Cambia el rumbo de tu vida y sígueme

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En el Evan­ge­lio de San Mar­cos, al co­mien­zo del año, se nos abre el in­men­so pa­no­ra­ma li­túr­gi­co don­de po­der ce­le­brar la gran­de­za del corazón de Dios. En las lec­tu­ras de este do­min­go en­con­tra­mos un men­sa­je de es­pe­ran­za y de con­sue­lo para los fie­les, para aque­llos que han de­ci­di­do es­cu­char a Dios, para aque­llos que vuel­ven su ros­tro y se po­nen en ca­mino cuan­do se sien­ten lla­ma­dos. En la se­gun­da lec­tu­ra, San Pa­blo ad­vier­te a los co­rin­tios de dos co­sas: que el mo­men­to es apre­mian­te y que la re­pre­sen­ta­ción de este mun­do ter­mi­na pron­to. El após­tol de las gen­tes les urge a los cris­tia­nos de sus co­mu­ni­da­des a to­mar con­cien­cia de las opor­tu­ni­da­des que les dará Dios; que no se de­ten­gan ante lo ca­du­co y que ca­mi­nen ha­cia lo se­gu­ro con paso fir­me, que ca­mi­nen ha­cia Cris­to, que es nues­tro Se­ñor y Sal­va­dor sin ol­vi­dar que hay que man­te­ner la vi­gi­lan­cia para no des­viar­se del ver­da­de­ro ob­je­ti­vo de sus vi­das. Tam­bién a esto le lla­ma­mos con­ver­sión, a te­ner la lu­ci­dez para re­cu­pe­rar el ca­mino, de­jar­se mo­ver por la san­ti­dad y el amor a Dios, que no ha de­ja­do de re­so­nar en los oí­dos de to­dos los cris­tia­nos del mun­do, por­que nace del mis­mo Evan­ge­lio.

Escu­chad con aten­ción las otras lec­tu­ras de la Pa­la­bra que nos ha­blan más so­bre la con­ver­sión, de fiar­nos de Dios, que nos trae la Bue­na Noti­cia, la ale­gría de la Sal­va­ción. La con­ver­sión es la ca­pa­ci­dad de re­tor­nar de nue­vo a Dios, de cam­biar de ruta y de de­cir­le que le vas a amar más, que es­tás ver­da­de­ra­men­te arre­pen­ti­do de las hui­das, de ha­ber­te ale­ja­do de Él y de ir por otros ca­mi­nos. La con­ver­sión es te­ner el co­ra­zón vuel­to a la gra­cia de la mi­se­ri­cor­dia di­vi­na, que siem­pre da una res­pues­ta po­si­ti­va y te re­con­ci­lia con Él, con­ti­go mis­mo y con los demás. La con­fe­sión de los pe­ca­dos, no es sino la ma­ni­fes­ta­ción ex­te­rior de este de­seo in­te­rior de cam­biar. El Se­ñor ha que­ri­do que encuentres fá­cil­men­te el per­dón de tus pe­ca­dos en la Igle­sia, cuan­do te acer­cas a re­ci­bir el sa­cra­men­to de la re­con­ci­lia­ción. Tú mis­mo, como hizo el hijo pró­di­go, de­bes ha­cer un alto en el ca­mino para pen­sar so­bre el do­lor que te su­po­ne la se­pa­ra­ción de Dios y la ne­ce­si­dad que tie­nes de po­ner­te en paz con Él: “Me le­van­ta­ré, iré y le diré”. Es ne­ce­sa­rio po­ner­se en pie y bus­car a Dios, por­que tú solo no pue­des “so­lu­cio­nar­lo”. Y así co­mien­zas el iti­ne­ra­rio del an­sia­do re­gre­so a Dios Pa­dre para en­con­trar­te con el per­dón, la bon­dad y el amor. A par­tir de tu de­ci­sión de vol­ver, ve­rás cómo todo cam­bia a tu al­re­de­dor, la reali­dad te pa­re­ce­rá dis­tin­ta, por­que la es­tás vien­do con ojos nue­vos, sen­ti­rás que el tiem­po pasa rá­pi­do y los vie­jos pro­yec­tos y preo­cu­pa­cio­nes, todo aque­llo por lo que vi­vías, de­ja­rá de te­ner pro­ta­go­nis­mo, por­que aho­ra lo que verdade­ra­men­te im­por­ta es es­tar con Dios, lo que im­por­ta es sen­tir­te per­do­na­do y que­ri­do.

En el Evan­ge­lio so­bre­sa­le la ur­gen­te lla­ma­da que hace Je­sús a sus dis­cí­pu­los para que sean ellos tam­bién men­sa­je­ros de bue­nas nue­vas. Si el tema de la con­ver­sión se pre­sen­ta como ur­gen­te, la lla­ma­da para la evan­ge­li­za­ción no lo es me­nos. El Se­ñor la cui­da con es­me­ro y lla­ma a los que quie­re para que anun­cien a to­dos la cer­ca­nía del Reino de Dios, la pre­sen­cia li­be­ra­do­ra del Me­sías, Se­ñor y Sal­va­dor. Es­cu­cha con atención la Pa­la­bra de Dios y dé­ja­te lle­var por la apre­mian­te lla­ma­da a co­la­bo­rar con to­das tus fuer­zas en esta ma­ra­vi­llo­sa aven­tu­ra. Vuel­ve el ros­tro, Je­sús te lla­ma.

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