Tristemente muchas de las instancias eclesiásticas que deberían estar en función de la salvación de las almas, están bajo la conducción de elementos amorfos, como son por ejemplo los denominados Consejos de laicos, que se convierten en anzuelo para insuflar ad intra ideologías y posturas contrarias a la Fe, ambigüedades que se promueven desde éstos para engendrar indisciplina y división en el seno de la Iglesia. Peligrosa situación, ya que el cristiano cree que Dios está contento con él viviendo una existencia todo menos que cristiana, porque es tibia. La tibieza por cierto, es la mayor enemiga de la vida espiritual (cf. Ap 3, 16), quienes no son ni fríos ni calientes son nauseabundos. Efectivamente nuestro Señor condenó sin ambages toda indiferencia. Es mejor la fiera oposición de sus enemigos que la tibieza de sus amigos. Asusta el comprobar cómo muchos cristianos justifican su mediocridad en el servicio de Dios acudiendo a subterfugios que quizá les engañan a ellos, pero que no valen ni ante Dios ni ante la sociedad. Éstos «líderes» tibios son causa de la ruina espiritual de muchas almas, ya que sustentan sus «liderazgos» en obras exteriores y no en una continua metanoia. «Cuando no queremos escuchar a Dios, encontramos múltiples excusas y pretextos, burdos unos y sutiles otros, para tranquilizarnos neciamente en la ambigüedad acrobática del cumplo-y-miento. Por ejemplo, hay quienes se excusan apuntando a los defectos personales que ven en los sacerdotes que hablan y exhortan en nombre de Dios, teniendo por excesivamente avanzados a unos y demasiado anticuados a otros; pues mientras hay cristianos que quieren volver al pasado, otros piensan que ni siquiera hemos tocado el presente.Hay mucho aficionado a practicar la acrobacia de espíritu: contentándose con una religiosidad natural o sentimentalismo religioso, como sustituto de una fe auténtica y del compromiso personal con el Evangelio; frecuentando el culto y los sacramentos, sin convertir el corazón y la conducta; sirviendo a Dios y al dinero simultáneamente; proclamando la opción por los pobres, sin dar prueba efectiva alguna de pobreza, desprendimiento, participación y compromiso con los pobres; apuntándose incondicionalmente a la novedad como progresismo de bien parecer, sin ahondar en los valores evangélicos fundamentales y perennes; escudándose en viejas tradiciones y venerables costumbres para aguar el vino nuevo del Evangelio; tranquilizándose con planes, proyectos y organigramas pastorales sobre el papel, sin renunciar de hecho a la cómoda rutina; manipulando la fe y la práctica religiosa en provecho propio, sin confrontar el espíritu de las bienaventuranzas con los criterios al uso; en una palabra, nadando entre dos aguas, divorciando la vida de las creencias.Tal ambigüedad acrobática, queriendo contentar a Dios y al mundo, simulando cumplir la voluntad divina y haciendo en realidad la nuestra, es la mejor manera de fracasar cristianamente» (Marcel Bastín, Dios de Cada Día, 2). Todo se reduce a pura apariencia, sin un contacto con Dios mediante la gracia, ni un espíritu batallador contra las tentaciones y los peligros inevitables, olvidan que Jesús habló de un camino estrecho para la salvación y de un ejercicio permanente de esfuerzo y de lucha, no llegan a aspirar a una purificación gradual, ni a un fortalecimiento en el conocimiento de los fundamentos de su fe, sobre todo no se esfuerzan por salir de la ratonera de su propio egoísmo para ponerse al servicio de los necesitados. Se trata de un estado de parálisis inconsciente. El alma no progresa, sino que insensiblemente es llevada por las corrientes del mundo y por la rutina en el cumplimiento de sus deberes externos, y a la primera tentación o prueba que se le presente ya se halla totalmente imposibilitada para un esfuerzo correspondiente a la dificultad en que se halla. «La comunión del pueblo con el obispo es la que constituye la Iglesia; pero esa unión común no existe si el laico es sólo miembro pasivo, un mero usufructuario, un ser inerte, una materia sobre la cual actúan los clérigos. Sería entonces el seglar “una especie de ´homo religiosus´, análogo al ´homo oeconomicus´ que tanto criticamos, o al ´homo policitus´ en un régimen totalitario». «Estos seglares serían en la Iglesia vegetantes, parásitos que chupan, pero no transmiten vida. Estarían en ella para su bien, pero no para bien de la Iglesia. Serían una“masa”, opuesta al “pueblo de Dios”, a ese laos del que los laicos reciben etimológicamente su nombre. Pío XIIgustaba de contraponer “masa”, algo amorfo, pasivo, uniforme, a “pueblo”, realidad orgánica, viva, operante» (Tomás Morales SJ, La Hora de los Laicos). Lamentablemente así vive la masa informe de los cristianos, «la masa muerta», como diría San Agustín, porque prácticamente se halla alejada de la potencia y de la vitalidad de la Iglesia que ha de luchar continuamente contra corriente si es que ha de seguir a Jesús. Es la peor situación de un cristiano. Siquiera el pecador sincero se percata de su enfermedad y anhela salir cuanto antes de ella, pero el cristiano tibio, cree que posee excelencia espiritual cuando se halla verdaderamente arruinado en su postración permanente.
La ambigüedad como táctica
| 23 junio, 2014