Domingo de Resurrección: ¡Aleluya!

Resurrección
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Por Manuel Iglesias, cortesía de la revista Magníficat:

Un reiterado júbilo

Cumplida tu tarea terrena, volviste al Padre; pero llevaste contigo algo que antes no estaba en el cielo: tu cuerpo, verdadero cuerpo humano, que ya está entronizado, glorificado, vestido de la misma majestad del Padre. Por eso, en el día de tu Ascensión cantamos: «¡Aclamad a Dios con gritos de júbilo!… Dios asciende entre aclamaciones, el Señor al son de trompetas» (Sl 47,6) ¿Qué aclamaciones escuchaste cuando subiste a la derecha del Padre?

Y unos días después, en Pentecostés, ¿qué grito de júbilo brotó de los labios de aquellos ciento veinte hermanos congregados por tu Madre en el Cenáculo? ¿Dónde encontrarían tus apóstoles una fórmula breve e intensa que expresara su estupor ante las magnalia Dei, «las grandes obras de Dios» (Hch 2,11)?

Pienso que no tuvieron que ir muy lejos; les valía una palabra ─¡Aleluya!─ que habían repetido cientos de veces; al comienzo y al fin de tantos salmos la habían rezado contigo; ahora la decían para ti, que eras su Dios (cfr. Jn 20,17).

¡Aleluya¡

Nosotros la decimos sin traducir, pronunciándola aproximadamente como sonaba en tu casa de Nazaret (hallelú Yáh = Alabad a Yahveh). Es alabanza sin mezcla. La Biblia suele ofrecernos una alabanza motivada («alabad a Yahve, porque…»), y tú mismo alabaste al Padre porque había revelado sus secretos a los pequeñuelos. Pero, cuando cantamos ¡Aleluya!, nuestra alabanza es gratuita, químicamente pura; como lo sería nuestro espontáneo «¡Bendito sea Dios!», si no lo proclamáramos a la ligera.

Tus antepasados del Antiguo Testamento tenían buenos motivos para cantar Aleluya, pero nosotros tenemos el motivo más importante: Tú mismo. Sí; para recibir tu palabra, tu presencia, tu acción salvadora, la procesión con el libro de los Evangelios ha provocado la exultación de cientos de aleluyas. Aleluyas gregorianos, polifónicos, simples de línea o barrocos hasta el regodeo. Melodías que, como un surtidor, suben y se adelgazan en volutas hacia el «puro aire» que tú rompiste en tu Ascensión, cuando te fuiste al inmortal seguro.

Pascua, tiempo bendito

Recordarás que hace no muchos años ese canto se nos reservaba como específico de este tiempo pascual. Tanto, que fue casi definición de la Pascua florida: al decir de Casiodoro, «las alegrías del Aleluya» (alleluiatica gaudia) eran este tiempo bendito. Tiempo para ovacionar tu victoria sobre la muerte, el último enemigo que aún queda con vida (cfr. 1Co 15,26); para confesar tu divinidad (Tú, Jesús, eres Yahveh, a quien cantamos); para afirmar esperanzados que sigues con nosotros hasta el fin de la historia, y también después, en la patria definitiva.

Anticipar el canto nuevo

Allí se oye el canto del coro celeste ─miles, millones de voces─, el clamor potente de un gentío inmenso: «¡Aleluya! La salvación, la gloria, el poderío, son de nuestro Dios… ¡Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, los que lo teméis, pequeños y grandes!… Llegó la boda del Cordero, su Esposa está preparada…» (Ap 19, 1.5.7). 

Mientras espero el momento en que pueda verte cara a cara, mientras espero que me permitas cantarte, yo solo a ocho voces mixtas, un Aleluya sin fin, te pido: que «mi oración y mi trabajo, mis alegrías y sufrimientos de hoy» suenen en tus oídos como anticipo de aquel canto nuevo, cuya melodía no puedo imaginar, pero que voy ensayando, peregrino y forastero sobre la tierra.

¡Dichosa Ascensión tuya, que nos señala el camino! Y «¡dichoso el pueblo que sabe aclamarte!, caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro» (Sal 89,16).

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Comentarios
5 comentarios en “Domingo de Resurrección: ¡Aleluya!
  1. Dice el padre en la misa: Por tu cruz y resurrección, nos has salvado Señor.
    Gracias a Nuestro Señor Jesucristo, que pasó por todo antes que nosotros, para darnos ejemplo. Bendito sea.
    Felices Pascuas

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