DOMINGO XXVIII DURANTE EL AÑO
Entre las lecturas que nos presenta la Liturgia de las horas para hoy, se encuenrra un texto del libro de Ben Sirá contra la soberbia, que comienza asÍ: “Por ninguna ofensa devuelvas mal al prójimo, no marches por el camino de la soberbia; la soberbia es odiosa al Señor y a los hlombres”.
Y luego se pregunta: “¿Por qué se ensorbece el polvo y ceniza si aun en vida se pudren sus entrañas? Muere el hombre que hoy es rey y mañana cadáver; “muere el hombre y hereda gusanos, lombrices, orugas e insectos”.
La soberbia empieza con “el poder humano que aleja el corazón de su Hacedor, pues el pecado es aljibe de insolencia y fuente que mana planes perversos”
Concluye el texto: “No es digna del hombre la insolencia, ni la crueldad del nacido de mujer”.
No es caualidad que ya en la poesía griega, en la cual se encontraba en germen la filosofía griega, Hybris, la insolencia, la desmesura, el pretender salirse de los límites, se presentara como enemiga de Diké, la justicia.
Con las otras enemigas, Bía, la fuerza y Eris, la pendencia, se puede distinguir y ya Solón diferenciaba entre una buena Bía, la fuerza asociada y al servicio de la Diké, la justicia y la mala Bía, la violencia enemiga de la justicia. Carnelutti escribe: el carabinero persigue al bandido para que este no ataque al caminante; la fuerza del carabinero es legítima, sirve al bien común, en cambio la del bandido es pura violencia, al servicio de su egoísmo.
Con Eris pasaba lo mismo y se podia distinguir una buena, la emulación, de la mala, el espíritu de contradecir, la pendencia.
En cambio, la hybris, la desmesura, la desubicación, siempre será mala y enemiga de la justicia. Acerca del tema rercomiendo el artículo de Hugo Esteva, publicado en “La Prensa” con el título “Ubicación”, excelente.
La Segunda lectura, es de la carta de san Agustín, versa acerca de la oración y comienza con una gran pregunta: “¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos como hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida, gozar de las dulzuras del Señor contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro… todos los días se dan simultáneamente”.
Y continúa: “Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida… nos enseñó a orar, pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si escuchara mejor como si más locuaces nos mostráramos. Pues, como el mismo Señor dijo oramos a Aquél que conoce nuestras necesidades aun antes que se la expongamos”.
Esto me recuerda un texto precioso de mi querido amigo el padre Horacio Bojorge, que se encuentra en su libro “La parábola del perro” (Ed. Gladius y Narnia, Buenos Aires 2000), se titula: “Dios no precisa que le den la lata” y que dice:
¡Qué equivocado está el que se imagina
que Dios precisa que le den la lata!
Nuestra oración es tanto más divina
y le resulta a Dios tanto más grata
cuando el ornante ahorrando peroratas,
confía en que Dios ya sabe y adivina
hasta sus pensamientos más secretos.
Y en que -Padre amoroso- en sus decretos,
todo lo que sucede lo encamina
hacia el bien de sus hijos predilectos.
Nadie piense que el Padre oiga mejor
o atienda más al que es más hablador;
al que tenga más labia, más recursos,
más elocuancia y dotes de orador.
Orar no es competir en un concurso
donde se gana a fuerza de discursos.
Y viene luego la comparación con el perro que no habla pero se hace entender; y se pregunta: Dios ¿no va a entender, cuando nos viere, arrimarnos a Él, necesitados?
Afirma Agustín de Hipona que nuestro Dios y Señor “pretende que por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso se nos dice: Dilatad vuestro corazón”.
Eso es lo que tenemos que hacer: dilatar nuestro corazón para ser más capaces de rercibir tantos dones divinos. Que Dios nos ayude en nuestro empeño.
Buenos Aires, octubre 13 de 2024. Bernardino Montejano