(Annalisa Teggi en Il Timone)-Las modernas «ruedas de expósitos» [o torno de los huérfanos] continúan activas, preparadas para acoger a un recién nacido en cualquier momento. Fuimos a ver cómo funciona el mantenimiento de la de Bolonia, operativa desde 2017.
“Lo siento, huele a cocina», la hermana María Bruna me recibe con estas palabras en la Casa Madre de las Hermanas Mínimas de Nuestra Señora de los Dolores de Bolonia.
Es martes por la mañana y estamos en la esquina de Via Tambroni con Via Guidicini, en un barrio residencial, tranquilo y lleno de avenidas arboladas. El Dr. Stefano Coccolini, presidente de la sección de Bolonia de la Asociación Médica Católica Italiana, me invitó a asistir al mantenimiento de la cuna por la vida construida gracias a muchos años de incansable trabajo.
Mientras esperamos a que llegue el técnico, la hermana María Bruna nos ofrece café. A veces, el olor de la cocina se percibe desde la calle. Es casi una invitación a entrar. La acogida es el sello de una comunidad verdaderamente humana. La Cuna por la Vida es un buzón que se abre a cualquier hora y que crea un puente entre la oscuridad de un alma a la que las vicisitudes de la vida llevan a separarse de un recién nacido y una red humana de personas que se hacen cargo de ese bien que llora.
En contra del rechazo
“Aquí siempre hay alguien»: este es el motivo práctico y esencial que llevó a las Hermanas Mínimas a ofrecerse para alojar en su casa lo que antes se llamaba rueda de expósitos. Y fue una elección bien meditada, porque implica un compromiso de presencia constante en el presente y en el futuro. Sencillamente: no puede ocurrir que se ausenten todas a la vez, para un retiro espiritual, por ejemplo. Aunque la hipótesis de un bebé abandonado en la cuna es muy remota, la instalación siempre está cubierta.
Al llegar a la Casa Madre me di cuenta de que el cartel de la cuna por la vida está a pocos pasos de una ordenada fila de contenedores de basura. Somos buenos estudiantes de reciclaje, algo menos diligentes en la ecología integral de la persona. A veces, en el cubo de la basura orgánica, acaba una vida.
La ley garantiza el parto anónimo, pero hay maternidades que rehúyen los hospitales y se quedan en rincones inaccesibles de dolor, abuso, clandestinidad. Es difícil interceptarlas río arriba, pero es posible acogerlas río abajo. El abandono puede traducirse en acogida, se puede conseguir que una madre recorra los pasos que separan los contenedores de una trampilla automatizada que, al abrirse, acoge a un recién nacido en un espacio cálido y mullido. «Al ver la foto de la cigüeña, la gente pregunta si aquí hay una guardería», comenta la hermana María Bruna sirviéndonos el café. En efecto, hay una guardería, que es también un jardín de infancia extremo para quienes dan a luz en condiciones difíciles.
Cómo funciona
Llega Massimo, el técnico, y la hermana Marta –nomen omen– ya está atareada. A partir de este momento, la preocupación por la vida se traduce en cuestiones prácticas. Empezamos a hablar de alarmas, videovigilancia, baterías que hay que sustituir, mediciones que hay que hacer, temperaturas, cables y botones. Massimo empieza a hacer lo que tiene que hacer. Comprueba que todo funcione a la perfección y resulta paradójico. Al fin y al cabo, desde que se inauguró la cuna de Bolonia, en mayo de 2017, ningún niño ha sido depositado en ella y podría seguir permaneciendo vacía para siempre. El mantenimiento actúa en el espacio de una expectativa gratuita y no remunerada, opuesta a la lógica del beneficio: es como mantener un edificio perfectamente preparado para un huésped que quizá nunca llegue.
El trabajo de diseñar y poner en marcha el sistema operativo de una cuna por la vida es exigente; los detalles que Massimo se esfuerza en explicarme sugieren que todo parte de una identificación con el acontecimiento para el cual los instrumentos están al servicio. Me muestra un monitor y un teclado de alarma, nos encontramos en un pequeño despacho junto al refectorio de las monjas, en el corazón vivo de su casa. La videovigilancia solo apunta al interior de la cuna y la alarma está configurada para que no salte inmediatamente, para dar a la persona que deja al bebé un tiempo de dos minutos para marcharse. Ambas son atenciones hacia la madre (o para quien actúe en su nombre), a la que se le permite realizar un gesto extremo de amor en absoluta libertad y anonimato, sin que se cierna sobre ella ningún juicio o posibilidad de ser reconocida.
Nos trasladamos al exterior, para ver la cuna por dentro. En una parte del muro junto al portal hay un nicho, y en su interior una caja de plástico con una almohada. En el lado que da a la calle hay una puerta que se abre al pulsar un botón y una vez que se ha dejado al bebé, la puerta se cierra y no se vuelve a abrir. Incluso pulsando repetidamente el botón, la portezuela permanece cerrada. Esta es la frontera del acogimiento, el bebé entra en un espacio de protección absoluta. Ni siquiera las monjas, una vez alertadas por la alarma y después de haber comprobado la presencia del bebé, pueden tocarlo. Deben alertar a emergencias y solo el personal médico puede encargarse del rescate, atendiendo al bebé, primero in situ y, después, en el hospital.
Un fuego encendido
Pero el genio de las monjas encontró la manera de acariciar a la madre y al niño. En la almohada de la cuna han colocado una estampa de santa Gianna Beretta Molla. «Quién mejor que ella…», comenta la hermana Marta con una sonrisa, y luego vuelve a la carga con más preguntas para Massimo, esta vez para que le explique ciertos detalles sobre el funcionamiento de la calefacción en el interior de la cuna. Y es una premura esencial. Cuando los bebés que son abandonados en los contenedores de la basura fallecen, es a causa de la hipotermia.
Massimo y las monjas siguen con las comprobaciones, se despiden y yo pienso en el frío. Al fin y al cabo, ¿qué he visto hoy? Nada sensacional, un bendito pequeño detalle. He visto a un grupo de personas ocupadas en el cuidado de un objeto que, según la lógica de la utilidad, no arroja números llamativos. Hay un espacio resguardado y cálido en la cavidad de una pared. No se ha utilizado nunca y quién sabe si se utilizará alguna vez. Pero su presencia es una alternativa al frío helador que nos asedia (y no tiene nada que ver con el suministro de gas). El mundo es atravesado por un gran parto, estéril porque le falta el privilegio de la espera y la gestación. Permanecemos en un gran frío, sin una hipótesis de gratuidad que se ponga a trabajar ante un cálculo ventajoso de resultados.
Una cuna térmica abierta las 24 horas del día, incluso vacía e inutilizada, calienta a todo el barrio y posiblemente a toda la ciudad. Le dice silenciosamente a quien pasa y siente curiosidad que el espacio desnudo y expuesto de cada uno de nosotros debe ser resguardado y preservado. Y hay quienes están dispuestos a hacerlo, a estar ahí en caso de que suene la alarma.
Publicado por Annalisa Teggi en Il Timone
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana
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Dios bendiga a estas monjitas por el inmenso bien que hacen!!