Vicente Montesinos
El Arzobispo emérito de La Plata, Mons. Héctor Aguer, ha sostenido que «si la Iglesia se desdijera y negase la Humanae vitae se destruiría a sí misma… Se puede decir que jamás la Iglesia debió pronunciarse sobre un problema de entidad semejante, salvo quizá las esenciales cuestiones dogmáticas resueltas en los concilios de los primeros siglos, y las discusiones sobre la gracia y la libertad, en el Concilio de Trento«.
Este martes 31 de julio, memoria de San Ignacio de Loyola, el prelado expuso en un acto recordatorio de la trascendental encíclica, promulgada por el beato Papa Pablo VI el 25 de Julio de 1968, en un encuentro realizado en el colegio San Pablo, de la Capital Federal Argentina. Hablaron, también, los conocidos defensores de los derechos humanos, y líderes provida y profamilia, doctor Roberto Castellano, y doctora Chinda Brandolino. Fueron organizadores del acto el agrimensor Julio Eduardo Posse, por Cruz y Fierro Ediciones, que reeditó la encíclica; y el Centro Guadalupano – Librería Imagen y Palabra.
Mons. Aguer agregó que «Pablo VI debió soportar presiones continuas para que se pronunciara en sentido contrario a la tradición. No quiso agradar a los hombres, sino ser fiel al ministerio petrino, y a la responsabilidad que éste conlleva. El resultado es un texto conciso, cuidadosamente argumentado, y definitivo, cuya factura y publicación hubiera sido imposible sin una especial asistencia del Espíritu Santo. En algo tan delicado e íntimo para la vida de los cristianos, la Iglesia no podía equivocarse«.
Explicó, al respecto, que «el desarrollo de la doctrina católica es una evolución homogénea; la verdad se actualiza y asume nuevos elementos para responder a los nuevos problemas que se presentan, pero siempre -como reza la vieja regla- in eodem scilicet dogmate, eodem sensueademque sententia, es decir que no se trasforma ni contradice formulaciones anteriores, sino que conserva su inalterable identidad… Por eso, la encíclica, en el marco de una visión integral del hombre aclara el sentido del amor conyugal, que para ser plenamente humano es total, fiel, exclusivo y fecundo«.
Fin unitivo y procreativo del acto conyugal
Añadió que «la paternidad responsable no procede arbitrariamente; se ejercita tanto en la generosa decisión de fundar una familia numerosa, cuanto en la de espaciar los nacimientos y evitarlos respetando la ley moral y por graves motivos. El argumento capital de la encíclica es el respeto a la naturaleza y finalidad del acto conyugal, que debe quedar abierto a la trasmisión de la vida, ya que su significado es doble: unitivo y procreativo, ensamblados ontológicamente por Dios Creador en la naturaleza de la sexualidad humana. La norma ética se sigue necesariamente de esta realidad antropológica, y está expresada con toda claridad en el párrafo 14 del texto pontificio. Si se separan artificialmente esos dos significados se menoscaba la finalidad de la acción y su carácter auténticamente humano«.
El insospechado apoyo de Freud
Enfatizó, seguidamente, que «la enseñanza católica puede apoyarse suplementariamente en una autoridad insospechada. Sigmund Freud, en su Introducción al psicoanálisis, presenta una lista de desviaciones sexuales. El onanismo se suma a otros ismos y filias: exhibicionismo, voyerismo, fetichismo, sodomía, violación, incesto, sadismo, masoquismo, coprofilia, zoofilia. Advierte que en todos estos casos el cuerpo se entrega como carne, no de manera auténticamente personal, y por eso los considera comportamientos impúdicos y perversos, y a propósito escribe: lo que caracteriza a todas las perversiones es que ellas descartan la finalidad esencial de la sexualidad, es decir la procreación. Y añade: es perversa toda actividad sexual que, renunciando a la procreación, busca el placer como una meta independiente de ella…«.
Dijo, a continuación, que «la Humanae vitae fue una encíclica profética. Ante todo en cuanto proclamación de la verdad y confirmación consoladora para los fieles, como testimonio para la Iglesia y para el mundo. Además profética en la previsión de las consecuencias que se seguirían de una aprobación ética del uso de anticonceptivos y de la generalización de ese recurso: la apertura de un camino fácil y amplio a la infidelidad conyugal y a la degradación de la moralidad, habida cuenta de la debilidad humana y de lo vulnerables que son los jóvenes en ese punto de una inclinación temprana de la experiencia sexual; el peligro posible de que la mujer quedara esclavizada bajo el dominio del varón; y el arma que se pondría en las manos de autoridades públicas despreocupadas de las exigencias morales (n. 17)«.
La funesta intervención del Estado
Sobre este último punto recalcó que «la intervención estatal, en los últimos cincuenta años, se ha revelado funesta en todo el mundo, incluida la Argentina, sobre todo desde 1983. Por ejemplo, las campañas de educación sexual son, en realidad, campañas de perversión; empleo a designio este sustantivo, recordando que lo que Freud llamaba perversiones se han convertido en derechos tutelados por leyes inicuas, contrarias no solo a la ley divina, sino también a la natural, a la ratio de la naturaleza humana; podemos enumerar: legalización del matrimonio igualitario, práctica de la fabricación de bebés en probeta mediante donación de gametos y alquiler de vientres, reparto masivo de preservativos, legalización total o parcial del aborto, propaganda desvergonzada del concubinato y la fornicación a través de los medios de comunicación que, entre nosotros, presentan simpáticamente los amoríos provisorios de la gente de la farándula, a la que se asocian deportistas y políticos«.
El profeta despreciado en su pueblo
«Un profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia (Mt 13, 57), dijo Jesús ante la incredulidad de sus paisanos de Nazaret. Nosotros -concluyó Mons. Aguer- solemos emplear este dicho: «nadie es profeta en su tierra«.
La encíclica de Pablo VI no fue aceptada por amplios sectores de la Iglesia, en momentos en que arreciaba la crisis de fe y de obediencia, a la cual el pontífice se refirió abundantemente en sus catequesis, y procuró paliarla con sabias iniciativas pastorales. Se hizo sentir el rechazo de teólogos, sacerdotes y obispos, y a partir del mismo se desencadenó la crítica demoledora de los fundamentos de la teología moral.
Muchos pastores desviaron a los fieles de la auténtica verdad católica sobre el matrimonio, y de ese modo los inducían a adoptar una concepción de la vida cristiana eludiendo el camino estrecho de la cruz y desconfiando de la gracia, que hace posible lo más arduo.
«Han echado sobre sus espaldas la responsabilidad gravísima de deformar la conciencia de los fieles«. – concluyó el prelado.
Unas palabras que son sabias, necesarias, fieles a la Iglesia, y aviso a navegantes, que andan locos para, desde la nefasta AMoris Laetita, arremeter contra la Humanae Vitae, y seguir demoliendo el patrimonio moral y teolñogico de la Iglesia Católica.
Una vez más gracias a Monseñor Aguer, quien como ven, no estaba para ser defenestrado como Arzobispo de La Plata, a mayor gloria de «Tucho» Fernández; sino para seguir ejerciendo ese grandioso servicio, y además para ostentar el capelo cardenalicio. Una condición que le ha sido negada en favor de «prohombres» como Ticona.
Cosas veredes.
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