Saludo de Mons. Sebastià Taltavull Anglada, con ocasión de su nombramiento como Obispo de Mallorca el martes 19 de septiembre.
Hermanas y hermanos queridos,
Hace poco más de un año, era día 8 de septiembre de 2016, cuando el papa Francisco me hacía el encargo de servir como obispo administrador apostólico la Iglesia que peregrina en Mallorca, manteniendo el servicio episcopal también en Barcelona. Ha sido un tiempo de oración y de trabajo, de ir y venir, en el que hemos experimentado la ayuda del Señor y la solidaridad mutua, hecha de acogida, de escucha, de comprensión y de estimación. Os doy gracias de todo corazón y no he parado cada día de dar gracias a Dios.
Desde aquel momento —recordaréis que así lo dije— me puse a disposición del Señor y de todos vosotros “para acompañaros con humildad y fidelidad en el camino que estáis recorriendo como comunidad creyente en bien de la sociedad mallorquina, para hacer presente a Jesús y a su Evangelio. La verdad es que lo hago con todo el amor del que soy capaz, pero también con el temor de tener que responder a tantos retos que en estos momentos se nos presentan y hacerlo bien, tanto si estos retos son propios de la institución eclesial como si provienen de la complejidad humana y social que vivimos”. Soy consciente, y vosotros también, del camino que durante este periodo nos ha tocado hacer y de las respuestas que hemos tenido que dar por tantas circunstancias vividas, contando con las limitaciones propias por tener que compaginar el cargo de administrador apostólico de Mallorca con el de obispo auxiliar de Barcelona.
Os decía, también hace un año, que el momento que vivimos “es fascinante y entusiasmante para hacer que nuestra vida de creyentes en Cristo sea palabra y gesto que atraigan, interpelen y animen a cualquier persona, sea creyente o no. No somos una entidad privada que se recluye en sí misma, sino que queremos ser levadura de transformación evangélica”. Ahora puedo decir que lo he experimentado en tantos momentos vividos cerca de vosotros, en conversaciones personales y familiares, reuniones de grupo, encuentros en parroquias, celebraciones de la Eucaristía, de los demás sacramentos y de oración, encuentros institucionales y con los medios de comunicación, fiestas populares, y tantos otros momentos en los que hemos tenido que responder al ritmo que se nos pedía, ante eventos diversos y sugerencias puntuales donde era preciso decir una palabra o realizar un gesto en nombre de la Iglesia. Quiero que valoremos sobre todo el diálogo, el encuentro personal, la información transparente, la necesidad de limpieza de corazón a la hora de escucharnos y de interpretarnos.
En toda ocasión, he intentado ser fiel a lo que se me había encomendado, haciéndome cercano a las personas, escuchándolas y con la voluntad de discernir lo que Dios nos pedía para responder con toda honestidad. No todo ha sido fácil, pero con la ayuda de Dios, con el espíritu de comunión que he encontrado a mi alrededor y el esfuerzo de cooperación que hemos compartido, muchos asuntos se han ido resolviendo. Quiero poner especialmente de relieve la acogida y el cariño fraternal que siempre he recibido por parte del clero, sacerdotes y diáconos, vuestra entrega a la tarea pastoral y la solicitud hacia una Iglesia que queremos de cada día más parecida a Jesús. Esto me anima a pensar que este es el camino que tenemos que seguir haciendo, reforzando aún más los lazos de comunión y amistad entre nosotros y con los miembros de la vida consagrada, base necesaria para una acción pastoral evangélicamente fecunda y compartida con quienes sois mayoría en el Pueblo de Dios, los laicos y laicas de nuestras comunidades. Es con vosotros con los que tenemos que contar más y más cada día.
A lo largo de este tiempo me he preguntado muchas veces, y de ello he hecho objeto de oración, de qué manera mejor debemos utilizar nuestro pueblo, y he visto que lo que se nos pide hoy —a la Iglesia que vive entre las casas, en el corazón del pueblo— es proximidad, espíritu de servicio, lenguaje sencillo, presencia significativa, ofrecimiento de lo esencial, propuestas valientes y al alcance de la gente, una especial sensibilidad hacia los más pobres y a sus necesidades más urgentes, una exquisita capacidad de atenta escucha y de diálogo sincero y franco, mucha humildad, espíritu de reconciliación y perdón, convicciones firmes e identidad cristiana bien definida. Todo esto será muy importante tenerlo muy presente, especialmente para el diálogo interreligioso y multicultural del momento que vivimos, y es básico para una convivencia en paz tan necesaria hoy.
He entendido, también, que no podemos rebajar el entusiasmo de nuestra fe ni el ardor de nuestra caridad, que es lo que hace que seamos personas que contagian esperanza. He experimentado, también entre vosotros, que cuando el Evangelio es presentado a partir de la realidad que vive la gente, cuando —como dice el papa Francisco— somos contemplativos de la Palabra y también del pueblo, compartiendo sus alegrías y angustias, sus deseos y sufrimientos, también es fuente de esperanza y se recupera el interés por el conocimiento y el seguimiento de Jesús. Cuanto más lo presentamos a Él y no a nosotros, la gente más lo acepta y entiende que, de forma normal y también misteriosa, llega al corazón, y desde el corazón sabemos que todo tiene una perspectiva atractiva y nueva.
Estamos comprometidos en seguir haciendo camino juntos y os invito a hacerlo a buen paso y con alegría. Somos cristianos, seguidores de Jesús, formamos parte de esta Iglesia que amamos, pero, además de rehacer constantemente nuestros vínculos de comunión interna, sabemos que nos debemos a todos, sin distinciones ni exclusión. Queremos ser como el alma en el cuerpo, que le comunica lo que Jesús nos ha dicho que demos junto a su persona. Cepa y sarmientos llenos de vida, brotes de resurrección. Es un encargo al que no podemos renunciar ni aguar con ofertas débiles e indefinidas, muchas veces vacías de vida y que no ofrecen nada y viven de apariencias.
Ahora viene un tiempo de ir solidificando estos principios y hacer de nuestra comunidad diocesana un espacio para que den su fruto entre nosotros. Debemos hacer, especialmente de la celebración de la Eucaristía —diaria y dominical— aquel momento en el que junto con la oración asidua, fortalecemos nuestra fe y nos preparamos para llevar a la práctica de los hechos nuestros compromisos eclesiales, familiares, profesionales, educativos, ecológicos y de todos los ámbitos de la vida ciudadana.
Si digo todo esto, es porque durante este tiempo que estado entre vosotros he podido percibir el deseo vehemente de una Iglesia transparente, humilde y cercana a las personas, una Iglesia que vive la gratuidad y no exige nada a cambio, testimonio de servicio incondicional hecho por amor, como lo hace Jesús. Aunque no se diga directamente, es esta la Iglesia que se nos pide también desde las críticas o el rechazo manifiesto, o incluso desde la indiferencia de los que en otro tiempo eran fervientes entusiastas. ¿Qué les ha pasado? ¿Qué debemos hacer? Seguramente que, entre otras causas, todos tenemos parte de responsabilidad en el hecho de su alejamiento, pero creo sinceramente que vale la pena el esfuerzo de acercarnos a ellos y de animarlos con el gesto de la acogida fraternal y la estimación sincera.
Hermanas y hermanos queridos, habiendo aceptado el nombramiento de Obispo de esta Iglesia diocesana, reitero una vez más mi disponibilidad de servicio entre vosotros en esta nueva etapa que comenzamos y que el Santo Padre, el papa Francisco, me encomienda hacerla juntos, siendo entre vosotros un ciudadano más de esta tierra mallorquina. Durante este año nos hemos conocido más y por eso podemos decir que nos queremos más. Tenemos que seguir caminando con paso firme y sin miedo, haciendo cada día más fuerte la comunión entre nosotros, que es la edificación del Cuerpo de Cristo. El Señor nos lo pide y el entorno humano y social en el que vivimos nos lo está exigiendo cada día de muchas maneras. Estemos atentos, captémoslas, escuchémoslas, acojámoslas, llevémoslas a nuestras oraciones y al diálogo constructivo, y pongámonos en acción. Tenemos muchos deberes por hacer en nombre de Jesús y de su Evangelio. No vamos solos, Él nos ha prometido que nos acompaña y podéis estar seguros de que no nos deja. Confiar y aceptarlo, a Jesús, es ser creyente. Implicarse es haber entendido “ser Iglesia” y vivir la corresponsabilidad de la comunión entre nosotros “para que el mundo crea” (Jn 17,21), como pide Jesús. Por eso, quiero seguir haciendo este camino juntos en bien de esta Iglesia que queremos y que, en comunión con toda la Iglesia, peregrina en Mallorca, eso sí, siempre pensando y actuando en bien de la sociedad en la que vive encarnada, como Jesús, con todas sus consecuencias.
Este nuevo nombramiento supone tener que dejar la misión que hasta ahora he ejercido en la querida archidiócesis de Barcelona. Han sido más de ocho años de servicio episcopal como obispo auxiliar. No tengo palabras para agradecer todo el bien que he recibido y todo lo que he aprendido, viviendo el gozo de la amistad y del servicio pastoral, tal y como Jesús nos lo pide cuando nos dice que somos sus amigos. Durante el tiempo que aún compaginaré el servicio episcopal de ambas diócesis hasta la toma de posesión de la Sede de Mallorca, que será el sábado, día 25 de noviembre, víspera de la fiesta de Cristo Rey y clausura del Año litúrgico, se nos permitirá encontrarnos por el agradecimiento que siempre nos debemos, sobre todo al Señor que nos acompaña.
Habiendo leído o escuchado estas palabras, os invito a que recéis por el Santo Padre, el papa Francisco, tal y como él siempre nos pide que lo hagamos, por las dos Iglesias que todavía me toca servir, por mí y por todo el pueblo, que recemos personalmente y en red, cada uno desde su condición de creyente que confía en el Señor y que se siente llamado y llamada a hacerlo presente en todos los ámbitos eclesiales y seculares de la vida, pidiéndole que el Espíritu Santo nos llene con sus dones. Lo hacemos unidos y confiando en la intercesión de nuestra madre, María, la madre de Jesús y de la Iglesia, a quien en Mallorca invocamos bajo la advocación de Virgen de Lluc, y en Barcelona bajo la de Virgen de la Merced. Que, tal y como ella acompañó siempre a su hijo Jesús en los momentos favorables y adversos, nosotros también la sintamos muy cerca al lado nuestro con su ternura maternal.
Con todo mi afecto y bendición,
+ Sebastià Taltavull Anglada
Obispo auxiliar de Barcelona y obispo electo de Mallorca
Mallorca, 19 de setembre de 2017