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‘Final del Año Litúrgico’

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Que­ri­dos dio­ce­sa­nos:   La so­lem­ni­dad de Je­su­cris­to Rey del Uni­ver­so, que se ce­le­bra en este do­min­go 26 de noviembre, es la cul­mi­na­ción del año li­túr­gi­co. La fies­ta nos pre­sen­ta a Cris­to como cen­tro del Cos­mos y de la Historia: el Alfa y la Ome­ga, el Prin­ci­pio y el Fin.

El Con­ci­lio Va­ti­cano II ex­pre­sa mag­ní­fi­ca­men­te el sen­ti­do de la fes­ti­vi­dad con un tex­to fas­ci­nan­te de la Cons­ti­tu­ción Gau­dium et Spes: “El Se­ñor es el fin de la his­to­ria hu­ma­na, ‘el pun­to fo­cal de los de­seos de la his­to­ria y de la civilizació­n’, el cen­tro del gé­ne­ro hu­mano, la ale­gría de to­dos los co­ra­zo­nes, la ple­ni­tud de sus as­pi­ra­cio­nes” (GS 45).

El pre­fa­cio de la Misa de la so­lem­ni­dad nos da la cla­ve de in­ter­pre­ta­ción de la reale­za mis­te­rio­sa de Cris­to: “Por­que con­sa­gras­te Sa­cer­do­te eterno y Rey del Uni­ver­so a tu úni­co Hijo, nues­tro Se­ñor Je­su­cris­to, un­gién­do­lo con óleo de ale­gría, para que ofre­cién­do­se a sí mis­mo como víc­ti­ma per­fec­ta y pa­ci­fi­ca­do­ra en el al­tar de la cruz, con­su­ma­ra el mis­te­rio de la re­den­ción humana, y, so­me­tien­do a su po­der la crea­ción en­te­ra, en­tre­ga­ra a tu Ma­jes­tad in­fi­ni­ta un reino eterno y uni­ver­sal: el reino de la ver­dad y la vida; el reino de la san­ti­dad y la gra­cia; el reino de la jus­ti­cia, el amor y la paz”.

Jui­cio fi­nal so­bre el amor

El Rey y Juez, Je­su­cris­to, nos exa­mi­na­rá del amor. El có­di­go, la ley y el pro­gra­ma de exa­men no se­rán otros que el amor. Se cum­ple aque­llo de San Juan de la Cruz: “En el atar­de­cer de la vida se­re­mos exa­mi­na­dos de amor”. El he­cho de que Cris­to se iden­ti­fi­que con los po­bres, los mar­gi­na­dos, los que su­fren, y ade­más les lla­me sus her­ma­nos menores, nos des­cu­bre cuán le­jos está de la doc­tri­na y con­duc­ta de Je­sús toda idea triun­fa­lis­ta. Su so­be­ra­nía de Rey del Uni­ver­so es muy es­pe­cial, por­que su Reino no es de este mun­do. Por eso Je­sús des­ba­ra­ta nues­tras ca­te­go­rías, según las cua­les ten­de­mos a iden­ti­fi­car la au­to­ri­dad y el po­der con el do­mi­nio y no con el ser­vi­cio.

Todo el que ama al her­mano, es­pe­cial­men­te al que su­fre por una u otra cau­sa, es he­re­de­ro del Reino de Dios. No es la ideo­lo­gía ni las pa­la­bras lo que sal­va o con­de­na, sino las obras. Je­sús lo ad­vier­te: No todo el que dice “Se­ñor, Se­ñor”, en­tra­rá en el Reino de los cie­los, sino el que cum­ple la vo­lun­tad de mi Pa­dre. La se­ñal por la que co­no­ce­rán que sois dis­cí­pu­los míos, será que os amáis unos a otros.

Des­de el mo­men­to de la ve­ni­da de Je­sús al mun­do, el Reino de Dios está pre­sen­te en­tre no­so­tros, si bien no se ha ma­ni­fes­ta­do to­da­vía en ple­ni­tud. Así tam­bién el jui­cio de Cris­to está ya rea­li­zán­do­se en el pre­sen­te de nues­tra vida. El dic­ta­men fi­nal no será más que ha­cer pú­bli­ca la sen­ten­cia que día a día va­mos pro­nun­cian­do no­so­tros mis­mos con nues­tra vida de amor o desamor.

Se­re­mos juz­ga­dos se­gún la acep­ta­ción o re­cha­zo de Cris­to a quien no ve­mos en car­ne y hue­so, pero que se iden­ti­fi­ca con cuan­tos su­fren en la tie­rra de los hom­bres. El ca­pí­tu­lo 25 de San Ma­teo, que ha­bla del jui­cio fi­nal, es no sólo una pá­gi­na de ca­ri­dad, sino, so­bre todo, una pá­gi­na cris­to­ló­gi­ca. Cris­to está real­men­te pre­sen­te en el pró­ji­mo. El pró­ji­mo es así la pan­ta­lla de nues­tra vida, el ví­deo para leer nues­tra con­duc­ta, el es­pe­jo para re­com­po­ner nues­tra fi­gu­ra, porque “quien no ama a su her­mano, a quien ve, no pue­de amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4, 20).

Ven­ga a no­so­tros tu Reino

En la ora­ción del Pa­dre­nues­tro pe­di­mos que ven­ga a no­so­tros tu Reino. Es­pe­ra­mos que Dios res­ta­blez­ca su Reino por me­dio del re­torno fi­nal de Cris­to. Pero esta pe­ti­ción no dis­trae a la Igle­sia y a los cris­tia­nos de su mi­sión en el mun­do, sino que nos com­pro­me­te en la trans­for­ma­ción de la so­cie­dad. Como afir­ma el Con­ci­lio Va­ti­cano II: “Quien con obe­dien­cia a Cris­to bus­ca ante todo el Reino de Dios, en­cuen­tra en éste un amor más fuer­te y más puro para ayudar a sus her­ma­nos y para rea­li­zar la obra de la jus­ti­cia bajo la ins­pi­ra­ción de la ca­ri­dad” (GS 72).

To­dos los cris­tia­nos par­ti­ci­pa­mos del ofi­cio real de Cris­to y es­ta­mos lla­ma­dos a ser­vir al Reino y a di­fun­dir­lo en la his­to­ria. Vi­vi­mos la reale­za cris­tia­na, me­dian­te la lu­cha es­pi­ri­tual para ven­cer el pe­ca­do, y en la pro­pia en­tre­ga de la vida, para ser­vir, en la jus­ti­cia y en la ca­ri­dad, al mis­mo Je­sús pre­sen­te en to­dos los hom­bres, es­pe­cial­men­te en­tre los más po­bres.

Con mi afec­to y ben­di­ción,

+ Vi­cen­te Ji­mé­nez Za­mo­ra
Ar­zo­bis­po de Za­ra­go­za

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