+ Padre Hugo Valdemar
El abuso a menores por parte de sacerdotes es un delito, así lo estipulan las leyes civiles y también las eclesiásticas, amén que desde el ámbito moral de la fe católica es un grave pecado que atenta contra el sexto mandamiento de no fornicar ni cometer actos impuros. Además de estas agravantes resulta una acción patológica y monstruosa que acarrea a las víctimas sufrimientos y traumas que quedan de por vida y lastiman en lo más profundo su propia fe y ponen en entredicho su pertenencia a la Iglesia.
En una carta que el Papa Francisco envió el pasado 20 de agosto a todos los católicos sobre el resultado del dramático informe de abusos sexuales por parte del clero en Pensilvania, Estados Unidos, ponía entre las varias causas de este mal al clericalismo, y afirmó contundente: “Decir no al abuso es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo” ¿Pero a qué se refiere el Papa con este término? Sin duda que en primer lugar al abuso de poder de quien por tener el carácter de obispo o sacerdote se sitúa por encima de sus feligreses, se reviste de autoritarismo, se siente intocable y poseedor de un fuero que lo hace inmune, y busca ante todo salvaguardar el prestigio de la institución, por lo que ante las víctimas se asume un papel de desprecio e incluso de amenaza, lo cual es del todo inaceptable, pues contradice el evangelio de Jesús que dijo bien claro a sus discípulos, el que quiera ser el mayor entre ustedes que sea el servidor de todos.
No hay duda que el clericalismo es el causante de los encubrimientos vergonzosos de estos delitos, pero no la causa de los abusos. La causa de estos delitos está en la homosexualidad del clero, y con esto de ninguna manera me atrevo a aseverar que toda persona que siente atracción por su propio sexo tenga por lo mismo esta tendencia delictiva, sería una injusticia y un absurdo. Pero lo cierto son dos cosas: más del ochenta por ciento de los abusos de sacerdotes son de tipo efebofílico, es decir, con adolescentes y varones, son mucho menos los abusos con niños y niñas menores de 12 años.
El Papa Benedicto XVI, en noviembre de 2005 emitió un documento en el que daba instrucciones a los obispos para no ordenar sacerdotes a personas con tendencias homosexuales fuertemente arraigadas, una posición firme que también asumió el Papa Francisco a través de las nuevas instrucciones para la formación sacerdotal de diciembre de 2016, en cuyo documento deja en claro que las personas que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o apoyan a así llamada cultura gay no pueden ser ordenados sacerdotes.
No se trata de una posición homofóbica, sino de una realidad en la que los números son contundentes, ¿Qué hubiera pasado si la iglesia no hubiera ordenado sacerdotes a ese ochenta por ciento de clérigos cuyos abusos han sido efebofílicos de tipo homosexual? No se tendría la magnitud de la tragedia que hoy devasta a la iglesia y está haciendo trizas su credibilidad y con ella su capacidad de tener autoridad moral para hacer creíble el anuncio del evangelio.
Si de verdad el Papa Francisco quiere acabar con este flagelo, debe tomar en serio la causa, la homosexualidad creciente del clero, aunque no sea lo correctamente político, y velar por el derecho primordial de los niños y su integridad al interior de la Iglesia.
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Eranse unos francisquitas
torpes, anatemas y herejes,
del jardín de Satanás esquejes
y bastante mariquitas.
😉
¿»Qué hubiera pasado si la iglesia no hubiera ordenado sacerdotes a ese ochenta por ciento de clérigos cuyos abusos han sido efebofílicos de tipo homosexual? No se tendría la magnitud de la tragedia que hoy devasta a la iglesia y está haciendo trizas su credibilidad y con ella su capacidad de tener autoridad moral para hacer creíble el anuncio del evangelio».
Excelente análisis que comparto totalmente, en cuanto que da en la verdadera raíz del problema. No se está atacando esas causas, y por esto mismo, el desastre continuará.
Así es…
Francisco va a dar, lo que se conoce en el mundillo del rugby, una «patada a seguir». Esto es, una «apertura» de la Iglesia a la posibilidad de ordenar sacerdotes casados y, por tanto, al fin del celibato sacerdotal. Todos los indicios apuntan a esto. Si hubiera querido acabar con la homosexualidad del clero no habría nombrado a ciertos nuevos cardenales y obispos, con posturas claramente favorables de «acogida» a los homosexuales.
Hay que analizar hechos, no sólo palabras porque a éstas se las lleva el viento. Y los hechos evidencian la patada a seguir.