La Carta Apostólica de Francisco «Desiderio Desideravi» sobre la formación litúrgica: «Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia»

Papa Francisco audiencia (Vatican Va)
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«He querido ofrecer simplemente algunas reflexiones que ciertamente no agotan el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios», afirma el Papa Francisco al final de esta nueva Carta Apostólica.

Compuesta de 65 puntos, el Santo Padre afirma que «los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Œcumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano».

Les ofrecemos la Carta Apostólica Completa publicada por la Santa Sede:

 

CARTA APOSTÓLICA

DESIDERIO DESIDERAVI

DEL SANTO PADRE
FRANCISCO

A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS
Y A LOS DIÁCONOS,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS

SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA
DEL PUEBLO DE DIOS

Desiderio desideravi
hoc Pascha manducare vobiscum,
antequam patiar 
(Lc 22, 15)

1. Queridos hermanosy hermanas:

con esta carta deseo llegar a todos –después de haber escrito a los obispos tras la publicación del Motu Proprio Traditionis custodes– para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión fundamental para la vida de la Iglesia. El tema es muy extenso y merece una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.

La Liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación

2. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15) Las palabras de Jesús con las cuales inicia el relato de la última Cena son el medio por el que se nos da la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros.

3. Pedro y Juan habían sido enviados a preparar lo necesario para poder comer la Pascua, pero, mirándolo bien, toda la creación, toda la historia –que finalmente estaba a punto de revelarse como historia de salvación– es una gran preparación de aquella Cena. Pedro y los demás están en esa mesa, inconscientes y, sin embargo, necesarios: todo don, para ser tal, debe tener alguien dispuesto a recibirlo. En este caso, la desproporción entre la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita y no puede dejar de sorprendernos. Sin embargo – por la misericordia del Señor – el don se confía a los Apóstoles para que sea llevado a todos los hombres.

4. Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos: Él sabe que es el Cordero de esa Pascua, sabe que es la Pascua. Esta es la novedad absoluta de esa Cena, la única y verdadera novedad de la historia, que hace que esa Cena sea única y, por eso, “última”, irrepetible. Sin embargo, su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros, que era y sigue siendo su proyecto original, no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre: por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta.

5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura lavada en la Sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.

6. Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.

7. El contenido del Pan partido es la cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre. Si no hubiéramos tenido la última Cena, es decir, la anticipación ritual de su muerte, no habríamos podido comprender cómo la ejecución de su sentencia de muerte pudiera ser el acto de culto perfecto y agradable al Padre, el único y verdadero acto de culto. Unas horas más tarde, los Apóstoles habrían podido ver en la cruz de Jesús, si hubieran soportado su peso, lo que significaba “cuerpo entregado”, “sangre derramada”: y es de lo que hacemos memoria en cada Eucaristía. Cuando regresa, resucitado de entre los muertos, para partir el pan a los discípulos de Emaús y a los suyos, que habían vuelto a pescar peces y no hombres, en el lago de Galilea, ese gesto les abre sus ojos, los cura de la ceguera provocada por el horror de la cruz, haciéndolos capaces de “ver” al Resucitado, de creer en la Resurrección.

8. Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra. Por eso, la Iglesia siempre ha custodiado, como su tesoro más precioso, el mandato del Señor: “haced esto en memoria mía”.

9. Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente que no se trataba de una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” – más aún bajo la mirada de María, la Madre del Señor – ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos [1].

La Liturgia: lugar del encuentro con Cristo

10. Aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia. Si la Resurrección fuera para nosotros un concepto, una idea, un pensamiento; si el Resucitado fuera para nosotros el recuerdo del recuerdo de otros, tan autorizados como los Apóstoles, si no se nos diera también la posibilidad de un verdadero encuentro con Él, sería como declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne. En cambio, la Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es.

11. La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos. Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados. El Señor Jesús que inmolado, ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre [2], continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos. A través de la encarnación, es el modo concreto por el que nos ama; es el modo con el que sacia esa sed de nosotros que ha declarado en la cruz( Jn 19,28).

12. Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. No es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo.

13. El modo en que acontece es conmovedor. La plegaria de bendición del agua bautismal [3] nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo. Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2) para que contuviera en germen el poder de santificar; la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29); la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14); la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo, impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo, don del Espíritu inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros, y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros ( Jn 19,34). En esta agua fuimos sumergidos para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11).

La Iglesia: sacramento del Cuerpo de Cristo

14. Como nos ha recordado el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 5) citando la Escritura, los Padres y la Liturgia –columnas de la verdadera Tradición– del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia [4]. El paralelismo entre el primer y el nuevo Adán es sorprendente: así como del costado del primer Adán, tras haber dejado caer un letargo sobre él, Dios formó a Eva, así del costado del nuevo Adán, dormido en el sueño de la muerte, nace la nueva Eva, la Iglesia. El estupor está en las palabras que, podríamos imaginar, el nuevo Adán hace suyas mirando a la Iglesia: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” ( Gén 2,23). Por haber creído en la Palabra y haber descendido en el agua del bautismo, nos hemos convertido en hueso de sus huesos, en carne de su carne.

15. Sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios. De hecho, uno sólo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo.

El sentido teológico de la Liturgia

16. Debemos al Concilio – y al movimiento litúrgico que lo ha precedido – el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia: los principios generales enunciados por la Sacrosanctum Concilium, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 11.14), “fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano” ( Sacrosanctum Concilium, n. 14). Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea. La oración sacerdotal de Jesús en la última cena para que todos sean uno ( Jn 17,21), juzga todas nuestras divisiones en torno al Pan partido, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad [5].

17. He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la Exhortación Evangelii gaudium (nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan.

El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo “en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (Evangelii gaudium, n. 94).

El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a “un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Evangelii gaudium, n. 94).

Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia.

18. Resulta evidente, en todo lo que he querido recordar anteriormente, que la Liturgia es, por su propia naturaleza, el antídoto más eficaz contra estos venenos. Evidentemente, hablo de la Liturgia en su sentido teológico y – ya lo afirmaba Pío XII – no como un ceremonial decorativo… o un mero conjunto de leyes y de preceptos… que ordena el cumplimiento de los ritos [6].

19. Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice “yo” sino “nosotros”, y cualquier limitación a la amplitud de este “nosotros” es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan. Y lo hace, en coherencia con la acción de Dios, siguiendo el camino de la Encarnación, a través del lenguaje simbólico del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo.

Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana

20. Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos. El inicio de cada celebración me recuerda quién soy, pidiéndome que confiese mi pecado e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas, que intercedan por mí ante el Señor: ciertamente no somos dignos de entrar en su casa, necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt 8,8). No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14). La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético: es el don de la Pascua del Señor que, aceptado con docilidad, hace nueva nuestra vida. No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15).

21. Sin embargo, tenemos que tener cuidado: para que el antídoto de la Liturgia sea eficaz, se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana. Me refiero, una vez más, a su significado teológico, como ha descrito admirablemente el n. 7 de la Sacrosanctum Concilium: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.

22. El redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado.

23. Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena.

Asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica

24. Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?

25. Cuando digo asombro ante el misterio pascual, no me refiero en absoluto a lo que, me parece, se quiere expresar con la vaga expresión “sentido del misterio”: a veces, entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está la de haberlo – se dice – eliminado de la celebración. El asombro del que hablo no es una especie de desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático, sino que es, por el contrario, admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef 1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los “misterios”, es decir, de los sacramentos. Sin embargo, sigue siendo cierto que la plenitud de la revelación tiene, en comparación con nuestra finitud humana, un exceso que nos trasciende y que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, cuando vuelva el Señor. Si el asombro es verdadero, no hay ningún riesgo de que no se perciba la alteridad de la presencia de Dios, incluso en la cercanía que la Encarnación ha querido. Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración.

26. El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa.

La necesidad de una seria y vital formación litúrgica

27. Es ésta, pues, la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno – no en todas las culturas del mismo modo – ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico.

28. La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica.

29. La Iglesia reunida en el Concilio ha querido confrontarse con la realidad de la modernidad, reafirmando su conciencia de ser sacramento de Cristo, luz de las gentes (Lumen Gentium), poniéndose a la escucha atenta de la palabra de Dios (Dei Verbum) y reconociendo como propios los gozos y las esperanzas (Gaudium et spes) de los hombres de hoy. Las grandes Constituciones conciliares son inseparables, y no es casualidad que esta única gran reflexión del Concilio Ecuménico – la más alta expresión de la sinodalidad de la Iglesia, de cuya riqueza estoy llamado a ser, con todos vosotros, custodio – haya partido de la Liturgia (Sacrosanctum Concilium).

30. Concluyendo la segunda sesión del Concilio (4 de diciembre de 1963) san Pablo VI se expresaba así [7]:

«Por lo demás, no ha quedado sin fruto la ardua e intrincada discusión, puestos que uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero también por la excelencia intrínseca y por su importancia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada Liturgia, ha sido terminado y es hoy promulgado por Nos solemnemente. Nuestro espíritu exulta de gozo ante este resultado. Nos rendimos en esto el homenaje conforme a la escala de valores y deberes: Dios en el primer puesto; la oración, nuestra primera obligación; la Liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».

31. En esta carta no puedo detenerme en la riqueza de cada una de las expresiones, que dejo a vuestra meditación. Si la Liturgia es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium, n. 10), comprendemos bien lo que está en juego en la cuestión litúrgica. Sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual. La problemática es, ante todo, eclesiológica. No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio – aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo – y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium, que expresa la realidad de la Liturgia en íntima conexión con la visión de la Iglesia descrita admirablemente por la Lumen Gentium. Por ello – como expliqué en la carta enviada a todos los Obispos – me sentí en el deber de afirmar que “los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandi del Rito Romano” (Motu Proprio Traditionis custodes, art. 1).

La no aceptación de la reforma, así como una comprensión superficial de la misma, nos distrae de la tarea de encontrar las respuestas a la pregunta que repito: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración? Necesitamos una formación litúrgica seria y vital.

32. Volvamos de nuevo al Cenáculo de Jerusalén: en la mañana de Pentecostés nació la Iglesia, célula inicial de la nueva humanidad. Sólo la comunidad de hombres y mujeres reconciliados, porque han sido perdonados; vivos, porque Él está vivo; verdaderos, porque están habitados por el Espíritu de la verdad, puede abrir el angosto espacio del individualismo espiritual.

33. Es la comunidad de Pentecostés la que puede partir el Pan con la certeza de que el Señor está vivo, resucitado de entre los muertos, presente con su palabra, con sus gestos, con la ofrenda de su Cuerpo y de su Sangre. Desde aquel momento, la celebración se convierte en el lugar privilegiado, no el único, del encuentro con Él. Sabemos que, sólo gracias a este encuentro, el hombre llega a ser plenamente hombre. Sólo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos.

34. Aquí se plantea la cuestión decisiva de la formación litúrgica. Dice Guardini: “Así se perfila también la primera tarea práctica: sostenidos por esta transformación interior de nuestro tiempo, debemos aprender nuevamente a situarnos ante la relación religiosa como hombres en sentido pleno [8]. Esto es lo que hace posible la Liturgia, en esto es en lo que nos debemos formar. El propio Guardini no duda en afirmar que, sin formación litúrgica, “las reformas en el rito y en el texto no sirven de mucho” [9]. No pretendo ahora tratar exhaustivamente el riquísimo tema de la formación litúrgica: sólo quiero ofrecer algunos puntos de reflexión. Creo que podemos distinguir dos aspectos: la formación para la Liturgia y la formación desde la Liturgia. El primero está en función del segundo, que es esencial.

35. Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha hecho mucho en este sentido, con valiosas aportaciones de muchos estudiosos e instituciones académicas. Sin embargo, es necesario difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia –ésta es la cuestión decisiva y fundante de todo conocimiento y de toda práctica litúrgica–, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico.

36. Pienso en la normalidad de nuestras asambleas que se reúnen para celebrar la Eucaristía el día del Señor, domingo tras domingo, Pascua tras Pascua, en momentos concretos de la vida de las personas y de las comunidades, en diferentes edades de la vida: los ministros ordenados realizan una acción pastoral de primera importancia cuando llevan de la mano a los fieles bautizados para conducirlos a la repetida experiencia de la Pascua. Recordemos siempre que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, el sujeto celebrante, no sólo el sacerdote. El conocimiento que proviene del estudio es sólo el primer paso para poder entrar en el misterio celebrado. Es evidente que, para poder guiar a los hermanos y a las hermanas, los ministros que presiden la asamblea deben conocer el camino, tanto por haberlo estudiado en el mapa de la ciencia teológica, como por haberlo frecuentado en la práctica de una experiencia de fe viva, alimentada por la oración, ciertamente no sólo como un compromiso que cumplir. En el día de la ordenación, todo presbítero siente decir a su obispo: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» [10].

37. La configuración del estudio de la Liturgia en los seminarios debe tener en cuenta también la extraordinaria capacidad que la celebración tiene en sí misma para ofrecer una visión orgánica del conocimiento teológico. Cada disciplina de la teología, desde su propia perspectiva, debe mostrar su íntima conexión con la Liturgia, en virtud de la cual se revela y realiza la unidad de la formación sacerdotal (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 16). Una configuración litúrgico-sapiencial de la formación teológica en los seminarios tendría ciertamente efectos positivos, también en la acción pastoral. No hay ningún aspecto de la vida eclesial que no encuentre su culmen y su fuente en ella. La pastoral de conjunto, orgánica, integrada, más que ser el resultado de la elaboración de complicados programas, es la consecuencia de situar la celebración eucarística dominical, fundamento de la comunión, en el centro de la vida de la comunidad. La comprensión teológica de la Liturgia no permite, de ninguna manera, entender estas palabras como si todo se redujera al aspecto cultual. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica, como no lo es un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio de la caridad, son como un metal que resuena o un címbalo que aturde (cfr. 1Cor 13,1).

38. Para los ministros y para todos los bautizados, la formación litúrgica, en su primera acepción, no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada uno, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro.

39. Una última observación sobre los seminarios: además del estudio, deben ofrecer también la oportunidad de experimentar una celebración, no sólo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios, a la cual debe tender también el conocimiento teológico. Sólo la acción del Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios, que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que toca la vida. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio de amor.

40. Esta última consideración nos lleva a reflexionar sobre el segundo significado con el que podemos entender la expresión “formación litúrgica”. Me refiero al ser formados, cada uno según su vocación, por la participación en la celebración litúrgica. Incluso el conocimiento del estudio que acabo de mencionar, para que no se convierta en racionalismo, debe estar en función de la puesta en práctica de la acción formativa de la Liturgia en cada creyente en Cristo.

41. De cuanto hemos dicho sobre la naturaleza de la Liturgia, resulta evidente que el conocimiento del misterio de Cristo, cuestión decisiva para nuestra vida, no consiste en una asimilación mental de una idea, sino en una real implicación existencial con su persona. En este sentido, la Liturgia no tiene que ver con el “conocimiento”, y su finalidad no es primordialmente pedagógica (aunque tiene un gran valor pedagógico: cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 33) sino que es la alabanza, la acción de gracias por la Pascua del Hijo, cuya fuerza salvadora llega a nuestra vida. La celebración tiene que ver con la realidad de nuestro ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros (cfr. Gál 4,19). La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él. Esta es la finalidad para la cual se ha dado el Espíritu, cuya acción es siempre y únicamente confeccionar el Cuerpo de Cristo. Es así con el pan eucarístico, es así para todo bautizado llamado a ser, cada vez más, lo que recibió como don en el bautismo, es decir, ser miembro del Cuerpo de Cristo. León Magno escribe: «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos» [11].

42. Esta implicación existencial tiene lugar – en continuidad y coherencia con el método de la Encarnación – por vía sacramental. La Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz. Toda la creación es manifestación del amor de Dios: desde que ese mismo amor se ha manifestado en plenitud en la cruz de Jesús, toda la creación es atraída por Él. Es toda la creación la que es asumida para ser puesta al servicio del encuentro con el Verbo encarnado, crucificado, muerto, resucitado, ascendido al Padre. Así como canta la plegaria sobre el agua para la fuente bautismal, al igual que la del aceite para el sagrado crisma y las palabras de la presentación del pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.

43. La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim 6,16) o a la perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua: nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios. Ireneo, doctor unitatis, nos lo recuerda: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios a través de la creación da vida a todos los seres que viven en la tierra, ¡cuánto más la manifestación del Padre a través del Verbo es causa de vida para los que ven a Dios!» [12].

44. Guardini escribe: «Con esto se delinea la primera tarea del trabajo de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de símbolos» [13]. Esta tarea concierne a todos, ministros ordenados y fieles. La tarea no es fácil, porque el hombre moderno es analfabeto, ya no sabe leer los símbolos, apenas conoce de su existencia. Esto también ocurre con el símbolo de nuestro cuerpo. Es un símbolo porque es la unión íntima del alma y el cuerpo, visibilidad del alma espiritual en el orden de lo corpóreo, y en ello consiste la unicidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser vivo. Nuestra apertura a lo trascendente, a Dios, es constitutiva: no reconocerla nos lleva inevitablemente a un no conocimiento, no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. No hay más que ver la forma paradójica en que se trata al cuerpo, o bien tratado casi obsesivamente en pos del mito de la eterna juventud, o bien reducido a una materialidad a la cual se le niega toda dignidad. El hecho es que no se puede dar valor al cuerpo sólo desde el cuerpo. Todo símbolo es a la vez poderoso y frágil: si no se respeta, si no se trata como lo que es, se rompe, pierde su fuerza, se vuelve insignificante.

Ya no tenemos la mirada de San Francisco, que miraba al sol –al que llamaba hermano porque así lo sentía –, lo veía bellu e radiante cum grande splendore y, lleno de asombro, cantaba: de te Altissimu, porta significatione[14] Haber perdido la capacidad de comprender el valor simbólico del cuerpo y de toda criatura hace que el lenguaje simbólico de la Liturgia sea casi inaccesible para el hombre moderno. No se trata, sin embargo, de renunciar a ese lenguaje: no se puede renunciar a él porque es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo. Se trata más bien de recuperar la capacidad de plantear y comprender los símbolos de la Liturgia. No hay que desesperar, porque en el hombre esta dimensión, como acabo de decir, es constitutiva y, a pesar de los males del materialismo y del espiritualismo – ambos negación de la unidad cuerpo y alma –, está siempre dispuesta a reaparecer, como toda verdad.

45. Entonces, la pregunta que nos hacemos es ¿cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo volver a saber leerlos para vivirlos? Sabemos muy bien que la celebración de los sacramentos es – por la gracia de Dios – eficaz en sí misma (ex opere operato), pero esto no garantiza una plena implicación de las personas sin un modo adecuado de situarse frente al lenguaje de la celebración. La lectura simbólica no es una cuestión de conocimiento mental, de adquisición de conceptos, sino una experiencia vital.

46. Ante todo, debemos recuperar la confianza en la creación. Con esto quiero decir que las cosas – con las cuales “se hacen” los sacramentos – vienen de Dios, están orientadas a Él y han sido asumidas por Él, especialmente con la encarnación, para que pudieran convertirse en instrumentos de salvación, vehículos del Espíritu, canales de gracia. Aquí se advierte la distancia, tanto de la visión materialista, como espiritualista. Si las cosas creadas son parte irrenunciable de la acción sacramental que lleva a cabo nuestra salvación, debemos situarnos ante ellas con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida. Desde el principio, contienen la semilla de la gracia santificante de los sacramentos.

47. Otra cuestión decisiva – reflexionando de nuevo sobre cómo nos forma la Liturgia – es la educación necesaria para adquirir la actitud interior, que nos permita situar y comprender los símbolos litúrgicos. Lo expreso de forma sencilla. Pienso en los padres y, más aún, en los abuelos, pero también en nuestros párrocos y catequistas. Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe. Quizás puede que no tengamos un vivo recuerdo de ello, pero podemos imaginar fácilmente el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas, como para apropiarse de cada instante de ese gesto, de todo el cuerpo: «En el nombre del Padre… y del Hijo… y del Espíritu Santo… Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto ya entregado, como si fuera un hábito que crecerá con él, vistiéndolo de la manera que sólo el Espíritu conoce. A partir de ese momento, ese gesto, su fuerza simbólica, nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, nos da forma, somos formados por él. No es necesario hablar demasiado, no es necesario haber entendido todo sobre ese gesto: es necesario ser pequeño, tanto al entregarlo, como al recibirlo. El resto es obra del Espíritu. Así hemos sido iniciados en el lenguaje simbólico. No podemos permitir que nos roben esta riqueza. A medida que crecemos, podemos tener más medios para comprender, pero siempre con la condición de seguir siendo pequeños.

Ars celebrandi

48. Un modo para custodiar y para crecer en la comprensión vital de los símbolos de la Liturgia es, ciertamente, cuidar el arte de celebrar. Esta expresión también es objeto de diferentes interpretaciones. Se entiende más claramente teniendo en cuenta el sentido teológico de la Liturgia descrito en el número 7 de Sacrosanctum Concilium, al cual nos hemos referido varias veces. El ars celebrandi no puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje – creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar.

49. Como cualquier arte, requiere diferentes conocimientos.

En primer lugar, la comprensión del dinamismo que describe la Liturgia. El momento de la acción celebrativa es el lugar donde, a través del memorial, se hace presente el misterio pascual para que los bautizados, en virtud de su participación, puedan experimentarlo en su vida: sin esta comprensión, se cae fácilmente en el “exteriorismo” (más o menos refinado) y en el rubricismo (más o menos rígido).

Es necesario, pues, conocer cómo actúa el Espíritu Santo en cada celebración: el arte de celebrar debe estar en sintonía con la acción del Espíritu. Sólo así se librará de los subjetivismos, que son el resultado de la prevalencia de las sensibilidades individuales, y de los culturalismos, que son incorporaciones sin criterio de elementos culturales, que nada tienen que ver con un correcto proceso de inculturación.

Por último, es necesario conocer la dinámica del lenguaje simbólico, su peculiaridad, su eficacia.

50. De estas breves observaciones se desprende que el arte de celebrar no se puede improvisar. Como cualquier arte, requiere una aplicación asidua. Un artesano sólo necesita la técnica; un artista, además de los conocimientos técnicos, no puede carecer de inspiración, que es una forma positiva de posesión: el verdadero artista no posee un arte, ni es poseído por él. Uno no aprende el arte de celebrar porque asista a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva (no juzgo las intenciones, veo los efectos). Toda herramienta puede ser útil, pero siempre debe estar sujeta a la naturaleza de la Liturgia y a la acción del Espíritu. Es necesaria una dedicación diligente a la celebración, dejando que la propia celebración nos transmita su arte. Guardini escribe: «Debemos darnos cuenta de lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa. Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella. Pero el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso» [15]. Así es como se aprende el arte de la celebración.

51. Al hablar de este tema, podemos pensar que sólo concierne a los ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los bautizados. Pienso en todos los gestos y palabras que pertenecen a la asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh 8,1), participa en la celebración. Realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo litúrgico: se trata más bien de una “disciplina” – en el sentido utilizado por Guardini – que, si se observa con autenticidad, nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos. No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo.

52. Entre los gestos rituales que pertenecen a toda la asamblea, el silencio ocupa un lugar de absoluta importancia. Varias veces se prescribe expresamente en las rúbricas: toda la celebración eucarística está inmersa en el silencio que precede a su inicio y marca cada momento de su desarrollo ritual. En efecto, está presente en el acto penitencial; después de la invitación a la oración; en la Liturgia de la Palabra (antes de las lecturas, entre las lecturas y después de la homilía); en la plegaria eucarística; después de la comunión [16]. No es un refugio para esconderse en un aislamiento intimista, padeciendo la ritualidad como si fuera una distracción: tal silencio estaría en contradicción con la esencia misma de la celebración. El silencio litúrgico es mucho más: es el símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa, por lo que, a menudo, constituye la culminación de una secuencia ritual. Precisamente porque es un símbolo del Espíritu, tiene el poder de expresar su acción multiforme. Así, retomando los momentos que he recordado anteriormente, el silencio mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita la escucha de la Palabra y la oración; dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo; sugiere a cada uno, en la intimidad de la comunión, lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido. Por eso, estamos llamados a realizar con extremo cuidado el gesto simbólico del silencio: en él nos da forma el Espíritu.

53. Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en nuestra vida. Permitidme explicarlo con un sencillo ejemplo. Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Arrodillarse debe hacerse también con arte, es decir, con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Si todo esto es cierto para este simple gesto, ¿cuánto más para la celebración de la Palabra? ¿Qué arte estamos llamados a aprender al proclamar la Palabra, al escucharla, al hacerla inspiración de nuestra oración, al hacer que se haga vida? Todo ello merece el máximo cuidado, no formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de la celebración expresada con “arte” forma la personalidad cristiana del individuo y de la comunidad.

54. Si bien es cierto que el ars celebrandi concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia. He aquí una posible lista de actitudes que, aunque opuestas, caracterizan a la presidencia de forma ciertamente inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática. A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar. Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente.

55. Se podría decir mucho sobre la importancia y el cuidado de la presidencia. En varias ocasiones me he detenido en la exigente tarea de la homilía [17]. Me limitaré ahora a algunas consideraciones más amplias, queriendo, de nuevo, reflexionar con vosotros sobre cómo somos formados por la Liturgia. Pienso en la normalidad de las Misas dominicales en nuestras comunidades: me refiero, pues, a los presbíteros, pero implícitamente a todos los ministros ordenados.

56. El presbítero vive su participación propia durante la celebración en virtud del don recibido en el sacramento del Orden: esta tipología se expresa precisamente en la presidencia. Como todos los oficios que está llamado a desempeñar, éste no es, primariamente, una tarea asignada por la comunidad, sino la consecuencia de la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación, que le capacita para esta tarea. El presbítero también es formado al presidir la asamblea que celebra.

57. Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad “sacramental” –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49).

58. Cuando la primera comunidad parte el pan en obediencia al mandato del Señor, lo hace bajo la mirada de María, que acompaña los primeros pasos de la Iglesia: “perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). La Virgen Madre “supervisa” los gestos de su Hijo encomendados a los Apóstoles. Como ha conservado en su seno al Verbo hecho carne, después de acoger las palabras del ángel Gabriel, la Virgen conserva también ahora en el seno de la Iglesia aquellos gestos que conforman el cuerpo de su Hijo. El presbítero, que en virtud del don recibido por el sacramento del Orden repite esos gestos, es custodiado en las entrañas de la Virgen. ¿Necesitamos una norma que nos diga cómo comportarnos?

59. Convertidos en instrumentos para que arda en la tierra el fuego de su amor, custodiados en las entrañas de María, Virgen hecha Iglesia (como cantaba san Francisco), los presbíteros se dejan modelar por el Espíritu que quiere llevar a término la obra que comenzó en su ordenación. La acción del Espíritu les ofrece la posibilidad de ejercer la presidencia de la asamblea eucarística con el temor de Pedro, consciente de su condición de pecador (cfr. Lc 5,1-11), con la humildad fuerte del siervo sufriente (cfr. Is 42 ss), con el deseo de “ser comido” por el pueblo que se les confía en el ejercicio diario de su ministerio.

60. La propia celebración educa a esta cualidad de la presidencia; repetimos, no es una adhesión mental, aunque toda nuestra mente, así como nuestra sensibilidad, estén implicadas en ella. El presbítero está, por tanto, formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos.

No se sienta en un trono [18], porque el Señor reina con la humildad de quien sirve.

No roba la centralidad del altar, signo de Cristo, de cuyo lado, traspasado en la cruz, brotó sangre y agua, inicio de los sacramentos de la Iglesia y centro de nuestra alabanza y acción de gracias [19].

Al acercarse al altar para la ofrenda, se enseña al presbítero la humildad y el arrepentimiento con las palabras: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro».

No puede presumir de sí mismo por el ministerio que se le ha confiado, porque la Liturgia le invita a pedir ser purificado, con el signo del agua: «Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado».

Las palabras que la Liturgia pone en sus labios tienen distintos significados, que requieren tonalidades específicas: por la importancia de estas palabras, se pide al presbítero un verdadero ars dicendi. Éstas dan forma a sus sentimientos interiores, ya sea en la súplica al Padre en nombre de la asamblea, como en la exhortación dirigida a la asamblea, así como en las aclamaciones junto con toda la asamblea.

Con la plegaria eucarística –en la que participan también todos los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones– el que preside tiene la fuerza, en nombre de todo el pueblo santo, de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última cena, para que ese inmenso don se haga de nuevo presente en el altar. Participa en esa ofrenda con la ofrenda de sí mismo. El presbítero no puede hablar al Padre de la última cena sin participar en ella. No puede decir: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros», y no vivir el mismo deseo de ofrecer su propio cuerpo, su propia vida por el pueblo a él confiado. Esto es lo que ocurre en el ejercicio de su ministerio.

El presbítero es formado continuamente en la acción celebrativa por todo esto y mucho más.

* * *

61. He querido ofrecer simplemente algunas reflexiones que ciertamente no agotan el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios. Pido a todos los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al pueblo santo de Dios a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana. Estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la Sacrosanctum Concilium, comprendiendo el íntimo vínculo entre la primera Constitución conciliar y todas las demás. Por eso, no podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma. Los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Œcumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano.

62. Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación.

Toda esta riqueza no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento: estamos llamados a dejarnos formar con alegría y en comunión.

63. Por eso, me gustaría dejaros una indicación más para proseguir en nuestro camino. Os invito a redescubrir el sentido del año litúrgico y del día del Señor: también esto es una consigna del Concilio (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 102-111).

64. A la luz de lo que hemos recordado anteriormente, entendemos que el año litúrgico es la posibilidad de crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, sumergiendo nuestra vida en el misterio de su Pascua, mientras esperamos su vuelta. Se trata de una verdadera formación continua. Nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Él mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

65. En el correr del tiempo, renovado por la Pascua, cada ocho días la Iglesia celebra, en el domingo, el acontecimiento de la salvación. El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.

Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia. Se nos ha dado la Pascua, conservemos el deseo continuo que el Señor sigue teniendo de poder comerla con nosotros. Bajo la mirada de María, Madre de la Iglesia.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán, a 29 de junio, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, del año 2022, décimo de mi pontificado.

FRANCISCO

¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo
y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo,
se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!
¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa!
¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad:
que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios,
se humilla hasta el punto de esconderse,
para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!
Mirad, hermanos, la humildad de Dios
y derramad ante Él vuestros corazones;
humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él.
En conclusión:
nada de vosotros retengáis para vosotros mismos
a fin de enteros os reciba el que todo entero se os entrega.

San Francisco de Asís, Carta a toda la Orden II, 26-29

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Comentarios
104 comentarios en “La Carta Apostólica de Francisco «Desiderio Desideravi» sobre la formación litúrgica: «Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia»
  1. La Masoneria eclesial manda a sus anchas dentro de la Iglesia, ya me imagino hablar de los rigidos tradicionalistas, desde San Pablo en adelante. Me imagino que se podrá comulgar de pie, en la mano y sin camisa! Mientras mas sacrilegios mejor, solo hay que cumplir las ordenes de la masoneria.

  2. Tras una primera lectura, he de decir que me parece que el texto tiene partes con gran riqueza y profundidad acerca del sentido de la liturgia. El problema es la contradicción en la que incurre en su totalidad, ya que quiere dejar claro que «pretende ver restablecida la unidad en toda la Iglesia de Rito Romano», es decir, acabar con la Misa tradicional, y muchos de los elementos litúrgicos que expone sólo se alcanzan plenamente con la liturgia tradicional, y así lo ha enseñado la experiencia.

    1. «el texto tiene partes con gran riqueza y profundidad acerca del sentido de la liturgia»

      Pues sí: esas son las partes de recorta-y-pega, para darle algo de sustancia y que cuele; el resto, basura. Si a una bazofia se le echa ketchup, por mucho que sepa a ketchup, no dejará de ser bazofia.

      1. Claro porque es el primer documento pontificio en que se copian y pegan afirmaciones del Magisterio, la Biblia o los Santos Padres.
        Hay que intentar un poco más de objetividad.

        1. No, no es el primer documento: Franciso ha estado haciéndolo a lo largo de todo su larguísimo pontificado. Anteriormente los Papas se valían de las citas, tomando lo que decían las Sagradas Escrituras, los Padres de la Iglesia, los Doctores, los Santos y otros Papas, para desarrollar o explicar lo que éstos decían. Con Frncisco ha dado comienzo un género nuevo: por un lado, el de citar de forma sesgada a los mencionados para decir justo lo contrario que ellos (abundantes ejemplos en ‘Amoris laetitia’); y por otro, el corta-pega directo, incluyendo de sus propios documentos (el Papa más citado por Francisco es… Francisco: la autorreferencilidad en su máximo grado).

      2. Exactamente. Paco hará un documento de unas líneas diciendo a en que flanco hay que atizar a los de siempre y algún redactor de la logia con conocimientos de teología católica hará el envoltorio y listo.

        Bueno, previamente le habrá llegado una orden de esos señores mundialistas ante los que se inclina y les besa las manos.

  3. 1. Traditionis custodes es nula ex tunc y no ha de ser obedecida porque es inconstitucional al violar la Sagrada Tradición Litúrgica.

    2. La unidad litúrgica funciona hoy en día con las diferentes misas de los múltiples ritos latinos y orientales, pues la unidad se satisface con el cumplimiento de los principios de la Sagrada Tradición Litúrgica: Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas «un solo acto de culto» (SC 56; DV 21; 1346 CIC)

    3. Traditionis custodes es nula ex tunc porque va contra la unidad en lo esencial y quiere imponer despóticamente la uniformidad, cercenando el derecho fundamental a la libertad de culto del feligrés

    4. Summorum pontificium de Benedicto XVI es la única norma lícita y válida.

    5. Bergoglio, déjanos en paz, el CVII nunca jamás aprobó la Misa Nueva de 1970 porque acabó en 1965.

      1. Tienes razón, Pedro Antonio: cualquier tradicionalista sabe más, mucho más de los asuntos de la iglesia que los farsantes modernistas, porque de no ser así, si los modernistas no son ignorantes significa que son deliberadamente rebeldes necios demoledores mentirosos y farsantes.
        Mejor pensarlos ignorantes, pero como ya he dicho, yo no soy un optimista

  4. Resulta irónico que el Papa hable de abandonar las polémicas, cuando él, sin poder hacerlo, se atreve a destruir el legado histórico de la liturgia tradicional.

    1. El Papa debería matizar sus expresiones, pues tal como las dice, muchas son erróneas. Y además, con frecuencia son incoherentes con las actuaciones de Francisco.
      Esta carta empieza mal al usar lenguaje inclusivo (no hay que decir hermanos y hermanas).
      El Papa dice: “Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.” (1) Y sin embargo Francisco ataca la belleza de la liturgia tradicional, critica la vestimenta de encajes, él mismo nunca se pone ornamentos bellos, etc. Y en cuanto a la verdad, no es tal, cuando él se opone al rito de la misa de Trento que se estableció para siempre, tal como lo dispuso Pío V.

      1. Si empieza diciendo: «Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión», ya sabemos lo que eso significa: ordeno y mando, y el que se mueva no sale en la foto. Y no faltarán los corifeos de siempre pretendiendo que, incluso con ese empiece, este documento es Palabra de Dios, superior a cualquier otro anterior de cualquier Papa o concilio, y si me apuran, hasta a las Sagradas Escrituras.

    2. Francisco dice “su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros…no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre.” (4) Pero esto es erróneo, y tergiversa la cita del Apocalipsis, pues todo hombre no comerá el Cuerpo de Cristo.
      El Papa dice: “Todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe.” (5) Pero esto es el error de los luteranos que hablaban de la sola fe, cuando junto a la fe están las obras. Y para acceder la comunión es requisito tener buenas obras (por tanto el pecador contumaz no confesado no puede).

    3. Francisco escribe: “Nuestro bautismo no es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él.” (12). Y aunque es cierto que es mucho más, pero también es esto.
      El Papa dice: “Del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia.” (14) Pero hay que matizar esta expresión, pues como bien definió el Concilio de Trento: “Los sacramentos son siete, ni más ni menos”, y por tanto no se puede llamar a la Iglesia sacramento en sentido propio (como si fuera un octavo sacramento).
      Francisco dice refiriéndose al Vaticano II: “Debemos al Concilio el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia.” Y esto es pretencioso y falso.

    4. El Papa escribe: “La acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia.” (19) Y esto él es el primero que lo incumple cuando prohíbe la misa tridentina establecida por sus predecesores con carácter permanente.
      El Papa dice: “La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético… No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros.” (20) Aquí nuevamente Francisco cae en el error luterano de la sola gracia, cuando nosotros debemos cooperar a ella con nuestro esfuerzo ascético.

    5. Citando a Pablo VI, Francisco dice: “Uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero también por la excelencia intrínseca y por su importancia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada Liturgia.” (30) Y sin embargo, ni Pablo VI, que permitió la comunión en la mano, ni Francisco, no son ningún ejemplo de integridad litúrgica, sino unos demoledores de la misma.
      El Papa escribe: “No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio – aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo – y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium.” (31) Contrariamente a lo expresado por Francisco, no siendo un concilio dogmático, los católicos podemos disentir de las cuestiones que presenta el Vaticano II al margen de las verdades definidas. Y en cuanto a la reforma litúrgica, fue mucho más allá del Concilio.

    6. Francisco escribe: “Aquí se plantea la cuestión decisiva de la formación litúrgica.” (34) Pero la formación no puede ser sesgada, ni referirse sólo al Vaticano II, sino que debe ser íntegra, y si así es, se pondrán en evidencia diversos errores de la reforma litúrgica de Pablo VI, y de las propuestas de Francisco.
      El Papa hace una extraña incursión en la cuestión ecológica hablando de la liturgia: “Debemos recuperar la confianza en la creación… debemos situarnos ante ellas (las cosas creadas) con una mirada nueva, no superficial, respetuosa.” (46) Cuando en contra de lo que dice Francisco, nuestra confianza y respeto se han de referir a Dios, y no a su obra, que es algo fugaz como dice la Escritura: “Como hierba que crece por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca.” (Sal 90,6)

    7. Francisco dice: “No puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas.” (48) Pero las rúbricas son necesarias, y conviene no minimizarlo en una época como la nuestra en la que se producen numerosos abusos litúrgicos.
      Para Francisco no hay vuelta atrás en el camino emprendido por Pablo VI: “No podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar.” (61)
      El Papa establece una dicotomía innecesaria al escribir: “El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo.” (65) En realidad el domingo es las dos cosas, ley y don.
      En resumen, la Carta Apostólica contiene numerosos errores y frases ambiguas, y no hablo ya de las ausencias, porque eso me llevar´ía a una disertación demasiado larga.

      1. Muchas gracias por el esfuerzo de leer tal engendro y extraer algunas de sus falacias padre. Además de ser una penitencia, tiene gran mérito ante Dios y utilidad para los católicos.

  5. Al leer los primeros párrafos, entiendo que el señor papa define a la misa como «la cena del señor» y no como el sacrificio. Además, como cena, «todos están invitados», lo que es falso, porque no fueron invitados todos los 72 y más discípulos que seguían al Señor, solo fueron invitados los 12. Ahora bien, Si definimos la misa como siempre lo ha definido la Iglesia, como sacrificio, entonces hay que acercarse a ella con unas condiciones mínimas requeridas y que son de origen apostólico, no fueron inventadas, como por ejemplo, estar bautizados y libres de pecado mortal. Pero, si la definimos como cena, entonces todo el mundo puede comer, porque la comida no se le niega a nadie. El papa al definir la misa como cena simplemente ¿no se está apartando de la fe católica? Me pregunto

    1. Ber/gog/lio (el Hijo de Gog que hace lío) hace rato que se apartó de la fe católica y de su deber de confirmar en la fe a los católicos; pobre de él en el día de su juicio particular. Y respecto a lo que apuntas, de que (en otra más de sus h e r e j í a s materiales) definió la misa como «cena» y no como «sacrificio», me permito transcribir algunos Cánones sobre la Misa definidos por Trento:

      1. Can. 1. Si alguno dijere que en el sacrificio de la Misa no se ofrece a Dios un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerlo no es otra cosa que dársenos a comer Cristo, sea anatema. (En esto ha caído Francisco)

        Can. 3. Si alguno dijere que el sacrificio de la Misa sólo es de alabanza y de acción de gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no PROPICIATORIO; o que sólo aprovecha al que lo recibe; y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones y otras necesidades, sea anatema. (O sea, la Misa no es solo sacrificio eucarístico, de acción de gracias -que lo es- sino también PROPICIATORIO, que es la clave del sacrificio del Señor, porque con su muerte en la cruz, pago nuestra deuda, pagó el rescate para nuestra salvación, se dio en expiación por nuestros pecados, y en la Misa se repite eso pero ahora de manera incruenta. Llamar pues «cena» a la Misa es una h e r e j í a).

      2. Can. 6. Si alguno dijere que el canon de la Misa contiene error y que, por tanto, debe ser abrogado, sea anatema. (Trento dice esto por supuesto, de la Misa Tridentina).

        Can. 7. Si alguno dijere que las ceremonias, vestiduras y signos externos de que usa la Iglesia Católica son más bien provocaciones a la impiedad que no oficios de piedad, sea anatema.

        Can. 9. Si alguno dijere que el rito de la Iglesia Romana por el que parte del canon y las palabras de la consagración se pronuncian en voz baja, debe ser condenado; O QUE SÓLO DEBE CELEBRARSE LA MISA EN LENGUA VULGAR, o que no debe mezclarse agua con el vino en el cáliz que ha de ofrecerse, por razón de ser contra la institución de Cristo, sea anatema.

        Si Francisco no se arrepiente -y públicamente- mucho me temo que su destino será muy oscuro.

        1. En este fraude eclesiástico, los cánones dogmáticos perpetuos de Trento sobre liturgia han sido abolidos por el pastoral Sacrosantum Concilium, concretamente en ninguna parte del texto.
          Están convencidísimos de no haber caído en el anatema de excomunión. Pero el dato mata el relato.

  6. Pues sí, se aparta de la fe católica. Pero… a él ¿que más le da?.Es lo que pretenden los masones, con el mismo Bergoglio a la cabeza. Ya sabe, cuando le conviene «Quién soy yo para juzgar…» aquí pongan lo que quieran.

  7. La carta, basados en casos similares ocurridos en este pontificado, la entiendo como una especie de luz amarilla, una advertencia ‘por las buenas’ para los que no se alínien con la interpretación , tácita, plenamente restrictiva de Traditionis Custodes, luego de ello se tomarán medidas un tanto ‘más drásticas’. Ya ocurrió en el pasado con Amoris Laetitia y la tal interpetación que envió Francisco a los sacerdotes de Buenos Aires sabiendo que la iban a publicar, esa interpretación se convirtió en la ‘piedra filosofal’, al modo de decir de Parolin ‘auténtico magisterio’, de la cual no se puede disentir. Los obispos polacos lo hicieron y de a poco los han ido descartando uno a uno, pero en cambio sus contrapartes de la vecina Alemania… Otro ejemplo, los dos obispos de Malta se apresuraron a dar la interpretación deseada y fueron recompensados ampliamente, hablo de Grech y Cicliuna. Francisco: ‘Ay de los que invoquen el canon 87 para no acabar con la Misa vetus ordo’.

    1. Una aclaración sobre esta frase: «…y la tal interpetación que envió Francisco a los sacerdotes de Buenos Aires sabiendo que la iban a publicar». No es simplemente que éstos «filtraran» la carta a los medios, sino que en un Rescripto posterior Francisco ordenó que se publicara en las «Acta Apostolicae Sedis» (AAS) nada menos que como «magisterio auténtico», lo cual no sólo no es, sino que contradice todo el Magisterio de la Iglesia precedente, motivo por el cual no sólo no es «auténtico», sino que ni siquiera es «magisterio» (al respecto, recomiendo nuevamente leer el magnífico artículo del P. Iraburu en Infocatólica titulado: «Algunos fieles de la ‘Amoris Lætitia’ la perjudican al elogiarla», que publicó el pasado 13 de junio).

  8. Ni quiero ni puedo como católico leer ese pestiño evacuado por el usurpador de trono de Pedro, ni casi ningún católico debería leerlo.

    Tiene un inmenso peligro ayudado como está, por poderes preternaturales de seducción.

    Solo los que tienen el carisma y los conocimientos y después de haber rezado y ayunado deberían leerlo, para explicarlo a los demás católicos con el fin de defendernos de sus mentiras.

  9. En definitiva, que un concilio pastoral que no pretende decir nada nuevo y que no dice nada de prohibir una misa y sustituirla por otra misa nueva, puede (mágicamente sin decirlo) derogar un concilio dogmático en materia litúrgica que condena de forma definitiva con la excomunión a cualquiera que sea la autoridad de la Iglesia que cambie la misa por otra nueva.
    Como una ordenanza municipal derogando la constitución pero sin decir nada.
    Y el problema sigue siendo el que se da cuenta del fraude y se resiste y no son los que se saltan la legalidad.

    1. Esta es la falsa iglesia de la libertad religiosa: libertad religiosa para todos excepto para los que quieran seguir siendo católicos tradicionales con su doctrina y culto verdaderos.
      Para ellos se les reserva un gueto con la misa tradi pero con la prohibición expresa de tener obispos, de predicar contra el modernismo y de fundar nuevas capillas.
      Al gueto va a ir tu tía la del pueblo, y el silencio contra el modernismo lo va a tener Rita la cantaora.

      1. En caso de necesidad, claro que se pueden consagrar obispos, pues han decidido destruir la iglesia con sacramentos ambiguos prohibiendo los verdaderos. Y están difundiendo el modernismo y han prohibido combatirlo.
        Resistirse es un deber moral y una virtud heroica.

          1. Y tú has venido a decir las mismas estupideces de siempre, eso sí que es evidente, lo otro no

        1. Lo siento pero por ahí no. Estoy en desacuerdo con casi todo lo q publica y dice Francisco.
          Pero ordenar obispos sin letras apostólicas es CISMA. Y “extra Ecclesia non est salus”
          Peores papas hemos tenido en la Iglesia y aquí estamos y estaremos

          1. El código de derecho claramente aprueba la creación de obispos sin mandato de Roma en estado de necesidad, no es un cisma en ESTADO DE NECESIDAD, sino por el bien de la iglesia.

            Yo pienso que puede ser que hayan habido peores personas en el papado antes, pero papa, lo que se dice papa, no ha habido ninguno peor que JMBergoglio, no encontrarás ninguno (salvo an-ti papa, puede ser) que hayan negado más obscena y agresivamente la practica totalidad de los articulos de la fe. Ahora, puedes ser el corruptísimo Sergio III, pero ni aún él, creo, que entaría en simpatías con Biden y su cámara de desgraciados.

            El mito de «han habido peores» ya se desmonta solo

  10. Acabo de leer en el National Catholic Register, que ayer, en la Misa de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, celebrada por el Santo Padre en la Basílica de San Pedro, se dio la Sagrada Comunión a la Sra Nancy Pelosy. Ya saben que el AO de San Francisco M. Cordileone ha prohibido la comunión a esta señora prominente defensora del aborto.

    Le credibilidad del NCR es alta. Sí esto que afirman es cierto…. apaga y vámonos. ¡Cuánta pecaminosa incoherencia entre palabras y hechos!

    ¡En la Misa celebrada por el Papa!

    ¡Señor, ten piedad!

  11. El veneno viene en los ultimos puntos, los anteriores son para despistar, como en la Amoris.
    Entonces, lo mismo que la TC hay que devolverla al remitente, asi mismo esta carta, no se aceptan venenos.
    Eso es todo, gracias, saludos cordiales

  12. Es deplorable que una Carta Apostólica del Papa contenga tal cantidad de errores y que no haya una reacción global de cardenales y obispos contra Francisco.

  13. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores esa sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial.

  14. Lo del aborto se veía muy complicado, y tanto, que los jueces están siendo amenazados después aún de dictar su sentencia.
    La Iglesia a base de oración y clamor al cielo, tendrá que verse libre del modernismo, veneno, intrigas, y trampas que se le tienden. Si es la Iglesia la dulce esposa de Cristo, Él no la dejará mucho tiempo más padecer.
    Ha sido como un marido que se va lejos, pero no tarda en volver.
    Pensé en lo de Ulises,,, ¿Cómo les fue a los pretendientes abusivos?
    Y éso es mitología, qué será con Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre.

  15. En el número 5 dice el papa: «El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su palabra (cfr Rom 10,17).»

    Canon 11 del concilio de Trento referidos a la Eucaristía Dz1661. » Si alguno dijere que la sola fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía, sea anatema.»…»Mas si alguno pretendiere enseñar, predicar o pertinazmente afirmar, o también públicamente disputando defender lo contrario, por el mismo hecho queda excomulgado .»

    1. Fíjese lo que dijo en «Amoris laetitia» sobre quienes viven en estado de pecado (los adúlteros, específicamente):

      FRANCISCO:

      «Un sujeto, aun conociendo bien la norma [6º Mandamiento: No cometerás adulterio], puede tener una gran dificultad para comprender ‘los valores inherentes a la norma’ o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa».

      CONCILIO DE TRENTO (cánones dogmáticos):

      – «Si alguno dijere que los Mandamientos de Dios son imposibles de guardar, aun para el hombre justificado y constituído bajo la gracia, sea anatema (excomulgado)».

      – «Si alguno dijere, que el que peca después del bautismo no puede levantarse con la gracia de Dios […] sea anatema (excomulgado)».

      Francisco no sólo dijo que a veces era imposible dejar de pecar, incluso con la gracia de Dios, sino que osó decir que dejar de pecar podía constituir una nueva culpa… ¡Casi nada!

  16. Quiso Dios q Jesús tuviera q morir para hacerse Eucaristía y q mediante ella nos uniéramos a su Cuerpo y este es el milagro precioso por el cual quiere que en Cristo seamos Uno como el Padre y el Hijo son Uno.

    Todos nosotros, en el momento de la consagración ,estamos presentes en aquel cenáculo, con los apóstoles y con nuestro Cristo amado, deseoso de entregarse por nosotros a la cruz. Allí estamos todos, en todas las misas sean del rito q sean. Allí presentes frente a nuestro Señor q va a morir…

    A pesar de las formas esto se hace presente en cada misa y rechazar un rito u otro es rechazar este precioso milagro q se obra en cada una de ellas.

    Estamos allí y nuestra mirada debe ser para Él, para Cristo, no para ver cómo lo está viviendo el resto.El milagro es Cristo.

    Entiendo así esta bella carta, rica y profunda.

    1. Y también q juntos, como Dios desea, nos dejemos inundar por la luz del Espíritu Santo y guiar por ella.

      Pienso q el Papa tiene razón. Por Cristo vale la pena el esfuerzo.

      1. «Pienso q el Papa tiene razón»

        Pues como siempre (se podía haber ahorrado el comentario). Incluso cuando le han demostrado con pruebas irrefutables que no la tenía, usted ha seguido negando la evidentica y diciendo lo mismo. A ver, pónganos un solo ejemplo en el que para usted Francisco no tenga razón . Tic, toc, tic, toc…

    2. Tú sabes, tú comprendes, dices tú, opinas tú, tú, tú, tú.
      ¡Necia! ¿No ves que todo ese mamotreto está lleno de herejías y graves errores?

  17. Cuando la Compañìa de Jesùs fue anulada en el siglo XVIII, algunos de sus miembros fueron bien recibidos por Catalina la Grande de Rusia, que los apreciaba por su gran capacidad educadora, ilustraciòn y santidad. O sea, desobedecieron la orden papal que los prohibìa bajo pena de excomuniòn si no acataban su orden… Cuando màs tarde, otro papa restableciò la Compañìa, los jesuitas supervivientes salieron a la luz, y sin ningùn problema retomaron la continuidad dentro de la Iglesia Catòlica… sin ninguna sanciòn. Es un buen ejemplo de que a veces, el Espìritu Santo sopla por vericuetos diferentes que los Sumos Pontìfices… No quiere èsto alentar rebeldìas contra Roma, pero… a veces el sensus fidelium acierta mejor el camino.

  18. Qué bienlograda elección de imagen hizo infovaticana para éste articulo, pues JMBergoglio tiene una cara monstruosa, misma con la que a partir de sus palabras podemos desde sus interiores. Es exitosa además, pues con esa cara monstruosa se nota la malicia con la que él ha publicado esta cartita. Inválida en toda práctica, tanto moral como material.

    Leer a este sujeto es malo para el alma y una completa pérdida de tiempo

  19. Catolicvs,

    No me gustó lo de la pachamama, me hizo daño. No me gustó q apartara la mano a las personas q le iban a besar el anillo, me hizo daño.No me gustó como reaccionó con la china, me hizo daño.No me gustó el pesebre etc.

    Pero que haga cosas mal le hace uno más de nosotros, no es perfecto.Y también puedo ser yo la equivocada.Al fin y al cabo es el Papa. Y cada vez le voy entendiendo más.

    Si no entendemos todo lo q ocurre como providencia divina es como q nos falta confianza en Dios.

    Y si se equivoca Catholicvs pues mire yo ya hace un tiempo q comprendí que Dios no me había asignado a mí la misión de guiar la Iglesia sino a él.

    Yo tengo mi misión y sé cual es. Y no es dirigir la Iglesia.Confío en el Señor y lo dejo todo en sus manos.

    Pero si lo q dice el Papa me parece bien lo digo.Si me patece mal me lo reservo y rezo.

    Soy así , no me va a cambiar. Siento no gustarle pero sólo quiero gustar a Dios

    1. Le hace daño actitudes, que además no tienen nada que ver con el, no sus reiterados ataques a la fe y negación de la verdad, no, eso lo aplaude

    2. pero por que persistes en comentar en esta web si tienes unas cuantas webs neoconas a tu estilo, religionenlibertad, infocatolica etc donde tus comentarios encajarian mejor?
      A mi me da la impresion de que en general tus comentarios no aportan mucho en esta web, pero serian mas apreciados en otras webs.
      Estan tambien los enemigos, tambien llamados trolls, que necesitan su palo diario en esta web para seguir respirando, pero ese no es tu caso.
      Es solo mi impresion, irrelevante, si no estas de acuerdo, tu misma

      1. Oscar,

        Sólo quiero poner un poco de paz donde veo q falta, un poco de serenidad donde veo inquietud, algo de esperanza donde veo preocupación, algo de empatía donde veo incomprensión, calmar los ánimos, intentar infundir un poco de confianza en la providencia para q descansen en ella quienes dudan; quisiera,evidentemente sin conseguirlo, transmitir la paz q Dios pone en mí y compartirla con ustedes, que pudieran reposar en ella.

        ¿ por qué? Porque sé que de donde hay inquietud huye la Gracia. Y les veo cada día enfadados. Pero no sé cómo hacerles entender q se perjudican a ustedes mismos y q pierden algo bello, digno de ser vivido: la amistad con Cristo, la relación íntima ya q en el alma enfadada se cierra esa puerta.

        Pero sólo encuentro rechazo, tergiversación e incomprensión.Parece q se deleiten en la rabia…casi diría q esta les controla ( a algunos).

        En fin…gracias

        1. «Y les veo cada día enfadados. Pero no sé cómo hacerles entender»

          Eso simplemente es impresión tuya, no es verdad por mucho que tu pensamiento sea que estamos enfadados, porque no conoces el estado en que estamos.
          Por ejemplo tú, que sufres mucho por nuestros comentarios y aún así vienes a hacerte el tonto aquí y peor aún, nunca te molestas en hacernos saber qué tanto te molestan las estupideces de James Martin, y al pecado de escándalo de JMBergoglio lo aplaudes, sin embargo, a quienen enseña correctamente según la iglesia te gusta corregirlos, porque lo tuyo es omisión y pasividad ante el pecado y la perdición de las almas.

          Combatir el error, y el escándalo no privan necesariamente al hombre de la paz y la humildad, porque no es incompatible, al contrario, cumplimos las promesas a Dios del día de nuestra confirmación, aunque a acs le parezca que una cosa es contraria a la otra, pero aún así sólo le parecemos enfadados nosotros, no Edu, no Manuel David

        2. ¡Vaya, vaya, vaya!
          De manera que era cierto lo que en algún momento te he dicho: que tú quieres enseñar porque te crees maestra.
          Aquí nadie enseña a nadie, porque los que somos católicos, sabemos nuestra doctrina, unos más, y otros menos, pero sabemos porque nos dedicamos a leer lo que la Iglesia bimilenaria ha enseñado.
          Te agradecemos muchisisisísimo que te desvivas por nosotros, pero no necesitamos adiciones a lo que hemos aprendido.

          1. Claudio,

            Usted alucina pepinillos.Yo no he hablado de enseñar sino de compartir, de ayudar,de serenar.

            Es libre de rechazarlo, yo no impongo nada a nadie

    3. «No me gustó…»

      Usted sólo habla de gestos externos, superficialidades (salvo el acto idolátrico de la Pachamama, del que usted no dice por qué «no le gustó», cuando la cosa no va de «gustos». De los múltiples errores doctrinales de Francisco, ¿hay alguno con el que no esté de acuerdo?

      En cuanto a la Providencia divina, claro que los católicos la entendemos: Dios permite el mal (no lo quiere), lo que no nos exime a nosotros de nuestra obligación de evitarlo, combatirlo y condenarlo (también contemplada en la Providencia divina), de la que usted no está exenta, por más que se quiera escaquear de ella denominándola «misión»: no es su misión, sino su obligación. Y si elude su obligación peca de omisión, que es tan pecado y ofende a Dios tanto como pecar de pensamiento, palabra u obra. Callar cuando se debe hablar es pecado y decir que no va a cambiar y va a seguir haciéndolo es pertinacia en el pecado, lo cual no gusta a Dios.

      1. Catholicvs,

        Ahora Dios se ofende? Con toda la machacada mental q me ha proferido cuan do he dicho q Dios sufre llamándome hereje pq Dios no puede sufrir…ahora resulta q no puede sufrir pero ofenderse sí?

        Pues no lo entiendo…

        1. No lo entiende: Dios no sufre porque es inmutable. Y las ofensas que se le hacen no le hacen sufrir, lo que no hace que dejen de ser ofensas. La existencia del pecado, que ofende a Dios, es la base de nuestra fe y la causa de la Redención. La dirección del pecado es del hombre hacia Dios. La maldad recae en el ofensor, cuya mala intención y culpa no aminora por el hecho de no afectar al ofendido (al que no se ofende sólo sensiblemente o haciéndole sufrir, cosa imposible en Dios, sino por la malicia misma y por la injusticia que representa, que exige reparación). Dios no SE ofende (en reflexivo): los hombres LE ofendemos (eso es lo que significa que un pecado «ofende a Dios», no que Él sufra). Creo que no es difícil de entender, aunque usted pretenda ver una contradicción donde no la hay.

          1. Dice: Dios no se ofende, los hombres le ofendemos.

            De la misma manera:

            Dios no sufre, los hombres le hacemos sufrir.

            Buenas noches, aqui lo dejo.Me levanto temprano.

          2. Cuando el hombre ofende a Dios es una ofensa contra Su Naturaleza y Su Ley, pero esta ofensa es unidireccional, del hombre a Dios sin que esta tenga una consecuencia en el estado perfecto de Dios.
            Dios es impacible, decir que Dios sufre, habiendo Catholicvs explicado magníficamente es prueba de la necedad compulsiva de ACS. Es, además una herejía tamaña, y una ofensa a Dios, porque en contraria a Su Naturaleza.
            Dios no sufre, porque: si Dios sufre, significa que es mutable, si es mutable no es ni perfecto, ni infinito, si no es perfecto e infinito no es Dios, sino criatura.
            Es la forma más miserable de rebajar a Dios al nivel de tus emociones.

            Ese es el problema de los pensamientos buenistas y sensibles que son opuestos a la verdad, nadie es tan tonto como para no comprenderlo, entonces lo tuyo es necedad, obstinación y orgullo, todo eso, un pecado.

            «Me levanto temprano»

            Temprano vienes a dar la tabarra aquí,

          3. «De la misma manera: Dios no sufre, los hombres le hacemos sufrir»

            Dios no puede sufrir. Esto no es serio, salvo que su intención sea tomar el pelo a quienes leen sus comentarios, pues ya ha demostrado que cuando le interesa no es nada corta (que sería otra de las posibilidades), sino más bien larga.

            Creo innecesario demostrarle que los hombres podemos ofender a Dios (sin que dicha ofensa le afecte sensiblemente haciéndole sufrir), pues, como le he dicho antes, es la base de nuestra fe: sin ofensa (pecado) no hay Redención, ni Dios se habría encarnado, ni padecido Pasión, ni muerto, ni resucitado. En cambio, aunque los hombres podemos ofender a Dios, no tenemos la capacidad de hacerle sufrir (por lo que le ha explicado Shub-Niggurath). Cristo sólo sufrió en su naturaleza humana. Y lo hizo sólo antes de morir (aunque su sufrimiento, que no fue sólo físico, también se debiera a las ofensas futuras), no ahora que está glorioso en el cielo.

    4. Y las blasfemias, herejías, disparates, desatinos, necedades, fabulaciones, etc., ¿no te causan horror?
      Mira, muchacha, no quisiera estar en tu piel el día del juicio. ¿Es que nunca comprenderás que nuestra sana doctrina está siendo atacada por un pérfido prevaricador?

  20. Catholicvs,

    Ahora Dios se ofende? Con toda la machacada mental q me ha proferido cuan do he dicho q Dios sufre llamándome hereje pq Dios no puede sufrir…ahora resulta q no puede sufrir pero ofenderse sí?

    Pues no lo entiendo…

  21. Me preocupa que el Papa no hable de que el verdadero significado de la Misa sea el Sacrificio vivo y incruento de nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y solo se limite al tema de que se trata de la Reunión (cena) de los Apóstoles para transmitir su amor al los hombres.
    Aquí esta el problema, por eso odia el silencio, la solemnidad , la piedad del celebrante y los feligreses, la música, los ornamentos rigurosos, las sotanas y hábitos, etc…
    En verdad que nos espera?

  22. Acabo de oír en las noticias que voló Nancy Pelosi al Vaticano y allí le dió la Comunión el mismo papa, diciéndo a manera de excusa: «en esta iglesia caben todos, ¿es cierto o es un falso?
    Es tan vomitivo que fuera así.
    No ha hablado contra el aborto pero si ha ensalzado a quien lo promueve . Espero que no sea verdad.

    1. Aún no he podido confirmalo, he buscado y leído pero sólo encontré algo en inglés, y algunos comentarios, no lo tengo claro todavía.
      Yo francamente no lo dudo, incluso, apuesto a que sí, pero aun no lo sé

      ¿Qué más se sabe?

      1. Anoche leí esa noticia, pero decía que en San Pedro, un sacerdote fue quien le dio la comunión. Algunos creen que no la reconoció.

  23. Muy bien, por esa ante esta noticia la otra web viene con el «esta noticia no admite comentarios’. Pero aquí dejan abiertos los comentarios, para su crítica, no para su bondadosa paz. Creo q usted sería feliz en la otra web
    Viendo su postura, me parece q lo debe de pasar muy mal leyendo los Evangelios, Jesús atizaba más duro que por aquí. No sé qué tipo de amistad tiene usted con Jesús, el suyo parece un estilo contrario al de El.

  24. ACS, contra los cobardes acosadores, paso corto, mirada larga y mucha mala leche. Bueno esto último no te va, déjamelos a mí. Mucho ánimo.

    1. ¡El que faltaba! El «caritativo» que soltó que a ACS, en lugar de corregirle sus yerros (que es una obra de misericordia), hay que permitirle que siga en el error e incluso que suelte herejías por ser «una dama». En éso consiste la «valentía» de este «católico» de pega, que llama cobardes a quienes ejercen una obra de misericordia que él debería hacer y no hace.

      ¿Ya ha presentado querella en el juzgado de guardia por el terrible «acoso» que supone corregir sus disparates, que nadie le ha obligado a escribir, como amenazó con hacer hace poco? Por favor, inmortalice el momento con una foto o un vídeo de la persona que recoja tan estrambótica denuncia, pues no me quiero perder su carcajada.

    2. «Déjamelos a mí»

      Jajajaja, equisdé, equisdé. (Cuando le toca la mala leche: «Nosotros los carlistas somos bien progres)

  25. Todo este palabrerío pseudo-piadoso de Francisco sobre la liturgia sólo tiene la finalidad de reiterar su condena a la por él odiada Santa Misa de siempre, es decir, a la Tridentina, y a los «rígidos» y «pelagianos» que la celebran o asisten a ella.
    Pero hizo p`´úblico el documento el mismo día en que le dio la Comunión a Nancy Pelossi, la política demócrata y Presidente de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, excomulgada por su Arzobispo y por gran parte del episcopado de su propio país por su p´úblico y contumaz apoyo al aborto, quien ade´más hace lo mismo con la causa LGBTIQ+, y esto, en la misma Solemnidad de San Pedro y San Pablo…

  26. Y a propósito de San Pedro y San Pablo, me permito recordar que el Papa San Pío V, en su Bula «Quo Primum Tempore» en que codificara la Misa del Rito Latino y que lleva su nombre, luego de ordenar «que a éste Misal justamente ahora publicado por Nos, nada se le añada, quite o cambie en ningún momento y en ésta forma Nos lo decretamos y Nos lo ordenamos a perpetuidad, bajo pena de nuestra indignación», hace mención a San Pedro y San Pablo en estos términos: «Que absolutamente nadie, por consiguiente, pueda anular esta página que expresa Nuestro permiso, Nuestra decisión, Nuestro mandamiento, Nuestro precepto, Nuestra concesión, Nuestro indulto, Nuestra declaración, Nuestro decreto y Nuestra prohibición ni ose temerariamente ir en contra de estar disposiciones. Si, sin embargo, alguien se permitiesen una tal alteración, sepa que incurre en la indignación de Dios Todopoderoso y sus bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo»…

  27. En síntesis: HAY QUE SEGUIR ASISTIENDO A LAS MISAS TRIDENTINAS, haciendo oidos sordos a las admoniciones del adorador de la Pachamama y cómplice de las Eucaristías Sacrílegas de Biden, Pelossi y demás. Amén.

  28. El texto está bastante bien, es bonito y no contiene herejías. El problema es que toda esa intención me parece imposible de alcanzar mientras se siga comulgando en la mano, se usen cantos demasiado bulliciosos y se desvalorice la Eucaristía en la práctica.

    1. Incluso tiene algo muy bueno: indica que hay que respetar las rúbricas y no caer en inventos. Lo demás que comentan aquí sus ilustrísimas excede a mis dones.

      1. Él no cumple las rúbricas. Los que le han escrito el texto deberían haberse fijado en ese pequeño detalle, que luego todo el mundo le tacha de hipócrita, cuando en realidad es coherente: tanto las rúbricas, como la liturgia en sí, le importa un cuerno, por más que el escribiente del Instituto San Anselmo ponga éso para cubrir el expediente (lo único que les interesa de las rúbricas a los del Instituto es asegurarse de que sean incumplidas).

  29. La carta tiene una gran riqueza en muchos pasajes,pero como siempre,retoma el cascoteo ( en Argentina decimos asi,al atacar con piedras,sacadas de las calles q se rompen,p ej) contra los sacerdotes – los » rígidos » ,obviamente- cayendo en generalizaciones agobiantes,repetitivas que derivan en banalidad…una pena, cada vez es mas difícil, escucharlo o leerlo…ah si,eso si,esta vez zafamos los «laicos clericalistas» peores aún que los sacerdotes!Como dice Mons Aguer,» hay que clamar al Señor»!!

  30. Desiderio, Desiderio, Papa triste que no es serio. En fin, no seguiré parafraseando la conocida canción, ni me molestaré en ver de donde viene y a donde va esta nueva cartita del porteño, porque a donde va, ya se que es a la confusión y el desastre, cuando menos y respecto a de donde viene… prefiero no pensarlo. A mi de este Papa, ya solo me interesa una cosa: ¿cuando va a ser el próximo cónclave? Aunque eso puede que sea salir del fuego para caer en las brasas, porque la mayoría de los cardenales los ha creado el y lo ha hecho seleccionándolos a su imagen y semejanza, por lo que muy bien pudiera cumplirse lo que dice el refrán: «Otro vendrá que bueno te hará».

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