Reinado social de la Eucaristía

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corpus benedicto xviJesús es adorado por quienes le aman de verdad. Día y noche lo adoran los ángeles. Lo adoraron los pastores y los magos. Lo adoraron María de Betania y la pecadora perdonada. Lo adoraron los santos y los mártires de todos los tiempos. La Eucaristía es el acto de más perfecta adoración a Dios. Satanás, el sutil tentador, no cesa de trabajar por desviar la adoración de Dios hacia él, de una forma sumamente refinada y diabólicamente manipulada. Los enemigos del Señor buscaron crear una sociedad sin Él, hoy continúan actuando febrilmente para eliminar a Dios de la faz de la tierra, a través de leyes, constituciones, dictadores, desde las Naciones Unidas. Como sabemos, especialmente ésta última es el más acabado instrumento de la instauración del «Nuevo Orden Mundoal», es decir de una sociedad sin moral, sin Dios. La ONU hoy por hoy es la generadora de un cáncer espiritual antiteo, pero especialmente anti-católico. El profeta Daniel lo profetizó así: «Enviará fuerzas que profanarán el santuario y la fortaleza, suprimirán el sacrificio permanente e instalarán el ídolo maldito» (11, 31). El templo de las muchedumbres mundanizadas de hoy no es al Dios Verdadero, porque rechaza la piedra angular que es Jesucristo, y la roca que lo cimienta, el Papado. Este cáncer, en los años precedentes ha ido esparciendo también sus efectos al interior de la Iglesia a través de una pseudo teología que reduce el Santo Sacrificio de la Misa a una comida. Una teología en la que «primero nos celebramos nosotros y después a Cristo» (Hans Urs von Balthasar). «Nos hiciste para Ti y nuestro corazón no descansará hasta reposar en Ti» (San Agustín, Confesiones, 1, 1, 1: PL 32, 661). El corazón humano ha sido creado para adorar a Dios. Si uno decide auto-adorarse, o adorar a cualquier otra persona o cosa, no tendrá satisfacción y es infeliz mientras no encuentra a Aquél que lo creó. Celebrarnos a nosotros mismos en lugar de Dios es ciertamente abominable. ¿No es una abominación el pretender bajar a Dios del trono de su divinidad y exaltar al hombre en su lugar? Si la Misa se convierte en una celebración «horizontal», inmanente, sin trascendencia, el sacrificio de Jesús se vuelve entonces solamente una idea, y, cuando la relación de los fieles con la Santísima Eucaristía se debilita o desaparece, se pierde también la vida divina en los creyentes, y por lo tanto en el mundo, atrofia que sólo puede ser sanada por la misma Eucaristía, porque el cristiano que en la Eucaristía ha sido transformado en cuerpo de Cristo, lo lleva en sí mismo y de ese modo lo introduce al mundo.

«Cuando sobrevino el enfriamiento en la reverencia y el culto al Santísimo Sacramento, se instituyó la fiesta del Corpus Christi, para que con la solemnidad de las procesiones públicas  y las oraciones prolongadas durante toda la octava siguiente se reavivase en los fieles la adoración pública del Señor. De la misma manera, la festividad del Sagrado Corazón de Jesús fue creada cuando la triste y helada severidad del jansenismo debilitó y enfrió a las almas alejándolas del amor de Dios y de la confianza en su salvación eterna. Y si ahora ordenamos a todos los católicos del mundo el culto universal de Cristo Rey, remediaremos las necesidades de la época actual y ofreceremos una eficaz medicina para la enfermedad que en nuestra época aqueja a la humanidad. Calificamos como enfermedad de nuestra época el llamado laicismo, sus errores y sus criminales propósitos» (Pío XI, Quas Primas).

El Papa Pío XI decía: «Nos encontramos con un mundo que ha recaído casi en el paganismo» y, asimismo el Papa Pío XII no pensaba de manera distinta cuando afirmó: «El laicismo ha hecho aparecer cada vez más claras las señales de un paganismo corrompido y corruptor». La encíclica Quas Primas enseña que Cristo tiene un doble derecho a la soberanía: 1) Él es rey por naturaleza, en razón de un don innato (Él es el Hombre-Dios); 2) Él es rey por conquista, en virtud de un derecho adquirido (redimiendo el mundo, Él se adjudicó a todos los hombres por su sangre), y definió como «ignominiosa» la colocación de la religión verdadera de Jesucristo «en el mismo nivel de las falsas religiones». «Sepámoslo, un siglo es grande o pequeño según el culto tributado  a la divina Eucaristía. Ahí está la vida y medida de su fe, de su caridad y de su virtud. Que llegue por tanto cada vez más el reino de la Eucaristía; ¡demasiado tiempo ha reinado ya sobre la tierra la impiedad y la ingratitud!» (San Pedro Julian Eymard). Santo Tomás de Aquino lo expresa admirablemente en el Himno Lauda Sion, llamado «el Credo de la Eucaristía»: «Nueva Pascua es la ley nueva, el Rey nuevo al mundo lleva, y a la antigua pone fin».

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