Este domingo me gustaría traerles la brillante reseña de la película ‘Tierras de penumbra’ (Richard Attenborough, 1993), que podemos encontrar entre las páginas del libro del sacerdote español José María Pérez Chaves: ‘100 películas cristianas’. Aprovecho para recomendarte este magnífico libro en el que encontrarás las 100 películas cristianas que, a juicio de su autor, un páter cinéfilo donde los haya, han dejado mayor impronta a lo largo de la historia del séptimo arte.
C.S. Lewis vive tranquilamente en Oxford junto a su hermano Warnie. A la sazón, viaja por Inglaterra impartiendo conferencias sobre el dolor, algo de lo que, en el fondo, él rehúye. Pero todo eso cambiará cuando conozca a Joy, de la que se enamorará perdidamente.
La película
El nombre de C.S. Lewis (1898-1963) es conocido principalmente por su obra Las crónicas de Narnia. En efecto, célebre sobre todo por esta saga de tintes fantásticos, hoy pocos saben que también fue un gran filósofo y un apologeta cristiano de éxito (en este sentido, cabe destacar sus libros Mero cristianismo y Cartas del diablo a su sobrino). De hecho, esta cinta procura ser un reflejo de esa faceta tan desconocida en la actualidad.
Para ello, centra su relato en una etapa concreta de la vida del escritor: su matrimonio con Joy Gresham (1915-1960). Sin lugar a dudas, se trató de un enlace atípico, puesto que ella era una mujer divorciada, y él, un hombre al que nunca se le había conocido relación amorosa alguna. Además, el motivo principal de la unión no parece que fuera el afecto, sino la conveniencia, ya que ella, al ser norteamericana, necesitaba de un aval para obtener la nacionalidad británica. No obstante, Lewis se fue enamorando poco a poco de ella, y conoció, por primera vez en su vida, el verdadero significado de ese sentimiento…, así como el del dolor.
Debemos saber que, en 1940, el escritor había saltado a la fama con un ensayo titulado El problema del dolor. Paradójicamente, en él disertaba acerca del sufrimiento humano, y para ello, se erigía como abogado de Dios. La razón era que quería defender a este de la gente que abominaba de él por permitir que el hombre padeciese cualquier tipo de angustia. Una de sus explicaciones más conocidas, y que es recogida por el film, afirma que lo hace para perfeccionarnos: de este modo, igual que un escultor cincela la piedra para extraer la escultura que tiene en mente, Dios tallaría nuestra alma con el daño, para dar a luz una obra de arte.
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¿Qué podemos aprender de ella?
Sin embargo, Lewis escribió dicho libro desde la comodidad del hogar, sin haber conocido realmente el problema del dolor, por lo que se trata de un texto en verdad aséptico. Ciertamente, de niño había experimentado la muerte de su madre, y ello le había causado el mayor trauma de su vida; pero, entonces, hubo levantado un muro de impavidez en torno a él, para no tener que volver sufrir por nadie[1]. Por eso, cuando conoció a Joy, experimentó por primera vez el amor verdadero y, cuando ella muriera, el dolor más profundo. A raíz de esto, pues, publicó Una pena en observación, donde ya deja entrever una perspectiva personal acerca del sufrimiento.
Precisamente, este es el libro que sirve de base a la cinta que nos ocupa. Fue dirigida por Richard Attenborough, que ya era un director consagrado gracias a títulos como Gandhi y Chaplin. Al principio, la productora había barajado otros nombres, como el de Sydney Pollack (Memorias de África) y Barbra Streisand (El príncipe de las mareas), pero, cuando el cineasta se enteró del proyecto, hizo lo posible para encargarse de él. La razón era que sentía auténtica devoción por el escritor y que, de hecho, ya había manifestado en alguna ocasión su deseo de llevar al cine su biografía.
La película fue muy bien acogida entre el público y la crítica. Recibió dos nominaciones a los Óscar, pero no consiguió ningún premio (aquel año triunfó La lista de Schindler). Tuvo más suerte en la ceremonia de los BAFTA, donde obtuvo un par de galardones: al mejor film británico del año y al mejor actor (Anthony Hopkins). Por desgracia, nunca más se ha abordado la figura de C.S. Lewis, aunque tres de sus libros de Las crónicas de Narnia han sido llevados a la gran pantalla con gran éxito: El león, la bruja y el armario, El príncipe Caspian y La travesía del viajero del alba.
¿Qué podemos aprender de ella?
Sin lugar a dudas, el dolor es uno de los grandes misterios de la fe cristiana. En una escena del film, Lewis se pregunta: si Dios es tan bueno, ¿por qué permite el sufrimiento? La explicación que él mismo otorga es acertadísima, aunque más tarde tenga que ponerla a prueba: lo hace para forjar nuestro carácter, para cincelar nuestra alma, a fin de que seamos perfectos y podamos entrar en el cielo. En este sentido, la Escritura misma asevera: «Nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom. 5, 3-5).
[1] Cautivado por la alegría (C.S. Lewis, 1955).
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Vi la película hace tiempo, y no me queda claro que hayan realmente sintonizado con la mentalidad cristiana de Lewis. No recuerdo bien si al final no lo muestran como flaqueando en la fe. Es decir, tampoco tengo el dato de si los que hicieron la película son creyentes o no (lo cual es fundamental a la hora de entender a un autor cristiano).