Muere el obispo De Roo: sólo quedan ocho prelados vivos que participaron en el Concilio Vaticano II

De Roo Concilio Vaticano II obispos Juan Pablo II junto a Joseph De Roo.
|

A falta de unos días de cumplir 98 años, el obispo Remi Joseph De Roo, obispo emérito de Victoria, en el oeste de Canadá murió el 1 de febrero. De Roo era uno de los pocos obispos vivos que participó en el Concilio Vaticano II.

Hace pocos días les informábamos de la muerte de Eloy Tato Losada, el obispo español más anciano y el único que quedaba con vida habiendo participado en las cuatro sesiones del concilio como obispo. Hoy nos enteramos de la muerte de otro prelado que también participó, aunque en la primera sesión no lo hizo como prelado, ya que fue consagrado obispo el 14 de diciembre de 1962, seis días después de la clausura de la primera parte del concilio.

De Roo era el último obispo con vida del mundo anglófono que estuvo presente como padre conciliar en el histórico evento, y fue uno de los más entusiastas en la implementación de las reformas que de él emanaron.

Nacido en 1924 en Manitoba, en el centro de Canadá, fue ordenado sacerdote en 1950. Marchó a completar sus estudios al Angelicum de Roma, donde consiguió el doctorado en teología en 1952.

Cuando fue nombrado obispo de Victoria a los 38 años se convirtió en el prelado más joven de la Iglesia en ese momento. Participó, como hemos dicho, en las sesiones del Concilio Vaticano II y, según dice The Tablet, volvió entusiasmado abrazando ideas progresistas.

Comprar aquí el libro ‘Concilio Vaticano II’

 Según el medio londinense, De Roo fomentó el diaconado permanente, fue un firme defensor de la «justicia social», cuestionaba el celibato sacerdotal -de hecho, en 1999, una vez retirado, el Vaticano le prohibió hablar en una conferencia de sacerdotes casados- y habría estado abierto a considerar el sacerdocio femenino.

Su paso por la diócesis se vio enturbiado por las malas gestiones económicas durante su pontificado, que habrían dejado en la diócesis un agujero de 17 millones de euros; De Roo pidió perdón públicamente por ello y asumió toda la responsabilidad.

Tras la muerte de De Roo, son ocho los prelados vivos que participaron en alguna sesión del Concilio Vaticano II:

  • Alphonsus Mathias, 93 años, arzobispo emérito de Bangalore. Participó en la tercera y cuarta sesión.
  • Daniel Verstraete, 97, obispo emérito de Klerksdorp. Participó en la última sesión.
  • Francis Arinze, 89 años, prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Participó en la última sesión.
  • Gabino Díaz Merchán, 95 años, arzobispo emérito de Oviedo. Participó en la última sesión.
  • José de Jesús Sahagún de la Parra, 100 años, obispo emérito de Ciudad Lázaro Cárdenas. Asistió a todo el concilio excepto a la tercera sesión.
  • Laurent Noël, 101 años, obispo emérito de Trois-Rivières. Asistió a todo el concilio excepto a la primera sesión.
  • Luigi Bettazzi, 98 años, obispo emérito de Ivrea. Asistió a todo el concilio excepto a la primera sesión. Fue uno de los firmantes del pacto de las catacumbas.
  • Victorinus Youn Kong-hi, 97 años, arzobispo emérito de Gwangju. Asistió a todo el concilio excepto a la primera sesión.

Requiem aeternam dona ei Domine.
Et lux perpetua luceat ei.
Requiescat in pace.

Muere el último obispo que participó en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II

Ayuda a Infovaticana a seguir informando

Comentarios
5 comentarios en “Muere el obispo De Roo: sólo quedan ocho prelados vivos que participaron en el Concilio Vaticano II
  1. No me adjudico el mérito de haber dado inicio a esta disputa, ya que antes que yo, eminentes Prelados e intelectuales de alto perfil, han evidenciado cuestiones críticas que necesitan una solución; otros han mostrado el vínculo causal entre el Concilio Vaticano II y la apostasía actual. Frente a estas numerosas y bien argumentadas denuncias, nadie jamás ha propuesto respuestas válidas o soluciones aceptables: por el contrario, en defensa del totem conciliar, se ha recurrido a la deslegitimación de los interlocutores, a su exclusión, así como a la acusación genérica de querer socavar la unidad de la Iglesia. Y esta última acusación es tanto más grotesca, cuanto más evidente se hace el estrabismo canónico de los acusadores, quienes desenvainan el malleus hæreticorum [martillo de los herejes], en contra de quienes defienden la ortodoxia católica.

    1. mientras que hacen profundas reverencias ante eclesiásticos, religiosos-s.j. y teólogos que cotidianamente arremeten en contra del depositum fidei. Los dolorosos padecimientos de muchos Prelados confirman que aún en la ausencia de acusaciones específicas, hay quienes consiguen utilizar las normas canónicas como un instrumento de persecución de los buenos, pero al mismo tiempo, evitan aplicarlas a los verdaderos cismáticos y herejes.

      En este sentido, ¿cómo olvidar a aquellos teólogos que fueron suspendidos de la docencia, removidos de los Seminarios o golpeados por la censura del Santo Oficio, y que precisamente por sus propios “méritos”, consiguieron el beneficio de ser llamados como consultores y peritos del Concilio?

  2. Ya nadie se molesta en defender la cosa esta. ¿Cuando van a ilustrarnos con la famosa interpretación correcta?. Sigo esperando. Lo que está mal simplemente no se puede interpretar correctamente.

  3. El origen de todos los males de la Iglesia fue ese concilio. Lo he dicho muchas veces y cada vez que se presente la ocasión volveré a decirlo. No necesito leer un sólo documento, ni hacer la más mínima interpretación, aunque si he leido y sí he interpretado. El Concilio fue el fin del catolicismo tal y como se conoció durante dos milenios. La forma externa de ese final fue el cambio revolucionario en la Misa: lenguas vernáculas y rito protestantizante. Su santidad Benedicto XVI fue el gran defensor de que todo el concilio fue una continuidad de la Iglesia (hermenéutica de la continuidad), pero no, fue una ruptura, y no sólo por las nuevas formas de la misa, sino por errores gravísimos en sus conclusiones. El objetivo de dicho concilio fue la unifocación de las iglesias cristianas (ecumenismo), lo que no sólo no logró, porque ninguna iglesia cristiana se fusionó con la católica, sino que provocó la ruptura abierta con los defensores de la Tradición.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

 caracteres disponibles