| 18 julio, 2018
En Germinans y también por esta cigüeña.
https://germinansgerminabit.blogspot.com/2018/07/se-acabo-la-broma-de-sant-medir.html
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Parece que se ha acabado un cura impresentable, cosa que debía haber ocurrido mucho antes pero más vale tarde que nunca. Y felicitación al cardenal arzobispo de Barcelona por una medida valiente aunque fuera necesaria.
Parece que el Cardenal Omella y Ada Colau tienen una misma visión de la inmigración:
http://www.periodistadigital.com/religion/espana/2018/07/16/ada-colau-y-omella-reflexionan-sobre-la-acogida-religion-iglesia-refugiados-temor-pereza-solidaridad-barcelona.shtml
Por una vez tengo que reconocer que ha hecho algo bien…con un retraso de dos años.
El poder del luto
Fray Philip Nolan OP
18 de Julio de 2018
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.» (Mt 5, 4).
Con esta bienaventuranza, Jesús nos promete que las lágrimas pueden contar para algo. Pero, ¿Para qué?
Podríamos pensar que quienes lloran serán bienaventurados sólo después de la muerte. Y es cierto, pero eso no es todo lo que nos ofrece esta bienaventuranza. El Señor declara que quienes lloran son bienaventurados ya.
Considera estos ejemplos: Las lágrimas de Santa Mónica por las fechorías de su hijo Agustín.
La tristeza de una persona a causa del amigo que ha abandonado la fe.
El dolor de aquéllos que contemplan la destrucción generalizada de la inocencia infantil en nuestra país.
¿En qué sentido son bienaventurados estos creyentes en su llanto? El Papa Benedicto XVI escribe en Jesús de Nazaret: «El duelo del que habla el Señor es el inconformismo con el mal.»
Todas estas personas sufren porque no aprueban un evento o estado de cosas sometido al poder del mal. Lo soportan porque deben hacerlo, pero no dicen que el mal esté bien: «Aunque no está en su poder cambiar la situación general, contrarrestan el dominio del mal mediante la resistencia pasiva de su sufrimiento y el duelo que pone los límites al poder del mal.»
Vivir de acuerdo con esta bienaventuranza implica el dolor por cosas que muchos consideran de mínima importancia.
Santo Domingo por las noches derramaba abundantes lágrimas preguntando a Dios: «¿Qué será de los pecadores?»
Y al igual que Santo Domingo, cuando nos lamentamos por los males de nuestra vida y del mundo, «ponemos límites al poder del mal.»
Participemos en el dolor redentor de Jesús por los pecados del mundo.