No temas, hijo mío, cuando las tempestades asomen en el horizonte. El cayado que ahora sostienes es el mismo que guió a Pedro sobre las aguas, el mismo que sostuvo a los mártires en sus agonías y a los santos en sus soledades. En tus manos llevas el misterio de Cristo, el Buen Pastor, y en tu corazón la misión de apacentar Su rebaño con amor y misericordia.
El Cielo entero intercede por ti, y la Madre, María Santísima, a quien tanto amábamos en casa, extiende su manto sobre ti. Cuando sientas el peso de la cruz, recuérdaLa junto al pie del Calvario, firme y silenciosa, sosteniendo en Su regazo la promesa de la Resurrección. Allí hallarás consuelo, allí hallarás fuerza.
Desde aquí, mis oraciones son como hilos dorados que te envuelven, que te abrazan y sostienen. Elevo mi súplica a la Trinidad para que seas un faro en medio de la tempestad, un refugio para los heridos, un padre para los que buscan y un testigo de la Verdad en este mundo sediento de luz.
Hijo mío, el Cielo te contempla, y mi corazón de madre late en un susurro eterno: sé santo, sé luz, sé amor para el mundo.
Con un amor que no se apaga, porque es de madre, y es eterno, te quiere
Mamá
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