CARTA DE SANTIAGO

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Epístola de Santiago - Wikipedia, la enciclopedia libre

CARTA DE SANTIAGO

Hoy, después de una semana, en la Liturgia de las Horas, concluye la única epístola del apóstol Santiago, ese texto que enfurecía al hereje Lutero y acerca del cual meditaría para refutarlo desde su retrete, hoy venerado por los luteranos, pasando largas horas de su existencia, creemos sin ser tentado por Satanás, el mismo Demonio que tentaba a Santa Teresa de Ávila, cuestionando el toilette como espacio de oración y según dicen sufrió una contundente respuesta de la doctora de la Iglesia: “lo que rezo es para Dios, lo que hago es para vos”. 

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La carta no tiene desperdicio y empieza hablando de la tentación. El estar sometidos a diversas tentaciones debemos considerarlo “como una alegría, sabiendo que la prueba de la fe produce constancia”. 

Para afrontarlas debemos pedir “con fe, sin vacilar; porque quien vacila es semejante al flujo y reflujo del mar, que el viento agita y lleva de una parte a otra”.

Cada uno de nosotros “es tentado por su propia concupiscencia que lo atrae y lo seduce; una vez que la concupiscencia ha concebido, da luz al pecado; y el pecado, llegado a su madurez, engendra la muerte”.

Después vienen consejos universales, válidos para todos los tiempos y lugares: “sea todo hombre pronto para escuchar, tardo para hablar, remiso para la cólera. El hombre encolerizado no obra lo que agrada a Dios”.

Magnífico consejo para nosotros, a quien una compañera de banco nos puso el apodo de “gruñón” por malhumorado y rezongador, el cual por suerte no tuvo difusión; pero también aplicable a quienes ejercen el poder civil y eclesiástico, como nuestro presidente y nuestro papa, ambos argentinos y bastante coléricos.

Debemos “recibir con docilidad la palabra de Dios” y llevarla a la práctica, “pues quien la escucha y no la pone en práctica, se parece a aquél que se miraba la cara en el espejo y apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era”.

Más adelante, critica la “acepción de personas” vicio contrario a la justicia distributiva, y nos dice: “si obráis con acepción de personas, incurrís en pecado y la ley os acusa de transgresión. Quien quebranta un solo precepto de la ley, aunque observe todo lo demás, se hace reo de todos, pues el que dijo ‘no adulterarás’, dijo también ‘no matarás’. Y aunque no adulteres, si matas, te haces transgresor de la ley”.

Y nos anuncia el juicio final: “habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio.

En la Liturgia de las Horas se omite una parte importante de la epístola; ¿Por qué será? ¿Tal vez para no molestar a nuestros hermanos separados? No lo sabemos, pero denunciamos la omisión e invitamos a nuestros lectores a revisar la edición que uso. aprobada por la Conferencia Episcopal Argentina y que debe ser tenida como versión típica y empleada en las celebraciones litúrgicas según decreto de febrero de 1981 firmado por el cardenal Primatesta. 

La parte omitida comienza con un ejemplo: ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’ si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen de sustento diario y alguno de vosotros les dice: ‘Idos en paz, calentaos y hartaos’, pero no les da lo necesario para el cuerpo ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras está realmente muerta… Pruébame tu fe sin obras, y yo te probaré por mis obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan… La fe sin obras es estéril”. Y argumenta con dos ejemplos bíblicos: el de Abraham y el de Rajab, la prostituta, quien quedó justificada por las obras, dando hospedaje a los mensajeros y haciéndolos marchar por otro camino (Biblia de Jerusalén, Desclée, Bilbao, págs. 1735/9) 

Después se ocupa de la lengua, de la boca, de la palabra y elogia al hombre que les puede poner traba y nos ofrece buenas comparaciones con el freno a los caballos, con el timón de la nave y con el fuego y los incendios.

Nos previene de un mal que trabaja incansablemente lleno de veneno mortal, en una lengua que bendice al Señor y Padre y maldice a los hombres creados a imagen de Dios. “De la misma boca salen la bendición y la maldición. Hermanos: esto no debe ser así: ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Puede acaso la higuera dar aceitunas o higos la vid? Tampoco un manantial de agua salada puede dar agua dulce”.

Distingue dos sabidurías: una terrena y otra celestial. En la primera, demoníaca, “hay envidias y rencillas, desorden y toda clase de maldad. En cambio, en la que viene de arriba es pura y amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera”.

Luego se ocupa de la raíz de la discordia y del mundo, como enemigo de Dios y se pregunta: “¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios?”  

Junto con el demonio y la carne, el mundo es nuestro enemigo y ante él nos exhorta: “Vivid sometidos a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros… Humillaos en presencia del Señor, y Él os ensalzará”. No habléis mal unos de otros. El que habla mal de un hermano o lo juzga, habla mal de la ley y la juzga. “Y si juzgas a la ley no eres cumplidor de la ley sino su juez. Uno es el legislador y el juez. El que puede salvar y perder”.

Para ponernos en el lugar que nos corresponde se pregunta: “¿Qué es nuestra vida? Sois un poco de vapor que aparece en un momento y al punto se disipa”. Relativiza nuestros proyectos futuros pues sabe que “cada día tiene su afán”. 

Critica la jactancia del hombre y la acumulación de bienes: “vuestras riquezas están podridas y vuestros vestidos carcomidos por la polilla”.

El juramento es un acto de la virtud de religión; sin embargo. está amenazado por el perjurio; por eso, y siguiendo las enseñanzas del Evangelio nos recomienda: “Sobre todo hermanos no juréis ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Vuestro ‘sí’ sea ‘sí’ y vuestro “no” sea ‘no’ para no incurrir en condenación”. Porque de Dios nadie se burla y está prohibido tomar se nombre en vano.

Finalmente nos aconseja como enfrentar el dolor: “¿Sufre alguno de vosotros? Que rece. ¿Está uno de buen humor? Que cante. ¿Hay alguno enfermo? Llame al responsable de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor”.

Magnífica toda la enseñanza. Lo omitido, una vergüenza más para nuestros obispos.

Buenos Aires, junio  8 de 2024                                Bernardino Montejano

 

Comentarios
1 comentarios en “CARTA DE SANTIAGO
  1. 1. Señor Montejano, debería advertir de otro «Lutero», que fuere presidente de Acción Católica de Argentina.
    2. Pista: La Comunidad y el Partido Humanista: «Una secta fundada por un personaje con pretensiones mesiánicas.»

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