HISTORIA Y DECADENCIA: «Houston, tenemos un problema»

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Damián Galerón

 

 

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Que la Iglesia tiene un grave problema, no lo duda nadie y, la magnitud de ese problema no se le puede atribuir del todo a Francisco, en cuanto que, el drama de centenares de sacerdotes, obispos y cardenales homosexuales que hay en el interior de la Iglesia, no es algo nuevo.

Sin embargo, no se puede negar que hay algo muy grave en la actitud de Francisco, en cuanto que no solo guarda silencio ante este drama, sino que está dando pruebas de que, no solo los protege, nombra y elige, sino que también colabora con la poderosa mafia homosexual que, en estos momentos, controla casi por completo la Iglesia católica.

Esta mafia homosexual, no solo se circunscribe al entorno del argentino, sino que ha extendido su poderosa red en todos los ámbitos de la Iglesia, incluidos obispados y parroquias, siendo amparados por los altos cargos de la jerarquía eclesiástica, quienes, de forma abierta o solapada, apoyan a no pocos de sus sacerdotes que van en esa línea homosexual.

Y hablando de altos cargos de la jerarquía, naturalmente hablo de D. Carlos Osoro, a quien conozco de la “tierruca” cántabra, donde personalmente viví gran parte de mi vida; allí impartió alguna clase de teología, a la cual, asistí en cierta ocasión como alumno; son viejos recuerdos.

Desde entonces han pasado no pocos años, pero de aquellos recuerdos, se percibían las lluvias del presente y, esas lluvias no han deslavado el escenario de lo que estamos contemplando en su actual diócesis de Madrid.

D. Carlos es un hombre hábil, notablemente versátil en el arte de hacer y deshacer; más bien en esto último. Y esto lo digo porque, cuando no hace mucho, se hizo con el poder eclesiástico en la diócesis de Madrid, afirmaba que a él, “nadie le sobraba en la Iglesia, al menos a mí no me sobra nadie”.

Dado que es cántabro y teniendo en cuenta que en Santander es normal utilizar el doble lenguaje, incluso hasta cuando se dice, ¡buenos días!!, requiere cierta dosis de comprensión del lenguaje para saber cómo se debe interpretar esa misteriosa misiva ciceroniana y, para comprenderlo, hay que traducirlo a la inversa, es decir, saber quiénes son los que, en realidad, “no le sobran”. A partir de ahí, se puede llegar a la conclusión de que quienes “le sobran”, son los que no piensan como él.

Francisco le nombró cardenal de Madrid; es de su línea, pero son muy diferentes, tanto en la forma como en el fondo. Francisco es un hombre muy astuto formado en la escuela del socialismo y del más puro peronismo, sin olvidar que es jesuita. La síntesis de esos tres puntos, es decir, socialismo, peronismo y jesuita, puede resultar más peligrosa que el explosivo TNT.

Y puestos a ello, pocas cosas le incomodan tan profundamente el argentino, como tener que depender de nadie; eso de rendir cuentas a alguien, es superior a sus fuerzas. Sin embargo, D. Carlos, en ese aspecto es notablemente más flexible que el argentino y, por esto mismo, sabe cómo enfocar las situaciones sin despeinarse. Pero eso sí, como hombre astuto que es, tiene la habilidad de no comprometerse nunca con nadie, ni siquiera con los subalternos.

Y hablando de astucia, cualidad evangélica donde las haya y además recomendada por Cristo, ni siquiera el anterior en su cargo, el inolvidable Rouco Varela, supera a D. Carlos en esa virtud de la prudencia evangélica; y lo es tanto que, nunca he conocido a nadie que, como él, sea capaz de nadar y guardar la ropa al mismo tiempo.

“Houston, tenemos un problema”, dijo Jack Swigert, astronauta del Apolo XIII, ante una grave avería en la cabina del cohete espacial de regreso a la Tierra. Salvaron la vida de milagro, de esos milagros que surgen de vez en cuando, gracias a la estrecha colaboración entre la cápsula espacial y la estación de seguimiento en Houston.

También la Iglesia, representada simbólicamente en este caso por la cabina del Apolo XIII, no es que tenga un problema, sino múltiples problemas; tantos problemas como diócesis tiene, donde cada una de ellas, navega a su antojo en el espacio sideral. Pero el problema se ha agudizado desde el momento en que la “cabeza” que dirige la estación espacial vaticana, hace tiempo que perdió el rumbo; y al perder el rumbo, el resto de las diócesis que navegan en el espacio, se han convertido en naves a la deriva sin posibilidad de que puedan encontrar el camino de regreso. Todas se han convertido en auto-suficientes ante los mandos de la nave.
Los astronautas del Apolo XIII, sí necesitaron la ayuda de los ingenieros de la estación espacial de Houston para regresar vivos a la Tierra. Fue un trabajo de coordinación extraordinario entre los pilotos de la nave espacial y el centro de seguimiento de Houston.

Actualmente, la Iglesia está en una fase muy parecida a la del Apolo XIII, pero con la diferencia de que, mientras los astronautas obedecieron las órdenes que recibían de los ingenieros espaciales, salvando sus vidas, en la nave nodriza de la Iglesia, por el contrario, se ha instalado un oportunista que ni es ingeniero ni astronauta. No hace falta ser profeta para sospechar el inmenso desastre en que acabará la nave nodriza de la Iglesia.

Lo peor de todo, es que cada piloto de cada diócesis, queriéndose congraciar con el oportunista que maneja la nave nodriza, les ha dado a todos por manejar los mandos a su capricho, de manera que, al desconocer sus Oficios de Doctrina y Magisterio Espacial, todos rebotan en la atmósfera, al desconocer el ángulo de inclinación necesario para regresar a la Tierra.

Hablábamos por lo tanto de D. Carlos Osoro, quien dirige la nave espacial de la diócesis de Madrid; del viejo profesor sin títulos que lleva adelante los desaguisados de una diócesis que se le ha ido de las manos y, que es ni más ni menos, que otro ejemplo de lo que está sucediendo en todas partes. Al viejo profesor “no le sobra nadie”; pero sabe muy bien que sí le sobran algunos que están perturbando la navegación de su nave espacial. Le sobra esa banda de sacerdotes homosexuales que le tienen “enganchado” al bueno de D. Carlos.

¿Por qué no pone orden entre esos tripulantes homosexuales que le están perturbando la navegación espacial? ¿Quizá porque son con quienes se identifica realmente?

Un buen día, D. Carlos comprenderá que es necesario poner orden ante la grave deriva que él mismo ha provocado dentro de su nave y, en un intento que, espero no sea desesperado, tratará de poner orden donde él mismo puso las bases de la anarquía. Mucho me temo que, para entonces, ya no habrá solución posible.

Actuando los miembros bajo órdenes equivocadas por parte de su superior, y actuando el superior bajo el falso criterio de su propia vanidad, se fueron alejando todos ellos de la única raíz que les podría haber salvado, como es la fidelidad a Cristo y al evangelio.

Sé que D. Carlos, tarde o temprano se dará cuenta de que la “nave espacial” que dirige, se ha ido alejando de la única verdad que le podría haber salvado. Al situarse él mismo en el centro de todo, ha intentado satisfacer a unos y a otros, sin darse cuenta que, mientras tanto, su nave se iba alejando cada vez más en el espacio.

No acaba de comprender que la actual situación que le envuelve, empieza a ser ya demasiado tarde para corregir el rumbo de su deriva; y cuando se dé cuenta e intente arreglarlo, ni siquiera Francisco podrá salvarle, porque para entonces, hasta el mismo Francisco habrá sido devorado por sus propios demonios.

 

 

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Comentarios
2 comentarios en “HISTORIA Y DECADENCIA: «Houston, tenemos un problema»
  1. Vamos como dirían en mi pueblo que es más falso que las caretas o el pan de avena en una palabra. Primero yo, luego yo y después también yo disfrazado de una aparente humildad y cara acontecida, amparándose en una actitud de diálogo para no dialogar nada y en el oportunismo más absoluto. Si tira viento del norte en Roma Osoro se ponderá de culo para que le lleve, si tira Sur se pondrá del revés para que le lleve para abajo. Querrá llegar a más de lo que es que es mucho, todo un cardenal, el problema es que no da la talla para ser Papa y seguramente no sea español, o ¿sí?, vaya a usted a saber por donde sopla el Espíritu Santo.

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