Les ofrecemos la segunda parte del artículo del fin de semana pasado en el que se explicaba que había que tener cuidado con la manipulación del lenguaje eclesial.
(Catholic Culture)- Hace unos días escribí sobre «los abusos del lenguaje que he visto en muchos de los recientes pronunciamientos de nuestros dirigentes eclesiásticos», centrándome en dos anuncios recientes del Vaticano. Permítanme que ahora haga referencia a algunos ejemplos estadounidenses dignos de mención.
A veces, el mal uso del lenguaje es un hecho francamente orwelliano. Cuando el cardenal de Chicago, Blase Cupich, anunció que a los católicos no vacunados no se les debería permitir entrar en las iglesias sin la mascarilla, estipuló que, para ello, cada parroquia debía contar con responsables en las puertas para comprobar que todos estén vacunados. Estas personas -que bloquearán las puertas tanto a los que no lleven mascarilla como a los indocumentados- se identificarían como «el equipo de recepción u hospitalidad de la parroquia». Algo de saludo; algo de hospitalidad.
A menos que esté muy equivocado, estos «recepcionistas» no solicitarán a los fieles que enseñen los resultados de sus últimas pruebas de tuberculosis. No interrogarán a la gente sobre otras cuestiones, también legítimas, de salud pública («¿Fuma usted? ¿Toma drogas? ¿Realiza prácticas sexuales que se sabe que propagan enfermedades?»). Tendrán una, y solo una, preocupación médica: la única prueba ordenada por el cardenal Cupich en su calidad de responsable de salud pública. Pero el cardenal no es un funcionario de salud pública. Es un obispo de la Iglesia católica, por lo que debería tener otras preocupaciones.
Así que, si los seguratas de la parroquia (usemos un lenguaje honesto) están decidiendo a qué personas se les debe permitir entrar en la iglesia, ¿no se debería poder formular preguntas mucho más relevantes? Por ejemplo: «¿Es su matrimonio no válido?» O: «¿Ha votado usted para apoyar el aborto?».
¡Ah, ahí está el problema! Porque el cardenal Cupich también ha liderado recientemente la carga para bloquear un debate sobre la coherencia eucarística, debate que estaba previsto en la reunión de la Conferencia Episcopal estadounidense, este mes de junio. Él y otros obispos han argumentado que la discusión no debería tener lugar, porque los obispos estadounidenses carecen del «importante nivel de consenso» que se requeriría para una declaración coherente sobre el tema.
Explíquenme, por favor, cómo puede la Conferencia Episcopal de EE.UU. desarrollar ese «importante nivel de consenso» si no se debate esta cuestión. Está claro que el cardenal Cupich y sus aliados no están siendo del todo sinceros sobre las razones que tienen para querer evitar el tema.
También hay pruebas de otras argucias similares. Aunque en teoría el cardenal Cupich apoya firmemente al papa Francisco en su llamamiento a la descentralización de la toma de decisiones, en la práctica ha presionado enérgicamente para que el Vaticano intervenga y restrinja un debate abierto entre los obispos estadounidenses. Aunque se queja de que la discusión podría causar divisiones, él y sus aliados han hecho que la fractura dentro de la conferencia episcopal se agrande al instar a un cambio de última hora en la agenda: la supresión de un tema que ya había sido aprobado por el procedimiento habitual.
Pero sobre todo, lo que no quieren el cardenal Cupich y sus aliados es un «diálogo» sobre este tema. A pesar de su insistencia en un debate abierto, se trata de un debate abierto que están tratando de frustrar por todos los medios. Los incesantes llamamientos al «diálogo» son una mera cortina de humo, un intento de garantizar que la cuestión quede sin resolver indefinidamente.
Los defensores de este falaz «diálogo» argumentan que, en lugar de defender la enseñanza perenne de la Iglesia, en lugar de cumplir con las claras exigencias del derecho canónico, los pastores deberían entablar conversaciones personales y silenciosas con aquellos prominentes católicos que apoyan el asesinato de los no nacidos. No hay, por supuesto, ninguna razón por la que un pastor no pueda emprender ese diálogo y cumplir con sus deberes canónicos. Pero, de nuevo, existen cuestiones subyacentes.
En los casi 50 años transcurridos desde la sentencia del famoso caso Roe contra Wade, algunos de los políticos católicos más prominentes de este país han sido cada vez más directos en su apoyo al aborto sin restricciones y a demanda. Mientras los obispos pregonan la necesidad de un mayor «diálogo», los políticos se burlan de la ley moral de la Iglesia y denigran a quienes la defienden. Muéstrenme el caso de algún político católico en activo que, tras una tranquila conversación con su obispo, se haya arrepentido de su apoyo al aborto y haya abrazado la causa provida. Basta un solo caso, y me tomaré el argumento del «diálogo» un poco más en serio.
Publicado por Phil Lawler en Catholic Culture.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.
Ayuda a Infovaticana a seguir informando