Arturo Picatoste
Me cuenta un amigo que conoce a una persona extranjera que lleva dos o tres años en España y que le ha contado que en su país, hace cosa de doce años, las mafias le robaron su identidad. Que incluso ha ido a la embajada de su país en Madrid para gestionar su asunto, y pásmense: ¡que no pueden hacer nada! Eso le han dicho.
Yo no sé de derecho como para aconsejar qué se pueda hacer en estos casos, pero no puedo pensar que no tenga solución. Porque, entonces, ¿en qué te conviertes, en un fantasma? No sé cómo habrá llegado a España, y cuál será la historia completa y verdadera de toda esa deriva. Pero lo cierto es que me hizo pensar lo siguiente: eso es lo que está pasando a nivel masivo con todos y cada uno de nosotros. Me explico: el Sistema nos está robando la identidad a cada uno de nosotros. La gente ya no sabe quién es realmente. Podrá tener un documento nacional de identidad donde diga cuál es su nombre, hijo de fulanito y menganita, nacionalidad, etc. Pero en el fondo, esa persona no sabe realmente quién es ni cuál es el sentido de la vida.
Siempre se ha dicho que lo prioritario es saber quién eres. El conócete a ti mismo. Hoy eso ya no se lleva, ya no importa, total, ¿para qué? Hoy juegan con nosotros desde arriba haciéndonos creer que no tenemos identidad alguna. O mejor, te animan a que sí tengas una identidad, pero obviamente falsa. Vamos, que ni siquiera los papás pueden decir que les va a nacer un hijo, porque… ¿y si esa persona (cuando nazca, antes no le consideran nada, y sí con derecho a matarla) no quiere ser niño, y prefiere ser niña?). La guerra contra la identidad comienza desde que la persona que va a nacer está todavía en el vientre de la madre. Así de cruel está la batalla.
Y ¿qué persigue el Sistema robando la identidad de las personas? Obvio: manipularla más y mejor, dominarla, esclavizarla más y más, hacerla suya. Y para lograr tal objetivo, hay que acabar con quien mejor sabe dar identidad a las personas, quien ofrece la verdadera libertad: la Iglesia Católica. Esa institución ha sido infiltrada por los enemigos de Dios para acabar con ella desde dentro. Y ya presume de tener y predicar un Nuevo Paradigma, que no es otra cosa que un Nuevo Evangelio.
Ahora la gente piensa que poco más o menos importa si tienes una religión que otra, crees o no crees, vives en pecado grave (llamado situación irregular) o no (ya no sabe la inmensa mayoría qué es pecado siquiera).
La gente ya no sabe quién es, y cuál es el sentido que tiene la vida. O para algunos sí lo saben: sobrevivir, salir adelante como se pueda, y nada más. Para otros sólo es disfrutar, disfrutar, y disfrutar… que son dos días. Para otros solo es trabajar y trabajar para ganar y ganar dinero como único fin principal… para otros solo vegetar. Para otros vivir, sin más, “tirar palante…” Y difícil lo tiene alguien en este mundo cuando quien debiera explicárselo ha dimitido: unos porque son enemigos con piel de oveja, y otros porque directamente callan como perros mudos, o en el mejor de los casos explican un Evangelio mutilado, o sea, falso, en el que todo es color de rosa.
El Sistema, está muy claro, nos roba la identidad. La Iglesia, la verdadera, ha de luchar contra ello. El pequeño resto fiel lo ha de recordar: los bautizados somos hijos de Dios, y estamos llamados a vivir la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Estamos llamados a ser santos e irreprochables en una vida de gracia, viviendo las virtudes de fe, esperanza y caridad, pues sin ellas nada somos, y nuestro destino eterno peligra seriamente. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Porque quien se deja arrastrar por la carne no puede agradar a Dios. Porque no todo el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad del Padre. Porque para eso vivimos en este mundo, sin ser del mundo, como discípulos de Cristo, para dar testimonio de la Verdad, porque solo la Verdad nos hace libres. Ésa es nuestra identidad, vivir en la Verdad y en la libertad gloriosa de los hijos de Dios, tratando de vivir el don de la divina voluntad.
El Sistema diabólico trata de usurpar nuestra verdadera personalidad, nuestra identidad: la santidad. A cambio nos invita y seduce con todo el arsenal de sus tentáculos, para que nos revolquemos en el pecado en todas sus formas inimaginables. Nos toca a nosotros decir no, no, y no.
Sólo los que saben decir no a las tentaciones, como Jesús en el desierto, podrán hacerse amigos de Dios. Y la gracia nos basta en nuestra debilidad, pero hemos de buscarla, pedirla, luchar por ella y con ella.
Dios está dispuesto a que no perdamos nuestra identidad recibida en el Bautismo, y a que nos mantengamos en el Evangelio y la sana doctrina. Y tú, ¿vas a dejar que te roben tu identidad con falsas promesas, dejándote embaucar por falsos maestros al gusto de tus caprichos, pecados y concupiscencias?
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Yo una vez discutí con una amiga, que le parecía bien que los hijos si no les gustaba su apellido o el nombre les causaba trauma se lo cambiaran. Yo le argüia que aunque el apellido de tu padre fuera ridículo, o corriente o feo, que era el apellido, de tus antepasados. Que parece una bobada, pero uno puede rastrear sus antepasados, y no solamente porque hayan tenido gloria, sino porque igual te emociona que un bisabuelo tuyo fuera francés, o incluso de una región ignota o cualquiera sabe. Si empezamos a cambiarnos nombres y apellidos sin identidad. Recuerdo que siendo niña me reí un poco de un apellido foráneo que sonaba raro en mi entorno euskaldun. Y mi compañera de clase con desparpajo, me contestó me apellido así, a mucha honra y m… para el que la deshonra. Se ve que no tenía ningún trauma y mucho orgullo del apellido que llevaba.
Buenas lecciones, María!