Al hablar de este tema hay que ser muy cuidadosos. Hay mucha gente que no tiene vacaciones, ese tiempo en que podemos organizar más libremente nuestros días, no tan sujetos a las obligaciones del trabajo, de los horarios, de los encargos a plazo fijo. No tienen vacaciones porque no tienen trabajo, y no tener trabajo no es tener vacaciones, sino zozobra, preocupación, fastidio. En estos meses de julio y agosto, por el contrario, hay quienes tienen trabajo temporal, que tienen que aprovechar. Son, pues, gente muy ocupada.
Sentimos que sería deseable que todos pudiéramos tener vacaciones, en un momento del año, y así descansar realmente. Y descansar tanto físicamente como hacerlo en el espíritu, la mente, la interioridad de la persona. Cada uno se conoce y sabe cómo hacerlo, porque descansar no es batir records en viajes, fiestas, salidas sin parar. Sin duda que en este aspecto del descanso psíquico y espiritual caben muchas cosas. Pero podemos hacer fácilmente mil cosas agradables y útiles.
Por ejemplo, leer como una afición que en vacaciones se fomenta: una buena novela, algún libro de poesía, historia antigua o moderna. Y algún libro bueno de espiritualidad, que podemos encontrar en una librería religiosa ¿No habrá ningún tema religioso que pueda interesar a católicos que quieran conocer a fondo su fe?
Uno de los placeres más grandes de las vacaciones es conversar. Con los amigos, con la propia familia, con otras personas interesantes a la que apenas podemos ver durante el año. En vacaciones podemos tener buenas sobremesas en familia, y olvidar un poco la televisión. Pero, puestos a conversar, podemos también conversar con Dios, con Jesucristo, con la Virgen y los santos, con nuestros difuntos. Y se puede hacer en casa, en el campo, en las iglesias. ¿Cómo hacerlo? De manera sencilla, pues tal vez ya hemos aprendido a tomar un pasaje del Evangelio, leerlo despacio y ver qué dice y qué me dice. Es la “lectio divina”. Pero sin duda está la visita al Santísimo y a la Virgen, las oraciones vocales como el Rosario o ejercicios de piedad. Hay muchos y ayudan.
De todas formas, en vacaciones un cristiano tiene que garantizar la misa de los domingos, con más atención, sin prisas. Celebrar la Misa dominical con la familia sería muy conveniente y saludable. Uno no cierra el despacho de cristiano en verano, porque ya hay otros momentos del año más apropiados “para cumplir con Dios o con la Iglesia”. Por tanto, pensamos en nuestro interior: “menos misas, que estoy de vacaciones”. ¿Cómo denominar esta práctica? Sin duda de nefasta costumbre, que además trasmiten a los niños los padres y abuelos en verano. Podemos imaginar que, si se trata de un niño de acaba de terminar la iniciación al domingo y a la Misa dominical, resulta que todo lo conseguido en los otros tiempos del año se tira por la borda en un mes y medio.
Reitero que no podemos olvidar que habrá muchas personas que no pueden ir de vacaciones por las razones que hemos enunciado antes. Al menos, miremos con mirada de acogida a estos hermanos nuestros. Por otro lado, durante el verano sigue habiendo enfermos en hospitales y en sus casas, ancianos en residencias que no pueden acompañar a sus hijos en sus vacaciones, pobres, gente necesitada y privada de libertad. Nuestra atención a ellos debe continuar, aunque sea con otro ritmo. Nunca estamos de vacaciones en la caridad y amor a los demás. Son las mismas personas que en otro periodo del año. Pensar en ellos, estar algo con ellos nos ayudará a ser agradecidos y sensatos en nuestras propias vacaciones. Nos hará bien. Les deseo buen descanso y la bendición del Señor.
+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo y Primado de España