Con mosén Espinar y con Germinans en estos momentos

Mosén Francisco Espinar es un sacerdote ejemplar, muy culto, muy entregado, auténtico buen pastor en su parroquia del extrarradio de un pueblo extrarradio de Barcelona, la iglesia de san Juan Bautista de Santa Coloma de Gramanet. Conocí aquella iglesia «in fieri», en las postrimerías de los sesenta y primeros setenta. Era entonces un templo desnudo, con una estancias paupérrimas, acordes con el contorno, un barrio sin trazado, calles sin asfaltar. La iglesia hacía de catalizador de movimientos juveniles obreros. Los sacerdotes eran obreros. La política, como en tantos casos, terminó absorbiendo el espíritu religioso. Y los sacerdotes pasaron a ocupar puestos destacados en el partido socialista y en el comunista. Socialista era el sacerdote que fue elegido alcalde de Sana Coloma en la democracia y comunista el sacerdote concejal de cultura. La deriva terminó haciéndoles separatistas. Incluso a tratar de convencer a los inmigrantes para que se hicieran independentistas en agradecimiento a lo que habían recibido. La práctica religiosa desapareció. Y tras un breve interregno, llegó mosén Espinar. Dios volvió a ser el centro de la parroquia; el culto, pulquérrimo, la misa, incluida una ad orientem, seguida con ejemplaridad. La catequesis, la atención a los jóvenes, la confesión, el rosario y la exposición… todo desde casi la nada. Estos días que leemos los Hechos de los Apóstoles son un buen ejemplo de las «fundaciones» que iban realizando los apóstoles. Como en el caso de hoy, Lidia, se llama en santa Coloma doña Elena, un puntal de la parroquia que acaba de morir por el covid. Y mosén, que se desvive por todos y cada uno de sus fieles, que los conoce a todos por el nombre y conoce sus cuitas y sufrimientos, que acompaña a los familiares en los entierros, está solo. A ello le ha sobrevenido la atención a su madre anciana completamente dependiente e inmóvil. Dependiente de él, enteramente de él. Tanto trabajo, tanta atención, no hay cristiano que lo soporte. Salvo que se pierdan quince kilos. Y se pierda hasta la voz. Su función y celo ministerial no se ha resentido, pero el cuerpo no puede más. O se nos va. Porque, mosén es de muchos más que de su parroquia. Los que dependen de él están incluso en Italia, donde tiene su primer amor, su novia, como él dice, una parroquia napolitana, a la que tampoco ha abandonado. Cuando se le necesita, mosén Francesc está ahí. Como un junco movido por el viento, pero firme.