El Papa pide en la bendición Urbi et Orbi «no más estruendos de armas»

El Papa Francisco renovó este Domingo de Pascua su petición para alcanzar la paz, implorando el fin de los conflictos armados y de toda forma de violencia que azota al mundo.

A pesar de sus recientes problemas de salud, el Pontífice se hizo presente en la tradicional bendición Urbi et Orbi, aunque el mensaje fue leído por Monseñor Diego Ravelli, Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias.

La celebración, presidida por el cardenal Angelo Comastri, no solo marcó el triunfo pascual de la Resurrección, sino también fue un testimonio de la fortaleza espiritual de Francisco, quien más tarde recorrió la Plaza de San Pedro en el papamóvil, saludando con calidez a los fieles congregados.

En su alocución pascual, el Santo Padre recordó que desde el sepulcro vacío de Jerusalén resuena aún el anuncio que transforma la historia: “Jesús, el Crucificado, no está aquí, ha resucitado”. Con palabras llenas de esperanza, afirmó que el amor venció al odio, la luz a las tinieblas y el perdón a la venganza. Subrayó que, aunque el mal sigue presente en el mundo, ya no tiene poder sobre aquellos que abrazan la gracia de la Pascua.

El Papa se dirigió especialmente a quienes viven en el dolor, la guerra o el abandono, asegurándoles que sus lágrimas han sido vistas y sus clamores escuchados. Reafirmó que la esperanza cristiana no es evasiva ni ilusoria, sino una fuerza que impulsa al compromiso y a la solidaridad. En ese espíritu, invitó a los creyentes a convertirse en “peregrinos de esperanza”, sostenidos por la fe en la vida que ha vencido a la muerte.

Con gran preocupación, Francisco denunció la violencia que sacude al mundo en múltiples frentes. Se refirió con particular énfasis a la situación en Tierra Santa, pidiendo el cese del fuego en Gaza, la liberación de los rehenes israelíes y el envío urgente de ayuda humanitaria a la población palestina afectada por una crisis cada vez más insostenible. Expresó su cercanía tanto con los cristianos de la región como con los pueblos israelí y palestino, sin omitir su inquietud por el aumento del antisemitismo a nivel global.

Asimismo, manifestó su solidaridad con las comunidades cristianas del Líbano y Siria, que anhelan estabilidad y participación plena en sus sociedades, y recordó al pueblo yemení, sumido en una de las crisis humanitarias más prolongadas del planeta. También tuvo palabras para la martirizada Ucrania, a la que deseó una paz justa y duradera, al tiempo que alentó el diálogo entre Armenia y Azerbaiyán para alcanzar la reconciliación definitiva en el Cáucaso Meridional.

Francisco no dejó de mencionar los sufrimientos en África, evocando con dolor los conflictos que asolan la República Democrática del Congo, Sudán, Sudán del Sur, el Sahel, el Cuerno de África y la región de los Grandes Lagos. Asimismo, hizo un llamado por la libertad religiosa allí donde está amenazada, recordando que no puede haber paz verdadera sin respeto por la conciencia y la dignidad de cada persona.

Uno de los momentos más contundentes de su mensaje fue su rechazo claro a la carrera armamentista. Aunque reconoció la legítima necesidad de defensa de las naciones, advirtió que esta no puede convertirse en una justificación para el rearme sin límites. Insistió en que la paz solo es posible mediante un verdadero desarme y una renovada solidaridad global. En ese marco, pidió ayuda urgente para el pueblo de Myanmar, golpeado por años de conflicto armado y recientemente afectado por un devastador terremoto.

El Papa aprovechó la ocasión para apelar a los responsables políticos del mundo, exhortándolos a no dejarse llevar por la lógica del miedo y el aislamiento, sino a usar los recursos disponibles en favor de los más vulnerables, promoviendo el desarrollo, combatiendo el hambre y sosteniendo a quienes dedican su vida a tareas humanitarias. “Estas son las verdaderas armas de la paz”, afirmó.

Al concluir su mensaje, en el marco del Jubileo Ordinario de 2025, pidió la liberación de los prisioneros de guerra y de los presos políticos, y recordó que la Pascua del Señor es el anuncio definitivo de que la vida ha vencido a la muerte. “El Señor vive para siempre”, proclamó. “Y nos infunde la certeza de que también nosotros estamos llamados a participar de una vida que no conoce el ocaso, donde ya no se oirán el estruendo de las armas ni los ecos de la muerte. Encomendémonos a Él, porque solo Él puede hacer nuevas todas las cosas”.