Solo le encontramos si nos hacemos pequeños

puerta de Navidad Gruta de la Natividad de Belén.
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(Serafino Tognetti, místico y sacerdote de la Comunidad de los Hijos de Dios, en Il Timone)-La Navidad es todo menos una «cosa de niños», como la entiende el mundo: es el antídoto contra la idolatría más insidiosa, la del yo. Los pastores de Belén fueron, en esto, un modelo de libertad.

Dios eligió que los primeros en conocer el anuncio del nacimiento de Jesús como Mesías y Salvador fueran unos simples pastores; no fue una casualidad. Es el «estilo», la forma que tiene Dios de venir al mundo y revelarse a los hombres. Jesús nace en un lugar pobre (una gruta donde, en invierno, los animales se detenían para resguardarse del frío), de una madre pobre (a los ojos del mundo, claro, María no tenía ninguna relevancia) y se convierte en pobre, en un niño necesitado de todo, sin ningún signo especial. Podía haberse anunciado, no sé, en el palacio de Herodes o aparecer milagrosamente en el Senado de César Augusto durante una sesión plenaria, pero no lo hizo; fueron unos pastores analfabetos los que escucharon, acogieron, adoraron a Dios. Esta elección de Dios continúa hoy en día.

Evidentemente la salvación es para todos los hombres, porque Dios quiere que todos se salven, pero hay muchos que rechazan el encuentro con Él y le apartan. Los fariseos le rechazaron y le odiaron, los gobiernos de muchos Estados a lo largo de la historia prohibieron el cristianismo, y muchos hombres, aunque sí saben de Él, permanecen indiferentes. ¿Cómo puede ser que una doctrina tan bella y justa sobre el hombre no sea aceptada universalmente? ¿Cómo es posible que una doctrina tan consoladora, amplia, definitiva y sobre todo verdadera, no arraigue en el corazón de los hombres? ¿Tan difícil es creer, aceptar y obedecer la palabra divina, que ni siquiera exige cosas imposibles? Si Dios es el Padre de todos los hombres, de todos los tiempos y culturas, ¿por qué no somos, desde la venida del Señor, todos cristianos?

Para gente humilde pero fuerte 

Lo que está ocurriendo es sin duda un misterio, o más bien una resistencia a la gracia, un endurecimiento (san Pablo habla de ello en su Carta a los Romanos, cap. 11), pero la cuestión es también mía, personal, de este momento: acojo la venida de Cristo solo si entro en su propio «modo» de comunicarse, si me hago humilde y pobre, si me hago pastor dispuesto a acoger lo que Dios me comunica en la noche, con su modo. «La idolatría más terrible que se opone a la obediencia -escribe madre Annamaria Canopi- es precisamente la que cada día nos hace quemar incienso ante nuestro juicio, la deidad suprema ante cuyo trono quisiéramos obligar a todos a postrarse» (Nel mistero della gratuità). Es esta forma de idolatría la que destruye y destroza definitivamente la Navidad. Esto no significa volver al mundo de la infancia, como si la Navidad fuera «una cosa de niños». No: la Navidad es para gente humilde, fuerte, rocosa, pero con un corazón completamente enternecido por la gracia, dispuesto a creer que Dios entero está en ese niño solo porque lo han dicho los ángeles, aunque el niño pobre tenga que ser defendido y luego salvado por José de la furia de Herodes.

Una grandeza llamada amor 

De este modo comprendemos que la grandeza de Dios no consiste en la potencia humana, en los adornos, en los medios, sino exclusivamente en el amor. El espectáculo de la humildad de Dios es realmente tremendo. El mismo Lucifer fue el primero que no pudo soportarlo: se rebeló y prefirió encerrarse en su orgullo antes que adorar al hombre-Dios Cristo Jesús. La aceptación de la «forma» de ejercer el poder y la grandeza en el camino del amor por parte de Jesús también fue mal entendida por los apóstoles, que al fin y al cabo siempre soñaron con un poder lleno de signos, éxitos, victorias. Incluso en el último momento, después de tres años de predicación, se produjo este estrepitoso malentendido: en Getsemaní Pedro se lanzó con su espada sobre el soldado del templo y con un tajo mortal le golpeó la cara; casi le cortó la cabeza. Pretendía defender al maestro, pero se sorprendió, y los demás con él, al ver que Jesús no hacía nada por defenderse; al contrario, pretendía entregarse a sus enemigos sin oponer resistencia alguna. El «Dios de los ejércitos» en ese momento no quería ningún ejército. El escándalo fue tal que todos huyeron. Fue necesario el Espíritu Santo para comprender el «modo».

La intuición de san Francisco

Entonces todos se entregaron dócilmente y murieron como el maestro, mártires. Comprendieron que el poder de Dios es el amor. Finalmente, con el tiempo se volvieron pobres, humildes, ricos solo en piedad y ternura, en el poder del perdón y la gracia. Uno de los que entendió el lenguaje de Dios fue san Francisco de Asís. Se hizo pobre materialmente, se deshizo de los bienes que le había dado su padre Pietro Bernardone y comenzó a mendigar y a predicar el amor de Dios, como un loco enamorado. Desde luego, no era un débil. Era exigente consigo mismo y con sus hermanos, un caballero medieval que eligió servir al verdadero Rey. Por eso quiso adorarle en la gruta de Belén e inventó el pesebre, honrando a su Dios en el momento máximo de su pequeñez. Comprendió que el amor en Dios se hace humilde, pobre, para ser acogido y amado, Así que entró en el pesebre y «nació con Jesús». Después de arrodillarse ante Jesús en la gruta de Belén, san Francisco permaneció en esta adoración profunda siempre, hasta su muerte. «Si en todo debes ver a Dios -escribe el padre Divo Barsotti-, si debes tender solo a Él, el estado fundamental en el que debes permanecer es la adoración».

 

Publicado por Serafino Tognetti, místico y sacerdote de la Comunidad de los Hijos de Dios, en Il Timone

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
2 comentarios en “Solo le encontramos si nos hacemos pequeños
  1. Un texto muy bello que nos recuerda cuál es el verdadero Misterio que celebramos en Navidad, la presencia entre los hombres y mujeres del mismo Dios a través del Hijo, por puro Amor, por pura iniciativa suya.

    Loado sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo.

  2. Ven pronto, Señor. Ponme un corazón de carne para que sea capaz de amarte como te mereces.
    Gracias por nacer para ser nuestro Salvador.
    Bendito seas por siempre.

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