Los duelistas, una profecía de nuestra España

Los Duelistas
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Aprovechando que esta semana hemos tenido el disgusto de ver Napoleón —no sé por qué siempre le doy una nueva oportunidad a Ridley Scott—, me gustaría que hoy hablásemos de una de sus películas más desconocidas, que, sin embargo, es la primera de su extensa filmografía y, a mi juicio, una de las que recaba mayor interés.

Se trata de Los duelistas, un filme ambientado igualmente durante las guerras napoleónicas que tiene como argumento principal la rivalidad entre dos oficiales húsares que parece prolongarse para in sécula. No obstante, me gustaría que nos acercásemos a este largometraje desde una perspectiva actual, ya que, sin comerlo ni beberlo, se ha convertido en un curioso celaje de la España que estamos viviendo a día de hoy.

En primer lugar, echémosle un vistazo a su argumento. Como hemos señalado arriba, su dúo de protagonistas está conformado por unos afamados húsares de la Grande Armée que, tras una disputa inicial (e insustancial), se embarcan en una espiral de odio mutuo que los arrastra a encararse en un duelo eterno. Y es que, como si de una comedia se tratase, siempre que comienzan la liza, el azar impide que esta concluya, por lo que ambos deben aplazarla hasta un mejor momento; mas, lejos de ser una comedia, se trata de un caso real que, efectivamente, enfrentó a los dos húsares a lo largo de casi veinte años y una treintena de duelos (a pie, a caballo, a espada, a pistola…). El novelista Joseph Conrad —otrora, autor de la excelente El corazón de las tinieblas— se hizo eco del hecho y los plasmó en su relato El duelo, que inspiró el presente filme.

Por aquel entonces, Ridley Scott, que había dirigido un centenar de anuncios televisivos, leyó esta pequeña obra y decidió que le había llegado la hora de dirigir su primera película; como a la sazón acababa de ser estrenada Barry Lyndon —en mi opinión, el mejor título de Stanley Kubrick— y las guerras napoleónicas, por tal motivo, estaban de moda, encontró rápidamente un par de productores que le prestaron el pecunio necesario. En un primero momento, iba a ser un telefilme, pero, debido a su notabilísima precisión histórica y a su cuidada fotografía (deudora de Barry Lyndon), fue proyectada en pantalla grande y se convirtió en la cult movie que es hoy. Quizás por ello uno se desengañe al padecer Napoleón y ver que todo este ímprobo trabajo, del que Scott podría haber sacado provecho, ha caído en agua de borrajas,

En cualquier caso, indaguemos un poco en la enjundia del filme, que, como señalábamos arriba, parece una extraña profecía de la España que estamos viviendo en la actualidad. Hemos indicado que los dos protagonistas se odian mutuamente, pero esto no es del todo cierto, porque es uno de ellos en concreto el que en verdad aborrece de todo corazón al otro; es más, ese odio se incrementa a medida que el segundo húsar procura rehacer su vida y acometer una existencia tranquila, dedicada a su futuro y a su familia. De este modo, el primero de los oficiales —el que odia cordialmente al otro— ordena todos sus actos en aras de ese enfrentamiento perpetuo, para que su rival no tenga el chance de conquistar la tranquilidad que anhela. Y así, cuando el segundo oficial —el que es odiado por el primero— se acerca a su noble objetivo, aquel reaparece casi de la nada para impedírselo.

Hoy en nuestra patria vemos que esta polarización está más viva que nunca, pues hay un sector de la misma que pretende llevar una existencia tranquila, teniendo como noble objetivo velar por su familia y su futuro, y otro sector que busca el enfrentamiento continuo, de modo que el primero nunca consiga su empeño. Igual que en la película, este segundo sector solamente es movido por la animadversión que experimenta hacia el primero, ya que con toda certeza ve en él el reflejo de lo que querría para sí pero es incapaz de lograr (¿no dijo alguien alguna vez que uno odia lo que más ama y no puede conseguir?); y para ello, y como acontece en el mismo filme, hace lo (im)posible por entorpecer cualquier momento de dicha: ¡si hasta el húsar malo vuelve a la carga cuando el húsar bueno se casa… y contraataca cuando este tiene su primer hijo! Todo un despropósito alimentado por la envidia y el rencor. Para más inri, el malo provoca constantemente al bueno, para que este responda con la misma fuerza y, de esa manera, tenga una excusa para seguir atacándolo.

Sin ánimo de revelar nada, lo que pone fin a esta disputa eterna entre los dos húsares es un gesto de misericordia, la “otra mejilla” del Evangelio: en la creciente escalada de enfrentamiento, uno de ellos se percata de que la mejor arma es la compasión, no el odio que engendra más enemistad. También esto puede ser detectado en la España de nuestro días, que, harta ya de la agrazada con la que está siendo regada, ha salido a la calle, pero no para matar a hierro, sino para padecerlo y frenar, así, la precipitación del enconado rencor. Decía el cardenal Fulton J. Sheen que, si pusiéramos en línea a un grupo de personas que tuvieran como fin golpear en la mejilla al de sus espaldas, los consabidos bofetones no avanzarían si tan solo una de ellas decidiera recibir dos golpes: el que le correspondería recibir a él y el que le correspondería propinar él; en sus propias palabras, de este modo quedaría en evidencia el sinsentido del odio y el verdadero poder de la mansedumbre.

Hoy vemos a familias enteras, cuyo único y noble objetivo consiste en salvaguardar su futuro, manifestándose pacíficamente por el bien común y dejando en evidencia el odio que el húsar malo está sembrando en nuestro suelo; incluso vemos a jóvenes rezando el santo rosario delante de la iglesia con el único fin de frenar el rencor que ya está germinando en él. Al cerrar estas líneas, esa mansedumbre concita el desprecio de quienes ostentan el poder —particularmente, hacia aquellos que dirigen sus ruegos a la Madre de Dios—, mas, como el protagonista del filme Los duelistas (o como el hombre que pone la otra mejilla en el ejemplo del cardenal Sheen), será la que al final triunfe, porque frenará como un dique ese oleaje de maldad que amenaza con barrernos. Solo nos queda resistir y perseverar en el bien.

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