( Samuel J. Klumpenhouwer en Catholic World Report)-Es un secreto a voces entre los medievalistas que aquellos textos más populares e influyentes durante la Edad Media suelen ser aquellos menos conocidos por el público actual.
Resulta imposible leer mucho de la Suma de santo Tomás sin toparse con alguna cita que comience con “Como indica la glosa…”. Y lo que sigue suele ser alguna relevante y profunda observación acerca del texto bíblico.
Por “glosa”, santo Tomás se refiere a lo que otros escolásticos denominarán como Glossa ordinaria, el omnipresente y más habitual comentario bíblico de la alta Edad Media. La Glossa es un recopilatorio formado durante el siglo XII que recoge fragmentos patrísticos y exegéticos. En su origen se solía emplear como herramienta de apoyo para profesores inmersos en la labor de la enseñanza bíblica en el norte de Francia.
La Glossa es muy conocida por su particular disposición: un fragmento del texto bíblico bien espaciado situado en el centro de la página y flanqueado por comentarios en sus márgenes, mientras que en el espacio situado entre los renglones del propio texto bíblico se insertan comentarios más breves. De hecho, esta particular disposición recuerda a la del Talmud, y particularmente a su edición estandarizada en el siglo XVI, obra de Daniel Bomberg. Y es que, de hecho, es objeto de debate qué texto inspiró al otro en su disposición.
C.S. Lewis señaló que “no había nada que les gustase más a los medievales, o que hiciesen mejor, que clasificar y ordenar. Y es que, de todas las invenciones modernas, creo que la que más hubieran admirado es nuestros modernos ficheros”. La Glossa es un ejemplo notable de este amor por la clasificación y el orden. Es el fruto de un largo e intenso esfuerzo por buscar en el corpus patrístico y extraer pasajes (sententiae) que aclaran el texto bíblico. En una notable proeza del escriba, estos extractos se ordenaron en la página del manuscrito para permitir al lector pasar fácilmente del texto bíblico al comentario y viceversa.
Al tratarse de una herramienta pedagógica solía plantear una serie de cuestiones aún en disputa, todas ellas refrendadas con diversas autoridades, invitando a alumno y maestro a profundizar en la discusión.
Por ejemplo, en la tradicional discusión sobre si el mundo fue creado en seis días o, por el contrario, de forma simultánea, Beda se oponía a Agustín. O, al tratar sobre si resultaba preferible el texto hebreo o el texto griego, Agustín se posicionó contra Jerónimo. Y respecto al número de personas que entraron en Egipto con Jacob es la propia escritura la que entra en contradicción, de modo que Jerónimo y Agustín ofrecían resoluciones opuestas.
Aunque es habitual que este tipo de disputas queden resueltas de forma clara, no es raro que aún queden cuestiones sin resolver que invitan al lector a sumergirse en la Escritura y la tradición a fin de hallar una resolución que pueda armonizar las diversas posturas.
Sin embargo, la Glossa no es un mero recopilatorio de quaestiones disputatae, disputas escolásticas, sino que también incluye algunas interpretaciones sobre el sentido espiritual de la Escritura. Los recopiladores trataron de mostrar como, desde el origen, la labor salvífica de Jesucristo estaba ya prefigurada en la labor creadora de Dios. El viaje de Abraham al monte Moria para sacrificar a Isaac, la persecución de Jacob por Labán o la traición de José y su prendimiento en Egipto: todos estos hechos procedentes del Antiguo Testamento apuntan a la labor redentora de Cristo.
Los que recopilaron la Glossa estaban convencidos de que sus lecturas no resultaban impositivas e irreales respecto al texto, sino de que se trataba de una auténtica exégesis. En la providencia de Dios, que está fuera de todo tiempo, se dispuso que todo lo anterior contuviese en sí la prefiguración de aquello que habría de venir. Tal y como san Pablo explicaba a los Corintios: “Todo esto les sucedía alegóricamente y fue escrito para escarmiento nuestro”. Y como dijo el propio Jesús en el evangelio de Juan: “Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se lleno de alegría”. Por tanto, cuando la Glossa indica que los doce hijos de Jacob es una referencia al número de apóstoles, no significa que Jesús escogiese a los doce porque Jacob tuvo doce hijos, sino que Jacob tuvo doce hijos porque Jesús escogería doce apóstoles.
Es un secreto a voces entre los medievalistas que aquellos textos más populares e influyentes durante la Edad Media suelen ser aquellos menos conocidos por el público actual: la Historia Scholastica de Pedro el Comedor, la Postillae de Nicholas de Lira, la Glossa Ordinaria y tantos otros. Estas obras sobrevivieron a través de cientos y miles de manuscritos, así como algunas decenas de ediciones más modernas. Sin embargo, siguen siendo completamente desconocidas fuera del ambiente universitario.
Por suerte, Emmaus Academic Press acaba de publicar la primera traducción de la Glossa Ordinaria on Genesis [Glossa Ordinaria del Génesis], y espera publicar los siguientes volúmenes. La actual edición se presenta en sus forma tradicional, tal y como se disponía el texto en la Edad Media, lo que permite al lector encontrarse con el texto bíblico tal y como hacían los lectores medievales, es decir, topándose directamente con una gráfica armonía entre la tradición y la Escritura.
La palabra glossa proviene del griego, y significa “lengua” o “lenguaje”. Resulta bastante habitual en la facultades de teología y derecho canónico que los profesores adornen sus textos pedagógicos con “glosas” – breves notas que expliquen el sentido literario y espiritual del texto bíblico. Con el tiempo, con el discurrir de los siglos XII y XIII, algunos conjuntos de estas notas cristalizaron en una colección denominada como “La Glosa”, tal y como santo Tomás la denominaba; y que más tarde tomaría el nombre de “Glosa ordinaria” [Glossa ordinaria].
En el siglo XII la producción de copias manuscritas de la Glossa superó a la producción de las copias del propio texto bíblico. En la era moderna, la glosa tan solo ha sido publicada en una docena de ocasiones, siendo la primera en 1480 por Adolph Rusch. Más tarde, un grupo de editores en Douai se decidió a publicar una nueva edición en 1617. El prefacio de esta edición comenzaba con un rechazo de aquellos que tienen una preferencia exclusiva por las novedades editoriales, que rehúyen o ignoran la autoridad de los Padres. Aseguraban: la Glossa ordinaria “es la lengua propia de las Escrituras”.
Sin la guía de los padres, resulta imposible comprender la Escritura. El prefacio, por tanto, invita al lector a despojarse de su interpretación individual del texto bíblico. La Escritura solo puede comprenderse cuando se lee en armonía con la Tradición.
Publicado por Samuel J. Klumpenhouwer en Catholic World Report
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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Los mejores textos medievales se los ha ido cargando el modernismo conciliar, incluso las obras completas de Santa Teresa y San Juan de la Cruz doctores de la iglesia ya no son una herramienta teológica para la predicación. Y no digamos el texto que nuestros antepasados tenian en sus mesillas de noche. donde leían todos los días, Imitación de Cristo, el famoso Kempis, una maravilla para santificación de los religiosos en los monasterios, pero de aplicación para el que quiera ser santo. Yo tengo un ejemplar editado en Amberes en 1700 en español con grabados que es una joya.Este libro por supuesto es no apto, para herejes, tibios, modernistas, neocones y renegados.
Carlismo Rebelde