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Dos excelsos cardenales toledanos: Cisneros y Don Marcelo

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Anteayer, martes, tuve un completísimo día toledano.

Por la mañana visita a la exposición sobre Cisneros que me pareció extraordinaria. Y explicada por un «guía» que sabe todo y además lo explica con una amenidad insuperable. A todos mis lectores a los que les sea posible visitarla se lo recomiendo vivamente. Es una gozada eclesial histórica y artística. Se nos unió un queridísimo amigo llegado a Toledo para participar en el homenaje a Don Marcelo en el centenario de su nacimiento y al que desde aquí le envío otro abrazo.

El cardenal Francisco Jiménez, del que se conmemoran los quinientos años de su muerte, que así era llamado hasta que muy recientemente, menos de doscientos años pasó a ser Cisneros, está siendo celebrado en su Toledo por todo lo alto y la exposición es cumplida muestra de ello. Piezas bellísimas algunas de extraordinario valor eclesial e histórico. El rostro del cardenal, inconfundible, se repite en las muestras de diversos artistas. Su austeridad, verdaderamente llamativa, también: el sayal franciscano, las sandalias y apenas una leve muestra de su dignidad cardenalicia. Algún cuadro verdaderamente hermoso, igual que un par de frontales, algún tapiz, vírgenes muy bellas, aunque ninguna supera esa maravilla del coro de la catedral, vestiduras litúrgicas…

Bulas de extraordinario valor histórico y religioso, en el archivo catedralicio hay miles de ellas. La monumental Biblia Políglota Complutense, una de las mayores glorias de ese cardenal, creador de la Universidad de Alcalá, dos veces Regente del Reino, conquistador de Orán, que completó las capillas del lado derecho de los pies de la catedral, más la capilla en la que se celebra hoy diariamente la misa mozárabe, lugares en  los que con todo acierto se ha instalado la exposición…

Casi concluyendo la visita, la espectacular custodia que hoy luce, ella sola, en la capilla que entes era un totum revolutum de objetos que distraían contemplación de esa maravillosa muestra de la orfebrería mundial. Llegando a ella una hermosa colección de cálices, uno, prestado por una iglesia de Osuna, con múltiples campanillas, que es una preciosidad. Me imagino lo que debe ser el alzar del Sanguis con todas ellas tintineando a gloria de Dios. Creo que no sería justo callar la extraordinaria labor de un deán, hoy ya emérito que ha hecho en si catedral por lo que no dudo en calificarle de cisneriano. La capilla de la custodia, la remodelación de la sacristía que ahora luce extraordinariamente bella, la habilitación del Colegio de Infantes para acoger muchos objetos que antes atiborraban la catedral y ahora se muestran en todo su esplendor.

Extraordinaria exposición.

Comida con amigos y traslado de nuevo a la catedral para acudir a la conferencia sobre Don Marcelo y a la misa funeral por el mismo. D camino, numerosos encuentros sumamente gratos para mí.

La conferencia de Don Santiago Calvo, también deán emérito de la catedral primada, muchísimos años muchísimos años secretario personal de Don Marcelo y memoria viva del mismo, fue una semblanza que desbordaba saber y cariño. Excelente. Todos esperamos de él que complete la biografía del cardenal pues no hay nadie que pueda superarle, ni aun acercarse, en ello.

Intentaré incluírosla como final de esta entrada si es que soy capaz de conseguirlo. Y un defecto a señalar. La acústica de la catedral no era buena. Al menos en el lugar donde yo estaba.

Don Braulio, el actual arzobispo primado, presidió el funeral. Le acompañaban el arzobispo de Santiago, los obispos de San Sebastián y León, los eméritos de Segovia y Orihuela-Alicante y el auxiliar de Toledo.

La homilía del arzobispo muy apropiada al acto. La leyó pero lee muy bien y con énfasis.

Muchísimos sacerdotes, calculo que casi doscientos. Seglares algunos más pero no muchos. A esas horas de celebraba otro funeral por persona muy conocida de la sociedad toledana y además la televisión del obispado retransmitía el acto.

Eché de menos el negro en las casullas.

Todo por tanto extraordinariamente bien.

Y a ver si me sale la conferencia de Don Santiago:

DON MARCELO, DE CERCA
En la Catedral Primada (16-Enero-2018. Centenario del nacimiento)
Excmo. Y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Toledo – Primado de España
Excmos. y Rvdmos. Srs. Arzobispos y Obispos
Excmo. Sr. Deán y Cabildo Primado
Señoras y Señores
Saludo también a quienes están unidos a nosotros por el Canal Diocesano de
televisión y por Radio Santa María de Toledo
Y saludo de manera muy especial al Sr. Obispo emérito de Orihuela-Alicante,
Don Rafael Palmero Ramos, aquí presente,
mi querido
hermano en el
sacerdocio y compañero en las vivencias que voy a narrar, como secretario,
primero, y después Vicario general y Obispo Auxiliar, que fue, de Don
Marcelo.
Muchos se preguntan cómo vive un obispo, en su vida privada. La respuesta
es: Cada uno a su manera, todos de forma digna, de acuerdo con las
circunstancias de cada cual. No tan bien como bastantes piensan y con más
limitaciones de las que algunos se imaginan. Yo voy a decir algunas cosas de
Don Marcelo, del que fui secretario particular cuarenta y tres años, cuya vida
familiar era muy sencilla.
Por ejemplo, podemos preguntarnos ¿cómo celebraba Don Marcelo el día
de su santo?
Fue variando un poco, según iban cambiando las circunstancias de las
diversas diócesis en que estuvo. Recuerdo que en Barcelona, un año,
después de la comida en familia y dormir un poco de siesta, Don Marcelo,
Don Rafael Palmero y un servidor fuimos al Tibidabo, donde había un parque
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de atracciones, sobre todo para niños, y pasamos un rato muy divertido,
entrando en la sala de los espejos, donde aparecían las figuras deformadas;
en la casa de los horrores, donde aparecían brujas y fantasmas y, ya entre
dos luces, terminamos montándonos en la Montaña Rusa.
En Toledo, por la mañana, iba celebrar la Misa al Seminario. Después
desayunaba con los seminaristas, y el resto del día estaba retirado, rezando y
algún rato despachando correspondencia y atendiendo llamadas de teléfono.
A mediodía, hacíamos una comida de familia, a la que se unía un
matrimonio de Barcelona. Después descansábamos un poco y, cada año sin
fallar nunca, hacíamos una cosa: jugar unas partidas de cartas. Primero, a la
brisca; después a otra cosa, que llamábamos la negra, en que se jugaba más
dinero, que nadie cobraba, y lo que íbamos perdiendo se echaba en un
cestillo y era para Cáritas; y terminábamos con otra partida, que llamábamos
la mona, que era la más divertida: Uno iba echando cartas y los demás,
cuando salía una sota, teníamos que levantar la mano y decir: Adiós
señorita.- Cuando salía el caballo, con el mismo gesto decíamos: Adiós
caballero. Cuando salía el Rey, había que hacer una inclinación de cabeza,
siempre en silencio y sin reírse. El que hablara en cualquiera de estos tres
saludos o se riera, perdía el juego, y tenía que echar un duro al cestillo y
coger las cartas y repartirlas. Uds. ¿Se imaginan a Don Marcelo haciendo esas
ceremonias? Unas veces, las hacia bien y otras se equivocaba y, como los
demás, tenía que coger las cartas, poner el duro y repartir. Y, cuando se
equivocaba alguno, que era cosa muy frecuente, todos lo reíamos.
A las siete o siete y media de la tarde tomábamos un café con leche.
Después, los invitados de Barcelona se iban. A estas horas,
-las seis-,
estábamos en plena sesión de juego. ¡Que recuerdo tan grato…!
Hoy, 16 de enero, recordamos la fecha del centenario de su nacimiento.
Pero verán una cosa curiosa:
¿Cómo podemos demostrar que nació el día
16?
En la partida de bautismo de la parroquia de su pueblo, Villanubla,
provincia y diócesis de Valladolid, en que nació y creció, no aclaramos nada.
En el libro de bautismos pone que nació el día 10 y, para colmo, en la copia
de la partida que sacó once años después el que era Párroco, cuando Don
Marcelo fue al seminario, pone que nació el día 18. Ambas copias las hicieron
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dos párrocos muy celosos y cumplidores, pero no fueron muy exactos en este
asunto de escribir partidas, que entonces se hacían totalmente manuscritas.
En la partida de nacimiento del ayuntamiento dice que el niño Marcelo
González Martín, hijo del matrimonio formado por Minervino González y
Constanza Martín
,
nació en Villanubla, el día 16 de enero de 1918
. Y su
madre, principal protagonista y testigo del hecho, siempre dijo, sin saber
nada del embrollo de las partidas de bautismo, que había nacido el día 16 de
enero, a mediodía, cuando estaba todo el pueblo blanco, cubierto por una
gran nevada, que había caído durante la noche, y que le pusieron de nombre
Marcelo por dos motivos, porque era el Santo del día, y porque una hermana
de Minervino, el padre del niño, que se llamaba Marcela, había fallecido
hacia ocho años, cuando tenía diez y nueve de edad.
Sin buscar nuevos testimonios se impuso la verdad de que había nacido el 16
de enero, en Villanubla, porque Don Marcelo siempre celebró su santo ese
día y así pasó a todos los documentos, incluidos los nombramientos de
Obispo y de Cardenal, en los que no habían pensado ninguno de los dos
buenos Párrocos de Villanubla.
Don Marcelo, como siempre fue conocido por todos, desde los primeros
monaguillos que tuvo en Valladolid hasta los Papas y los Reyes, fue llamado
por Dios a su presencia, a los 86 años, después de sesenta y tres de
sacerdote, cuarenta y tres de obispo y treinta y uno de cardenal. Ya muerto
Don Marcelo y debidamente aclarada la fecha del nacimiento y el error de la
partida de bautismo, se ha hecho un nuevo asiento de la partida en el libro
de bautismos de la Parroquia de Villanubla, con las notas marginales
correspondientes
Aficiones especiales
La primera, la lectura, desde muy niño y, ya de obispo, que es cuando yo le
conocí de cerca: la lectura de libros de historia, sobre todo de los siglos XIX y
XX, en que era especialista.
Otras diversiones más frívolas: el fútbol. El nunca jugó porque tenía un
defecto en la vista, que le obligó a llevar gafas desde niño. Era entusiasta, casi
hincha, del Real Madrid. Vivía, como propios, los regates de Di Stefano,
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Gento, Amancio, y Butragueño, como si los hiciera él mismo. Se alegraba con
los triunfos merengues y pasaba malos ratos cuando el Madrid perdía. Le
gustaban mucho, aunque fue a verlas menos veces de las que él hubiera
deseado, las carreras de galgos, en algunas fincas cercanas a Toledo.
Disfrutaba hablando con los galgueros, a los que preguntaba por las
características de cada perro y pedía que le explicaran cómo los enganchaban
a la traílla y cómo les soltaban cuando salía la liebre. Le gustaba pasear por el
campo abierto: iba a ver bandos de perdices, desde la carretera, cerca de
Yunclillos, y observar cómo corrían las liebres, junto a la carretera de
Fuensalida, cerca de la vía del tren.
UNA AFICION ESPECIAL Y SU DEDICACION DE POR VIDA: LA PREDICACIÓN
La cultivó desde niño
Muchas veces nos preguntamos si el poeta nace o se hace. Lo mismo podría
decirse del comunicador, en
concreto del predicador.
De Don Marcelo se
conserva una breve poesía dedicada a la trilla, pero nunca sintió inclinación
especial por escribir versos. Sí que fue un excelente comunicador; y ejerció el
ministerio de la palabra de manera extraordinaria, con sus sermones y sus
cartas pastorales.
Cuando tenía nueve o diez años y sus amigos querían escucharle, les
echaba un discurso y, cuando no tenía otro auditorio, se encerraba en un
cuarto en que su madre guardaba las ollas de la leche con la que hacía el
queso, que vendía, y predicaba a las ollas y a los pucheros. Cuando cumplió
once años dijo que quería ser cura para predicar, como el párroco de su
pueblo, que era el único que hablaba en público.
Su traslado al seminario de Comillas fue decisivo. A quienes iban desde otros
seminarios a esta Universidad les obligaban entonces a hacer un curso de
perfeccionamiento de los estudios de latín y humanidades, antes de empezar
la filosofía o la teología. Para Don Marcelo ese curso fue determinante para
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decidir su vocación y para despertar su afición por los estudios humanísticos
y, en particular, para adquirir facilidad de hablar en público. Un profesor, que
era el tutor del curso, descubrió sus cualidades. Le orientó, le estimuló y le
abrió amplios horizontes.
Cuando se ordenó sacerdote empezó enseguida sus predicaciones continuas
en Valladolid. Después de cada sermón, él mismo se hacía la autocrítica,
analizando la reacción del público y escuchando las observaciones que
algunas personas le hacían.
En un cuaderno iba escribiendo diversas notas, entre otras cosas, éstas:
“Hoy
he llegado a la iglesia de San Ildefonso muy deprisa, un poco nervioso. No
me ha salido bien. Tengo que prepararme mejor y llegar con más calma”.
Otro día:
“La gente ha estado muy atenta y se han impresionado con el
ejemplo que les he narrado
”. Otro: “
Don Germán González Oliveros,
(que fue
Canónigo Magistral en Valladolid y después Deán, sacerdote ejemplar, con
gran prestigio),
me ha dicho que no me esfuerce tanto
(entonces no había
micrófonos);
que como no cuide la garganta, pronto me voy a quedar sin
voz”
Y en una ocasión escribe:
“Todo esto lo hago, con la intención de ir
corrigiéndome, y lo escribo en notas exclusivamente para mi uso personal,
para tenerlo en cuenta y corregirme. Esto a nadie le importa. Si alguien
llegara a meter las narices en este cuaderno, sepa que se mete donde no
debe”.
Yo no he metido las narices; lo he leído con veneración y lo digo con el
mayor respeto. Antes de morir me autorizó a que yo me hiciera cargo del
archivo, que iba a entregar al Cabildo Primado, y que yo viera y publicara lo
que creyera conveniente. Y creo que esto es un ejemplo de esfuerzo y trabajo
que nos dio. Lo mismo que nos dio ejemplo en cómo preparaba sus
sermones: haciendo siempre un guión, más o menos amplio, estudiándolo y
“rezándolo”. Varias veces le oí decir que los sermones hay que prepararlos
bien, estudiarlos detenidamente y cocerlos en la oración ante el Señor. Ésta
es una máxima, que aprendió de San Juan de Avila.
Y él lo hacía: Por la mañana, de siete y media a ocho hacía su meditación. Por
la tarde, después de rezar el rosario, paseando por una galería o por el patio,
hacía su visita al Santísimo, al menos durante veinte minutos, y, cuando iba a
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tener alguna intervención más importante, se iba con sus guiones a la capilla
y allí estaba largos ratos “cociendo el sermón”.
Sus predicaciones en Valladolid
En Valladolid predicó constantemente en las diversas iglesias y en otros
lugares. Fueron muy famosos unos sermones, con aplicaciones a la vida
social, que predicó el año 1950, cuando tenía 32 años, en la Iglesia de San
Benito. A partir del segundo día, el gobernador civil y un Ministro del
Gobierno intentaron que el Arzobispo los prohibiese; pero el Arzobispo no
sólo no accedió a la petición, sino que dijo que aprobaba totalmente lo que
estaba diciendo Don Marcelo, y éste, en lugar de acobardarse, se enardeció
con la denuncia y, al día siguiente de ésta hizo desde el púlpito una
proclamación publica de su ideal como sacerdote, que después sintetizó en
dos palabras del Evangelio, lema de su escudo episcopal:
“Pauperes
evangelizantur”. “Los pobres son evangelizados”
“Mi anhelo –
dijo entonces-
es ser Sacerdote de Jesucristo, Ministro del
Evangelio, con todos los valores que la vida y la doctrina de Dios hecho
hombre encierra, al servicio del hombre y de todos los hombres.
Las enseñanzas aprendidas y las luces del Cielo capacitan a un sacerdote en
su misión a desempeñar, y el sentimiento de justicia e injusticia no sólo le
estimula, sino le impone la actuación, con sus mejores amores: el Evangelio y
los pobres, pidiendo a todos los que, con legítimo orgullo ostentan el título de
cristianos, vivan la vida que a ese título corresponde y hagan noble
ostentación de que saben querer como hermanos a todos los hombres, sean
o no sean cristianos.
Lo que importa es que la Verdad sea conocida y brille por doquier. Esa fue la
consigna del Salvador de los hombres: que “la Verdad sea conocida”, que el
Evangelio sea, además de conocido, vivido, y para ello en lo que a mí
corresponde, estoy dispuesto a no restar ni un adarme.”
Durante doce años, acudían gentes de todas clases sociales de
Valladolid, que abarrotaban las naves de la catedral, para oír sus sermones
en la misa de los domingos, a la una y media,
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Oposiciones a canónigo.
Cuando tenía veintinueve años hizo las oposiciones a Canónigo de la
catedral de Valladolid. Las realizó de forma brillantísima. El último ejercicio
era predicar un sermón. La calificación fue un DIEZ, con el siguiente añadido:
El Tribunal, por unanimidad, hace constar que el sermón en forma
homilética de Don Marcelo González Martín ha sobrepasado, considerado en
relación con los sermones de los otros dos opositores, muy
considerablemente, y, no teniendo puntos con qué expresar esta diferencia,
lo hace constar a los efectos que procedan”.
Durante el tiempo que fue Arzobispo de Barcelona
, y sobre todo cuando se
fue enterando de ciertas cosas, expuso repetidas veces al Papa Beato Pablo
VI y al Nuncio, Mons. Dadaglio, que él ni había pedido ir a Barcelona, ni tenía
interés en seguir allí; que le sacaran cuando quisieran. En una ocasión el
Nuncio le dijo que la única solución para que saliera de Barcelona era ir a
Roma, como secretario a una Congregación. Don Marcelo le dijo que eso no
lo podía aceptar, porque no dominaba el italiano y,
“si yo no puedo predicar,
-le dijo-
prefiero dejar el ejercicio del episcopado e irme a mi casa…”.
Esta
misma razón, no dominar la lengua italiana, fue la que expuso al Nuncio
Monseñor Tagliaferri, el año 1993, cuando, transmitiéndole los deseos del
Santo Padre, le pedía que fuera a dar los ejercicios espirituales al Papa y a la
Curia Vaticana
.”No domino el italiano-
le dijo-.
Podría hacerlo en español o en
latín, pero ir, limitándome a leer unas cuartillas, sin poder improvisar sobre la
marcha, me parece una falta de respeto”
. Y no aceptó.
Dictamen de un gran médico de Toledo
Cuando, ya jubilado, con más de 80 años, empezó a sentir una afonía que se
le hacía crónica, fue a consultar a un otorrino muy competente de Toledo,
que le examinó con toda atención y le dijo que tenía un nódulo en una
cuerda bucal, fruto del desgaste del mucho uso que había hecho de su
garganta; que no era grave, pero que podría ir aumentando y, en pocos
meses, le impediría hablar en público. Le añadió que, dada su edad y el
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informe del cardiólogo, la anestesia podría acarrearle algún trastorno mental
pasajero o quizá, como había ocurrido en algunos casos, un trastorno
irrecuperable. Don Marcelo le dijo:
“Entonces, Doctor, pueden ocurrir dos
cosas: Si no me opero, dentro de poco tiempo no podré predicar y, si me
opero, puedo perder la cabeza por efectos de la anestesia”. “Efectivamente”,
le dijo el Doctor. Don Marcelo le respondió en el acto: “Pues…o
péreme
cuanto antes, porque sin predicar no voy a poder vivir; es igual que si me he
muerto, y los efectos secundarios de la anestesia puede ser que se produzcan
o no se produzcan”.
Y añadió:
“Como esto puede ser un poco comprometido
para Ud., deseo dejar por escrito que conozco los riesgos que corro con la
operación; que Ud. me ha advertido de ellos y que yo los asumo
voluntariamente. Me hago responsable de lo que pueda suceder”.
El Doctor
le operó. Durante unos días estuvo desubicado, pasó una temporada sin
predicar, pero después siguió haciéndolo con toda normalidad hasta unos
meses antes de morir. Excmo. Y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Toledo – Primado
de España.
Don Marcelo predicó más de 10.000 sermones. De muchos de ellos, no
quedan notas escritas. Pero se conservan 53 carpetas, con discursos íntegros
y esquemas, desde que tenía 14 años de edad hasta ocho meses antes de
morir.
No se preocupó de sus cosas personales
Ni de mirar la partida de su bautismo.
Fue a Vinebre, provincia de
Tarragona, a ver la partida de bautismo de San Enrique de Ossó,el Fundador
de la Compañía de Santa Teresa, de quien escribió la biografía, para
comprobar si había nacido el 15 ó el 16 de octubre, y no se preocupó de
mirar la partida de su bautismo, que tenía más cerca.
No tuvo cartilla en el banco hasta después de estar dos años en Barcelona.
Su hermana, Angelita, sí que tenía una pequeña cartilla en una caja de
ahorros, y le puso como cotitular, pero él nunca se preocupó del dinero que
había. Eso era cosa de su hermana. Ya, estando en Barcelona, dos personas
de familias distintitas, una de ellas con la que tenía gran amistad desde los
años de Valladolid, y otra conocida y tratada muy cerca desde que llegó a
Barcelona, le hicieron caer en la cuenta de que no podía vivir así, dejando
8
prácticamente desamparada a su hermana, en el caso de que él muriera, y le
convencieron de que tenía que abrir una cartilla en condiciones, para ir
ahorrando y asegurar el porvenir de su hermana, en el caso de que él faltara.
Hasta entonces se había conformado con tener lo suficiente para ir viviendo
cada día, con una digna austeridad, confiando en Dios.
Nunca tuvo casa propia.
En Valladolid vivió en una casa de renta e hizo más de 800 casas para los
necesitados. Quisieron hacer una casa para él y la rechazó, para que nadie
dijera que se había aprovechado del dinero que había pedido a unos y a
otros para hacer casas. Después hizo algunas viviendas en Astorga y en
Toledo, y en Barcelona presidió el Patronato de Viviendas del Congreso.
Una familia de Barcelona, que se enteró de su situación, quiso hacerle el
obsequio de una casa donde él quisiera. Lo rechazó por las mismas razones
que dio a quienes habían querido hacérsela en Valladolid. Pero este
matrimonio habló con Don Rafael y conmigo y les dijimos por dónde podían
atacarle, de modo cariñoso y eficaz: Díganle que quieren hacer una casa para
su hermana Angelita, porque si él faltase, ¿dónde iba a vivir ella? Así se lo
dijeron. Entonces Don Marcelo accedió y Angelita escogió, para que le
hicieran la vivienda, el pueblo de Fuentes de Nava, provincia de Palencia,
donde había nacido su madre y donde ella tenía sus amistades.
Allí hicieron la casa, en la cual desde el año 1972 pasaron las vacaciones y
donde años después los dos fallecieron. A su muerte, la donaron al Obispado
de Palencia y ahora es la Casa parroquial y salón de catequesis.
Ni del enterramiento
Tampoco se había preocupado del lugar en que había que enterrarle. El
derecho canónico dice que los Obispos, incluso los eméritos, pueden ser
enterrados en la catedral de su Diócesis. Y suelen señalar el sitio en que
quieren ser sepultados. Don Marcelo no se preocupó de ello. El año 1995
pasó a emérito con 77 años, sin decir nada sobre el asunto. Tres años más
tarde (en octubre de 1998) cayó gravemente enfermo en Fuentes de Nava. Le
ingresaron en el hospital provincial de Palencia, y estuvo a punto de morir. A
mí me avisaron para que fuera lo antes posible, si quería verle con vida.
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informe del cardiólogo, la anestesia podría acarrearle algún trastorno mental
pasajero o quizá, como había ocurrido en algunos casos, un trastorno
irrecuperable. Don Marcelo le dijo:
“Entonces, Doctor, pueden ocurrir dos
cosas: Si no me opero, dentro de poco tiempo no podré predicar y, si me
opero, puedo perder la cabeza por efectos de la anestesia”. “Efectivamente”,
le dijo el Doctor. Don Marcelo le respondió en el acto: “Pues…o
péreme
cuanto antes, porque sin predicar no voy a poder vivir; es igual que si me he
muerto, y los efectos secundarios de la anestesia puede ser que se produzcan
o no se produzcan”.
Y añadió:
“Como esto puede ser un poco comprometido
para Ud., deseo dejar por escrito que conozco los riesgos que corro con la
operación; que Ud. me ha advertido de ellos y que yo los asumo
voluntariamente. Me hago responsable de lo que pueda suceder”.
El Doctor
le operó. Durante unos días estuvo desubicado, pasó una temporada sin
predicar, pero después siguió haciéndolo con toda normalidad hasta unos
meses antes de morir. Excmo. Y Rvdmo. Sr. Arzobispo de Toledo – Primado
de España.
Don Marcelo predicó más de 10.000 sermones. De muchos de ellos, no
quedan notas escritas. Pero se conservan 53 carpetas, con discursos íntegros
y esquemas, desde que tenía 14 años de edad hasta ocho meses antes de
morir.
No se preocupó de sus cosas personales
Ni de mirar la partida de su bautismo.
Fue a Vinebre, provincia de
Tarragona, a ver la partida de bautismo de San Enrique de Ossó,el Fundador
de la Compañía de Santa Teresa, de quien escribió la biografía, para
comprobar si había nacido el 15 ó el 16 de octubre, y no se preocupó de
mirar la partida de su bautismo, que tenía más cerca.
No tuvo cartilla en el banco hasta después de estar dos años en Barcelona.
Su hermana, Angelita, sí que tenía una pequeña cartilla en una caja de
ahorros, y le puso como cotitular, pero él nunca se preocupó del dinero que
había. Eso era cosa de su hermana. Ya, estando en Barcelona, dos personas
de familias distintitas, una de ellas con la que tenía gran amistad desde los
años de Valladolid, y otra conocida y tratada muy cerca desde que llegó a
Barcelona, le hicieron caer en la cuenta de que no podía vivir así, dejando
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prácticamente desamparada a su hermana, en el caso de que él muriera, y le
convencieron de que tenía que abrir una cartilla en condiciones, para ir
ahorrando y asegurar el porvenir de su hermana, en el caso de que él faltara.
Hasta entonces se había conformado con tener lo suficiente para ir viviendo
cada día, con una digna austeridad, confiando en Dios.
Nunca tuvo casa propia.
En Valladolid vivió en una casa de renta e hizo más de 800 casas para los
necesitados. Quisieron hacer una casa para él y la rechazó, para que nadie
dijera que se había aprovechado del dinero que había pedido a unos y a
otros para hacer casas. Después hizo algunas viviendas en Astorga y en
Toledo, y en Barcelona presidió el Patronato de Viviendas del Congreso.
Una familia de Barcelona, que se enteró de su situación, quiso hacerle el
obsequio de una casa donde él quisiera. Lo rechazó por las mismas razones
que dio a quienes habían querido hacérsela en Valladolid. Pero este
matrimonio habló con Don Rafael y conmigo y les dijimos por dónde podían
atacarle, de modo cariñoso y eficaz: Díganle que quieren hacer una casa para
su hermana Angelita, porque si él faltase, ¿dónde iba a vivir ella? Así se lo
dijeron. Entonces Don Marcelo accedió y Angelita escogió, para que le
hicieran la vivienda, el pueblo de Fuentes de Nava, provincia de Palencia,
donde había nacido su madre y donde ella tenía sus amistades.
Allí hicieron la casa, en la cual desde el año 1972 pasaron las vacaciones y
donde años después los dos fallecieron. A su muerte, la donaron al Obispado
de Palencia y ahora es la Casa parroquial y salón de catequesis.
Ni del enterramiento
Tampoco se había preocupado del lugar en que había que enterrarle. El
derecho canónico dice que los Obispos, incluso los eméritos, pueden ser
enterrados en la catedral de su Diócesis. Y suelen señalar el sitio en que
quieren ser sepultados. Don Marcelo no se preocupó de ello. El año 1995
pasó a emérito con 77 años, sin decir nada sobre el asunto. Tres años más
tarde (en octubre de 1998) cayó gravemente enfermo en Fuentes de Nava. Le
ingresaron en el hospital provincial de Palencia, y estuvo a punto de morir. A
mí me avisaron para que fuera lo antes posible, si quería verle con vida.
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Gracias a Dios, lo superó. Don Rafael Palmero, su antiguo secretario y Vicario
General aquí, en Toledo, era Obispo de Palencia. Hablamos entre nosotros de
lo que lo hubiéramos tenido que hacer, si Don Marcelo hubiera fallecido, y
comprobamos que a ninguno de los dos nos había dicho nada de sus deseos
sobre la sepultura.
Cuando le dieron el alta, yo me quedé unos días en Fuentes y le pregunté si
se había dado cuenta que había estado a punto de morirse.
“No me he dado
cuenta”,
me respondió. “
Pues me avisaron
–le dije-
porque tenían miedo de
que Ud. sólo durara unas horas. Y le voy a hacer una pregunta: Si hubiera
muerto ¿dónde hubiéramos tenido que enterrarle? Ha escogido el sitio?”
Me
miró y me dijo con naturalidad:
“A mí me da lo mismo. Haced lo que os
parezca mejor”
. Después de varias preguntas y respuestas, le dije que yo iba
a quedarme allí unos días, pero al volver para Toledo, tenía que traerme un
escrito, firmado por él, en que dijera dónde quería ser enterrado, cuando
falleciera, “que ojala sea dentro de muchos años”, pero que tenía que
escribirlo. Al fin se decidió y lo hizo: En la capilla de San Ildefonso, patrono de
la Archidiócesis de Toledo, al que desde seminarista tuvo mucha devoción,
en cuya fiesta entró en la Diócesis Primada, y porque allí está enterrado el
Cardenal Gil de Albornoz, gran defensor del Papa y fundador del Colegio de
España en Bolonia, institución a la que él estuvo muy unido. Gracias a esa
insistencia se preocupó de un asunto, que de no haberlo resuelto nos
hubiera dado algún quebradero de cabeza.
Dos audiencias con lágrimas. Con el Beato Pablo VI y con Franco
Don Marcelo fue a Barcelona por decisión del Santo Padre el Beato Pablo VI,
quien, según le dijo el Nuncio, Monseñor Riberi,
“le pide y, en cuanto puede
obligarle, le manda, que acepte el nombramiento. No hay manera más clara
para ver la voluntad de Dios que el mandato expreso del Papa, a no ser que
Ud. quiera exigir que baje un ángel del cielo, para que se lo diga como hizo
con la Santísima Virgen”.
Así aceptó Don Marcelo ser Arzobispo de
Barcelona, que, aunque años antes se había resistido a ser nombrado obispo,
en esos momentos se encontraba feliz en Astorga.
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Desde su llegada a Barcelona, se dio cuenta de que el rechazo con que
había sido recibido su nombramiento, por no ser catalán, no cesaba y
quienes lo fomentaban buscaban medios para llegar directamente a la
Nunciatura, a las más altas instancias vaticanas, e incluso al Santo Padre. Don
Marcelo, que manifestó su resistencia al nombramiento, continuó
expresando siempre la misma disposición para dejar el Arzobispado de
Barcelona en cuanto el Santo Padre lo dispusiera y, cuanto antes mejor,
sobre todo cuando empezó a percibir que quienes protestaban regresaban a
Barcelona, satisfechos de las gestiones hechas y de lo bien que habían sido
recibidos en la Nunciatura.
En una de las audiencias con el Santo Padre, Don Marcelo le insistió
que debía salir de allí, sin condición ninguna, dispuesto a ir a la diócesis más
pequeña o incluso renunciar al ejercicio del episcopado. El Papa le insistió
que no lo dejara, que siguiera, que tenía todo su aprecio y confianza, que
estaba muy agradecido por la aceptación que dio en su día y por lo que
estaba haciendo, y llegó un momento en que el Papa le dijo:
“Mi cruz es más
pesada que la suya, siga adelante. Clavados con Cristo en la cruz es como
tenemos que servir a la Iglesia”.
El Papa tomó su pectoral, lo levantó ante los
ojos de Don Marcelo y se echó a llorar, repitiendo:
“Mi cruz es más pesada
que la suya”.
Ante esto Don Marcelo se levantó del sillón, beso el pectoral del
Papa, que seguía llorando, y muy conmovido también él, salió de la
audiencia, decidido a “
seguir en su puesto, hasta que Dios quisiera…”.
El año 1974, cuando Don Marcelo llevaba dos años en Toledo, se produjo el
asunto del Obispo Añoveros, el gran conflicto entre el Gobierno Español y la
Santa Sede, que pudo haber terminado en un caos. Varios Prelados pidieron
a don Marcelo que intentara ver al Jefe del Estado, Generalísimo Franco, que
no había querido recibir al Cardenal Tarancón, pero que acaso a él le
recibiría. Don Marcelo logró ver a Franco, para pedirle que no expulsaran de
España al Obispo Añoveros.
En su conversación le insistió que, por favor, por amor a España y por
amor a la Iglesia, no expulsaran al Obispos Añoveros, cuando ya tenían un
avión preparado en el aeropuerto de Bilbao para sacarle de España. Después
de estar hablando Don Marcelo durante veinte minutos, sin que Franco
dijera una palabra, y viendo Don Marcelo que le escuchaba, pero que no le
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impresionaban las reflexiones que le iba haciendo, le dijo:
“Excelencia, en
España hay 23.000 sacerdotes. De ellos más de 22.000 están comportándose
de una manera ejemplar y, en nombre de la Iglesia, están prestado un
servicio a España que nadie más ha prestado, ni lo puede prestar mejor. Con
las medidas que ahora quiere tomar el Gobierno, esos 22.000 sacerdotes
buenísimos y el pueblo sencillo van a sufrir mucho y van a pagar las
consecuencias, de una manera irreparable, de lo que hacen casi 1.000, que
crean los conflictos”.
Ante estas palabras vio que Franco se impresionó. Días
más tarde, cuando en el Consejo de Ministros la mayoría ya estaban
dispuestos a expulsar de España al Obispo de Bilbao, Franco utilizó ese
argumento, que detuvo la expulsión.
Confiado en el éxito que tuvo en esa ocasión, cuando al año siguiente
se celebraron varios consejos de guerra en que se pedían penas de muerte
para varios miembros de ETA y del GRAPO, Don Marcelo fue de nuevo a ver a
Franco y le pidió por las mismas razones, el bien de España y de la Iglesia,
que se condonaran todas las penas de muerte y no se ejecutara a ninguno.
En un momento Franco le dijo:
“Esté seguro, Sr. Cardenal, que haremos todo
lo que se pueda” y
se echó a llorar. Don Marcelo me dijo al salir:
“Se ve que
está sufriendo presiones muy fuertes. No sé si se va a conseguir que no
ejecuten las penas de muerte. Yo ya no puedo hacer más”.
EN ASTORGA Y EN BARCELONA
Antes de ser Arzobispo de Toledo, Don Marcelo fue sacerdote en Valladolid,
donde desarrolló toda su actividad, de forma ejemplar, durante veinte años.
Después, fue Obispo de Astorga, donde, además de trabajar con su empuje
juvenil, participó en todas las sesiones del Concilio Vaticano II.
Como Arzobispo de Barcelona, además de sus continuas predicaciones,
hizo
y puso en marcha obras muy importantes,
a pesar del tiempo que tuvo que
emplear en capear los conflictos, casi continuos, que se le presentaron.
Con las autoridades
mantuvo siempre una conducta de colaboración e
independencia. Por lo cual, aunque no aceptó el nombramiento de
Procurador en Cortes, que le ofrecieron, los catalanistas y los cercanos al
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marxismo le tacharon como subordinado manifiesto al Gobierno de Madrid.
Por el contrario, hubo grupos de derechas y algunas autoridades, que le
calificaron como colaborador con los enemigos del Régimen y muy débil
para corregir los abusos que, según ellos, los otros grupos cometían.
Conflictos desde el primer día
La reacción ante las dificultades es una buena prueba para conocer a
las personas. Entre los numerosos incidentes que tuvo en Barcelona, voy a
referir brevemente el que considero más comprometido. Ocho días antes de
la llegada de Don Marcelo, un grupo de sacerdotes había hecho una
manifestación, entonces prohibida por la ley, desde la catedral a la Jefatura
de Policía. La policía les cortó el paso, hubo enfrentamientos y heridos. Como
consecuencia, procesaron a cuatro de los manifestantes, que años más tarde,
siendo Don Marcelo ya Arzobispo, fueron juzgados y condenados a un año de
reclusión por el Tribunal de Orden Público. Un grupo de unos cien sacerdotes
fueron a manifestarse al patio del arzobispado, desafiando a la policía. Hubo
apelación al Tribunal Supremo y dos años después la sentencia fue
confirmada. Nueva manifestación en el patio del Arzobispado, con gran
escándalo de otros muchos sacerdotes que no estaban de acuerdo con estas
actuaciones, y profunda división también entre los seglares de distintos
pareceres. Y el Arzobispo en el medio, sufriendo presiones de unos y de
otros.
Para llamar más la atención, muchos estaban esperando el momento en que
se decidiera la fecha en que debían cumplir la condena de reclusión en una
casa religiosa, que señalara el Arzobispo. Don Marcelo estuvo haciendo
gestiones, en viajes a Madrid, con tres ministros, Garicano Goñi y López
Rodó, los dos muy vinculados a Barcelona, y el de Justicia, don Antonio Oriol,
pidiendo que los indultasen, sin que los encausados se enterasen, ni tuvieran
que entrar en prisión. Los tres le dijeron que eso era imposible, porque para
conceder el indulto tenían que empezar a cumplir la pena. Pero que, en
cuanto ingresaran, gestionarían el indulto con toda rapidez. Don Marcelo
insistió en que eso era lo que había que evitar, porque se iban a producir
grandes conflictos, que iban a dividir aún más al clero y al pueblo. Escribió,
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además, a Franco,una carta, que el Ministro Oriol le entregó personalmente.
No tuvo contestación y cuando llegó la sentencia, diciendo que los cuatro
debían empezar a cumplir la pena, Don Marcelo no aguantó más, consultó
con el Abogado del Arzobispado, que era el Decano del Colegio de Abogados
de Barcelona, y, sin que se enteraran los encausados, que querían que les
obligaran a ir a prisión para que el escándalo fuera más notorio, Don
Marcelo decidió hacer un escrito, diciendo que ya estaban cumpliendo la
sentencia -cosa que no era cierta- en la casa de San Felipe Neri y daba la
dirección y el teléfono de la misma. El asunto, llevado con el máximo secreto,
sólo lo sabían el Arzobispo, el Abogado, el Obispo Auxiliar Mons. Guix y el
Rector de la casa, que al día siguiente envió un escrito al Tribunal, diciendo
que allí estaban recluidos los cuatro sacerdotes y observaban muy buena
conducta – lo cual tampoco era cierto- y con este escrito iba unido otro del
Obispo auxiliar que, en nombre del Arzobispo, pedía el indulto.
Los documentos llegaron al Tribunal. El Fiscal, para confirmar lo que decían
los escritos, llamó por teléfono a la casa de San Felipe Neri, y aquí se lió el
asunto. Cogió el teléfono un empleado que no sabía nada de la trama, y el
fiscal le preguntó por el Superior, que en ese momento no estaba en casa, y
por los cuatro sacerdotes, que estaban allí recluidos. El empleado le dijo que
allí no había nadie. El Fiscal llamó por teléfono al obispo auxiliar que había
firmado los escritos “por orden del Sr. Arzobispo” y le dijo muy serio que, de
acuerdo con la Ley, quien había cometido ese delito de falsedad tenía que ir
a la cárcel de forma inmediata.
El Obispo auxiliar fue corriendo a decírselo a Don Marcelo, que estaba con
una visita, a la que tuvo que decir que saliera un momento. Don Marcelo se
armó de todo lo necesario y dijo, sin dudarlo un instante:
“Se acabaron los
paños calientes. Ellos verán si detienen a estos cuatro. Si hay que ir a la
cárcel, voy delante de ellos. Yo soy el responsable de los escritos”.
Allí tenía el
teléfono del Ministro de Justicia, marcó el número, se puso el Ministro, Don
Antonio Oriol, a quien Don Marcelo le contó lo que había pasado y añadió:
“Aquí estoy yo, dispuesto desde este momento a ir a la cárcel. Hasta las dos
estaré en el Arzobispado; por la tarde no saldré de mi despacho, en mi
residencia, en el Colegio de las Madres Teresianas. Yo soy el responsable de
los escritos, que se han hecho por orden mía. Ni me arrepiento, ni me
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escondo, Sr. Ministro. He procurado durante estos quince días evitar el
escándalo. Uds. no me han dado solución. No han previsto el jaleo que se
podía armar, y ahora lo vamos a tener más gordo, cuando se haga público
que meten al Arzobispo de Barcelona en la cárcel”
. Y, ya más calmado,
añadió:
“Don Antonio, ahora como amigo, le ruego que piensen lo que van a
hacer. Busquen la solución que sea, pero eviten meterse en este lío, que no
sabemos adónde nos puede llevar, pero desde luego a nada bueno…”
Al día siguiente llegó un telegrama urgente, diciendo que los
sacerdotes habían sido indultados. A los pocos minutos de recibir el
telegrama, llamó el Ministro Oriol, confirmando la noticia y pidiendo a Don
Marcelo que guardara absoluto secreto, porque hasta unos días después los
encausados no recibirían la comunicación en el Juzgado.
Efectivamente, a los tres o cuatro días recibieron una citación urgente,
señalando el día en que tenían que presentarse en la Audiencia. La noticia se
corrió con toda rapidez entre sus grupos afines, que enseguida se
organizaron y, llegada la fecha, un grupo de sacerdotes se pusieron la sotana,
para ir a la hora convenida a las cercanías de la Audiencia, para que cuando
los encausados salieran con la noticia, acompañarles en procesión, con cruz
alzada, cantando el rosario, por las calles de Barcelona hasta el Arzobispado.
La gran desilusión se produjo, cuando los encausados salieron muy
contrariados y con caras de enfado manifiesto, porque les habían
comunicado el indulto.
Y esto no era más que el primer eslabón de la cadena de conflictos que
tenían preparados. El siguiente, que ya habían anunciado al Sr. Nuncio los
cuatro encausados, sería “Huelga de Misas” en muchas parroquias, a partir
del domingo siguiente al que empezara la reclusión de los condenados.
Gracias a la intervención de Don Marcelo se evitó, primero que lo
cuatro sacerdotes ingresaran en prisión y, segundo, como consecuencia, que
no se celebrara esa procesión, falsa y escandalosa, que hubiera divido aún
más a los sacerdotes y fieles de Barcelona.
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Entre estas alegrías y contrariedades el Papa le nombró Arzobispo de
Toledo, donde Don Marcelo, desde el primer momento, se encontró muy
feliz, como un toledano más.
He contado hechos, más o menos significativos de la vida de Don
Marcelo, que pudieron haber sido primeras noticias de prensa. Para él lo
más importante era
la vida ordinaria de cada día:
La caridad con obras, la
piedad sincera, el trabajo, el servicio a los demás, la obediencia, el celo
pastoral, la fidelidad; las obras buenas y sencillas que están al alcance de
todos y que no suelen aparecer en los periódicos, pero que, salidas del fondo
del corazón, son las que dan brillo a la Iglesia de Cristo y contribuyen a dar
gloria a Dios.
CONCLUSION
En la carta que el Papa San Juan Pablo II le escribió, el año 1986, al
cumplirse los veinticinco años del nombramiento de obispo, después de
enumerar diversas cosas que había realizado Don Marcelo en su vida, le dice
:
“Bien sabemos que no siempre has navegado por mares muy tranquilos.
Pero ¿a quién no le alcanza el oleaje? Sigue, pues, el camino emprendido,
confiando en Dios, a quien sea la gloria por los siglos”.
Esta carta del Santo Padre y el tono de su redacción produjeron a Don
Marcelo mucha alegría. Cuando se publicó, una persona, colaboradora muy
cercana, le dijo: “Le habrá gustado la carta que le ha enviado el Papa, sobre
todo esa frase que le dice:
“sigue en el camino emprendido…”,
que
manifiesta una aprobación expresa a su labor”. Don Marcelo contestó:
“Pues
sí, es verdad. Esta carta me ha producido mucha alegría. El Papa es siempre
muy generoso conmigo. Me quiere mucho y sabe que yo también le quiero
mucho a él. Le agradezco estas expresiones de atención. Pero lo más
importante es que Dios, que me conoce del todo, me diga lo mismo, cuando
quiera llamarme”.
Fue Arzobispo de Toledo durante casi 24 años, atendido, en el Arzobispado,
por las Religiosas Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote. Cuando pasó a
emérito, aquí siguió, los nueve años que vivió como jubilado, en la Residencia
“Madre Genoveva” de las Religiosas Angélicas. Tanto unas como otras le
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atendieron con toda solicitud y delicadeza. El día 25 de agosto se cumplirán
los catorce años de la fecha en que fue llamado a la Casa del Padre.
Hoy se cumple el centenario de la venida a este mundo del Cardenal
Don Marcelo González Martín, “DON MARCELO”. Demos gracias a Dios por su
nacimiento y pidamos al Señor de la Misericordia que, si aún no le tiene
junto a Él en el cielo, le lleve cuanto antes, para que goce de la Gloria Eterna
e interceda por nosotros.
Muchas gracias.
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Pues como me temía sale sólo el final: A ver si los puedo enmendar.
Comentarios
12 comentarios en “Dos excelsos cardenales toledanos: Cisneros y Don Marcelo
  1. Ilustre: Don Francisco, que los próximos que cumpla el 14 de julio serán 93, creo que está ya con la cabeza muy ida y sin apariciones públicas.

  2. Muchas gracias por publicar la conferencia. Nos hemos enterado de movimientos de una clerecía levantisca que apenas conocíamos. Son los mismos que ahora son la defensa y primera línea de ataque del separatismo más montaraz. Los mismos que, entre medio, buscaron firmas contra el cardenal Carles. Los mismos que prohiben la misa en castellano. Los mismos que han hecho mangas y capirotes de la doctrina de la Iglesia. Los mismos que han puesto el templo al servicio del etnicismo más basto y más bastardo. A esa clerecía secular, había que añadirle jesuitas (Caspe), benedictinos (Montserrat) y capuchinos (Sarriá), a los que fueron sumándose franciscanos (Ubach)), Escolapios (Ronda san Antonio), claretianos, con los maristas, hasta
    conformar una población despreciable que, como la carcoma, está arruinando la Iglesia.

  3. D. Paco Pepe debe haber un error pues se corta el episodio de Franco y Añoveros. Si puede recuperarlo podremos leer íntegramente el documento

  4. Papólatra, ése es ya un viejo tópico. Fray Hernando ha tenido también sus homenajes y fastos (con ediciones en DVD de sus Oficios incluidas), y su figura pienso que está rehabilitada y reivindicada hasta por los modernos poderes públicos.

  5. Empiezas admirando la exposición… y acabas una vez más seducido por la catedral y por toda la vieja Toledo. Esa ciudad es veneno para la imaginación. Yo también fui a ver a Cisneros, y terminé trotando por los míticos Cigarrales en pleno invierno. Y ya en casa, sigo embebido con las obras toledanas de Marañón. Y paso mentalmente con los Bécquer bajo los cobertizos de Santo Domingo el Real. Y hasta oigo misa solemne, viendo subir al Cielo la salmodia de las Bernardas de San Clemente, de la mano del ficticio Ángel Guerra, creación novelesca de Galdós…

  6. Qué pena que nadie se acuerde de otro gran hombre de iglesia toledano, coetáneo casi exacto de Cisneros. Me refiero a fray Hernando de Talavera.

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