DE SAN JUAN CRISÓSTOMO A LOS HIPÓCRITAS ARGENTINOS
La Liturgia de las Horas de hoy, nos ofrece en su segunda lectura un texto de las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo, sobre el evangelio de san Mateo.
Llamado “boca de oro” por su elocuencia, vivió durante el siglo IV (murió en el año 407), fue uno de los grandes Padres de la Iglesia de oriente y declarado Doctor de la Iglesia, nada menos que san Pío V, en 1568.
Al ser designado obispo “reformó el clero, depuso a clérigos y diáconos notoriamente escandalosos y se esforzó por hacer desaparecer la lujuria, la avaricia y la intemperancia, muy arraigadas… Al examinar los asuntos económicos, encuentra muchos dispendios inútiles, considera excesivos los bienes del obispo y manda construir con ellos un hospital; más tarde construirá nuevos hospitales, a los que también dio un régimem de internado… reprende a los ricos, enseñándoles a vivir humildemente y a tratar a los otros con modestia” (Javier Ibáñez, G.E.Rialp, Madrid, 1981, T. 13, p. 560).
¡Buen modelo para los obispos en general, especial para los obispillos que hoy tanto abundan en el Episcopado Argentino, designados casi todos por alguien que conoce el paño!
En la homilía, que aparece como lectura hoy, se pregunta san Juan Crisóstomo: “Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies pues, cuando lo encontréis desnudo en los pobres, ni lo honres aquí en el templo, con lienzos de seda, ni al salir lo abandones en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad lo que decía, afirmó también: Tuve hambre y no me diste de comer, y más adelante: siempre que dejaste de hacarlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejaiste de hacer. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma”.
Más adelante nos exhorta: “honremos a Cristo con aquel honor con el que desea ser honrado… Dios no necesita de vasos de oro, desea almas semejantes al oro”.
El Padre de la Iglesia no prohibe hacer donaciones para los templos, sino afirma que “junto con estos dones y aun por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres… porque de la ofrenda hecha al templo solo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe… el don dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en cambio, solo es signo de amor y de caridad”.
E insiste con las comparaciones: “¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y ¿De qué serviría recubrir el altar de lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir sus desnudez?… ¿No pensará él que quieres burlarte de su indigencia con la más sarcástica de las ironías?”
Ahora, otra comparación, esta vez con los presos: “Con cadenas de plata sujetas las lámparas y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel… os exhorto a que sintáis mayor prepcupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie rresultará condenado por omitir lo segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero”.
Concluye su alegato comparando al preso, por ejemplo, con el templo: “procurad no despreciar al hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquél otro”.
Porque el el hambiento, el sediento, el desnudo, el enfermo, la viuda, el huérfano, el pobre, el preso, son templos vivientes y en ellos vive Cristo, quien también habita en los templos de piedra, donde está presente en el Santísimo Sacramento del Altar; porque las iglesias católicas están habitadas, no así los templos protestantes que se encuentran vacíos; esto lo señaló el cardenal John Henry Newman, antes de su conversión.
Un antecedente importante de estos necesitados se encuentra en el Antiguo Testamento, que los agrupan en cuatro categorías: el pobre, las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Este es el sentido del diezmo y así lo dispone el Deuteronomio: “A fin de cada tercer año separarás las décimas de los productos y los depositarás en tu ciudad; allá vendrá el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, el extranjero, el huérfano y la viuda y comerán y se saciarán para que Dios te bendiga en todas las obras de tus manos” (24, 28/29).
Quiero destacar la presencia del extranjero entre los necesitados; el Levítico ordena: “si viene un extranjero para habitar en esta tierra, no lo oprimaís, tratad al extranjero como al indígena, ámale cmo a ti mismo” y como Yahveh conocía bien a su pueblo, le recuerda sus sufrimientos: “porque extranjeros fuisteis vosotros en tierra de Egipto” (19, 33/34).
Ahora me ocuparé de la hipocresía de muchos argentinos quienes condenan la visita de unos diputados a los presos por delitos de lesa humanidad que pueblan nuestros originales campos de concentración, verdaderos muertos civiles, privados de sus derechos más elementales.
Repito un texto, ya citado de San Juan Crisóstomo: “con cadenas de plata sujetas las lámparas y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en la cárcel… os exhorto a que sintáis mayor prepcupación por el hermano necesitado que por el adorno del templo. Nadie rresultará condenado por omitir lo segundo, en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo primero”.
El Padre de la Iglesia no comparte los deseos de Francisco y cree en la existencia del infierno y sus castigos: el infierno existe y no está vacío y bien poblado, aunque yo creo que la mayoría de los hombres se salvan; coincido con el padre Castellani, quien piensa que Dios hizo bien las cosas.
Pero lo más grave es que muchos integrantes de nuestra Conferencia Episcopal, al distinguir en las obras de misericordia las visitas pastorales de las políticas, inventan una discriminación segregada de sus cerebros y se incorporan a la legión de los hipócritas. Se olvidan que de Dios nadie se burla y que sus mandatos, que le Iglesia explicita en las obras de misericordia, no admiten absurdas separaciones nada evangélicas.
Buenos Aires, agosto 31 de 2024. Bernardino Montejano
Los constantes nombramientos de prelados argentinos, con docenas y docenas de auxiliares, hipotecan el futuro de la Iglesia para dos décadas. La labor destructiva, verdaderamente aterradora, de este papa alcanza en Argentina su punto más alto.