Vicente Montesinos
San Buenaventura nació hacia 1218 en Bagnoregio (Viterbo), Italia.
Entró joven en la Orden de los Hermanos Menores.
Estudió filosofía y teología en París y, obtenido el doctorado, enseñó con gran aprovechamiento a sus hermanos .
En 1257 fue elegido Ministro General, gobernando a la Orden por espacio de 17 años, en uno de los momentos más delicados de su desarrollo. Con razón se le llama «segundo fundador».
Nombrado cardenal obispo de la diócesis de Albano, desarrolló su ministerio pastoral con espíritu abnegado y humilde servicio.
Nos legó numerosas obras teológicas y filosóficas, luminosas y llenas de unción. La humildad, la doctrina, la espiritualidad de san Buenaventura, su sincero amor a Cristo, el calor de sus convicciones maduradas en la experiencia y contemplación del amor de Dios, dejaron una impronta indeleble en la piedad cristiana y le merecieron el título de «Doctor Seráfico».
Alimentado por la Misa tradicional, fue inspirado por ella a la siguiente oración de Acción de Gracias, conocida por muchas almas piadosas que cada día la recitan, y que comparto con todos.
¡Y porque hasta el cielo no paramos, que Dios nos bendiga, y San Buenaventura nos recomiende!
Oración de San Buenaventura
Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por Ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo. Haz que mi alma tenga hambre de Ti, Pan de los Ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite. Oh Jesús, en quién se desean mirar los Ángeles: tenga siempre mi corazón hambre de Ti, y el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de Ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la Casa de Dios: que te desee, te busque, te halle; que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin: para que Tú sólo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.
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