El terror de la ternura

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(Anthony Esolen en Crisis Magazine)-La bondad, al estilo americano, desligada del Hombre en la cruz, se ha vuelto agria y enfermiza. Puede justificar cualquier cosa.

«La ternura», dijo Flannery O’Connor, cuando se desprende de la persona de Cristo, «se envuelve en la teoría. Cuando la ternura se desprende de la fuente de la ternura, su resultado lógico es el terror. Termina en los campos de trabajo forzado y en los humos de la cámara de gas».

Seguramente, los tiernos estadounidenses que se encogen de hombros ante Jesús, con su inconmensurable misericordia y su inamovible afirmación de la verdad, nunca caerán en la espantosa higiene de los alemanes que asesinaban a cientos de judíos a la vez mediante el gas Zyklon que entraba por las duchas, o en la crueldad política de los gulags rusos, donde, como comodidades, tenías ollas llenas de moscas con una delgada bazofia para comer y un pequeño cuadrado diario de cartón para limpiarte en el retrete.

Y es verdad, más o menos. No es el estilo estadounidense. Ni el canadiense. Aquí en Canadá, en nuestra provincia, donde cada partido político ha fracasado en la provisión de personal e instalaciones médicas muy necesarias, decenas de miles de personas están en lista de espera para conseguir un médico de familia. 

A los ancianos canadienses que van al hospital se les pregunta ahora a menudo si quieren un empujón para acelerar su viaje. Todo son sonrisas en la página web de Dying with Dignity Canadá; una joven con la mano en el hombro de su padre se inclina sobre él con suavidad, mientras él le toca la mano con la suya y mira al frente, sonriente y contento. «Es tu vida. Es tu elección», reza el eslogan. Ah, probablemente no. 

Está la mirada cómplice de los jóvenes, que se felicitan por su paciencia, aunque esta se esté agotando; la mirada aburrida del médico y de las enfermeras, que han perdido el interés por un moribundo; la perspectiva del «hogar» en un barrio antaño animado, que ahora está en un silencio sepulcral la mayor parte del día, donde la mayoría de la gente, amable de corazón, no conoce a nadie más, también amable de corazón. Esto, también, en un mundo donde el sufrimiento no tiene sentido, ni «desata el amor», como dijo el papa Juan Pablo II. Algo de vida, algo de elección.

La bondad, al estilo estadounidense, desvinculada del Hombre en la cruz, se ha vuelto agria y enfermiza. Puede justificar cualquier cosa. Puedes arruinar la carrera de alguien acusándolo de un pecado contra las actitudes dominantes que toda persona bienpensante debe mantener; y aunque actúes desde el odio, la venganza o la envidia, puedes presentarlo todo como un acto de bondad porque te sientes parte del bando al que tu víctima ha desairado. El hombre nunca es tan mentiroso como cuando se jacta de lo herido, lo ofendido o lo asustado que está. Esto lo puede hacer mientras retuerce un cuchillo, y él mismo apenas se dará cuenta de la contradicción. Gracias a Dios por el adormecimiento de la hipocresía. 

Estoy seguro de que la mayoría de las personas que trabajan en nuestros abortorios tienen la conciencia tranquila sobre lo que hacen. Con suavidad y ternura, se abstienen de llamar niño al que está en el vientre materno, fingiendo con suavidad y ternura que es un bulto o una verruga o un «producto del embarazo», como la carne pasada por la picadora. Y, con suavidad y ternura, sacan a la mujer -devastada, desesperada, insensible, desvergonzada, dura, egoísta, estúpida, infeliz, aterrorizada como pueda estar (lo suave y tierno es no indagar demasiado en los detalles)- del centro, con antibióticos y una cita para un seguimiento en caso de que la acción antinatural tenga consecuencias poco saludables. 

Estoy seguro de que la mayoría de las personas que exponen a los niños a las perversiones tienen bondad en su corazón; y si se les escapa un guiño y una mirada de soslayo de vez en cuando, bueno, es amable ser tolerante porque, después de todo, si no fuera por las perversiones y sus vendedores ambulantes, ¿dónde estaríamos todos? Stepford, quizás, o Salem en los días de Danforth y Hathorne. 

A un joven herido por la soledad -una pandemia que no va a desaparecer- se le hace creer amablemente que se le «asignó» el sexo equivocado al nacer, y los amables brujos y sus aliados, que hacen un lucrativo negocio con la venta de hormonas, salen a cortar y pegar, a estirar y tirar, y a convertir a una chica o un chico bien formados en un patético bicho raro, ni de carne ni de hueso. Y nadie es tan poco amable como para decir que la persona mutilada se habrá despedido para siempre de una vida humana normal.

Con ojos bondadosos y lágrimas, los hombres y mujeres casados, cansados los unos de los otros, reacios a perdonar, a soportar, a confesar sus faltas, a mantener sus votos sagrados ante Dios y los hombres, salvan sus conciencias con el aceite del cuidado de sus hijos; o afilan las sierras con las que cortan la vida de sus hijos por la mitad, para que haya la menor fricción evidente posible. También los hijos serán educados en la amabilidad, haciendo poco alboroto, poco ruido, para no molestar a sus padres.  

¿Y quién es el que está esperando en el bonito coche al otro lado de la calle del juzgado? Ha traído un balón de fútbol, Joey, para que tú y él podáis echar un buen partido mientras tu madre mira y aprueba, porque él está a punto, muy amablemente, de entrar en tu casa. 

O bien, ha traído algunos dulces, Jenny, porque su intención no es exactamente ser tu madre, ya que eso sería presuntuoso y poco amable y sobre todo molesto, sino ser tu amiga, para que no perturbes la paz con tus lágrimas. Tu padre mirará para otro lado, para ser amable. Lo que digo va en serio. No son más que la corriente habitual de los pecadores humanos, como yo, como tú, mi lector, y como todos los demás.

La amabilidad es una virtud. «Bienaventurados los mansos», dice Jesús. Cuando el samaritano atendió al hombre golpeado y dado por muerto, se ocupó de las heridas del pobre hombre, limpiándolas con vino y restañando la sangre con aceite. Sin duda, sus manos eran suaves al hacerlo. «Tomad mi yugo y aprended de mí -dice Jesús-, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas». Y Pablo, cuyo ingenio era agudo, y con el que no me gustaría cruzarme, daba muchas gracias a la amabilidad de todos los que le ayudaban en su trabajo, a los que le gustaba recordar por su nombre. ¿Y había una personalidad más dulce que la del discípulo amado, que no quería ni siquiera poner su nombre?

Sin embargo, no es la mayor de las virtudes. Mantén tus ojos en Jesús. Pídele que ablande tu corazón, que agudice tus ojos y que aclare tu mente; porque a menudo lo que pasa por bondad en este mundo traiciona un corazón duro, unos ojos oscuros y una cabeza embotada. Cuando se trata de personas más que de principios, cada uno de nosotros puede ser severo con sus propios pecados, pero tolerante y paciente con los pecados de la persona que está a su lado; y cuando se trata de principios más que de personas, la claridad y la verdad deben ser siempre mantenidas y defendidas. Corazón suave, ojos agudos, mente clara.

Publicado por Anthony Esolen en Crisis Magazine

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana

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Comentarios
2 comentarios en “El terror de la ternura
  1. Lo que pasa es que la gracia de Dios nos está abandonando, tanto en el mundo como en la iglesia. No la busques en este mundo por que te vas a quedar absolutamente solo. Dios la ha suprimido. Por eso la señal de la cruz ya no significa nada. Ha desaparecido. El ángel invisible se lo ha llevado. Me dirigí hacia la iglesia pero allí había en su lugar un banco. Los conventos vacíos. No mas altar, no mas sacerdotes, no mas absolución. En los cementerios los muertos ya no esperan la resurrección, ni existe la comunión de los santos. Y mi rosario y mi misal, no los encuentro. Aquella pila del agua bendita abierta a todos para el bautismo ya no está. Ya no existe la Santísima Virgen Maria, por eso en las mujeres no hay ninguna Maria. Ya no tengo patrono. No suenan las campanas. No hay ya catecismo en las escuelas, ni párroco. Realmente nos encontramos muy solos. Nadie rezará en tu agonía. No hay gracia. Estás solo para siempre jamás.

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