Hacía tiempo que no le traía al Blog. Aunque sigo leyéndole casi siempre. Y el casi no es todo por falta de tiempo por mi parte. Evidentemente no soy su portavoz ni el Blog la portada de sus artículos. Pero mi admiración a su persona es permanente. No como escritor, que debe ser excelente pero yo no soy un crítico literario, aunque haya disfrutado de algunas de sus novelas, la de Filipinas y la de Santa Teresa me parecieron espléndidas. Esto no supone crítica a otras sino simplemente que no las he leído. Mis horas del día son sólo veinticuatro. Y a las novelas les dedico muy pocas. Casi ninguna. Y no en el día, en el año. Sigo mucho más sus artículos con los que me suelo identificar totalmente. Tal vez en alguna ocasión con pequeño matiz accidental que para nada enturbia mi entusiasmo. El que acabo de leer, sin matiz alguno. https://www.religionenlibertad.com/linchamiento-59584.htm No tenía ni idea de la existencia de Enrique Álvarez. Dado mi poco tiempo y mis muchos años es casi seguro que me muera sin haber leído ninguna de sus novelas. Pero tras el artículo de Juan Manuel de Prada toda mi solidaridad a su persona. Y una vez más la total a la valentía del articulista. Hombres así, que se visten por los pies, arriesgando muchísimo de su carrera literaria y personal, no abundan. Lo que dice del linchado valdrá lo que valga. Que pienso que no es poco. Lo que dice de los católicos, cada vez más mierdentos, lo suscribo de quilla a perilla. Desgraciadamente es así. Y así nos va. Hubo un hombre, cuyo nombre era Juan, que clamaba en el desierto. Prada, que también se llama Juan, clama también hoy. En otro, o el mismo, desierto. No sé quienes te oirán. Quiero decirte, muy querido y admirado amigo, que yo sí te he oído. Desde la admiración que desde hace ya tiempo te profeso y que se acrece cada vez que te leo. Llevabas seguramente meses sin que te trajera al Blog. Pues hoy, hasta con baldaquino. Los católicos dormidos, que son la inmensa mayoría me temo que seguirán en su dulce y suicida sueño. Tú no puedes hacer más para despertarles. Dios te lo pagará. Y yo, en mi insignificancia, con todo mi afecto, mi reconocimiento y mi gratitud por todo lo que nos das. Con tanta valentía. Hoy tan inexistente.
Otro artículo, antológico, de Juan Manuel de Prada

| 18 octubre, 2017
Por todo ello, es tremendamente insensato reaccionar ante el terrorismo yihadista favoreciendo al Islam moderado en nuestras sociedades. No me cansaré nunca de repetir que cualquier concesión hecha a las mezquitas para darles ejemplo de tolerancia, a fin de que los terroristas se aplaquen un poco, constituye un error gravísimo. Porque sólo los tontos ignoran, aunque el número de ellos crece y crece, que el terrorismo no es ciego, ni ilógico, ni absurdo; que el terrorismo siempre saca tajada social y política, o al menos aspira a ello. Y el Daesh tampoco es una excepción.
De modo que la acción policial intensa y bien coordinada internacionalmente para combatirlo está muy bien. Pero si esa acción no se acompaña de una toma de conciencia por parte de los pueblos europeos de que, hasta donde la democracia lo permita, urge restaurar la religión de Cristo y limitar al máximo la de Mahoma, estos muertos de Barcelona y los de París y los de Londres y los que vengan, habrán derramado útilmente su sangre. Sí, muy útilmente. Para el avance del Islam, claro.
Publicado en El Diario Montañés el 22 de agosto de 2017.
Pero con todo esto, el Islam es una religión mala y perversa. Lo es porque niega la cualidad esencial de Dios, el Amor, y la niega en sí misma y en sus efectos, o en el mayor de todos ellos, que es la Encarnación y la obra redentora de Cristo, que se sustenta necesariamente sobre su divinidad. Y lo es también porque niega por completo el libre albedrío humano, porque tiene una concepción totalmente determinista y fatalista del hombre. Y porque niega asimismo la autonomía de las leyes naturales. Y porque niega la igualdad esencial en dignidad y derechos de todos los seres humanos. Y por último (por si todo lo anterior resultara mera especulación teológíca), es mala y perversa porque el Islam ha traído al mundo, desde el minuto uno hasta el día de hoy, un sinfín de guerras, de odios y de divisiones irreconciliables, tanto en su ámbito interno como en sus relaciones con la cristiandad, a la que por cierto también contribuyeron a envenenar más de lo que ya lo estaba por causa del cesaropapismo.
El artículo de Enrique Álvarez al que se refiere el artículo es bastante malo. Malo, por el oceánico desconocimiento que muestra sobre el Islam (no es cierto que niegue el libre albedrío ni las leyes de la naturaleza, aunque sí concedo que estas posturas son hoy mayoritarias entre los musulmanes). Malo desde un punto de vista filosófico (hablar de «cualidades» en Dios es una CAGADA descomunal). Y malo desde un punto de vista de la Teología Fundamental por ignorar la distinción esencial entre lo que es cognoscible por la razón y lo que no.
Y desde luego, no hará que ningún musulmán se haga cristiano, que es de lo que se trata. Si acaso, a que miren la fe cristiana con más desconfianza y recelo que antes, y Dios sabe que ya es muy grande. Aunque deplore que se someta a linchamiento al autor, no se merece que le defiendan con tanto entusiasmo.
Totalmente de acuerdo contigo, aro. Y me compraré algún libro de Enrique Álvarez, tiene que ser una gran persona y me gustaría conocerle.
Juan Manuel de Prada sobre el Sínodo con humor e ironía
Puesto que todas las personas, como criaturas de Dios, tienen dones y cualidades valiosos, ¿a qué se debe esa mención especial a los homosexuales?
A los católicos se nos pidió que hiciéramos lío, pero de momento sólo han conseguido que nos liemos. En la relación del sínodo sobre la familia y otras finas hierbas se leen perogrulladas y sofismas de este jaez: «Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana». Para descubrir la naturaleza a la vez perogrullesca y sofística de la afirmación, basta sustituir «homosexuales» por «gordas», «negras», «rubias», «dedicadas al cultivo del champiñón» o «con úlcera gástrica»; cualquier epíteto o sintagma, en fin, que complemente al sustantivo «personas» sirve, de donde se desprende que cualquier persona puede tener (¡para dar y tomar!) dones y cualidades muy provechosos para la comunidad cristiana; y muy especialmente para sus obispos, que antaño tenían visión de águila (como su etimología indica), pero que hogaño parecen cegatos como topos, o tal vez sea que estén lanzando patéticos guiños de puta vieja a la corrección política. A esto, en el lenguaje del Apocalipsis, se le llama fornicar con los reyes de la tierra; en lenguaje evangélico, dar al César lo que es de Dios; y, en román paladino, rendir pleitesía al mundo.
Puesto que todas las personas, como criaturas de Dios, tienen dones y cualidades valiosos, ¿a qué se debe esa mención especial a los homosexuales? ¿Acaso se insinúa que, por el hecho de serlo, son personas más dotadas y cualificadas que el resto de los mortales? ¿Se pretende afirmar que, por ser homosexual, una persona se libra de ser envidiosa, soberbia, vulgar, aburrida, soplagaitas o tonta del culo? Una frase tan perogrullesca y sofística, tan meliflua y delicuescente, sólo revela un afán majadero, como de gozquecillo que menea el rabo, por halagar servilmente la mentalidad de la época, por ofrendar incienso al César; y, además, elude de forma blandulosa y pusilánime la llamada a la conversión de Cristo, que sin duda descubrió cualidades y dones valiosísimos en la mujer adúltera, a la que sin embargo dijo: «No peques más».
Pero, ¡vaya si hay homosexuales llenos de dones y cualidades! Por la pluma de algunos habla el Espíritu Santo; y convendría que los obispos, en lugar de leer mamarrachadas kasperosas, se dedicaran a leer a estos homosexuales egregios, para liberarse de la degradante esclavitud de la corrección política. Pier Paolo Pasolini, por ejemplo, en sus Escritos corsarios, se revuelve contra los cínicos y los moderaditos que han pretendido adulterar el sentido radical de la célebre frase evangélica «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»: «Porque lo que Cristo quería decir no podía ser, de ningún modo, ?complácelos a ambos, no te busques problemas, concilia los aspectos prácticos de la vida social con tu vida religiosa, procura nadar y guardar la ropa estando a bien con los dos, etcétera?». También podrían leer estos obispos del sínodo aquel pasaje sublime del De profundis en que un Oscar Wilde arrepentido de sus pecados pretéritos afirma: «Claro está que el pecador ha de arrepentirse. Pero, ¿por qué? Sencillamente porque de otro modo no podría comprender lo que ha hecho. El momento del arrepentimiento es el momento de la iniciación. Todavía más: es el medio por el que uno altera su pasado. Los griegos lo tuvieron por imposible. A menudo dicen en sus aforismos: ?Ni los dioses pueden alterar el pasado?. Cristo demostró que el pecador más vulgar podía hacerlo. Que era justo lo que podía hacer».
Pasolini y Wilde: dos homosexuales llenos del don divino de decir verdades como puños. Algunos liantes con solideo deberían aprender de ellos.
El afán de la Iglesia de entregarse al mundo es una tentación que recorre la historia. Quizás hoy es más patético y lamentable. Porque, a diferencia de otras épocas, cuando la Iglesia era la cabeza del mundo, el faro que alumbraba el camino, hoy ya no pinta nada. Su prestigio, su predicamento, es cada vez menor. Entonces la Iglesia se pone de rodillas, halaga al mundo para ser admitida. Hay una frase en el comienzo del pontificado de Francisco que no se comentó lo suficiente. El dijo que a la religión le correspondía el papel de ser “animadora” de la democracia. Es escalofriante. Parece que le asigna a la religión el papel de allanarle la vida a la democracia. Darle alegría al mundo. Actuar de pasatiempo y entretenimiento, como si fuera una vedette del Maipo.
Juan Manuel de Prada.
Lo cierto es que me siento identificado con una España que ya no existe, en la que había personas de todos los niveles intelectuales y morales, pero en la que meran escasos los miserables que eran mirados con asco. Ahora, nos hemos convertido en una sociedad desestructurada en la que los miserables con jaleados e incluso aupados. No me extraña que esté en plena descomposición y que haya grupos de linchadores que quieran separase para que los miserables ocupen un poder local, pero sin cortapisas.
No recuerdo haber leído nada de Enrique Álvarez, pero procuraré subsanar esa carencia.