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La cuestión nacionalista y la posición de Omella

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omella3 Vaya, algunos se muestran ofendidos y sorprendidos  porque no estoy dispuesto a condenar en mi blog a nadie sin pruebas. Algo que es principio básico de justicia. No concibo el trabajo de informar, ni el de opinar, que no se atenga a las coordenadas básicas de la presunción de inocencia y el derecho al honor. Por supuesto, incluyendo como titulares de derechos a los blogueros con  los que comparto este aposento periodístico, faltaría más. Pero para mí un blog no es una pira de ejecución y voy a intentar que no lo sea. Pero dejemos Mallorca y vayamos a Barcelona. Sobre la posición en Cataluña de Mons Omella, arzobispo de Barcelona,  en relación al “procés” de independencia, pienso que hay poco lugar al malentendido. Estamos viviendo una fractura grave de la convivencia en Cataluña por ese “procés” que parece infectarlo todo. Incluyendo la mismísima convivencia entre los artífices del “procés”. Josep Pla, igual que Einstein, por ejemplo, consideraba el nacionalismo como enfermedad. Una comparación que va más allá de la comparación didáctica; la forma de abordar los conflictos, la mirada nacionalista hacia la realidad social, se vuelve patológicamente excluyente. Y el principio de corrupción social se extiende. La negociación de la CUP con la coalición separatista catalana ha dejado heridos incluso a los mismos protagonistas, que ahora muestran una realidad de división y palabras gruesas entre ellos mismos. Pero no nos equivoquemos sobre la posición “eclesiástica” de la cuestión nacionalista en Cataluña. Han pasado los años y el nacionalismo eclesiástico está en fase terminal; es pura cuestión de edad. Hoy, lo que digan los eclesiásticos, poco tiene que decir al “procés”, que ya desbancó a los pocos militantes demócratas cristianos que quedaban en el partido menguante de Unió Democrática.  La Iglesia en Cataluña está relegada de protagonismo en la opinión pública catalana, y más en cuanto se ha ido desligando de la trinchera política partidista. Uno puede disentir o matizar; que si Omella podría haber sido más así, que si podría haber sido más asá. Pero la realidad es inequívoca; la posición oficial de la iglesia catalana es de abstención y lejanía con respecto al soberanismo. Acepta la ley y la realidad, esto es, que un señor Puigdemont ha sido investido President, pero poco más fuera de dar al César lo que es del César. Y recordar que “la comunión” es un bien jurídico por el que la pena orar y preservar. Recientes personajes como la monja Forcadas (¿se acuerdan? hace solo unos meses…) han vuelto al museo, y el  sentido común se abre paso. ¿Siempre? No. Hemos tenido casos aislados de lamentables  miopías eclesiásticas, intentando arrimarse a la pegajosa mancha nacionalista. Por ejemplo en Solsona. Pero pretender en el caso de Barcelona ver otra cosa fuera del respeto a la ley y el “wait and see” es, por lo menos, forzado. Vienen horas tensas en Cataluña, es evidente; hay un tren que insiste en querer chocar y chocará. Pronto. Pero ni de lejos puede atribuirse ese tren la bendición de Omella, y poco lugar ha habido para la confusión.  Cualquier otra interpretación sería patológica, venga del tren que venga. Heridos va a haber, y  muchos. No queramos provocar más. El trabuco del eclesiástico-político-nacionalista está, como decía, en el museo. No queramos nosotros mismos volverlo a cargar.  

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