberá apreciar que la cultura estadounidense se siembra generosamente con verbi semina (semillas de la Palabra).
La primera de ellas, a juicio del Cardenal George, es el sentido moderno de la libertad y derechos concomitantes. Siguiendo las indicaciones de Immanuel Kant, los teóricos políticos modernos han sostenido que todos los seres humanos poseen una intrínseca dignidad que dicta que nunca deben ser tratados sólo como medios, sino siempre como fines. Es interesante notar que el joven Karol Wojtyla, en sus primeras obras de ética filosófica, puso un gran énfasis en esta segunda forma del imperativo categórico kantiano. Lo que el cardenal George ha ayudado a ver es que, en su mejor momento, este estrés moderno se basa en una comprensión fundamentalmente teológica de la persona humana como una criatura de Dios. Si lo humano se entiende como un simple producto accidental del proceso evolutivo, entonces no disfrutaría de la dignidad irreductible que le atribuye Kant. De hecho, Thomas Jefferson, contemporáneo de Kant, indicó claramente , a su vez, que su comprensión de los derechos humanos estaba condicionada por la herencia teológica cristiana cuando precisó que se conceden esos derechos, no por el Estado, sino por el Creador.
La antropología filosófica kantiana-Jeffersoniana debe distinguirse, insiste el cardenal George, de filosofía de Thomas Hobbes. En la lectura de Hobbes, los derechos proceden de la tierra, no tanto en la intencionalidad divina, como en la inevitabilidad del deseo. Hobbes opinó y -John Locke esencialmente lo ha seguido- que tenemos derecho a lo que podemos desear. Para Hobbes, esto significaba el sustento de la vida biológica y la evitación de la muerte violenta, mientras que para Locke, se amplió un poco el sentido de la vida, respecto a la libertad y la propiedad. El problema es que la interpretación de Hobbes es completamente no-teológica y su consecuente comprensión del propósito del gobierno es no-teleológica -no finalista-, puramente de protección en lugar de directiva. El gobierno existe, no para el logro del bien común, sino para la protección mutua de los ciudadanos. Que la cepa hobbesiana encontró su camino en la imaginación política estadounidense, se desprende de la negativa de Jefferson a caracterizar la naturaleza de la felicidad, y su insistencia en el derecho universal a perseguirla. En una palabra, por lo tanto, la Iglesia puede y debe afirmar, al menos en su forma básica, la comprensión kantiana de la libertad y los derechos, incluso, cuando está y debe estar en contra de la noción hobbesiana puramente laicista.
El Cardenal George sabía que el portavoz principal de esta hábil afirmación y negación fue el Papa Juan Pablo II, que surgió, a finales del siglo XX, como el defensor más elocuente y vociferante de los derechos humanos en el escenario mundial. El cardenal se refirió a un discurso que el Papa hizo en Filadelfia en 1979. Juan Pablo cantó las alabanzas de nuestra Declaración de Independencia, con su énfasis en los derechos dados por Dios, impregnadas de un trasfondo teológico, al referirse al relato de Génesis sobre nuestra creación a imagen y semejanza de Dios. Presionando bien más allá de cualquier tipo de secularismo hobbesiano y del utilitarismo, el Papa insistió en que el ideal de Jefferson debería inspirar a los estadounidenses a construir una sociedad que se caracterizara por su atención a los más débiles y los más vulnerables, especialmente los ancianos y los no nacidos.
La segunda característica importante de la modernidad que el cardenal George identificó, fue una valoración extrema de las ciencias físicas, o en sus propias palabras, «la imposición del método científico como el punto de contacto entre los seres humanos y el mundo y la sociedad en la que han nacido. «Los fundadores de la modernidad apreciaron las ciencias, no sólo por sus poderes descriptivos y predictivos, sino también por su potencial liberador. Bacon, Descartes, Leibniz, Newton, Kant, y muchos otros, sostuvieron que el dominio de la naturaleza, proporcionado por la floreciente física, la química, la medicina, etc. liberaría a la humanidad de su cautiverio de la vejez, la enfermedad, y las restricciones de tiempo y espacio. Pero lo que esto condujo al desarrollo de un «cientificismo», que, como una cuestión de convicción ideológica, excluye formas no científicas o extra-científicas de conocimiento, incluyendo de modo muy especial, las formas religiosas. La actitud cientificista también ha oscurecido los fundamentos teológicos innegables para la empresa científica, es decir, los supuestos de que el mundo no es Dios (y por lo tanto puede ser analizado) y que el mundo está marcado, en cada detalle, por la inteligibilidad. Ambos supuestos se basan en la doctrina de la creación, asumida por los fundadores de la ciencia moderna, junto a la astronomía, las matemáticas y la física, en las universidades patrocinadas por la Iglesia. En la medida que las ciencias fluyen desde y descansan en las presunciones correctamente teológicas ese universo no divina es ordenado e inteligible, y la teología católica puede involucrarse en un diálogo muy fructífero con los científicos, pero en la medida que el cientificismo trata de prevalecer, la Iglesia debe resistir.
Una de las declaraciones memorables del Cardenal George es que el catolicismo liberal es un proyecto agotado. Es importante que los que analizan sus palabras, vayan aquí con cuidado. El «catolicismo liberal», intenta un acercamiento a la fe católica, en la medida en que que toma en serio los logros positivos de la cultura moderna. En este sentido, Lacordaire, Lord Acton, Lamennais, von Döllinger, y Newman eran todos católicos y liberales. Sus sucesores serían De Lubac, Rahner, Guardini, Ratzinger, y Congar. Uno de los logros permanentes del proyecto católico liberal, a juicio del Cardenal George, es «la restauración en el centro de la conciencia de la Iglesia, de la afirmación del Evangelio, según la cual, Cristo no sólo nos ha hecho libres, sino también capaces de la comprensión y análisis que permitieron a la Iglesia misma romper las estructuras sociales conservadoras que la habían convertido en prisión. «En la década de 1950 Hans Urs von Balthasar, hace una llamada en una línea similar, para una «demolición de los baluartes», detrás de los que la iglesia había estado agazapada, con el fin de dejar salir la vida que ella había conservado. Y esto está muy en línea con alojamiento limitado del Vaticano II en la modernidad al servicio de la misión evangélica. El Catolicismo liberal también tuvo en cuenta el segundo gran logro de la modernidad, haciendo hincapié en que ciertas formulaciones doctrinales e interpretaciones bíblicas debían ser reevaluadas a la luz de los descubrimientos de la ciencia moderna. Uno piensa dentro de este contexto en las intervenciones vociferantes, hechas por un grupo de obispos en el aula del Concilio Vaticano II, relativos a determinadas lecturas literalistas del Antiguo Testamento, asumidas con ingenuidad.
Todo esto asimilación de lo mejor de lo moderno representa el logro permanente del liberalismo católico, y ésta es la razón por la que el Cardenal George nunca argumentó que el liberalismo no es más que un proyecto fallido o inútil. Dijo que era un proyecto agotado, parasitario, en una sustancia que ya no existe. ¿Cuáles son los síntomas de agotamiento? El cardenal explica que el proyecto liberal ha ido fuera de los carriles en la medida en que «pareció interpretar el Concilio como un mandato para cambiar lo que era causa de enfrentamientos de la Iglesia con la sociedad moderna», como aparece las palabras del lema famoso de la década de 1960: «el mundo establece la agenda para la Iglesia.» Si la Iglesia sólo proporciona vagamente una motivación religiosa de la misión y el trabajo de la sociedad secular, entonces la Iglesia ha perdido su alma, convirtiéndose en un animador de la modernidad. La otra señal principal del agotamiento del proyecto liberal es su hipertensión sobre la libertad como autoafirmación y autodefinición. En palabras del Cardenal George: «la línea en la que quiebra la construcción liberal, radica en la voluntad de sacrificar incluso la verdad del Evangelio, a fin de salvaguardar la libertad personal, interpretada como opción.»
Nosotros podríamos sugerir que el otro aspecto oscuro del liberalismo católico, es la tendencia a aceptar la visión científica de la realidad como lo normativo, poniendo en duda la adecuada visión sobrenatural.
En esto se ve la reducción de la religión a la ética y la construcción del Reino en la tierra, tal como aparece en las formas extremas de interpretación bíblica y en la crítica histórica, en la medida en que descartan lo sobrenatural como una cuestión de principios.
Lo que se olvida con demasiada frecuencia, sobre todo en los círculos liberales, es que el cardenal George estaba muy preocupado con ciertas formas del catolicismo conservador. Percibiendo correctamente los enfrentamientos del Catolicismo auténtica con elementos clave de la cultura moderna, algunos conservadores llegaron instintivamente nuevo a instancias culturales anteriores al catolicismo y las absolutizaron.
Fracasaron al darse cuenta de que el catolicismo es robusto, en palabras del Cardenal George, «radical en su crítica de cualquier sociedad», ya sea del siglo II en Roma, la Francia del siglo XVIII, o la América de los años 1950.
Lo que él propone, finalmente, no fue ni el catolicismo liberal, ni el conservador, sino «simplemente el Catolicismo», por lo que se refería a la fe en su plenitud, mediada a través de los sucesores de los Apóstoles.
El corazón de este catolicismo totalizante es la relacionalidad. El Cardenal George ha señalado a menudo que la ontología católica es ineludiblemente relacional, ya que se basa en el Dios Creador que es, Él mismo, una comunión de relaciones subsistentes. Pero Él, el Creador, haciendo el universo, ex nihilo, no se sostiene por encima y contra sus criaturas en un estándar de «ser-para ser» una buena relación sino que su su acto creativo aquí y ahora constituye el ser de las criaturas, de modo que cada cosa finita es una relación con Dios. Santo Tomás de Aquino expresó esto cuando dijo que la creación es «un tipo de relación con el Creador, con la frescura del ser.» Esta metafísica de la relacionalidad está en clara oposición con la ontología típicamente moderna y nominalista, de las cosas individuales, lo que dio lugar a la filosofía de Hobbes y la filosofía política de Locke, esbozadas anteriormente, en las cuales las relaciones sociales no son naturales, sino artificiales y contractuales. Puesto que la gracia descansa sobre la naturaleza y la eleva, no hay que sorprenderse de que la Iglesia está marcada por una relacionalidad aún más radical. A través del poder de Cristo, que es la encarnación de la relación subsistente de la Trinidad, a la creación se le da la oportunidad de participar en la vida divina. Esta participación, que fue posible por la gracia, es mucho más intensa que la relación que se obtiene normalmente entre Dios y las criaturas y enlas criaturas entre sí. La eclesiología católica expresa la intensidad a través de todo un conjunto de imágenes: novia, cuerpo, madre, templo, etc.
En el lenguaje llamativo del Cardenal George: «la Iglesia es consciente de sí misma como algo vital, y por eso se hace llamar Cuerpo Místico. La Iglesia es consciente de sí misma como persona, y así se hace llamar una novia que se entrega a Cristo. La Iglesia es consciente de sí misma como un objeto, como una presencia activa permanente que media en la experiencia del creyente, y así se hace llamar madre. La Iglesia es consciente de sí misma como integrada, por lo que se describe como templo del Espíritu Santo «Aviso por favor: las palabras que se utilizan aquí: vitales, personal, presente, rindiéndose, madre e integrada: Todas hablan de participación, interconexión, relación, lo que el Cardenal George llama esse per (ser a través). Éste es el organismo vivo de la Iglesia, que se relaciona de manera compleja con la cultura, la asimilación y la elevación de lo que puede asumir y aquello a lo que debe enfrentarse. El catolicismo, sin más, es esto.
El Cardenal George fue para mí, un padre espiritual. En su determinación, su devoción pastoral, su profunda inteligencia, su bondad de corazón, medió el Espíritu Santo. Por eso siempre le estaré agradecido a nivel personal.
Creo que toda la Iglesia, tiene también una deuda de gratitud paa con él, por recordarnos quiénes somos y cuál es nuestra misión.
Hermenegildo,siempre tan positivo…
Me alegro de que la positivia evolución del Cardenal Cañizares porque su toma de posesión en Valencia, con ciertos guiños de súbito «francisquismo» , me dio mala espina.