Es la denuncia que hace La Gaceta en relación a la persecución -antes, «matarile» o «paseo»- de que van a ser objeto una serie de calles de la Villa y Corte -y Checa, también: no hay que olvidarlo- supuestamente franquistas. Se las liquida…, y «san se acabó».
No obstante, es de agradecer que, al menos, el «matarile» o «paseo» se lo den a unas placas y no a la gente: afición que, aunque parezca mentira a estas alturas, reverdece en la progrez rojelia: «arderéis como en el 36»; poniéndole voz y ritmo -con las domingas al aire marcando el compás, lógico: sin esa «performance» no les hacen ni una mísera foto- una pipiola que, quizá -vivir para ver-, ni los haya cumplido. Los 36, digo. Y es que viven de oídas; y de malas y muy cortitas entendederas.
Pues a lo que iba. La Gaceta tilda de leyes IDEOLÓGICAS las que no se sostienen en nada objetivo; con la consecuencia necesaria e inmediata de que se usan IDEOLÓGICAMENTE. Natural, hombre.
Pero el problema no es que «esta» ley sea y pueda catalogarse así. Como la «de género», por ejemplo; o las leyes contra la educación diferenciada, a las que el Tribunal Supremo, en un alarde de honradez intelectual y moral -es decir, plenamente jurídica- les ha dado el varapalo que necesitaban.
Desde los años setenta y seis, TODAS las leyes son leyes IDEOLÓGICAS, y se confeccionan al servicio de las IDEOLOGÍAS, a su uso y abuso; hablo de España, claro.
Desde el momento en el que, a la hora de legislar, los gobiernos de turno -sean del color que sean-, prescinden del orden intelectual y moral, que es un ORDEN OBJETIVO, y lo sustituyen inicuamente por la «voluntad del legislador» -siempre SUBJETIVA, por tanto, con todo lo que eso supone de arbitrariedad e injusticia-, lo pretendan o no, se pasan por el arco del triunfo -penoso, oiga, pero así son las cosas- un concepto tan necesario como imprescindible para la convivencia social y ciudadana: el concepto de BIEN COMÚN, sin el cual -sin respetarlo a rajatabla, y con auténtica escrupulosidad-, la convivencia se convierte en la ley del más fuerte -«aquí mando yo ahora, y os vais a enterar»-.
Porque -y es lo más grave-, en este nuevo marco de «relaciones»,
las propias, necesarias, justas y legítimas relaciones entre gobernantes y gobernados se han roto; y solo queda «el poder», y «el miedo al poder» como referentes «útiles», que no «buenos» ni «aptos», por tanto. De hecho, como está más que demostrado, no solo no valen sino que generan más y más iniquidad, y prevalece -porque instauran- la INJUSTICIA «legal» y «legalizada»; o sea, amparada desde el mismo poder.
Toda la CORRUPCIÓN que nos ahoga, nos maltrata, nos roba y nos enajena viene de aquí: cuando los gobernantes no es que lo olviden, sino que viven así sus mandatos, solo les queda enriquecerse a toda costa, y matar y matarnos como primera premisa. Las dos cosas les ponen…, hasta límites insospechados.
Las declaraciones de Jaime Mayor Oreja en Budapest denunciando públicamente que «la crisis de valores arrancó cuando se aprobó el aborto» es, exactamente, lo que he intentado escribir.
Muchos años antes ya lo había denunciado el papa san Juan Pablo II: «Cuando un gobierno legaliza el aborto, se deslegitima automáticamente». Y así estamos. Y así nos va.
Antes se aprobó el divorcio, que ahora se ha introducido en la nueva/caduca iglesia de la misericordia barata por la puerta de atrás, de un modo farisáico, por la vía de la comunión de los divorciados recasados, eso sí, con mucho y teórico acompañamiento y discernimiento, palabras que tratan de disfrazar la comunión en pecado mortal, que siempre ha existido en la Iglesia, pero que, ahora, se propicia desde Roma. Si no es demoníaco se le parece cantidad.