Una religiosa de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, testigo de una experiencia cercana a la muerte y que profesa la regla agustiniana, pronunció un discurso ante el Papa León XIV, cargado de hondura teológica, imágenes bíblicas y exhortaciones a vivir anclados en la Eucaristía y en la esperanza cristiana.
Tradición viva en tiempos inciertos
La religiosa, que vive desde hace una década en San Marino, subrayó el valor de los estados pequeños con profundas raíces históricas, que —frente a la deriva globalizante— mantienen encendida la llama de la identidad cristiana. A partir de ahí, introdujo una reflexión sobre la esperanza como hilo conductor de la historia de la Iglesia, con base en la palabra hebrea tikva, que remite a una cuerda tensa entre el pasado y el futuro.
El hombre que espera, dijo, no es el que se resigna, sino el que vive en tensión fecunda: sostenido por la memoria, orientado hacia la eternidad.
Contra la falsa nostalgia y el futurismo vacío
La ponente alertó contra dos tentaciones: un tradicionalismo que convierte el pasado en refugio estéril y un futurismo sin anclaje que corre detrás de quimeras. Ilustró esta tensión con un análisis del cuadro El regreso del hijo pródigo de Giorgio De Chirico, símbolo del hombre moderno que, creyéndose autosuficiente, abandona sus raíces culturales y espirituales. Sólo el reencuentro con el Padre devuelve sentido a su camino.
Una experiencia de eternidad que cambia la vida
En un momento especialmente revelador, la religiosa compartió que, a los veinte años, tuvo una experiencia de premuerte que transformó su visión de la existencia. Dijo haber vislumbrado “la falla de la eternidad”, esa apertura luminosa que relativiza los proyectos mediocres y obliga a preguntarse si lo que uno hace permanece o no en la verdad.
La cruz como única belleza que salva
Citando a Dostoyevski, matizó que la frase “la belleza salvará el mundo” debe entenderse como pregunta, no como eslogan. Y respondió con claridad: es la belleza de la cruz —humillada, sufriente, redentora— la que salva. Esa es la belleza perdente que nos puede rescatar todavía hoy.
También evocó el testimonio de Salvador Dalí, cuya pintura La Madonna di Port Lligat encierra ruina y renacimiento, dolor y consuelo, en una estética marcada por el misterio eucarístico y el retorno del artista a la fe tras la bomba atómica.
El trono eucarístico como centro orientador
La religiosa recordó que la fundadora de su congregación, la Beata María Magdalena de la Encarnación, fue enviada por Cristo a Roma para establecer allí el primer monasterio, junto al Papa. La Eucaristía debía ser el punto de referencia de la Iglesia en medio de la confusión histórica, como entonces, también hoy.
María, guardiana de la esperanza
Concluyó su intervención con una meditación sobre María como Madre de la esperanza y de la consolación. “Custodia nuestros fallos y nuestras posibilidades”, dijo, y bajo su mirada misericordiosa nos guía hacia el Hijo, presente en el Pan de la Vida.
Discurso íntegro de la monja
Santísimo Padre, Eminencias, Excelencias, autoridades del Estado Vaticano, queridos hermanos y hermanas:
Es un honor para mí que el compianto Santo Padre Francisco haya pensado en mi persona y, conmigo, en todo el orden de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento para este gran evento que interesa al Estado Vaticano y a toda la Curia. Pero es un honor aún más grande, Santidad, que el Señor me haya permitido hablar ante usted.
Nos une la regla de san Agustín, a la cual fuimos educadas gracias al venerable Giuseppe Bartolomeo Menocchio, gran santo del orden agustiniano, nuestro primer superior. Fuimos aprobadas por un Papa León —León XII— quien proclamó y condujo, exactamente hace 200 años, el Jubileo de 1825.
Tras saludar a Su Santidad, deseo expresar mi estima y gratitud a esta Iglesia, a todos los Eminentísimos Cardenales y Obispos aquí presentes, a los miembros de la Curia romana y a las autoridades del Estado Vaticano.
Sobre San Marino y los pequeños estados
Vivo desde hace 10 años en la pequeña República de San Marino. En un mundo globalizado, el valor de los pequeños estados es precioso: no debe desperdiciarse, sino defenderse con todas las energías posibles. Son estos estados los que, con sus tradiciones particulares y antiguas, mantienen viva la esperanza en un mundo que está perdiendo sus raíces históricas.
La palabra hebrea tikva, que significa «esperanza», tiene la raíz cav —cuerda o hilo— y evoca un hilo tenso entre dos polos. El hombre con esperanza es el que está anclado al pasado y, por ello, puede lanzarse con confianza hacia el futuro, viviendo el presente con tensión. Así es como la Iglesia debe vivir: en tensión viva entre el pasado y el futuro, sin caer ni en el tradicionalismo nostálgico ni en el futurismo ilusorio.
El hijo pródigo de De Chirico y el mensaje del pasado
Giorgio De Chirico, en su pintura El retorno del hijo pródigo (1922), se representa a sí mismo como un maniquí musculoso que huye del paisaje mediterráneo hacia una Ferrara roja. Pero como en la parábola evangélica, sucede lo inesperado: el padre, una estatua griega, desciende de su pedestal y va al encuentro del hijo. El pasado se nos presenta no para oprimirnos, sino para relanzarnos hacia el futuro con esperanza.
El reto del presente
Vivimos en un mundo acelerado, donde los medios de comunicación social están moldeando nuevas formas de ética y relación. Pero los medios son sólo medios. El gran san Agustín decía: “no se corre como se debe si no se sabe hacia dónde se corre”. Nosotros sí sabemos: la carrera de Pedro y Juan hacia el sepulcro vacío de Cristo es la única válida.
Yo lo digo con conocimiento de causa: a los 20 años, cuando mi fe era débil, viví una experiencia de premuerte. Vi abrirse ante mí el abismo de la eternidad. Esa experiencia me cambió la vida y la perspectiva.
¿Qué es la esperanza?
Esperar es afirmar la verdad que respeta la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la dignidad de cada persona más allá del género, credo, nacionalidad o costumbres. Un Jubileo debe empujarnos a pensar en las cosas últimas. Las preguntas sobre el sentido de la vida pueden perturbar, pero son ahí donde nace la esperanza, esa “pequeña niña” de la que hablaba Charles Péguy.
La esperanza está íntimamente unida a la humildad. Los verdaderamente humildes son los verdaderamente fuertes. Como decía Victor Hugo: mirar la vida sin una “mirada acostumbrada”, con los ojos del asombro.
El ataque del maligno y la fuerza de la Eucaristía
El maligno ataca precisamente donde hay mayor santidad. Por eso, en tiempos de tribulación, como el napoleónico, el Señor indicó a nuestra fundadora, la beata María Magdalena de la Encarnación, la ciudad de Roma como centro de la adoración eucarística. El Papa de entonces la acogió en el Quirinal, consciente de la necesidad de esa luz.
Como san Agustín dijo, debemos vivir entre las persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios. Mirar al Santísimo Sacramento puede sanarnos y hacernos profetas. ¡No tengamos miedo! Tenemos en Dios un gran aliado. Debemos dejarnos moldear por Él, guiados por el Espíritu Santo, la Eucaristía y la Virgen María.
¿Qué belleza salvará el mundo?
Se repite a menudo la frase “La belleza salvará el mundo” de Dostoievski, pero es incompleta. El príncipe Myškin, en El idiota, se lo pregunta frente a la imagen terrible del “Cristo muerto” de Holbein. ¿Qué belleza salvará el mundo? La belleza de la cruz. La belleza de la humillación. Una cruz ofrecida, sufrida, acogida y nuevamente ofrecida.
La Virgen María, Reina de la Belleza
La Virgen María es nuestra gran aliada. En la imagen de la Madonna di Port Lligat de Salvador Dalí, se ve la ruina, el abandono, pero también signos de renacimiento: el huevo suspendido, los ángeles en espera. María custodia bajo su mirada nuestros fracasos y potencialidades.
En el centro de su vientre está el Niño Jesús. Y en el centro del Niño, el pan eucarístico. Cristo, con las manos suspendidas entre el universo y la Palabra, nos recuerda que no podemos perder ni la sabiduría humana ni la divina. Lo auténticamente humano es auténticamente cristiano.
Conclusión
Fijemos la mirada en el Pan Eucarístico. Saquemos fuerza del pasado para interpretar el presente y apostar por el futuro. Confiemos en la Virgen María, Salus Populi Romani, Ianua Caeli, puerta de esperanza y consuelo.
Sí, María, madre de la consolación y de la esperanza, ruega por nosotros.
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Entonces, el tradicionalismo es una tentación. Comprendo.
– palabra hebrea tikva, que remite a una cuerda tensa entre el pasado y el futuro
– un tradicionalismo que convierte el pasado en refugio estéril y un futurismo sin anclaje que corre detrás de quimeras
…
1. Una monja dentro de esta moda teológica que se conoce como hebraísmo cristiano, retorno a las raíces judías o teología del diálogo judeo-cristiano
2. Típico argumento del término medio o síntesis dialéctica entre tesis y antítesis, de la superación de dilemas
…
Son dos modas que proceden de la etapa posterior del Concilio Vaticano II de 1965. No pasan de ser divertimentos etimológicos y lógicos
El catolicismo tiene la potente filosofía tomista que supera x1.000.000 el etimologismo hebraico
El hegelianismo de «superar el pasado estéril y el futuro quimérico» no pasa de ser un ejercicio vacío de contenido
¿Otra monja sabia?
«No quiero que las mujeres enseñen en la Iglesia.»
San Pablo
Lo que es estéril es el modernismo.
Lutero fue agustino, y era lógico, el agustinismo da preeminencia a lo subjetivo, el yo, la conciencia, la emoción y el sentimiento… Y de ahí al subjetivismo hay un paso…
Después de la Fé, lo importante del catolicismo es en primer lugar el dogma y su estudio intelectual.
Luego está la cuestión subjetiva, la emoción, el sentimiento… Al fin y al cabo Cristo también lloró.
Pero lo primero es el intelecto, el dogma, sino corremos el riesgo de el subjetivismo luterano… Lo que yo siento, me parece y me emociona es el fundamento de la Fé y eso es falso.
Yo no diría que la Sagrada Tradición siempre joven sea un refugio estéril. Es eterna mientras dure este mundo. Y nunca he visto tantos niños y jóvenes en la Iglesia como desde que descubrí la Tradición. La Tradición es el pasado, es el presente y sobre todo es el futuro.
Empieza así en cada Sagrada Misa:
«Ad Deum qui laetificat iuventutem meam».
Significa «Al Dios que alegra mi juventud».
La monja habla bien pero debería revisar que hay dos pilares de transmisión de la Palabra Divina: uno de ellos es la Tradición, que enseña el camino estrecho de salvación a las almas de generación en generación.
Y que Dios no se muda en su Palabra, por eso es Dios. Sigue igual que en los tiempos de Noé, de David o de Adán. De Pablo y de Tomás, de Santa Teresa y de Chesterton.
Dios nos libre de monjas sabias y liturgistas sabiondos… 😉
No hay cosa peor como monjitas que creen saberlo todo por haber hecho cursillos de temas variados…
Ni nada peor que dialogar con un liturgista especialista en la misa moderna… 🙂
La Tradición es lo único que tenemos es el crisol de las virtudes y el pasado es lo único real, por que en base a las obras escritas en el libro de la vida iremos al cielo o al infierno, el presente es fugaz y el futuro no existe, no sabemos si habrá un mañana. Esta es tonta, quizás se confundió y en su experiencia en el mas allá se encontró con el enemigo. Las mujeres en la iglesia y la mayoría de los prelados calladitos están mas guapos, así no dirán gilipolleces.
Que lo llame Pan Eucarístico, ya me parece una declaración de intenciones, la dichosa cena. Pobres sus hermanas. Después, sus gustos pictóricos son terroríficos, se trasparenta el alma de una persona cuando habla de sus gustos pictóricos, hay un estudio previo que hace que hable de algo que le emociona. Cuando miras esos cuadros entra pánico. Anda que Dalí como referente, prefiero a Rupnik, la verdad. O mejor, prefiero un lienzo en blanco a esos tres. Chirico, Dalí, Rupnik ¿puedo dejar la pared sin pintar, por favor?