(Jean Sévillia en Le Figaro)-Desde su sorprendente dimisión en febrero de 2013, el papa emérito Benedicto XVI, retirado al corazón del Vaticano, el monasterio Mater Ecclesiae, ha llevado una vida de oración.
Diez años durante los cuales guardó silencio y respetó la función pontificia que ahora ejerce su sucesor: nunca sabremos, oficialmente, qué pensaba Benedicto XVI de las orientaciones del papa Francisco. Para tener una adecuada mirada histórica sobre el pontificado de Joseph Ratzinger tendremos que esperar al pleno desarrollo del de Jorge Bergoglio, e incluso al de su sucesor, para ver las continuidades y las disyuntivas acaecidas en la cúpula de la Iglesia a lo largo de las décadas.
En el fondo, el papa alemán fue un emblemático representante de la generación que vivió con entusiasmo el Concilio Vaticano II, pero que luego tuvo que enfrentarse a muchas decepciones, ya que no siempre se dieron los frutos esperados de aquella «primavera de la Iglesia«. En 1962, Joseph Ratzinger, que había sido ordenado sacerdote en 1951 y se había convertido en profesor de teología a los 25 años, acompañó al cardenal Frings, arzobispo de Munich, a Roma como experto en el Concilio Vaticano II. En sintonía con el padre de Lubac y el padre Congar, los principales padres de la teología de la época, entabló amistad con un tal Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, y se hizo notar por la calidad de sus aportaciones ante Pablo VI, que le pidió que formara parte de la Comisión Pontificia de Teología en 1969. En aquella época, Ratzinger escribía para la revista internacional Concilium, órgano progresista fundado tras el Concilio Vaticano II y destinado a cambiar la doctrina romana.
Ordenado obispo y nombrado para la sede de Munich-Freising en 1977, y simultáneamente creado cardenal, formó entonces parte del pequeño equipo que participó, junto al teólogo de Basilea Urs von Balthasar, en la creación de Communio, revista católica internacional que aspiraba a superar la división entre progresistas y tradicionalistas y en la que escribían tanto clérigos como laicos, italianos próximos al movimiento de Comunión y Liberación, estadounidenses (George Weigel) y jóvenes franceses que iban a darse a conocer: Jean-Luc Marion, Jean Duchesne, Rémi Brague. «No soy yo quien ha cambiado, son ellos», dijo Joseph Ratzinger de sus antiguos amigos disidentes que utilizaron el Vaticano II para intentar revolucionar la Iglesia. Ratzinger no había cambiado, pero había dejado a un lado la corbata en favor del clásico cuello romano…
El pontificado de Benedicto XVI no sería un camino de rosas
Karol Wojtyla, elegido papa como Juan Pablo II en 1978, lo llamó a Roma en 1981 y lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un cargo clave -el de guardián del dogma- que le convertía en la mano derecha del Sumo Pontífice. En la Iglesia, el cardenal Ratzinger lidera así la batalla de las ideas. Contra la reescritura de la doctrina según el zeitgeist. Contra la teología de la liberación, que convierte el Evangelio en una empresa sociopolítica. Contra los ataques a la disciplina. Contra el empobrecimiento de la liturgia. Contra el debilitamiento de la transmisión de la fe, tema que provocó un tira y afloja con el episcopado francés en 1983, cuando, durante las conferencias pronunciadas en Lyon y París, atacó implícitamente la catequesis que se empleaba en Francia en aquella época. En 1992 se publicó el Catecismo de la Iglesia Católica bajo la dirección del cardenal Ratzinger. Algunas de las encíclicas de Juan Pablo II, en particular Veritatis splendor (sobre «los fundamentos de la moral«, 1993), Evangelium vitae (sobre «el respeto a la vida», 1995), o Fides et ratio (sobre «fe y razón», 1998), llevan su impronta, al igual que la declaración Dominus Iesus (2000) sobre «la unidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia».
En la Iglesia, siempre resulta polémico señalar al papa. Así que aquellos que se oponen a la línea de finita por Juan Pablo II prefieren cargar contra su confidente, el llamado Panzerkardinal. En realidad, los dos hombres, radicalmente diferentes en estilo y carácter, se complementan: a uno la palabra y la acción, al otro la pluma y la reflexión. En 2005, a la muerte de Juan Pablo II, los cardenales eligieron naturalmente a Joseph Ratzinger para suceder al papa polaco, en contra de su propia voluntad.
Pero el pontificado de Benedicto XVI no sería un camino sembrado de rosas. Fuera y dentro de la Iglesia, el nuevo Pontífice tendría que enfrentarse a la hostilidad de quienes consideraban que no cambiaría la línea doctrinal ya adoptada por Juan Pablo II: la tradición en la modernidad. Esta hostilidad no cesó durante los ocho años de pontificado. Papa alejado de la sociedad, papa del orden moral, papa agitador del choque de civilizaciones (véase la polémica suscitada en 2006 por el discurso de Ratisbona en el que Benedicto XVI cuestionaba la relación entre islam y violencia), papa doctrinario, papa cercano a los fundamentalistas, ¿qué no hemos oído? Por otra parte, los núcleos más activos del catolicismo, particularmente en Francia y sobre todo entre el clero joven y los jóvenes practicantes, saben lo que deben a la enseñanza de Benedicto XVI sobre la fe auténtica, sobre la centralidad de la misa y de la vida sacramental, sobre la esencia del sacerdocio, sobre la calidad de la liturgia, sobre la «dictadura del relativismo«, sobre el vínculo entre fe y razón, sobre el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, sobre la defensa de los débiles. ¿Quién recordará que Joseph Ratzinger, en 2001, abordó sin cortapisas el gravísimo problema de la pederastia en la Iglesia pidiendo que los casos se llevaran a Roma, que los culpables comparecieran ante la justicia civil y que se ayudara a las víctimas?
Joseph Ratzinger/Benedicto XVI será recordado por su inmensa obra teológica: centenares de discursos, una bibliografía de unos sesenta libros, entre ellos su trilogía fundamental sobre Jesús, encíclicas como Deus caritas est (2006), Spe salvi (2007), Caritas in Veritate (2009). Y un principio fundamental: cualquier cambio dentro del catolicismo debe ser homogéneo con la experiencia de los siglos pasados, como profundización en la continuidad de la Iglesia y no como punto de partida, porque el punto de partida de un cristiano es Cristo.
Publicado por Jean Sévillia en Le Figaro
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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Con la deriva que lleva la Iglesia, si no cambian las cosas, será difícil encontrar otro pontífice que sea tan buen teólogo como Benedicto XVI.
Garrigou Lagrange es mucho mejor teólogo: No dice cosas raras.
De la inmensa obra teológica que se cita en el artículo,
separemos lo que está manchado de modernismo y con lo que queda juzgamos. Pero juzguemos objetivamente; a nadie se le puede alabar por cumplir con su obligación, porque haya otros que incumplen. Vamos a abstraernos del momento de apostasía generalizada en el que vivió, pongamos su obra en un entorno histórico de ortodoxia doctrinal y volvemos a juzgar. Igual hubiera acabado excomulgado por parte de su obra.
Por fin se admite que Ratzinger era un progresista en su juventud. Parece que ya nos vamos entendiendo. Nadie insulta a nadie con esto ¿no? ¿O es ir contra el Papa si lo digo yo?
Ahora, para entender realmente lo que se está diciendo en este artículo hay que sustituir la palabra «progresista» por «modernista» y nos queda lo siguiente: Había una revista llamada «Concilium» que era modernista y quería cambiar la doctrina. Y luego Ratzinger se pasa a Communio , «revista católica internacional que aspiraba a superar la división entre modernistas y tradicionalistas».¿¿Eh??
Exacto, ya está todo dicho y todo el mundo se ha enterado de qué va la cosa. ¿O todavía no?
¿Y cómo se supera la división entre modernistas y tradicionales? Pues a mí se me ocurre por ejemplo: se conserva solamente la doctrina moral católica, y el resto de doctrina y culto tradicional va a la basura porque lo sustituimos por ideas modernistas poco radicales de la Nouvelle Teologíe y todos amigos porque nadie se va a dar cuenta. Qué mal les salió el gazpacho. Admiten el truco pero no quieres que se lo digas sino que te calles porque si te das cuenta eres cismatico.
El final es de traca: «Y un principio fundamental: cualquier cambio dentro del catolicismo debe ser homogéneo con la experiencia de los siglos pasados, como profundización en la continuidad de la Iglesia y no como punto de partida, porque el punto de partida de un cristiano es Cristo».
San Pío X en Pascendi: «Los modernistas dicen que la Tradición es una experiencia que va cambiando».
Traducido: los modernistas creen que la doctrina y culto lo ponen ellos en continuidad con no se sabe qué, pues otros antes que ellos también lo cambiaron, con lo cual la doctrina de Cristo es desconocida.
Hay clérigos progres porque leen a los neocones y tratan de darle coherencia a las tonterías que escriben.
Recomiendo un libro de este autor: «Historicamente Incorrecto». La leyenda negra de la Historia de Francia, centrandose en desmentir la parte anticatólica de la misma.
Estilo Messori «Leyenda negras de la Iglesia».