Creo que alguien tendría que mencionar el inicuo comportamiento del arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, con un buen sacerdote madrileño que toda su vida tuvo un comportamiento ejemplar con quiénes fueron sus obispos. Su perseguidor incluido.
Alguien vendió a Osoro la burra vieja y averiada de que lo que haría imperecedero su pontificado en Madrid sería barrer hasta la memoria de su antecesor, el cardenal Rouco, notabilísimo arzobispo madrileño. Y Osoro, en su indigencia, compró la burra. Y se hundió. Que el presbiterio de Madrid es mucho presbiterio y el «hombre del Papa», que también se lo creyó, muy poca cosa. Aunque hoy despotrique de ese Papa del que le vendieron que era su hombre y ya ha comprobado lo que ese bulo valía. Nada.
Su absurdo odio a Rouco, que fue incluso quien le hizo obispo de Orense y arzobispo de Oviedo, logró todo lo contrario de lo que Osoro pretendía: hacerle mucho más popular. Y hoy Rouco es llamado. festejado y recordado. Mientras que de su sucesor no se acuerda nadie. Ni para ir a verle. Y a las escasas visitas las mueve sobre todo la caridad.
Pues ante el inmenso fracaso de su antirrouquismo se vengó en Alfonso Simón. Que más que rouquista era de cualquiera que fuera su obispo. Le borró de todo. Y ejemplar la respuesta de Simón: ni la menor protesta.
Un gran sacerdote y un penoso obispo de Madrid.
A mí de cierta gente, como Osoropel, ya no me extraña nada. Ahora está recogiendo lo que sembró. Espero que siga cosechando muchos años el resultado de su siembra.