«No se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz»

Juan Pablo II Sagrada Familia mujer
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Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia y, al igual que ayer escogíamos una meditación de Benedicto XVI sobre la Navidad, hoy hacemos lo propio con esta fiesta, pero de la mano del predecesor de áquel: Juan Pablo II.

El 3 de enero de 1979, cuando apenas levaba dos meses y medio como Sucesor de Pedro, Wojtyła dedicó la catequesis de la audiencia general precisamente a la Sagrada Familia, ya que el domingo anterior había tenido lugar la fiesta a ella dedicada.

Pero durante la catequesis, Juan Pablo II quiso dedicar un espacio a las madres que no pueden dar a luz, haciendo referencia al aborto.

«La noche de Navidad, la Madre que debía dar a luz (Virgo paritura), no encontró un cobijo para sí. No encontró las condiciones en que se realiza normalmente aquel gran misterio divino y humano a un tiempo, de dar a la luz un hombre», dijo el Pontífice a los fieles.

«Permitidme que utilice la lógica de la fe y la lógica de un consecuente humanismo. Este hecho del que hablo es un gran grito, un desafío permanente a cada uno y a todos, acaso más en particular en nuestra época, en la que a la madre que espera un hijo se le pide con frecuencia una gran prueba de coherencia moral. En efecto, lo que viene llamado con eufemismo “interrupción de la maternidad” (aborto), no puede evaluarse con otras categorías auténticamente humanas que no sean las de la ley moral, esto es, de la conciencia. Mucho podrían decir a este propósito, si no las confidencias hechas en los confesionarios, sí ciertamente las hechas en los consultorios para la maternidad responsable», señalaba el Santo Padre.

Juan Pablo II comentó que «no se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz; no se la puede dejar con sus dudas, dificultades y tentaciones». «Debemos estar junto a ella para que tenga el valor y la confianza suficientes de no gravar su conciencia, de no destruir el vínculo más fundamental de respeto del hombre hacia el hombre. Pues, en efecto, tal es el vínculo que tiene principio en el momento de la concepción; por ello, todos debemos estar de alguna manera con todas las madres que deben dar a luz, y debemos ofrecerles toda ayuda posible», indicó el Papa polaco.

Evidentemente, dedicó la parte central de la catequesis a la Sagrada Familia, «santa porque la santidad de Aquel que ha nacido se ha hecho manantial de santificación singular, tanto de su Virgen-Madre, como del Esposo de Esta, que como consorte legítimo venía considerado entre los hombres padre del Niño nacido en Belén durante el censo».

El Papa santo señaló que la familia de Nazaret «es al mismo tiempo familia humana» y, por ello, añadió, «la Iglesia se dirige en el período navideño a todas las familias humanas a través de la Sagrada Familia». «La santidad imprime un carácter único, excepcional, irrepetible, sobrenatural, a esta Familia en la que ha venido el Hijo de Dios al mundo. Y al mismo tiempo, todo cuanto podemos decir de cada familia humana, de su naturaleza, deberes, dificultades, lo podemos decir también de esta Familia Sagrada. De hecho, esta Santa Familia es realmente pobre; en el momento del nacimiento de Jesús está sin casa, después se verá obligada al exilio, y una vez pasado el peligro, sigue siendo una familia que vive modestamente, con pobreza, del trabajo de sus manos», explicó el Santo Padre.

«Su condición es semejante a la de tantas otras familias humanas. Aquella es el lugar de encuentro de nuestra solidaridad con cada familia, con cada comunidad de hombre y mujer en la que nace un nuevo ser humano. Es una familia que no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración, sino que a través de tantos episodios que conocemos por el Evangelio de San Lucas y San Mateo, está cercana de algún modo a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar», comentó Juan Pablo II.

Les ofrecemos la catequesis que el Papa Juan Pablo II dedicó a la Sagrada Familia hace casi 43 años, publicada en español por el Vaticano:

1- La última noche de espera de la humanidad, que nos recuerda cada año la liturgia de la Iglesia con la vigilia y la fiesta de la Navidad del Señor, es al mismo tiempo la noche en que se cumplió la Promesa. Nace Aquel que era esperado, que era el fin del adviento y no cesa de serlo. Nace Cristo. Esto sucedió una vez, la noche de Belén, pero en la liturgia se repite cada año, en cierto modo se “actúa” cada año. Y asimismo cada año aparece rico de los mismos contenidos divinos y humanos; éstos hasta tal grado sobreabundan, que el hombre no es capaz de abarcarlos todos con una sola mirada; y es difícil encontrar palabras para expresarlos todos juntos. Incluso nos parece demasiado breve el período litúrgico de Navidad, para detenernos ante este acontecimiento que más presenta las características de mysterium fascinosum, que de mysterium tremendum. Demasiado breve para “gozar” en plenitud de la venida de Cristo, el nacimiento de Dios en la naturaleza humana. Demasiado breve para desenmarañar cada uno de los hilos de este acontecimiento y de este misterio.

2- La liturgia centra nuestra atención en uno de esos hilos y le da relieve particular. El nacimiento del Niño la noche de Belén dio comienzo a la familia. Por esto, el domingo dentro de la octava de Navidad es la fiesta de la Familia de Nazaret. Esta es la Santa Familia porque fue plasmada por el nacimiento de Aquel a quien incluso su “Adversario” se verá obligado a proclamarlo un día “Santo de Dios” (Mc 1, 24). Familia santa porque la santidad de Aquel que ha nacido se ha hecho manantial de santificación singular, tanto de su Virgen-Madre, como del Esposo de Esta, que como consorte legítimo venía considerado entre los hombres padre del Niño nacido en Belén durante el censo.

Esta Familia es al mismo tiempo familia humana y, por ello, la Iglesia se dirige en el período navideño a todas las familias humanas a través de la Sagrada Familia. La santidad imprime un carácter único, excepcional, irrepetible, sobrenatural, a esta Familia en la que ha venido el Hijo de Dios al mundo. Y al mismo tiempo, todo cuanto podemos decir de cada familia humana, de su naturaleza, deberes, dificultades, lo podemos decir también de esta Familia Sagrada. De hecho, esta Santa Familia es realmente pobre; en el momento del nacimiento de Jesús está sin casa, después se verá obligada al exilio, y una vez pasado el peligro, sigue siendo una familia que vive modestamente, con pobreza, del trabajo de sus manos.

Su condición es semejante a la de tantas otras familias humanas. Aquella es el lugar de encuentro de nuestra solidaridad con cada familia, con cada comunidad de hombre y mujer en la que nace un nuevo ser humano. Es una familia que no se queda sólo en los altares, como objeto de alabanza y veneración, sino que a través de tantos episodios que conocemos por el Evangelio de San Lucas y San Mateo, está cercana de algún modo a toda familia humana; se hace cargo de los problemas profundos, hermosos y, al mismo tiempo, difíciles que lleva consigo la vida conyugal y familiar. Cuando leemos con atención lo que los Evangelistas (sobre todo Mateo) han escrito sobre las vicisitudes experimentadas por José y María antes del nacimiento de Jesús, los problemas a que he aludido más arriba se hacen aún más evidentes.

3- La solemnidad de Navidad y, en su contexto, la fiesta de la Sagrada Familia, nos resultan especialmente cercanas y entrañables, precisamente porque en ellas se encuentra la dimensión fundamental de nuestra fe, es decir, el misterio de la Encarnación, con la dimensión no menos fundamental de las vivencias del hombre. Todos deben reconocer que esta dimensión esencial de las vivencias del hombre es cabalmente la familia. Y en la familia, lo es la procreación: un hombre nuevo es concebido y nace, y a través de esta concepción y nacimiento, el hombre y la mujer, en su calidad de marido y mujer, llegan a ser padre y madre, procreadores, alcanzando una dignidad nueva y asumiendo deberes nuevos. La importancia de estos deberes fundamentales es enorme bajo muchos puntos de vista. No sólo desde el punto de vista de la comunidad concreta que es su familia, sino también desde el punto de vista de toda comunidad humana, de toda sociedad, nación, estado, escuela, profesión, ambiente. Todo depende en líneas generales del modo como los padres y la familia cumplan sus deberes primeros y fundamentales, del modo y medida con que enseñen a “ser hombre” a esa criatura que gracias a ellos ha llegado a ser un ser humano, ha obtenido “la humanidad”. En esto la familia es insustituible. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien “privado” de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación o estado de cualquier continente. La familia está situada en el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que, desde su momento inicial, desde la concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como un valor particular, único e irrepetible. Este ser debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún.

Así nos enseña el misterio de la Encarnación. Esta es asimismo la lógica de nuestra fe. Esta es también la lógica de todo humanismo auténtico; pienso, en efecto, que no puede ser de otra manera. No estamos buscando aquí elementos de contraposición, sino puntos de encuentro que son simple consecuencia de la verdad total acerca del hombre. La fe no aleja a los creyentes de esta verdad, sino que los introduce en el mismo corazón de ella.

4- Algo más aún. La noche de Navidad, la Madre que debía dar a luz (Virgo paritura), no encontró un cobijo para sí. No encontró las condiciones en que se realiza normalmente aquel gran misterio divino y humano a un tiempo, de dar a la luz un hombre.

Permitidme que utilice la lógica de la fe y la lógica de un consecuente humanismo. Este hecho del que hablo es un gran grito, un desafío permanente a cada uno y a todos, acaso más en particular en nuestra época, en la que a la madre que espera un hijo se le pide con frecuencia una gran prueba de coherencia moral. En efecto, lo que viene llamado con eufemismo “interrupción de la maternidad” (aborto), no puede evaluarse con otras categorías auténticamente humanas que no sean las de la ley moral, esto es, de la conciencia. Mucho podrían decir a este propósito, si no las confidencias hechas en los confesionarios, sí ciertamente las hechas en los consultorios para la maternidad responsable.

Por consiguiente, no se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz; no se la puede dejar con sus dudas, dificultades y tentaciones. Debemos estar junto a ella para que tenga el valor y la confianza suficientes de no gravar su conciencia, de no destruir el vínculo más fundamental de respeto del hombre hacia el hombre. Pues, en efecto, tal es el vínculo que tiene principio en el momento de la concepción; por ello, todos debemos estar de alguna manera con todas las madres que deben dar a luz, y debemos ofrecerles toda ayuda posible.

Miremos a María, virgo paritura (Virgen que va a dar a luz). Mirémosla nosotros Iglesia, nosotros hombres, y tratemos de entender mejor la responsabilidad que trae consigo la Navidad del Señor hacia cada hombre que ha de nacer sobre la tierra. Por ahora nos paramos en este punto e interrumpimos estas consideraciones; ciertamente deberemos volver de nuevo sobre ello, y no una vez sola.

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Comentarios
16 comentarios en “«No se puede dejar sola a la madre que debe dar a luz»
  1. La Sagrada Familia desenmascara al homosexualista Bergoglio anti familia numerosa. No hay que tener hijos como conejas y hay que proteger las parejas homosex, para fomentar el pecado, en contra de la doctrina de la Iglesia:

    Desenmascarar el uso instrumental o ideológico que se puede hacer de esa tolerancia; afirmar claramente el carácter inmoral de este tipo de uniones; recordar al Estado la necesidad de contener el fenómeno dentro de límites que no pongan en peligro el tejido de la moralidad pública y, sobre todo, que no expongan a las nuevas generaciones a una concepción errónea de la sexualidad y del matrimonio, que las dejaría indefensas y contribuiría, además, a la difusión del fenómeno mismo. A quienes, a partir de esta tolerancia, quieren proceder a la legitimación de derechos específicos para las personas homosexuales conviventes, es necesario recordar que la tolerancia del mal es muy diferente a su aprobación o legalización.

  2. Ante el reconocimiento legal de las uniones homosexuales, o la equiparación legal de éstas al matrimonio con acceso a los derechos propios del mismo, es necesario oponerse en forma clara e incisiva. Hay que abstenerse de cualquier tipo de cooperación formal a la promulgación o aplicación de leyes tan gravemente injustas, y asimismo, en cuanto sea posible, de la cooperación material en el plano aplicativo. En esta materia cada cual puede reivindicar el derecho a la objeción de conciencia.
    Las legislaciones favorables a las uniones homosexuales son contrarias a la recta razón porque confieren garantías jurídicas análogas a las de la institución matrimonial a la unión entre personas del mismo sexo. Considerando los valores en juego, el Estado no puede legalizar estas uniones sin faltar al deber de promover y tutelar una institución esencial para el bien común como es el matrimonio.

  3. Es necesario reflexionar ante todo sobre la diferencia entre comportamiento homosexual como fenómeno privado y el mismo como comportamiento público, legalmente previsto, aprobado y convertido en una de las instituciones del ordenamiento jurídico. El segundo fenómeno no sólo es más grave sino también de alcance más vasto y profundo, pues podría comportar modificaciones contrarias al bien común de toda la organización social. Las leyes civiles son principios estructurantes de la vida del hombre en sociedad, para bien o para mal.

    La legalización de las uniones homosexuales estaría destinada por lo tanto a causar el obscurecimiento de la percepción de algunos valores morales fundamentales y la desvalorización de la institución matrimonial.

  4. En las uniones homosexuales están completamente ausentes los elementos biológicos y antropológicos del matrimonio y de la familia que podrían fundar razonablemente el reconocimiento legal de tales uniones. Éstas no están en condiciones de asegurar adecuadamente la procreación y la supervivencia de la especie humana. El recurrir eventualmente a los medios puestos a disposición por los recientes descubrimientos en el campo de la fecundación artificial, además de implicar graves faltas de respeto a la dignidad humana,(15) no cambiaría en absoluto su carácter inadecuado.

    En las uniones homosexuales está además completamente ausente la dimensión conyugal, que representa la forma humana y ordenada de las relaciones sexuales. Éstas, en efecto, son humanas cuando y en cuanto expresan y promueven la ayuda mutua de los sexos en el matrimonio y quedan abiertas a la transmisión de la vida.

  5. Como demuestra la experiencia, la ausencia de la bipolaridad sexual crea obstáculos al desarrollo normal de los niños eventualmente integrados en estas uniones. A éstos les falta la experiencia de la maternidad o de la paternidad. La integración de niños en las uniones homosexuales a través de la adopción significa someterlos de hecho a violencias de distintos órdenes, aprovechándose de la débil condición de los pequeños, para introducirlos en ambientes que no favorecen su pleno desarrollo humano. Ciertamente tal práctica sería gravemente inmoral.

    La consecuencia inevitable del reconocimiento legal de las uniones homosexuales es la redefinición del matrimonio, que se convierte en una institución que, en su esencia legalmente reconocida, pierde la referencia esencial a los factores ligados a la heterosexualidad, tales como la tarea procreativa y educativa.

  6. Si desde el punto de vista legal, el casamiento entre dos personas de sexo diferente fuese sólo considerado como uno de los matrimonios posibles, el concepto de matrimonio sufriría un cambio radical, con grave detrimento del bien común. Poniendo la unión homosexual en un plano jurídico análogo al del matrimonio o la familia, el Estado actúa arbitrariamente y entra en contradicción con sus propios deberes.

    No atribuir el estatus social y jurídico de matrimonio a formas de vida que no son ni pueden ser matrimoniales no se opone a la justicia, sino que, por el contrario, es requerido por ésta.

    Las uniones homosexuales no cumplen ni siquiera en sentido analógico remoto las tareas por las cuales el matrimonio y la familia merecen un reconocimiento específico y cualificado. Por el contrario, hay suficientes razones para afirmar que tales uniones son nocivas para el recto desarrollo de la sociedad humana, sobre todo si aumentase su incidencia efectiva en el tejido social.

  7. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien común.

    Es falso el argumento según el cual la legalización de las uniones homosexuales sería necesaria para evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual, pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos.

    Constituye una grave injusticia sacrificar el bien común y el derecho de la familia con el fin de obtener bienes que pueden y deben ser garantizados por vías que no dañen a la generalidad del cuerpo social.

    El parlamentario católico tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo y votar contra el proyecto de ley. Conceder el sufragio del propio voto a un texto legislativo tan nocivo del bien común de la sociedad es un acto gravemente inmoral.

  8. CONCLUSIÓN

    La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad.

    1. El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 28 de marzo de 2003, ha aprobado las presentes Consideraciones, decididas en la Sesión Ordinaria de la misma, y ha ordenado su publicación.

      Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el 3 de junio de 2003, memoria de San Carlos Lwanga y Compañeros, mártires.

      Joseph Card. Ratzinger
      Prefecto

      Angelo Amato, S.D.B.
      Arzobispo titular de Sila
      Secretario

      CONSIDERACIONES ACERCA DE LOS PROYECTOS DE RECONOCIMIENTO LEGAL DE LAS UNIONESENTRE PERSONAS HOMOSEXUALES

      Documento pisoteado reiteradamente por un Bergoglio que descalifica la doctrina de la Iglesia como rígida, porque no aprueba el pecado, como le gustaría a él.

  9. San Juan Pablo II era un buen pontífice que defendió con valentía la familia. Justo lo contrario que Francisco, que haciendo dejación de sus obligaciones, ha abandonado la familia en manos de la ideología de género.

    1. JpII era un señor que afirmaba que el infierno estaba vacío y que el objetivo de la iglesia era un mundo del amor dónde todas las religiones convivan en paz y Lázaro pueda sentarse a la mesa de un rico.
      De que me suena a mi eso???

  10. Domingo después de la Navidad, este año, pegado a la Navidad, y Fiesta de la Sagrada Familia. Hemos asistido a la Bendición Urbi et Orbi en otros tiempos, en otros pontificados, una referencia para la ciudad y el mundo y hoy un mero acto de trámite que no despierta ningún interés ni en la ciudad, ni en el mundo. Hace muy poco tiempo, demasiado poco, pensábamos que el enorme espacio, y bellísimo espacio, de la plaza de San Pedro se había quedado muy pequeño, el colonnato quedaba rebasado por el número de fieles. La imagen de ayer, con un cielo romano lloroso, era la viva imagen, a estas alturas imposible de ocultar, de la decadencia de un pontificado que empezó con tantas ilusiones y esperanzas y que se va extinguiendo en una larga agonía. Oficialmente, nos dicen que veinte mil, la realidad es muy terca y las imágenes también. No son días para entrar en recuentos precisos, sin duda alguien ha visto doble, o triple. Specola.

  11. Veis, los papas del vaticano II por lo general no suelen cambiar la doctrina en temas morales, pero con el resto de temas está todo cambiado y desorientado lamentablemente. Es un error reducir la doctrina a una mera moralidad que ya es igual en otras muchas religiones. Si la Tradición está viva y evoluciona para todo lo demás, lo normal es que llegue un Papa que diga lo mismo de los temas morales, y diga que evolucionan a otra cosa y con toda la razón del mundo. Francisco sólo sigue la línea. Cuando ya todo ha sido trastocado y sólo queda intacta la moral, lo normal es que también se quiera cambiar, porque ¿qué va a hacer si no el Papa?. Eso de coronarse papa jurando transmitir lo recibido ninguno lo ha querido hacer. Hoy vemos las consecuencias. Transmitir una moral no demuestra ser santo, hay que transmitir todo lo demás también, esa ha sido siempre la norma basica para canonizar.

    1. La próxima fiesta podríais poner el ejemplo de otro Papa para variar, no siempre al mismo para mitificarlo y dar la falsa sensación de que fue el único o el primero en decir tal cosa mientras se siguen tapando los errores doctrinales escandalosos en asuntos no morales que tuvo. Con la Humane vite de Pablo VI haceis lo mismo. ¿Es que ningún Papa preconciliar habló nunca de estos temas?. Es una pesadez, siempre los mismos protagonistas y siempre las mismas caras. Menudo sesgo para algunos y menudo halo místico que reciben otros, pero eso sí, siempre los mismos. Los preconciliares por lo visto eran mudos, pues lo único que se puede citar de ellos son las condenas de todo lo que se hace ahora, y entonces, se vería el truco del almendruco.

  12. Eso del infierno vacío, seria una esperanza, no una realidad. El Catecismo de la Iglesia promulgado en su papado, por la carta apostólica LAETAMUR MAGNOPERE, no deja lugar a dudas. Y es que no seria justo que junto a los santos y mártires, estuvieran en el cielo los pecadores mas terribles sin arrepentimiento alguno. Los ángeles caídos no tienen redención, están condenados a perpetuidad.

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