¿Es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos?, se preguntó el Papa. «Si dependiera solo de nosotros, sería imposible».
El Papa Francisco se asomó ayer a la ventana de su despacho del Palacio Apostólico del Vaticano para rezar el Ángelus y dirigir unas palabras a los fieles presentes en la Plaza de San Pedro, donde comentó el evangelio del día: el de poner la otra mejilla.
«Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles, incluso injustas? ¿Es así?», se preguntó Su Santidad.
El Santo Padre invitó en primer lugar a considerar «ese sentido de injusticia que advertimos en el “poner la otra mejilla”» en instó a pensar en Jesús. «Durante la pasión, en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, en un momento dado recibe una bofetada por parte de uno de los guardias. ¿Y Él cómo se comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido», dijo Francisco.
«Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia», continuó. «Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia, es más, con gentileza. No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar el rencor, esto es importante: apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable. Esto no es fácil, pero Jesús lo hizo y nos dice que lo hagamos nosotros también», indicó.
«Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande. Poner la otra mejilla es vencer al mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es dictado por el cálculo o por el odio, sino por el amor», señaló.
¿Es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos?, se preguntó el Papa. «Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. El Señor nunca nos pide algo que Él no nos de antes», afirmó.
«La fuerza de amar es el Espíritu Santo, y con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal. Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra! Es muy triste», manifestó el Santo Padre.
«Pensemos en una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en una persona. Es común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa persona. Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor acercamos la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada. Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón. Finalmente recemos por esa persona: rezar por quien nos ha hecho mal», invitó Francisco.
Después del Ángelus, el Papa recordó que ayer era la Jornada nacional del personal sanitario, e invitó a aplaudir a todo el personal sanitario. «El heroico personal sanitario, que hizo ver esta heroicidad en el tiempo del Covid, pero la heroicidad permanece todos los días. ¡A nuestros médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, un aplauso y un gracias grande!», exclamó.
Les ofrecemos las palabras del Papa, publicadas en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de la Liturgia de hoy Jesús da a sus discípulos algunas indicaciones fundamentales de vida. El Señor se refiere a las situaciones más difíciles, las que constituyen para nosotros el banco de pruebas, las que nos ponen frente a quien es nuestro enemigo y hostil, a quien busca siempre hacernos mal. En estos casos el discípulo de Jesús está llamado a no ceder al instinto y al odio, sino a ir más allá, mucho más allá. Ir más allá del instinto, ir más allá del odio. Jesús dice: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien» (Lc 6,27). Y aún más concreto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra» (v. 29). Cuando nosotros escuchamos esto, nos parece que el Señor pide lo imposible. Y además ¿por qué amar a los enemigos? Si no se reacciona a los prepotentes, todo abuso tiene vía libre, y esto no es justo. ¿Pero es realmente así? ¿Realmente el Señor nos pide cosas imposibles, incluso injustas? ¿Es así?
Consideremos en primer lugar ese sentido de injusticia que advertimos en el “poner la otra mejilla”. Y pensemos en Jesús. Durante la pasión, en su injusto proceso delante del sumo sacerdote, en un momento dado recibe una bofetada por parte de uno de los guardias. ¿Y Él cómo se comporta? No lo insulta, no, dice al guardia: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Pide cuentas del mal recibido. Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia. Jesús con su pregunta denuncia lo que es injusto. Pero lo hace sin ira, sin violencia, es más, con gentileza. No quiere desencadenar una discusión, sino desactivar el rencor, esto es importante: apagar juntos el odio y la injusticia, tratando de recuperar al hermano culpable. Esto no es fácil, pero Jesús lo hizo y nos dice que lo hagamos nosotros también. Esto es poner la otra mejilla: la mansedumbre de Jesús es una respuesta más fuerte que el golpe que recibió. Poner la otra mejilla no es el repliegue del perdedor, sino la acción de quien tiene una fuerza interior más grande. Poner la otra mejilla es vencer al mal con el bien, que abre una brecha en el corazón del enemigo, desenmascarando lo absurdo de su odio. Y esta actitud, este poner la otra mejilla, no es dictado por el cálculo o por el odio, sino por el amor. Queridos hermanos y hermanas, es el amor gratuito e inmerecido que recibimos de Jesús el que genera en el corazón un modo de hacer semejante al suyo, que rechaza toda venganza. Nosotros estamos acostumbrados a las venganzas: “Me has hecho esto, yo te haré esto otro”, o a custodiar en el corazón este rencor, rencor que hace daño, destruye la persona.
Vamos a la otra objeción: ¿es posible que una persona llegue a amar a los propios enemigos? Si dependiera solo de nosotros, sería imposible. Pero recordemos que, cuando el Señor pide algo, quiere darlo. El Señor nunca nos pide algo que Él no nos dé antes. Cuando me dice que ame a los enemigos, quiere darme la capacidad de hacerlo. Sin esa capacidad nosotros no podremos, pero Él te dice “ama al enemigo” y te da la capacidad de amar. San Agustín rezaba así —escuchad qué hermosa oración—: Señor, «da lo que mandas y manda lo que quieras» (Confesiones, X, 29.40), porque me lo has dado antes. ¿Qué pedirle? ¿Qué es lo que a Dios le complace darnos? La fuerza de amar, que no es una cosa, sino que es el Espíritu Santo. La fuerza de amar es el Espíritu Santo, y con el Espíritu de Jesús podemos responder al mal con el bien, podemos amar a quien nos hace mal. Así hacen los cristianos. ¡Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra! Es muy triste.
Y nosotros, ¿tratamos de vivir las invitaciones de Jesús? Pensemos en una persona que nos ha hecho mal. Cada uno piense en una persona. Es común que hayamos sufrido el mal de alguien, pensemos en esa persona. Quizá hay rencor dentro de nosotros. Entonces, a este rencor acercamos la imagen de Jesús, manso, durante el proceso, después de la bofetada. Y luego pidamos al Espíritu Santo que actúe en nuestro corazón. Finalmente recemos por esa persona: rezar por quien nos ha hecho mal (cfr. Lc 6,28). Nosotros, cuando nos han hecho algún mal, vamos enseguida a contarlo a los otros y nos sentimos víctimas. Parémonos, y recemos al Señor por esa persona, que lo ayude, y así desaparece este sentimiento de rencor. Rezar por quien nos ha tratado mal es lo primero para transformar el mal en bien. La oración. Que la Virgen María nos ayude a ser constructores de paz hacia todos, sobre todo hacia quien es hostil con nosotros y no nos gusta.
Después del Ángelus
¡Queridos hermanos y hermanas!
Expreso mi cercanía a las poblaciones golpeadas en los días pasados por calamidades naturales, pienso en particular en el sudeste de Madagascar, flagelado por una serie de ciclones, y en la zona de Petrópolis en Brasil, devastada por inundaciones y deslizamientos de tierra. El Señor acoja a los difuntos en su paz, consuele a los familiares y sostenga a los que realizan las tareas de rescate.
Hoy es la Jornada nacional del personal sanitario y debemos recordar a muchos médicos, enfermeras y enfermeros, voluntarios, que están cerca de los enfermos, les curan, les hacen sentir mejor, les ayudan. “Nadie se salva solo”, decía el título en el programa “A Sua Immagine” (A su imagen). Nadie se salva solo. Y en la enfermedad nosotros necesitamos que alguien nos salve, que nos ayude. Me decía un médico, esta mañana, que en el tiempo del Covid estaba muriendo una persona y le dijo: “Tómeme de la mano que estoy muriendo y necesito su mano”. El heroico personal sanitario, que hizo ver esta heroicidad en el tiempo del Covid, pero la heroicidad permanece todos los días. ¡A nuestros médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, un aplauso y un gracias grande!
Os saludo de corazón a todos vosotros, romanos y peregrinos venidos de Italia y de diferentes países.
En particular, saludo a los fieles de Madrid, Segovia, Burgos y Valladolid, en España —¡muchos españoles!—: como también a los de la parroquia Santa Francesca Cabrini de Roma y a los estudiantes del Instituto de los Sagrados Corazones de Barletta.
Saludo y animo al grupo “Proyecto Arca”, que en los días pasados inauguró la propia actividad social en Roma, para ayudar a las personas sin hogar. Y saludo a los jóvenes de la Inmaculada, ¡muy buenos!
A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.
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En esta ocasión, cosa extraña, estoy de acuerdo con las palabras dichas por Don Jorge.
Francisco hay que leerlo con lupa. Se esconde en el día y se abre en medio de la noche.
Sì, muy buena la explicaciòn del Santo Padre, sòlo como èl dice podemos amar a nuestros enemigos. Clara y ùtil.
El Papa insiste en el pacifismo ingenuo. ¿Para quién el mensaje? ¿Están los católicos haciendo la guerra? A veces te llega la guerra. ¿Por qué amar a los enemigos? Simplemente porque, cuando todavía éramos enemigos de Dios, Él nos amó y nos perdonó. Además, aquellos que albergan odio hacia los demás solo se están dañando a sí mismos cada vez más.
El Papa lee la Summa Theologica de Santo Tomás. Ahora él no es evidente, en esta forma de amar a los enemigos. Santo Tomás en las lecturas de las cartas de San Pablo explica: de que la inteligencia ilumina el corazón que acoge, nace la fe. La fe fecunda busca la oración y una vida penitente, virtuosa y sin pecado. Sólo así el Espíritu Santo habita en el hombre, permitiéndole amar como Dios de manera sobrenatural.
Ja, ja, ja,… ¿pero tú crees que el porteño va a leer, ni más ni menos, que a Santo Tomás de Aquino?. Si acaso leerá a Greta, al «tucho» Fernández, porque no tiene más remedio, o los discursos que le preparan.
Francisco presenta un enfoque equivocado. Él afirma erróneamente: «Poner la otra mejilla no significa sufrir en silencio, ceder a la injusticia.» En cambio Jesús nos dice que a quien nos pide la capa le demos la túnica, lo cual sí es ceder a una injusticia. A veces es preferible ceder en silencio a injusticias para que haya paz, que pretender reclamar siempre lo que es nuestro. Por eso Sto. Tomás de Aquino decía que conviene a nuestra santificación y al bien de los otros, tolerar las injurias personales. Y Sta. Teresa de Lisieux decía que entregar la túnica es renunciar a nuestros últimos derechos.
Se trata de valorar en cada caso la conveniencia de la cesión de lo que es justo para que haya paz, porque evidentemente hay circunstancias en las que no se debe ceder.
Y en las palabras finales el Papa exhorta: «A nuestros médicos, enfermeras, enfermeros, voluntarios, un aplauso y un gracias grande.» Semejante aplauso genérico no es bueno, pues una parte significativa del personal sanitario está promocionando el aborto o la eutanasia, está cerrando el acceso a los sacerdotes, y está tratando mal a los enfermos, entre otras felonías, por lo que Francisco no debe pedir un aplauso indiscriminado, sino que debería corregir al personal que obra mal, y pedir un aplauso sólo para quien sea digno del mismo (que por supuesto hay muchos que sí lo merecen).
Francisco también yerra al decir: «Qué triste es cuando personas y pueblos orgullosos de ser cristianos ven a los otros como enemigos y piensan en hacer guerra.» ¿Por qué justamente el Papa tiene que poner el ejemplo de cristianos que hacen la guerra? Además es normal ver como enemigos a los que nos atacan y persiguen.
Y no debemos olvidar que existe la guerra justa, por lo que el hecho de que los cristianos hagan la guerra es, en muchos casos, verdadera necesidad.
El Catecismo en el número 2309 enseña que hay condiciones en las que se verifica la guerra justa:
– Que el daño causado por el agresor a la nación sea duradero, grave y cierto.
– Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.
– Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
– Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar.