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Hoy les ofrecemos este extracto del libro Doctrina Social de la Iglesia de Anthony Esolen.
Lo que una sociedad católica nunca debe ser
He intentado comprender la teoría social de León XIII como un todo. Se trata de algo que, a buen seguro, excede mis capacidades. No obstante, presentaré resumidamente ahora lo que sí he llegado a comprender.
Comenzaré diciendo lo que una sociedad católica nunca debería ser.
Jesús nos dice que una casa dividida contra sí misma no se sostiene. Una sociedad católica no puede dividirse contra sí misma. Se sostiene con nuestra madre y maestra, como dice Juan XXIII. Se sostiene con la Iglesia.
Jesús nos enseña que sería preferible para un hombre que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar que escandalizar a uno «de los pequeños». Una sociedad católica no soporta la seducción ni la corrupción de los niños. No tolera que los niños sean rehenes de los caprichos o deseos sexuales de los adultos, de los fornicadores, de los adúlteros, de los sodomitas. No crearía colegios como campos de entrenamiento de incrédulos y miserables. No sentenciaría a muerte a niños no deseados.
Jesús dice que Dios es el creador del matrimonio. Una sociedad católica no puede abrazar el divorcio. Jesús nos dice que lo que Dios ha unido no debe separarlo el hombre.
Jesús nos dice que es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de los cielos. Una sociedad católica debe recelar siempre de la riqueza terrenal. Las riquezas pueden ser una bendición, pero lo sean o no, conllevan una obligación importante. El amor al dinero es la raíz de muchos males.
Jesús nos dice que hagamos lo que hagamos al más débil de nosotros, eso se lo hacemos también a Él. No podemos imponer nuestras obligaciones a los demás. Debemos alimentar al hambriento, vestir al desnudo, acoger al que no tiene casa, atender al enfermo, visitar al preso, enterrar a los muertos, asistir a las viudas y a los huérfanos. Debemos hacer todo esto; es una responsabilidad personal.
Jesús nos dice que los limpios de corazón están bendecidos y verá a Dios. Por eso no podemos vivir como puercos. No podemos soslayar la inmundicia, ni siquiera cuando esta proviene de una persona que no cree en Dios. No podemos tomar a la ligera la gran virtud de la pureza.
Jesús nos enseña con un ejemplo, y en un sentido misterioso, que los reinos de este mundo son el regalo del príncipe de las tinieblas. No significa que no debamos amar nuestra patria. Él mismo amaba a la oveja perdida de Israel. Pero los católicos aman de mejor manera a su patria si en primer lugar aman a Dios. Si no pueden ocupar cargos políticos, como sucedía en los tiempos anteriores a Constantino, deben recordar el caso de Poncio Pilato. Un poco de agua no puede limpiar la sangre derramada por los inocentes.
Jesús nos dice de sí mismo que es el pan de la vida, el torrente de agua viva que saciará nuestra sed. Él es el Buen Pastor; si lo tenemos a Él, no querremos nada más. No buscaremos más pastores, ni nos someteremos a ninguna ideología política ni a ningún otro sistema. No depositaremos nuestra esperanza en utopías progresistas. No adoraremos el supuestamente inevitable devenir de la historia. No adoraremos a ningún emperador, sea cual sea su nombre.
Jesús nos dijo que el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. Nos dijo que está en el mundo, pero que no es de este mundo. Y nosotros también debemos trabajar en este mundo, pero no pertenecer a él, porque lo amamos de mejor manera cuando tenemos el corazón volcado en el Creador y Redentor.
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Este fragmento ha sido extraído del libro Doctrina Social de la Iglesia (2023) de Anthony Esolen, publicado por Bibliotheca Homo Legens.
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