Como sabemos, en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo la secta saducea estaba compuesta de judíos creyentes que no aceptaban la resurrección («lo que implicaba necesariamente la falta de fe en la vida después de la muerte y en la inmortalidad del alma»). La vida religiosa del saduceo estaba circunscripta a implorar a Dios su bendición y protección. Predominante entre las clases ricas de la sociedad judía, muchos de ellos formaban parte de familias sacerdotales de gran influencia en el Sanedrín. El saduceísmo vivía su paraíso en la tierra, con una vida más mundana, influida por el helenismo y las costumbres romanas. Los saduceos no aceptaron el carácter sobrenatural y salvífico de Jesucristo, de quien esperaban un reinado y una liberación temporal, así se unieron a los escribas y fariseos para acabar con Él. Caifás el sumo sacerdote, que sentenció la muerte de Cristo, era uno de ellos.
«Estáis en un error y ni conocéis las Escrituras ni el poder de Dios (Mt 22, 29), así dijo Cristo a los saduceos, los cuales -al rechazar la fe en la resurrección futura de los cuerpos- le habían expuesto el siguiente caso: «Había entre nosotros siete hermanos; y casado el primero, murió sin descendencia y dejó la mujer a su hermano (según la ley mosaica del ‘levirato’); igualmente el segundo y el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. Pues en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer? (Mt 22, 25-28). Cristo replica a los saduceos afirmando, al comienzo y al final de su respuesta, que están en un gran error, no conociendo ni las Escrituras ni el poder de Dios (cf. Mc 12, 24; Mt 22, 29)» (Juan Pablo II, catequesis 18-11-1981).
Si el fariseísmo es la corrupción de lo religioso (San Gregorio), el neosaduceísmo viene a ser un reinterpretación de la herejía calvinista, misma que derivada del culto gestado por Zwinglio, rehúsa entre otras cosas creer que el Hijo de Dios amase tanto a los hombres que quisiera darse a ellos en la Eucaristía, rechaza la gracia, afirma que el hombre está predestinado a la salvación o a la condenación, y propugna la dirección de los estados por la Iglesia. Entre las varias corrientes neosaduceas contemporáneas, extrañamente, una de ellas, como afirma Gabriel Zanotti, «no deriva de un olvido de lo sobrenatural, sino paradójicamente, de su “sobredimensionamiento”, de manera tal que niega la justa autonomía (relativa) de lo temporal». Pero campea hoy por hoy, un neosaduceísmo, naturalista e inmanente, enraizado en las tesis de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, que borra el distingo entre lo natural y sobrenatural, concluyendo en que el verdadero pecado es el capitalismo, siendo la lucha contra éste salvífica en sí misma. Inspirada en el pensamiento del teólogo protestante Karl Barth, la «teología de la liberación», «lucha» por la verificación de un «Reino de Dios en la tierra»:
«Esta afirmación de la vocación única a la salvación, más allá de toda distinción, valoriza religiosamente, en forma totalmente nueva, el actuar del hombre en la historia: cristiano o no cristiano. La construcción de una sociedad justa tiene valor de aceptación del Reino o, en términos que nos son más cercanos: participar en el proceso de liberación del hombre es ya, en cierto sentido, obra salvadora» (Gutiérrez, Teología de la Liberación).
Es un proceso reduccionista del futuro escatológico al presente histórico, del fin y misión de la Iglesia -que es la salvación de las almas- a la construcción de la sociedad, y de la liberación del hombre en Cristo a la participación en un movimiento histórico de cambio político, conlleva una triple dimensión: 1) que profana la esperanza escatológica invirtiéndola a la transformación de la ciudad. 2) que pervierte la vida interior de la Iglesia, ya que la construcción del mundo pasa antes que la construcción de la Iglesia. Es decir que se sustituye la construcción del Reino en la Iglesia por una construcción de éste en el mundo. Se anteponen «los signos de los tiempos» a la fuente de la gracia. Los sacramentos, especialmente el eucarístico tienen la característica de ser alienantes si «no se miran desde el pueblo y para el pueblo». 3) Se desprende de las anteriores, la reducción a lo político. La reducción de la felicidad a «terrenal» y de ésta a «política» llega a su cima con el «cambio político que debe ser revolucionario y marxista para ser humano». Consecuentemente para esta corriente saducea el Reino de Dios no se encuentra en la vida verdadera. La salvación no es otra cosa que liberación del pecado social: opresión, subdesarrollo, marginación, explotación económica. Contexto en el que el pecado personal carece de sentido. José Miguel Ibáñez Langlois afirma que esta corriente «“historiza” los preceptos morales universales y los traduce en pautas instrumentales de eficacia histórica. También hemos visto cómo “historiza” las promesas evangélicas de vida eterna, transfiriéndolas al futuro histórico de la humanidad. La mismísima trascendencia de Dios se reinterpreta y traduce en términos de inmanencia histórica. Del Reino que “no es de este mundo” (Jn 18, 36), se habla como “la utopía realizada en el mundo”» (Teología de la liberación y lucha de clases). El «Encuentro mundial de movimientos populares», efectuado en Roma del 27 al 29 de octubre recientes, convocado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y diversos movimientos populares del mundo que ha debatido «en base a tres ejes –tierra, trabajo, vivienda– los grandes problemas y desafíos que enfrenta la familia humana (especialmente exclusión, desigualdad, violencia y crisis ambiental) desde la perspectiva de los pobres y sus organizaciones», es sin duda alguna una expresión neosaducea.
La reducción del Reino de Dios a la tierra es tan falaz como la reducción del Reino de Dios a la otra vida. Esto último es además especialmente egoista, ideológico y poco cristiano. Porque los que quieren reducir la búsqueda del Reino de Dios y su justicia al más allá, están contribuyendo culpablemente al mantenimiento delasinjusticiasny el dolor de los últimos ahora. Justo lo contrario de lo que pretendía Cristo. Ina inmoralidad, vaya.