Me pongo a escribir este texto con un sentimiento de ausencia muy grande. Traje como imagen central para esta nota el ícono de la Crucifixión de Dionisij que data del año 1500 y que está actualmente en Moscú, porque es una imagen que refleja por un lado la serenidad de aquel momento tremendo que fue el Gólgota, con el Hijo de Dios entregado a la muerte, y por el otro de sumisión absoluta a la voluntad del Padre. Aunque esa escena fuese tan costosa, el resultado de la Redención, se enarbolaba como el triunfo del amor aun cuando este implique sufrimiento. De alguna manera, ese ícono de tanta belleza de la Iglesia Ortodoxa, refleja la grandiosidad del amor y es por ello que el Cristo Crucificado está en posición de alguien que baila, evocando al salmo 22: “Te alabaré en la Asamblea”. De esto ha dado fe antes que nada el propio Cardenal Jorge Urosa Savino al ser probado en el fuego del sufrimiento extremo.
Ni siquiera sabía cómo titular esta nota y ante el inminente desenlace por su gravedad llevaba varios días pensando qué debería escribir del Cardenal Jorge Urosa Savino.
Lo primero que hice fue releer nuestro intercambio de correspondencia que por correo electrónico nos enviábamos como comentarios a artículos suyos o míos y que después de ciertas semanas casi siempre terminaba en un encuentro personal para tomar café. Primero en su residencia oficial de La Florida y luego en la Floresta. Y es que el Señor Cardenal resistió siempre al uso de las nuevas tecnologías, por eso el whatsaap era algo en lo que él no iba a caber, “porque son tiempos muy peligrosos y uno no sabe en qué puede terminar si el teléfono cae en manos equivocadas”, me escribió una vez cuando le envié un documento por whatsaap y me regañó porque era mejor el email para él imprimirlo.
Le conocí en el año 2005, el día que tomó posesión de la Catedral de Caracas como su XV arzobispo Metropolitano. Me llamó mucho la atención su energía mandona, pues era especialmente un hombre muy ordenado y no le gustaban las improvisaciones, menos si era algo referido a la liturgia. Recuerdo que cuando descendió del vehículo, su incondicional servidor, el señor Pacheco, sacó del carro un maletín que me entregó en las manos y mientras nos dirigíamos al interior de la Catedral me hacía, entre saludos a los fieles y sacerdotes, un extenso cuestionario personal. Y al terminar la solemne misa, cuando se disponía a retirarse de la Catedral y repetíamos los mismos pasos que al principio, sacó del bolsillo interior de su traje una tarjetica de recuerdo de la toma de posesión mientras me decía: “Dios te pague por ayudarme, quédate con esa tarjeta porque no las voy a repartir, tienen un escandaloso error tipográfico, pero que algo te quede”. Aun la conservo con celo y aquí publico la imagen de aquella tarjetica.
Al pasar de los días y por mera coincidencia nos encontramos en el Palacio Arzobispal y me entregó una tarjeta de invitación para una cena en la casa de la familia Dao Urquía el 23 de noviembre siguiente, que sería ofrecida en su honor. Y como no perdía oportunidad recuerdo que me dijo: “Caramba chico, lástima que abandonaste el camino al sacerdocio”.
Así podría narrar muchas anécdotas que en estos dieciséis años marcaron nuestra amistad y en las que privó siempre la deferencia que él tuvo siempre conmigo. En su casa o en mi casa, siempre me sentía especialmente agradecido por la sencillez con la que él actuaba a pesar de sus enormes responsabilidades y ese don particular que él tenía para sostener una muy buena conversación, acompañado de un buen y elegante sentido del humor.
Y aunque quería quedarme con esos gratos e inolvidables recuerdos personales. No pasaré la ocasión de recordar, no porque ahora este ausente físicamente, su enorme compromiso con Venezuela y la valentía con la que no dudó enfrentarse al régimen oprobioso de Chávez primero, y luego al de Maduro. Ese enfrentamiento sereno, aferrado a la verdad y a su amor por el país y la Iglesia, le zanjaron dificultades con grupos violentos, al extremo de no poder volver a trabajar desde el Palacio Arzobispal por el continuo asedio de los malvivientes que permanecían en la Plaza Bolívar en la denominada “esquina caliente”. Pero apenas eran leves dificultades, porque ningún ataque violento, ninguna ofensa, lo callaron a la hora de la denuncia sobre la crisis nacional ni a la hora defender a la Iglesia de los continuos ataques a los que era sometido.
Fue vertical, no en el sentido estricto de un ultraconservador, sino en su propia conciencia de custodio y defensor de la fe del pueblo venezolano, una fe que para los momentos que debió vivir como Pastor, era asediada por la crisis moral y espiritual que provocó el chavismo. Monseñor Jorge Urosa Savino no titubeó jamás y eso habrá de agradecerle nuestro país, porque el haber alzado su voz no fue poca cosa.
De forma especial recuerdo una muy extensa reunión en su residencia en La Florida donde un grupo muy selecto de cinco personas hicimos con Su Eminencia un curso intensivo sobre la situación del país que luego en un correo me la recordaría como “esclarecedora”, dándome las gracias por aquella visita que se extendió hasta la noche. Y sí, fue esclarecedora. Sus posiciones como arzobispo se hicieron más firmes, más decididas y trató de convertirse en articulador pero, como él me decía “todos tienen un retrovisor en la frente, chico”.
En 2017, el Cardenal me pidió organizar una visita a la residencia del ex alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, donde éste estaba detenido injustamente. La llegada del Cardenal a la casa de Ledezma no fue sino como un operativo tipo Hollywood, con cambio de vehículo en dos oportunidades, esquivando que los esbirros del SEBIN no notaran la llegada del arzobispo y así el compartir con Antonio fuese sin problemas. Y gracias a Dios, así fue. Los tres pasamos una tarde de importantes reflexiones y un exquisito almuerzo que Antonio había preparado para nosotros.
Una mañana de marzo, tras haber sido liberado en la sede de la Conferencia Episcopal Venezolana, el Cardenal Jorge Urosa Savino llegó para visitarme a mí y al doctor Alfredo Coronil Hartmann, que había compartido conmigo el presidio en el helicoide. Luego de su abrazo, nos entregó su enérgico pronunciamiento una vez supo de nuestra detención. “Traten de estar aquí, serenos y evaluando bien qué harán porque quizá no deberían seguir en el país”. Había sido él la primera persona en saber de nuestra injusta detención pues la única llamada que se nos permitió la realizamos a él, sabiendo que sus buenos oficios de ayuda iban a ser inmediatos. Mi corazón guardará con enorme agradecimiento toda la vida éste y cada uno de los gestos.
Esta y tantísimas experiencias solo dibujan una sonrisa de esperanza en Dios, Nuestro Padre. Jorge Urosa Savino, buen hombre, buen cristiano, buen sacerdote y buen ciudadano, es y será recompensado con la paz eterna. Esa es la imagen que me dejó el Cardenal Urosa, una imagen vigorosa de alegría, de esperanza y de disciplina, sin dudar ni un momento que su vida fue testimonio fiel del amor a Dios, a la Iglesia y al país, tal como el mismo lo profesó en su testamento espiritual del 28 de agosto pasado.
Sin haber pretendido hacer uno elogio fúnebre al señor Cardenal con estas letras que acaso amalgaman un poco el vacío de la ausencia, he querido dejar constancia de quien en vida sembró tanto y lucho tanto. En el inventario que ocasionalmente hace la memoria colectiva, tendremos que guardar un sitio especial al monseñor Jorge Urosa, sitio que se ganó a pulso como tantos obispos y sacerdotes venezolanos, y es que apenas en cada revisión de nuestra propia historia, debemos sentirnos muy orgullosos de la Iglesia que nos ha tocado, esa Iglesia que nos ha ayudado a construir un tramo muy importante de nuestra vida como nación, una Iglesia que siempre ha entendido su rol como Madre, estando siempre tomada de la mano de cada uno de nosotros, con nuestras fallas personales o con nuestros desquiciamientos colectivos.
¡Gracias a Dios por el don de la vida de Jorge Liberato Urosa Savino!
Caracas, 24 de septiembre de 2021. Fiesta de N.S. de las Mercedes
Robert Gilles
*El cardenal Urosa falleció en Caracas, a los 79 años, el pasado 23 de septiembre.
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Los buenos sacerdotes son la sal de la tierra, y la sal es muy necesaria y sabrosa.
El señor Cardenal deja su espacio para que llegue otro a suplirlo.
Y después de ése otro llegué otro, y así, aunque cundan los malos ejemplos , siempre existirán buenos y santos sacerdotes, a los cuales el celo por la Casa de Dios, los devora.
Que Dios Nuestro Señor lo haya recibido, igual que a otros fieles servidores de Él.
Amén, Spes, haces honor a tu nombre.
Neila, 😊, gracias 👋
Recordemos en nuestras oraciones a los buenos y santos sacerdotes que nos han guiado en la conversión.
D.E.P
El Buen Dios le tenga en Su Gloria, y este buen hombre haya podido escucharle decir «ven, bendito de Mi Padre…»
Descanse en Paz.
Y ruegue por su pobre Nación.