Llega un momento en que nos damos cuenta de lo corta que es la vida. Cuando éramos jóvenes y lo teníamos todo por delante, nos parecía que la vida era interminable, pero cuando despertamos de ese sueño, la vida aparece ante nosotros en su desconcertante brevedad, como un soplo, y pasan ante nosotros todas las oportunidades perdidas que no volverán, y todo el tiempo pasado nos parece un instante.
En esos momentos, deberíamos preguntarnos qué ha sido de nuestra vida hasta entonces, cuál ha sido su sentido, si hemos vivido la vida de los irracionales, nacer, pasar y morir, sin que nuestro paso por ella haya añadido nada al depósito íntimo de nuestra personalidad, o si ese depósito está ahora más colmado que cuando comenzamos.
El sentido de la vida es una pregunta que debería surgir al tener conciencia de su finitud. ¿Somos un simple amasijo de átomos unidos por azar, y este corto tiempo de dura y triste existencia es todo cuanto nos ofrece ese cruel y estúpido azar, que nos condena a la nada tras haber puesto ante nosotros la imagen ilusoria de la eternidad? ¿Y cómo ese amasijo químico ha creado en nosotros la fantasía engañosa de cosas como la belleza, la bondad, el amor…? ¿Puede lo más surgir de lo menos? ¿Pueden la belleza, la bondad y el amor surgir de la materia?
¿Es la vida ese engaño cruel? ¿O estamos aquí con un propósito? Y si existe ese propósito, ¿puede limitarse a este absurdamente corto tiempo que pasamos en el mundo, o debe proyectarse más allá de él, más allá del tiempo y de este mundo?
El mundo hoy no deja de sugerirnos lo primero, que la materia es todo cuanto existe, y que no somos más que eso, pura materia. Pero llega la física cuántica y descubre que la materia ni siquiera es “material”, y que tras ella se esconde algo que excede toda explicación. Y llega la biología molecular y descubre que, dentro de nosotros, en cada una de nuestras células, moléculas fabrican máquinas moleculares y las ponen en funcionamiento para realizar funciones inimaginablemente complejas, capaces de autoreproducirse… ¿Y cuál es la inteligencia que las mueve? ¿Dónde reside? ¿De dónde procede?
Hoy la ciencia más avanzada está descubriendo con asombro que el mundo no es otra cosa que información exquisitamente organizada, inteligencia pura, y que tras toda inteligencia debe haber una mente. Aconsejo a los que alcancen a preguntarse sobre el sentido de la vida que intenten descubrir, al nivel adecuado a cada uno, el estado actual de ciencias como la física cuántica y la biología molecular. Tal vez les ayude más de lo que piensan.
Hoy la ciencia, a pesar de la resistencia encarnizada de todo el estamento “oficial”, que no se resigna a perder sus cátedras y su poder, está empezando a entender que este mundo tuvo un principio, por lo que también tendrá un fin; que, si tuvo un principio, algo o alguien tuvo que hacerlo aparecer; que no es obra de ningún azar, porque la materia librada a sí misma tiende al caos; que, por el contrario, es una obra maestra de diseño encaminada a hacer posible la vida, que surge sin que la ciencia pueda explicarse cómo; que ese diseño parece tener una finalidad muy concreta: la vida humana, y que, si hay un diseño inimaginablemente exquisito, debe haber un Diseñador inimaginablemente hábil. Algunos le llamamos Dios.
Y si nuestra vida tiene efectivamente un sentido que se proyecta más allá del corto paso por esta tierra, ¿es razonable no preguntarse cuáles son las condiciones a las que ese sentido nos obliga? ¿Es razonable seguir viviendo como si no existiera sentido alguno? Los animales lo hacen, pero ellos no tienen libre albedrío; se limitan a seguir su instinto (por cierto, ¿quién lo puso en ellos?). Pero nosotros sí tenemos libertad para elegir, para cambiar… ¿Y qué sentido tendría que el azar nos hubiera distinguido de los animales dándonos una libertad que nos permite alcanzar lo más alto para luego dejarnos caer en la nada?
Pero somos libres, y la libertad nos obliga; nos obliga a preguntarnos cómo usarla, nos obliga a elegir, y tal vez de las elecciones que hagamos dependa la realización, en un sentido o en otro, del sentido final de nuestra vida, por lo que sería más que prudente preguntarnos cuáles son, entre todas las posibles, las elecciones correctas. Y la respuesta a esa pregunta nos la proporciona algo que llamamos principios morales, que son como nuestro libro de instrucciones.
Pero hoy hemos rechazado ese libro de instrucciones, porque “coarta nuestra libertad”, puesto que entendemos esa libertad como la capacidad de hacer lo que nos dé la gana en todo momento. Pretendemos fabricar nuestro propio libro de instrucciones, pero, eso sí, cada uno el suyo, nada de instrucciones generales, universalmente válidas, no fuera el caso que nos prohibieran nuestros caprichos, nuestra autosuficiencia… ¿Cómo vamos a admitir algo por encima de nosotros mismos, si cada uno de nosotros nos hemos constituido en nuestro propio dios?
Tal vez necesitemos pararnos y reflexionar, porque sin un libro general de instrucciones, válido para todo el mundo, en todo tiempo y lugar, nuestra vida lleva al caos, al caos que hoy estamos viviendo y que sólo quien se obstine en mantener cerrados los ojos y los oídos puede ignorarlo. Y ese libro existe; sólo hay que buscarlo.
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Recientemente han salido dos libros uno español y el otro francés, traducido ya al español, los cuales demuestran científicamente la existencia de un Creador del Universo. Este Creador no podría estar dentro de la creación del Universo, ya que se tendría que haber hecho a sí mismo, luego lógicamente está fuera del Universo y desde fuera crea.
Excelente reflexión. Hay que tener mucha imaginación para creer que el azar es el responsable de un universo tan complejo.