Cada día, 26 personas mueren en Cataluña esperando una ayuda a la dependencia. 9.529 personas en total solo en 2024, según cifras oficiales. Es decir, miles de ciudadanos —mayores, enfermos, discapacitados— que han sido empujados a la miseria y el abandono institucional. Mientras tanto, las prestaciones de eutanasia han crecido un 51% en el mismo periodo.
Ignacio Garriga ha condensado esta tragedia moral en un tuit demoledor: “El ‘humanismo cristiano’ del que presume Salvador Illa consiste en empujar a los vulnerables al suicidio mientras les deniega ayudas para vivir dignamente”. Y es que resulta difícil encontrar una definición más precisa para este nuevo totalitarismo progresista disfrazado de compasión.
Según recoge Europa Press, en 2024 se realizaron 142 eutanasias en Cataluña, una cifra récord que evidencia una tendencia escalofriante: a la persona que pide ayuda se la ignora; pero si pide que la maten, se le atiende con diligencia. La Generalitat y su Consejería de Salud han creado así una perversa jerarquía moral: el derecho a morir es prioritario al derecho a vivir.
Este es el legado del “humanismo cristiano” de Salvador Illa. Un cristianismo sin Cristo, sin misericordia, sin redención. Un humanismo que desprecia la dignidad humana cuando estorba, que encubre la eutanasia bajo la retórica de la autonomía personal, pero que abandona a su suerte al que pide una silla de ruedas o una ayuda para el aseo diario.
Se nos prometió una sociedad más compasiva. Nos han dado una máquina burocrática de matar. Mientras se recortan las ayudas a la dependencia y se bloquean expedientes durante meses o años, el camino hacia la muerte se ha alisado con eficiencia administrativa y propaganda ideológica.
Y así, mientras los ancianos mueren solos, los discapacitados desesperan y las familias se hunden, el gobierno catalán presume de avances “progresistas”. Pero no hay progreso en matar al vulnerable cuando se le niega antes el pan y el agua.
Como ha denunciado Garriga, es hora de mirar la realidad a los ojos: nos están imponiendo una cultura de la muerte envuelta en palabras suaves. Y lo hacen con una sonrisa, en nombre del bien común.
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Pues no tenemos más que un arma para revertir la situación: el voto.
Je, je, el voto dice el de botas, vaya iluso, las llamadas democracias años ha cuentan con elecciones amañadas. Me niego a llamar a eso cultura, eso es barbarie mortal.