Una madre agradece a Dios haber superado 20 años de abuso y recibido tres sanaciones extraordinarias

Graciela Berdinelli
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«Yo siempre rezaba, siempre le pedía a Dios que me diera fuerza, porque mi esposo no me dejaba ni siquiera leer la Biblia. Yo podía rezar, pero siempre que él no me escuchara».

(Portaluz/Ana Beatriz Becerra)- Graciela Berdinelli tiene 71 años. Tuvo una niñez alegre, tranquila, con unos padres amorosos que le inculcaron la fe y el amor a Dios, pero su cruz inició en el matrimonio. “Yo no lo quería y me casé sin quererlo. Yo no quería casarme, pero me amenazó y esa es mi experiencia más dolorosa, haberme casado sin quererlo” cuenta Graciela a Portaluz.

La timidez que la caracterizaba facilitó que ella aceptase la imposición de aquel matrimonio con tan solo 18 años: “La que más callaba la boca era yo, así que lo tomé como una obligación, como un deber y no como tenía que haberlo tomado para formar un auténtico matrimonio y familia”, nos comenta.

Sin embargo, en el amor a Dios y a sus hijos encontró la fuerza para luchar contra esa relación viciada con un hombre que la maltrataba: “Era algo terrible y eso que tenía cuatro varones; cuando me separé necesité de un tratamiento psicológico, pues nunca supe desempeñarme sola. El que fue mi esposo nunca me dejó trabajar, nunca me dejó frecuentar a mi familia, nunca pude arreglarme, nunca me dejó usar pantalones, arreglarme el pelo, nada, nada, nada” afirma.

Alimentando su vínculo espiritual con Dios, dice Graciela, pudo sostenerse y conquistar un bienestar para ella y sus hijos: “Yo siempre rezaba, siempre le pedía a Dios que me diera fuerza, porque mi esposo no me dejaba ni siquiera leer la Biblia. Yo podía rezar, pero siempre que él no me escuchara”.   Fueron 20 años de batalla, hasta que por sanidad física y espiritual tomó valor y se alejó de su esposo.

La intervención extraordinaria de Dios

Recién cuando recuperaba junto a sus hijos la paz y afrontaban algunas necesidades económicas, con esperanza en el futuro, uno de los hijos enfermó. Tenía cáncer de ganglios y necesitó una cirugía: “Yo le pedía a Dios que no fuera algo tan malo”, nos relata Graciela.  Fue un tiempo de angustia, dolor e incertidumbre hasta que pasados tres días de la operación el médico les compartió la buena nueva: “Es un milagro, el nene no tiene nada, salió todo bien”.

Pasados algunos meses Graciela empezó a sentir fuertes dolores en el cuerpo. Aunque intuía que podía ser algo grave se resistió a visitar un médico pidiéndole a Dios que la sanara. “Yo me venía caminando desde mi casa a la parroquia para hacer adoración eucarística y llegó un momento en que me dolía el cuerpo, me dolía todo, era terrible y me ahogaba. Hasta que llegó un día en que no pude más, entonces llamó uno de mis hijos que es el segundo y le pedí que me llevara al médico. «No te asustes -le dije yo-, creo que tengo cáncer, pero no te preocupes porque Dios me va a sanar»”.

Nada más evaluarla fue remitida a la clínica Breast de la ciudad de La Plata (Argentina), con la oncóloga dra. Fernanda Mohamed. Tras los exámenes el diagnóstico era rotundo: “El médico le dijo a mi hijo: «le queda un mes de vida». Ya estaba toda tomada en los pulmones, los huesos desde la cabeza a los pies, había hecho metástasis” afirma.

A pesar de estos resultados tan críticos Graciela seguía con su firme convicción de que Dios la iba a sanar y así se lo manifestaba a su doctora: “Ella me dijo: «bueno, me encanta que tenga ese ánimo» Me dolía el cuerpo y con nuevos resultados de un examen no podían creerlo; tenía fractura de clavícula y de cadera. No podía dormir de noche, dormía un ratito me sentaba, me rezaba un rosario, dos o tres, hasta cuando me agarraba el sueño y así pasaba la noche” comenta Graciela.

“Como si Jesús me hubiera tocado”

Sus oraciones, cuenta esta madre desde Argentina, se unieron con las misas celebradas por el padre René Cari, párroco de la Iglesia Vicente Pallotti de Lobos (Buenos Aires, Argentina), para suplicar la ayuda de Dios. “El padre convocaba a toda la familia a rezar en esas misas. En una de ellas yo, mirando al altar…(llora) vi al padre Pío. ¡Lo vi, fue algo maravilloso! Y cuando agaché la cabeza, no sentía el cuerpo, sino una tranquilidad inmensa. Era como si Jesús me hubiera tocado, como que el cuerpo no lo tenía -algo difícil de explicar-, como que flotaba, una alegría, una paz y bueno, no me quería ir”, relata Graciela.

Con la esperanza de estar ya curada Graciela se acercó a pedir los resultados de la última tomografía: “La primera estaba completamente llena de metástasis tenía la columna que eran solo agujeros negros y en esta última tomografía se ve todo restaurado, no tengo un agujero nuevo. Y no solamente eso, se me restauró la mama. Yo le pregunté a la oncóloga si estaba viendo bien o se me estaba restaurando la mama, ella dice: «se te está restaurando la mama». ¡A los 71 años se me está restaurando la mama!, es otro milagro”.

Enfrentar el Covid 19

El sufrimiento aún no terminaba para Graciela, pues cuando disfrutaba haber sido curada del cáncer la golpeó otra enfermedad. Esta vez era una nueva víctima del Covid19, generando una neumonía bilateral: “Estuve internada 15 días y a mis hijos les advirtieron que esto era letal y no iba a salir del sanatorio”.  Pero otra vez Graciela se recuperó y hoy continúa cumpliendo su compromiso con Cristo en la parroquia de Lobos.

En sus momentos de intimidad con Jesús, aferrada a la Virgen María, rememora entre Ave Marías recuerdos de su infancia cuando tras arreglar junto a su madre los trastes de la cocina rezaban el rosario en familia. “Siempre rezábamos el rosario y había noches cuando estábamos en vacaciones que llovía y nos poníamos a escuchar la radio, era lo único que teníamos. Poníamos música y mi papá me enseñaba a bailar el tango, el paso doble. Éramos muy alegres…”.

Publicado por Ana Beatriz Becerra en Portaluz.

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