Vicente Montesinos
Cuando leí este libro supe que sería uno de esos escogidos a cuya lectura tendría que volver a acudir. Y no me equivocaba.
«Una familia de bandidos en 1793» es obra de María de Sainte-Hèrmine (aunque durante tiempo se atribuyó su autoría a Juan Charruau, el jesuita autorizado por la familia a llevarlo a imprenta), y narra la trepidante historia de una familia católica en tiempos de la Revolución francesa, que se convierte en una lección de heroísmo y de fidelidad a la religión.
No voy a hacerles «spoiler», queridos hermanos, ya que les aconsejo vivamente su lectura, pero para quienes gusten de tener una mínima idea previa de su contenido, les adelanto que la autora narra la historia de la familia Serant; una familia de nobles católicos que vive en el Anjú francés, en los años previos a la Revolución Francesa.
María de Serant nos introduce en su vida, apacible y feliz, hasta que los aires de la revolución invaden Francia. Los movimientos revolucionarios tardan en llegar al Anjú, pero la Convención está dispuesta a terminar con un territorio que lucha con determinación contra las nuevas ideas impuestas. Llegados a la encrucijada de renegar de su fe y su lealtad al Rey, o entregar su propia vida, los nobles y los campesinos de Anjú se levantan en armas contra la dictadura revolucionaria.
Es un libro de ritmo trepidante, ágil, y que engancha desde muy pronto. Y sobre todo, es un canto al heroísmo y a la fidelidad a Dios, y por ende, a su territorio, la Francia católica con la que quieren terminar. Ser católico (y ser noble) en ese momento significaba morir, y el relato de la trágica epopeya por la que pasa la familia Serant es absolutamente sobrecogedor, y está narrado con un vívido realismo.
«Una familia de bandidos en 1793» emociona; y te hace vibrar con esos claros modelos de heroísmo y martirio, en una situación de acoso y derribo a los católicos. La evocación histórica es nítida, pero el libro despierta en el lector mucho más que eso.
Y lo hace porque nos enseña que, cuando todo está perdido, no es el momento del lamento, sino de la entrega gozosa y del convencimiento del triunfo, soltando lastre de las cosas terrenas que nos aprisionan, al ver con claridad la meta del cielo. Es una llamada a, como nos dirá la protagonista-narradora, en una frase que siempre recordaré: «antes morir que faltar al deber«.
Estamos pues ante un gran libro, por su escritura, por su gracejo, y por su manera de enganchar al lector; pero ante todo, por recordarnos (y es una llamada atemporal, y necesarísima en estos tiempos que vivimos) la nobleza de la vida a la que estamos obligados por nuestra condición de cristianos.
Aprovechando la edición que ha lanzado Infovaticana, les aconsejo su lectura; y les dejo abajo el enlace por si quieren adquirirlo. No se arrepentirán.
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