Francisco: La luz de Jesús “es más grande que cualquier tiniebla”

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En la homilía de su primera Misa en Chipre, el Santo Padre puso su acento en Cristo como centro de nuestra vida de fe, exhortándonos a renovar nuestra confianza en Él.

“Renovemos nuestra confianza en Él”, animó el Santo Padre en la primera Misa de su viaje apostólico, en el Estadio GSP de Nicosia, y concelebrada por el Patriarca de Antioquía de los Maronitas, el Cardenal Béchara Boutros Raï; y por el Patriarca Latino de Jerusalén, Mons. Pierbattista Pizzaballa,. “Digámosle: Jesús, creemos que tu luz es más grande que cualquiera de nuestras tinieblas, creemos que puedes curarnos, que puedes renovar nuestra fraternidad, que puedes multiplicar nuestra alegría; y con toda la Iglesia te invocamos: ¡Ven, Señor Jesús!”.

Francisco partió en su homilía del pasaje de San Mateo en el que Cristo cura a dos ciegos, de los que dijo que, a pesar de su ceguera, “ven lo más importante: reconocen a Jesús como el Mesías que ha venido al mundo”. Desde esta perspectiva, el Santo Padre nos alienta a acudir a Jesús para ser curados, llevar juntos las heridas y anunciar el Evangelio con alegría.

Además, el Pontífice recordó que Jesús “es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que derrota las tinieblas y vence toda ceguera”, y reconoció que “también nosotros, como los dos ciegos, tenemos cegueras en el corazón… somos viajeros a menudo inmersos en la oscuridad de la vida”; por lo que “lo primero que hay que hacer es acudir a Jesús, como Él mismo dijo: ‘Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar’”.

“¿Quién de nosotros no está de alguna manera cansado y abrumado? Pero nos resistimos a ir hacia Jesús; muchas veces preferimos quedarnos encerrados en nosotros mismos, estar solos con nuestras oscuridades, autocompadecernos, aceptando la mala compañía de la tristeza. Jesús es el médico, sólo Él, la luz verdadera que ilumina a todo hombre, nos da luz, calor y amor en abundancia. Sólo Él libera el corazón del mal”, dijo el Papa.

Les ofrecemos la homilía del Papa, publicada en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:

Mientras Jesús pasaba, dos ciegos le expresaban a gritos su miseria y su esperanza: «¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!» (Mt 9,27). “Hijo de David” era un título atribuido al Mesías, que las profecías anunciaban como proveniente de la estirpe de David. Los dos protagonistas del Evangelio de hoy son ciegos y, sin embargo, ven lo más importante: reconocen a Jesús como el Mesías que ha venido al mundo. Detengámonos en tres pasos de este encuentro que, en este camino de adviento, pueden ayudarnos a acoger al Señor que viene, al Señor que pasa.

El primer paso: ir a Jesús para sanar. El texto dice que los dos ciegos gritaban al Señor mientras lo seguían (cf. v. 27). No lo veían, pero escuchaban su voz y seguían sus pasos. Buscaban en el Cristo lo que habían preanunciado los profetas, es decir, los signos de curación y de compasión de Dios en medio de su pueblo. A este respecto, Isaías había escrito: «Se despegarán los ojos de los ciegos» (35,5). Y otra profecía, incluida en la primera Lectura de hoy: «Los ojos de los ciegos verán sin sombra ni oscuridad» (29,18). Los dos ciegos del Evangelio se fían de Jesús y lo siguen en busca de luz para sus ojos.

¿Y por qué, hermanos y hermanas, estas dos personas se fían de Jesús? Porque perciben que, en la oscuridad de la historia, Él es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que derrota las tinieblas y vence toda ceguera. También nosotros, como los dos ciegos, tenemos cegueras en el corazón. También nosotros, como los dos ciegos, somos viajeros a menudo inmersos en la oscuridad de la vida. Lo primero que hay que hacer es acudir a Jesús, como Él mismo dijo: «Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar» (Mt 11,28). ¿Quién de nosotros no está de alguna manera cansado y abrumado? Todos. Pero nos resistimos a ir hacia Jesús; muchas veces preferimos quedarnos encerrados en nosotros mismos, estar solos con nuestras oscuridades, autocompadecernos, aceptando la mala compañía de la tristeza. Jesús es el médico, sólo Él, la luz verdadera que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9), nos da luz, calor y amor en abundancia. Sólo Él libera el corazón del mal. Podemos preguntarnos: ¿me encierro en la oscuridad de la melancolía, que reseca las fuentes de la alegría, o voy al encuentro de Jesús y le ofrezco mi vida? ¿Sigo a Jesús, lo “persigo”, le grito mis necesidades, le entrego mis amarguras? Hagámoslo, démosle a Jesús la posibilidad de curarnos el corazón: este es el primer paso; la curación interior requiere otros dos.

El segundo paso es llevar las heridas juntos. En este relato evangélico no se cura a un solo ciego, como por ejemplo, en el caso de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52) o del ciego de nacimiento (cf. Jn 9,1-41). Aquí los ciegos son dos. Se encuentran juntos en el camino. Juntos comparten el dolor por su condición, juntos desean una luz que pueda hacer brillar un resplandor en el corazón de sus noches. El texto que hemos escuchado está siempre en plural, porque los dos hacen todo juntos: ambos siguen a Jesús, ambos, dirigiéndose a Él, le piden la curación a gritos; no cada uno por su lado, sino juntos. Es significativo que digan a Cristo: ten piedad de nosotros. Usan el “nosotros”, no dicen “yo”. No piensa cada uno en su propia ceguera, sino que piden ayuda juntos. Este es el signo elocuente de la vida cristiana, el rasgo distintivo del espíritu eclesial: pensar, hablar y actuar como un “nosotros”, saliendo del individualismo y de la pretensión de la autosuficiencia que enferman el corazón.

Los dos ciegos, al compartir sus sufrimientos y con su amistad fraterna, nos enseñan mucho. Cada uno de nosotros de algún modo está ciego a causa del pecado, que nos impide “ver” a Dios como Padre y a los otros como hermanos. Esto es lo que hace el pecado: distorsiona la realidad, nos hace ver a Dios como el amo y a los otros como problemas. Es la obra del tentador, que falsifica las cosas y tiende a mostrárnoslas bajo una luz negativa para arrojarnos en el desánimo y la amargura. Y la horrible tristeza, que es peligrosa y no viene de Dios, anida bien en la soledad. Por tanto, no se puede afrontar la oscuridad estando solos. Si llevamos solos nuestras cegueras interiores, nos vemos abrumados. Necesitamos ponernos uno junto al otro, compartir las heridas y afrontar el camino juntos.

Queridos hermanos y hermanas, frente a cada oscuridad personal y a los desafíos que se nos presentan en la Iglesia y en la sociedad estamos llamados a renovar la fraternidad. Si permanecemos divididos entre nosotros, si cada uno piensa sólo en sí mismo o en su grupo, si no nos juntamos, si no dialogamos, si no caminamos unidos, no podremos curar la ceguera plenamente. La curación llega cuando llevamos juntos las heridas, cuando afrontamos juntos los problemas, cuando nos escuchamos y hablamos entre nosotros. Y esta es la gracia de vivir en comunidad, de comprender el valor de estar juntos, de ser comunidad. Pido para ustedes que puedan estar siempre juntos, siempre unidos; seguir adelante así y con alegría, hermanos cristianos, hijos del único Padre. Y lo pido también para mí.

Y el tercer paso es anunciar el Evangelio con alegría. Después de haber sido curados juntos por Jesús, los dos protagonistas anónimos del Evangelio, en los que podemos reflejarnos, comenzaron a difundir la noticia en toda la región, a hablar de eso en todas partes. Hay un poco de ironía en este hecho: Jesús les había recomendado que no dijeran nada a nadie, sin embargo, ellos hicieron exactamente lo contrario (cf. Mt 9,30-31). Pero por el relato se entiende que no era su intención desobedecer al Señor, sino que simplemente no lograron contener el entusiasmo por haber sido curados y la alegría por lo que habían vivido en el encuentro con Él. Aquí hay otro signo distintivo del cristiano: la alegría del Evangelio, que es incontenible, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1); la alegría del Evangelio libera del riesgo de una fe intimista, distante y quejumbrosa, e introduce en el dinamismo del testimonio.

Queridos amigos, es hermoso verlos y percibir que viven con alegría el anuncio liberador del Evangelio: les agradezco por esto. No se trata de proselitismo —por favor, nunca hagan proselitismo—, sino de testimonio; no es moralismo que juzga —no, no lo hagan—, sino misericordia que abraza; no se trata de culto exterior, sino de amor vivido. Los animo a seguir adelante en este camino. Como los dos ciegos del Evangelio, renovemos también nosotros el encuentro con Jesús y salgamos de nosotros mismos sin miedo para testimoniarlo a cuantos encontremos. Salgamos a llevar la luz que hemos recibido, salgamos a iluminar la noche que a menudo nos rodea. Hermanos y hermanas, se necesitan cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos, que con gestos y palabras de consuelo enciendan luces de esperanza en la oscuridad; cristianos que siembren brotes de Evangelio en los áridos campos de la cotidianidad, que lleven caricias a las soledades del sufrimiento y de la pobreza.

Hermanos, hermanas, el Señor Jesús pasa, también pasa por nuestras calles de Chipre, escucha el grito de nuestras cegueras, quiere tocar nuestros ojos, quiere tocar nuestro corazón, quiere atraernos hacia la luz, hacernos renacer y reanimarnos interiormente: esto quiere hacer Jesús. Y también a nosotros nos dirige la pregunta que hizo a aquellos ciegos: «¿Creen que puedo hacer esto?» (Mt 9,28). ¿Creemos que Jesús pueda hacer esto? Renovemos nuestra confianza en Él. Digámosle: Jesús, creemos que tu luz es más grande que cualquiera de nuestras tinieblas, creemos que Tú puedes curarnos, que Tú puedes renovar nuestra fraternidad, que puedes multiplicar nuestra alegría; y con toda la Iglesia te invocamos, todos juntos: ¡Ven, Señor Jesús! [todos repiten: “¡Ven, Señor Jesús!”] ¡Ven, Señor Jesús! [todos repiten: “¡Ven, Señor Jesús!”] ¡Ven, Señor Jesús! [todos repiten: “¡Ven, Señor Jesús!”]

Saludo al final de la Santa Misa

Queridos hermanos y hermanas:

Soy yo el que desea agradecerles a todos ustedes. Mañana por la mañana, al despedirme de este país, tendré la oportunidad de saludar al señor Presidente de la República, aquí presente, pero ya desde ahora deseo expresar de corazón mi gratitud a todos por la acogida y el afecto que me han brindado. ¡Gracias!

Aquí en Chipre estoy respirando un poco de esa atmósfera típica de Tierra Santa, donde la antigüedad y la variedad de las tradiciones cristianas enriquecen al peregrino. Esto me hace bien, y hace bien encontrar comunidades de creyentes que viven el presente con esperanza, abiertas al futuro, y que comparten este horizonte con los más necesitados. Pienso particularmente en los migrantes que buscan una vida mejor, con los que tendré mi último encuentro en esta isla, junto a los hermanos y hermanas de diversas confesiones cristianas.

Gracias a todos los que han colaborado en esta visita. Recen por mí. Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los proteja. Efcharistó! [¡Gracias!]

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Comentarios
14 comentarios en “Francisco: La luz de Jesús “es más grande que cualquier tiniebla”
    1. Pero, si Jesús es La Luz que ilumina el mundo ¿porqué prohibes llevarla por todos los rincones del planeta y haces que se apague? Lo tuyo es de Juzgado de guardia o de UCI psiquiátrica.

        1. Y lo suyo de oculista: ¿dónde ha visto que Belzunegui se responda a sí mismo? No veo ninguna pregunta previa a la que se responda, ni a sí mismo, ni a nadie más. Usted tiene una imaginación tan grande como su mala baba.

    2. UN SACERDOTE ORTODOXO LLAMA HEREJE A FRANCISCO Y SE LO LLEVA LA POLICÍA

      Cuando Francisco llegó a Atenas (4 de diciembre) para reunirse con el arzobispo greco-ortodoxo Hieronymos II, un anciano sacerdote ortodoxo gritó: “Papa, eres un hereje”.

      El sacerdote fue retirado por la policía.

      El diácono inglés Nick Donnelly comentó en las redes sociales: “Dios bendiga a este sacerdote ortodoxo”.

      Los greco-ortodoxos ni siquiera reconocen el bautismo católico y rebautizan a los católicos que apostatan para unirse a ellos.

  1. …La luz de Jesús «es más grande que cualquier tiniebla»…

    ¡Pero qué razón tiene!

    No me cabía ninguna duda de que la Luz de Cristo es superior a muchas de las cosas que dice este papa.

    Sobre todo a las que habitualmente obligan a otros a salir en tropel a dar explicaciones alternativas más o menos forzadas porque lo que se entiende de primeras le pone a uno los pelos de punta.

    Un saludo.

  2. El Papa se equivoca. La ceguera no se supera «dialogando y hablando entre nosotros», como dice Francisco, sino escuchando la verdad revelada, que es la que la Iglesia debe predicar para convertir las almas a la luz de la verdad.

    1. Exactamente, los razonamientos de los hombres son absurdos, y a veces hasta perversos. La Verdad no se alcanza por el dialogo entre personas, es la Verdad Revelada la única fuente. De Dios son los misterios y del hombre la Verdad Revelada, Deutoronomio

  3. Specola durísimo con Bergoglio, el principal responsable de la corrupción vaticana:

    Lo que tenía que llegar, ha llegado y ya tenemos el video de Monseñor Perlasca durante el interrogatorio en el interior de la Gendarmería Vaticana, en la sala de armas, en donde el gran arrepentido está «haciendo su confesión». Il Corriere logró obtener documentos exclusivos y publica parte de los videos de sus declaraciones y un resumen disponible en Corriere.it. Tenemos el relato desarmador y muy triste de cómo se manejaban los asuntos en la Secretaría de Estado: ingenuidad, incapacidad, ignorancia técnica, malversación, sobornos, dinero robado. Con curiosas historias como las 12.000 medallas de oro, plata y bronce transferidas desde el sótano de Apsa a los despachos de la Secretaría de Estado en donde «todos sabían dónde estaban las llaves».

    1. Pasajes sumamente delicados como la referencia al Papa Francisco que según Perlasca habría dado luz verde a las negociaciones con Gianluigi Torzi, el intermediario acusado por el Vaticano. Durante siete horas, Perlasca, asistido por un abogado, es presionado por los investigadores con la sospecha de una ronda de sobornos: «¡De la manera más absoluta!», Se defiende Perlasca. «Mincione nos ha embrujado, es un encanto…». «Yo estaba por la denuncia», y con un típico gesto Vaticano, levanta el brazo con el dedo índice apuntando hacia arriba: «La indicación de arriba era para tratar», en referencia directa al Papa Francisco. Los investigadores se pillan las manos y queriendo dejar fuera el Papa Francisco le complican la vida: «¡No puede decir estas cosas, fuimos al Santo Padre y le preguntamos qué pasó y puedo dudar de todos menos del Santo Padre! ¡El Santo Padre fue tirado por el medio!».

    2. Perlasca defiende su honestidad: «¿Los dones de Craso?» Aquí están, los traje ». Y de la mochila saca un bolígrafo Parker, una Ipad, «un maletín para portátil que ni siquiera cabe en el ordenador», y dos entradas para la Arena de Verona. Perlasca cuenta el dinero entregado a la Marogna: «Ni siquiera sabía que era una mujer, lo descubrí aquí. ¡Para mí esa persona era un número de cuenta!

      Una vez más constatamos muy tristemente que mientras nos tenemos escándalo en los medios no se mueve un dedo por resolver nada. El Vaticano solo es ‘sensible’ a que las cosas se sepan, no que existan. No preocupa el daño que puedan realizar mientras todo quede oculto, basta recordar el caso McCarrick, y no es el único. Hoy es París, y ¿mañana? El Papa Francisco realiza su viaje no poco o nada interesa a los medios centrados en sus escándalos, porque después de ocho años de pontificado son suyos, por acción o por omisión.

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