EL BUEN SAMARITANO

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XV DOMINGO DEL T.O - EL BUEN SAMARITANO - Ser Fraile

EL BUEN SAMARITANO

El evangelio de la Misa de hoy, tiene un gran tema: la parábola del Buen Samaritano, la de la projimidad. Ante la pregunta de un escriba: ¿Quién es mi prójimo? Jesús inventa la parábola  la parábola del Buen Samaritano. Las parábolas son ejemplos inventados, como las fábulas.

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Y la misma dice: bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y ese camino, entonces muy peligroso, fue asaltado por unos bandidos y abandonado, herido y sangrante a la vera de la vía. 

Pasaron por allí dos figuras religiosas: un sacerdote judío y un levita, ojearon y siguieron de largo. Después pasó un samaritano, quien al verlo, se conmovió, bajó de su cabalgadura y sobre las heridas del asaltado, derramó aceite  y vino, el primero suaviza y el segundo desinfecta. Como la víctima no podía caminar, lo subió a su caballo y lo llevó a un albergue cercano. Lo asistió durante unos días y como tenía que seguir viaje, lo encomendó al posadero y le dejó un dinero prometiéndole pagar a su vuelta lo que gastara de más. 

Jesús pregunta entonces al escriba: “¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores? Él dijo: el que practicó la misericordia con él”. Díjole Jesos: Vete y haz tu lo mismo” (Lucas, 10, 36/37),

Hoy, en la Misa de la Capilla del Santo Cristo, le pregunté a mi compañera de banco Estela, de profesión enfermera, por qué en lugar de la respuesta utilizaba seis palabras, cuando bastaban dos: el samaritano; y como ignoraba la razón, se lo expliqué con brevedad: los judíos odiaban tanto a sus vencinos que tenían prohibido hasta llamar por su nombre a los habitantes de Samaría.

Yo también un día, experimenté la parábola. El camino era la Ruta Nacional 3, el caballo era un viejo Ford Falcon y en él viajaba con algunos de mis hijos y amigos, todos muy chicos. Como era bastante habitual, el auto se descompuso en un día de mucho sol y alta temperatura.

Estuve un largo rato haciendo dedo al costado de la Ruta tratando de que alguien se apiadara y me condujera al taller más próximo.

Con seguridad pasó algún obispo, quien me bendijo, pero siguió de largo para no llegar tarde a un encuentro de pastoral social y hasta algún sacerdote tercermundano, urgido por concurrir a una reunión con colegas que optaron por los pobres, ninguno se detuvo para auxiliarme.

De repente un auto último modelo se para y el conductor me invita a subir. Pasé de los cuarenta grados de la ruta a un cómodo asiento, disfrutando de un buen aire acondicionado y el hombre me dijo que era médico y viajaba a Rauch para atender a unos enfermos; aclaró que con la inseguridad reinante, ya entonces y el peligro de ser víctima de un asalto,  no acosumbraba a levantar a nadie, pero que lo hizo en atención a las criaturas que yo llevaba en el auto. Por el apellido, era judío. Este buen hombre me ayudó, sin conocerme, pero descubrió que, en la necesidad, era su prójimo. Este fue mi buen samaritano.  

Buenos Aires, octubre 7 de 2024.                                                                     Bernardino Montejano 

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