Con no pocos obispos he empezado mal y sigo en ello. Con algunos otros, tras el conocimiento personal, en ocasiones inicialmente conflictivo, la cosa ha derivado al aprecio, al menos por mi parte. Ya la de ellos es cosa suya. Pero su exterioridad conmigo se la agradezco mucho.
Recientemente, quince días o un mes, he estado con un obispo que quiso encontrarme y que algún agravio, no de alta intensidad, me guardaba. Pues vaya pedazo de persona. Eclesial, inteligente, de una simpatía personal más que notable… Guardo del encuentro un gratísimo recuerdo y si me lee, que es posible que sí, mi agradecidísimo recuerdo.
Creo que soy discretísimo con mis relaciones episcopales. Son evidentes mis simpatías y antipatías porque no las oculto pero la gran mayoría de mis simpatías no tienen nada que ver con la relación personal. Inexistente. Pienso que también es imposible deducir amistades personales mías con ningún obispo. Jamás las confesé. Y he hablado bien de muchos a los que no me he encontrado en la vida. Si alguien piensa que mis comentarios sobre Rey, Chaput, Aguer o Cipriani, por citar sólo a cuatro, se deben a amistad particular, nunca en mi vida me he tropezado con ellos y ni siquiera he mantenido la menor relación epistolar.
Pues, querido monseñor innominado: gracias. Por su persona, por su talante, por la cercanía que me demostró. También por la libertad de su palabra. Respecto a mí y a otros. Tuve con usted un encuentro largo. Tres horas o más dan para mucho. Y por mi parte gratísimo. Quiero decirle sin que se entere nadie, o sólo el tercer comensal, que ha hecho usted un amigo de verdad. Que ha quedado encantado de haberle conocido. Con tantas coincidencias y algunas discrepancias. Que el Señor le acompañe y le bendiga. Está usted ya incluido entre todos los amigos por los que todos los días rezo a Dios. Naturalmente en el pack. Me llevaría horas del día el nominatim.
Esto queda, como debe quedar, entre usted y yo. Encomiéndeme también usted. Incluido en el paquete de sus amigos. Lo soy.
¿Qué quiere que le diga, querido y admirado don Francisco José?Pues que me alegro por usted, por ese obispo estupendo al que no conozco, por la Iglesia, por sus diocesanos y por España.Y que todo sea «ad maiorem Dei gloriam».Laus Deo.
Un buen obispo católico? No lo tienen nada fácil, o mejor dicho es mantenerse nadando contracorriente que desgasta cantidad y fatiga hasta el desfallecimiento a poco que uno se descuide en aguas arremolinadas o con resacas marinas. Es muy humano rehuir las complicaciones vitales o profesionales.
Si los obispos católicos se dejaran llevar por su ser católico no habría ningún problema ni en los reajustes de praxis disciplinares y aspectos morales o recursos de personal a asignar para lo mejor y no para lo peor o por amiguismo o simpatía. Pero tienen que estar mirando de reojo a sus superiores en la escala de mando y también ellos a la obediencia debida aunque sea indebida católicamente.
No es extraño que cuando se tercia aparezcan con su personalidad de bien, normalizada sin los condicionamientos que la psicología clerical complicadísima les acarrea.
Oremos por ellos en este maremagnum complicatorio entre risas puestas cariacontecidas. Puede haber máscaras avinagradas con sonrisas puestas todo el día mostrando la dentadura marfileña de ortodoncia perfecta.
Muchas teclas que pulsar para un obispo sin duda sin que nadie se sienta preterido, pero si hay una intencionalidad de ecuanimidad de finalidad católica se acepta sin más y eso es obedecer a la Iglesia Jerárquica, no al revés.