La peregrinación educativa de san Juan Pablo II y su impacto en el mundo

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(George Weigel/CWR)- Karol Wojtyła tenía dos convicciones que moldearon su ministerio papal y su pensamiento sobre la educación: los jóvenes quieren ser desafiados al heroísmo y quieren amar con un amor puro, un amor que se convierte en un regalo para el otro así como se recibe el regalo del otro.

 Nota del editor: El Pioneer Institute, un centro de investigación de políticas públicas con sede en Boston, acaba de publicar un estudio innovador, A Vision of Hope: Catholic Schooling in Massachusetts. El libro explora la historia y los logros de la educación católica en este estado, demuestra empíricamente el rendimiento superior de las escuelas católicas en la educación de los niños pobres y en situación de riesgo, y defiende con firmeza el imperativo de la legislación sobre la elección de los padres en la reforma de la educación primaria y secundaria estadounidense.

El Pioneer Institute pidió al biógrafo papal George Weigel que escribiera el prólogo del libro reflexionando sobre la propia experiencia educativa del papa san Juan Pablo II y sus enseñanzas sobre la educación.

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El papa san Juan Pablo II veneraba la vida de la mente y sentía un profundo respeto por los educadores que ayudaban a encender la llama del aprendizaje en sus alumnos. Esa reverencia nació en parte de las difíciles circunstancias de su itinerario educativo como estudiante y profesor universitario.

Tras mostrar unas dotes intelectuales excepcionales en la escuela primaria y secundaria, Karol Wojtyła había comenzado lo que prometía ser una brillante carrera universitaria cuando la venerable Universidad Jagellónica de Cracovia fue cerrada por los nazis en 1939; la universidad se reconstituyó rápidamente como institución clandestina, pero muchos de sus distinguidos profesores morirían en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, Wojtyła hizo su primer doctorado en Roma, en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino, el Angelicum, y más tarde completó un segundo doctorado en la Jagellónica; inmediatamente después de recibir su título, el departamento de teología de la universidad fue cerrado por el gobierno comunista de Polonia. Desde 1954 hasta su elección como papa, Wojtyła enseñó en la Universidad Católica de Lublin, en aquella época la única institución de enseñanza superior realmente libre entre Berlín y Vladivostok. Estas excepcionales experiencias de educación bajo presión profundizaron el amor de Karol Wojtyła por el aprendizaje, su respeto por el oficio de la enseñanza y su compromiso con el valor de pensar con audacia.

Como papa, Juan Pablo II redactó dos constituciones apostólicas sobre la reforma de la enseñanza superior católica (Sapientia Christiana y Ex Corde Ecclesiae) y dedicó su decimotercera encíclica, Fides et Ratio, a una penetrante exploración de los modos en que la creencia religiosa y la vida intelectual se enriquecen mutuamente. Esos documentos magistrales merecen una lectura atenta. Pero para los propósitos de este importante libro sobre las escuelas católicas en el estado de Massachusetts, puede ser más útil adoptar un enfoque narrativo y caminar con Juan Pablo II a través de sus experiencias educativas, con miras a extraer algunas lecciones de ese viaje para nuestro propio tiempo.

Educación clásica en Wadowice: la cultura impulsa la historia

Décadas de «bromas polacas» han cegado a demasiada gente al hecho de que Polonia ha sido durante mucho tiempo el hogar de una rica, sofisticada y elevada cultura, que desempeñó un papel crucial para mantener viva la idea de «Polonia» después de que Rusia, Prusia y Austria completaran la vivisección del Estado polaco en la Tercera Partición de Polonia de 1795. Durante los siguientes 123 años, la palabra «Polonia» desapareció del mapa de Europa. Pero durante ese tiempo de exilio político, la literatura polaca, la pintura polaca, el teatro polaco, las artes gráficas polacas, la lingüística polaca y los logros polacos en filosofía y matemáticas ayudaron a Polonia-la-nación a sobrevivir a la destrucción de Polonia-el-Estado. Así, cuando la Segunda República Polaca emergió del caos de una Europa rota al final de la Primera Guerra Mundial, sus escuelas pudieron recurrir a una alta cultura bien desarrollada en diversos campos. El joven Karol Wojtyła, nacido en los primeros años de la primera Polonia independiente en un siglo y cuarto, se benefició de esa alta cultura y del sistema educativo que configuró.

Disfrutó de una excelente educación clásica en Wadowice, la ciudad de provincias situada a unos 56 km al oeste de Cracovia, donde creció. Allí, el latín y el griego formaban parte de cualquier educación secundaria adecuada, al igual que los exigentes estudios de otras artes liberales; la memorización y recitación pública de poesía era otra característica de esta forma de educación que más tarde le serviría al futuro papa. Y al mismo tiempo que Wojtyła y sus compañeros de las escuelas primarias y secundarias de Wadowice se sumergían en el estudio de la historia y la cultura polacas, los jóvenes católicos de la ciudad recibían una rigurosa educación catequética antes de recibir la primera comunión y el sacramento de la confirmación. Wadowice tenía un 20% de judíos, y la reputación de tolerancia interreligiosa de la ciudad también dejó su huella en sus jóvenes, a ninguno más que el hijo de Wadowice, que reconfiguraría el panorama del diálogo judeo-católico como papa.

En sus primeros doce años de escuela en Wadowice, se plantó una semilla de perspicacia en Karol Wojtyła, y de esa semilla crecería una idea central para su doctrina social y su acción papal en el escenario mundial: la convicción de que la cultura, no la política ni la economía, es la fuerza más dinámica de la historia. La cultura puede ser regeneradora (como demostró al hacer posible la recuperación de la independencia de Polonia en 1918); la cultura puede ser destructiva (como demostró la cultura decadente de la Alemania de Weimar convirtiéndose en el factor clave del Tercer Reich). De un modo u otro, la cultura determina la vida política y económica, para bien o para mal.

No lo habría expresado en estos términos cuando dejó Wadowice en 1938 para comenzar sus estudios universitarios en Cracovia, pero su educación en Wadowice ya le había puesto en el camino intelectual en el que echaría por tierra la herejía jacobina (la política, entendida como la búsqueda del poder, es el motor de la historia) y la herejía marxista (el motor de la historia solos gases de escape de los procesos económicos). En su pensamiento maduro, insistiría en que la cultura es el motor de la historia a lo largo del tiempo, y en el corazón de una cultura regenerativa está su capacidad para inculcar en los estudiantes el amor por el aprendizaje y la reverencia por la verdad.

La Universidad Jagellónica y la Segunda Guerra Mundial: la educación como resistencia a la tiranía

La educación clásica de primera que Karol Wojtyła recibió en los niveles elemental y secundario fue una expresión del poder de una alta cultura polaca que había mostrado una gran fuerza regeneradora para ayudar a liberar a su país. Desgraciadamente, ese poder se puso pronto a prueba dos décadas después de que Polonia recuperara su independencia. Tras las invasiones nazi y soviética de septiembre de 1939, «Polonia» volvió a desaparecer de los mapas de Europa: el país fue dividido entre dos monstruosidades totalitarias, una parte absorbida por la Alemania nazi expandida, otra parte por la Unión Soviética, y una tercera parte dejada como campo de exterminio en el que los polacos debían trabajar hasta ser olvidados para mayor gloria del Reich de los mil años, mientras los judíos de toda Europa y otros que los nazis consideraban Untermenschen eran masacrados por millones en campos de exterminio.

Antes de que ese horror descendiera sobre Polonia, a Karol Wojtyła solo se le permitió un año normal de educación universitaria, durante el cual emprendió exigentes estudios de filología polaca. Al mismo tiempo, cuenta en sus memorias Don y Misterio, le absorbía una «pasión por el teatro». Había empezado a escribir obras y a actuar en Wadowice, y en Cracovia persiguió ambas pasiones, actuando en producciones estudiantiles en la Jagellónica y componiendo sus propios dramas. Tras el cierre de la universidad por los nazis, y en medio de su trabajo como obrero manual en una cantera y una fábrica de productos químicos, Wojtyła fue una figura central del «Teatro Rapsódico» clandestino, una parte de la resistencia cultural a la ocupación nazi. Los rapsodas, como se les conocía, patrocinaban representaciones clandestinas de las grandes obras del teatro polaco y recitales de poesía clásica polaca, todo ello para mantener viva la idea de «Polonia», de modo que, tras la guerra, pudiera establecerse una Polonia nueva e independiente sobre una base cultural firme. La experiencia de la Polonia de la guerra -«la humillación a manos del mal», como me dijo una vez Juan Pablo II- y de la resistencia a través del teatro y la literatura tendría un efecto duradero en el joven polaco y, en última instancia, en la Iglesia y el mundo.

Sir John Gielgud comentó una vez que el papa Juan Pablo II tenía el mejor sentido del tiempo que había visto nunca; sir Alec Guinness recordaba la voz excepcionalmente sonora de Juan Pablo. Las habilidades reconocidas por esos dos grandes actores fueron sin duda perfeccionadas por la experiencia teatral de Karol Wojtyła en Cracovia, antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, el estudiante/actor/ dramaturgo clandestino se llevó de su «pasión por el teatro» algo más que un conjunto de habilidades útiles: se llevó una visión del mundo y de la vida moral. Aprendió de su experiencia teatral que la vida misma tiene una estructura intrínsecamente «dramática», ya que cada uno de nosotros vive cada día en la brecha entre la persona que soy y la persona que debería ser. Acortar esa brecha es el trabajo de toda una vida, informado por la conciencia y reforzado por la gracia. Ese proceso dramático conducirá al florecimiento humano, a la felicidad y, en última instancia, a la beatitud, si los «actores» que todos somos cooperan, mediante la fe y la razón, con las verdades que han sido construidas en el mundo y en nosotros por un Creador amoroso, dirían los cristianos, que también entra en el drama de la historia como Redentor, para devolver el drama humano a su curso correcto.

Capellán universitario: crear zonas de libertad para los estudiantes

Tras su ordenación sacerdotal en 1946 y dos años de estudios de posgrado en Roma, Karol Wojtyła regresó a Cracovia, donde el cardenal Adam Stefan Sapieha le indicó que creara un nuevo ministerio para los estudiantes universitarios en plena represión estalinista en Polonia. Era un trabajo peligroso, ya que las actividades católicas organizadas con los jóvenes estaban prohibidas por el régimen comunista. Pero el padre Wojtyła lo hizo muy bien, y su experiencia como capellán universitario dejó una huella indeleble en su comprensión de que la verdadera educación forma buenos hábitos del corazón, además de habilidades útiles y buenos hábitos de la mente.

Organizaba seminarios clandestinos en los que los estudiantes podían leer y discutir grandes textos clásicos y cristianos y encontrar así un antídoto contra la propaganda comunista. Rompió siglos de tabúes clericales yendo a esquiar, a hacer senderismo, a acampar y a navegar en kayak con sus jóvenes amigos, viajes de vacaciones en los que creó zonas de libertad en las que se podía hablar abiertamente de todo. Y en este intercambio mutuo de dones intelectuales y espirituales, formó a jóvenes católicos fuertes en condiciones excepcionalmente difíciles, mientras esos jóvenes le formaban a él como uno de los sacerdotes jóvenes más creativos y dinámicos del mundo.

De esta experiencia de capellanía, Karol Wojtyła sacó dos convicciones que darían forma a su ministerio papal y a su pensamiento sobre la educación.

En primer lugar, comprendió que los jóvenes quieren ser desafiados al heroísmo. Por eso, cuando, siendo ya papa, creó las Jornadas Mundiales de la Juventud en todo el mundo, repitió una y otra vez un reto a los millones de jóvenes adultos que acudían a estar con él: nunca, nunca os conforméis con menos que la grandeza espiritual y moral que la gracia de Dios hace posible en vuestra vida. Fallaréis; todos lo hacemos. Pero eso no es razón para bajar el listón de las expectativas. Levántate, sacúdete el polvo, busca la reconciliación; pero nunca, jamás, te conformes con algo menos que la grandeza que está esperando nacer de tu interior.

Y en segundo lugar, Wojtyła aprendió de sus jóvenes amigos de Cracovia (y, más tarde, de su trabajo como profesor universitario en Lublin) que los jóvenes quieren amar con un amor puro, un amor que se convierte en un regalo para el otro así como se recibe el regalo del otro. De esta convicción surgiría el innovador libro de Wojtyła sobre la sexualidad humana, Amor y responsabilidad, y su aún más creativa Teología del cuerpo, que han tenido un impacto considerable en la Iglesia, especialmente en la educación religiosa y la preparación sacramental.

La Universidad Católica de Lublin y el papado: el rescate del humanismo

Cuando Karol Wojtyła fue elegido papa en 1978, había pasado catorce años enseñando filosofía moral en la Universidad Católica de Lublin. A partir de ese trabajo, que incluía la enseñanza de grado y postgrado, la supervisión de tesis doctorales y una intensa interacción intelectual con sus colegas de la facultad, Wojtyła llegó a otra convicción fundamental: la crisis de la modernidad es una crisis en la idea de la persona humana. El comunismo reducía a la persona a un autómata, un mero engranaje de un proceso histórico irresistible; eso era fácilmente refutable, sobre todo por la incompetencia y la brutalidad del gobierno comunista. El verdadero peligro para el futuro, parecía intuir Wojtyła, era el utilitarismo, que reducía a la persona humana a un conjunto de deseos por satisfacer. Tanto si los deseos en cuestión eran económicos o sexuales, ese empobrecimiento de nuestra humanidad no solo era personalmente degradante, sino que era social y políticamente destructiva. Por eso, en el mundo moderno tardío y posmoderno, la Iglesia católica tuvo que proponer, y mostrar en la vida de su pueblo, una visión mucho más noble de la persona humana: un humanismo revitalizado que mira a Cristo como modelo de lo verdaderamente humano.

Ese humanismo revitalizado tenía que contar, a su vez, con una nueva concepción de la vida moral. Según Wojtyła y sus colegas de Lublin, como la filosofía moderna, después de Kant y Hume, había derivado en el pensamiento sobre el pensamiento (y más tarde en un pensamiento aún más ensimismado en el pensamiento), la ética se había separado de la realidad. Así que la filosofía, y la Iglesia, tenían que ayudar al mundo a redescubrir y explicar algunas cosas, conocidas por la filosofía griega clásica y confirmadas por la revelación bíblica, que hacen posible un humanismo ennoblecedor: Hay verdades morales incluidas en el mundo y en nosotros; podemos conocer esas verdades por medio de la razón (y, añadirían los cristianos, por medio de la revelación); conocer esas verdades revela nuestros deberes y el camino hacia el auténtico florecimiento humano.

Durante su papado, Juan Pablo II insistió en que la Carta Magna de la vida moral, tal como la entienden los cristianos, son las Bienaventuranzas. Las reglas o leyes morales son barandillas que guían el camino hacia la bienaventuranza. Pero esas leyes y reglas solo tendrán sentido en la cultura contemporánea si se presentan como guías morales incorporadas a la condición humana y listas para ser descubiertas, no como leyes y reglas que nos impone un Dios arbitrario. Dios no nos dejó solos para que descubriéramos la buena vida por nosotros mismos; como dijo Juan Pablo II en el Monte Sinaí en el año 2000, la ley moral fue escrita por Dios en el corazón humano antes de ser escrita en tablas de piedra. Entendida en esos términos, la vida moral se convierte en la expresión de un auténtico humanismo, y la educación bien entendida permite a los estudiantes discernir y vivir de acuerdo esas guías hacia la felicidad y la beatitud.

La experiencia de Karol Wojtyła como educador universitario también dejó una huella en su encíclica Fides et Ratio. La fe necesita la razón, escribió ahí, para purificar la fe de la superstición. Por su parte, la razón necesita de la fe, pues de lo contrario caerá en un positivismo anquilosado que acabará desembocando en el escepticismo radical y el nihilismo, nada de lo cual es bueno para la solidaridad humana, y mucho menos para la democracia y el autogobierno. La tarea de la educación, insistía Juan Pablo II, es sacarnos del fango del escepticismo y el relativismo y llevarnos a las brillantes tierras altas de la verdad. Los educadores lo hacen mejor, añadía, ya que se ocupan tanto de la vida de la mente como de la vida del alma.

Potenciación de la excelencia

Visto a través de la lente del viaje educativo de Juan Pablo II, la relevancia continua de su experiencia y sus enseñanzas para las escuelas católicas del siglo XXI es fundamental.

Las escuelas católicas deben ser escuelas para la potenciación: escuelas que comienzan su trabajo desde la premisa de que los estudiantes de todos los orígenes, y especialmente los estudiantes de familias pobres, son personas con potencial. Ese potencial -espiritual, intelectual, económico, cultural y cívico- se desplegará cuando los alumnos se formen moralmente, además de educarse intelectualmente, cuando los alumnos estén capacitados para convertirse en hombres y mujeres de carácter, así como en hombres y mujeres de competencia y cultura.

Hay que tener en cuenta que, en el pasado, las escuelas católicas se conviertieron en el mejor programa contra la pobreza en la historia de la Iglesia en los Estados Unidos.

Partiendo de esa comprensión en el futuro, las escuelas católicas pueden liderar la reforma que la educación estadounidense necesita tan manifiestamente.

Publicado por George Weigel en Catholic World Report.

Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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Comentarios
15 comentarios en “La peregrinación educativa de san Juan Pablo II y su impacto en el mundo
  1. «Fallaréis; todos lo hacemos. Pero eso no es razón para bajar el listón de las expectativas. Levántate, sacúdete el polvo, busca la reconciliación; pero nunca, jamás, te conformes con algo menos que la grandeza que está esperando nacer de tu interior.»

    ¡Cuánto se echan en falta estas palabras hoy día! Ahí se habla, aunque se mencione, de pecado. Se habla de arrepentimiento y confesión. Se habla de llamada a la santidad. Se habla de respuesta heróica a esa llamada. Nada de conformismos…

    Igualito que ahora…

  2. Si es por la supuesta oposición entre JPII y Francisco, olvídenlo. Fue JPII el de Asís, el del ecumenismo y el del Buda metido en el altar. Francisco no hace más que glosar y ampliar lo mismo. Si no les gusta dónde se metieron, no digan que no se metieron.

  3. Yo defender a Francisco?? 😉😆😆 Lo que digo es que es irracional separar a Bergoglio de una continuidad que viene de décadas. El no dijo nada nuevo. Nada que no quisiera decir ya Pablo VI, por ejemplo.

  4. Sí, Fede. Juan Pablo II cometió errores. Pero todos lo hacemos: es tributo de la condición humana. ¿Tú no los cometes?

    Con todos sus errores, fue él quien dijo: “aprite le porte a Cristo…”. ¿Lo has oído después muchas veces?

    Pues eso…

    1. Cierto que hasta el más grande de los santos comete errores, pero creo que San Juan Pablo II tiene después de su muerte una influencia positiva innegable cual es la resistencia que se ofrece al globalismo actualmente: Hazteoir, los movimientos promovidas como fundacion madrina, redmadre, y por último VOX, son resultado de la acción de gente que vivió aquellas » inofensivas » jornadas de la juventud, que detonó en muchos corazones la acción del Espíritu Santo para moverse contra el mal. Y no solo eso, los hijos de aquellos, ahora con 20 años, tienen una mejor formación que sus abuelos
      y solo por esto merece un lugar en la historia de la iglesia entre los grandes santos.

  5. Juan Pablo II cometió errores, como dejarse fotografiar con una pandilla de charlatanes supersticiosos en Asís, poniendo la única religión al mismo nivel que infames supercherías. Pero cometió errores por ser humano y por no plantearse ninguna crítica al concilio de la catástrofe. En cuanto a doctrina era absolutamente ortodoxo, en cuanto a su sentido del deber era HEROICO. Ahí lo vimos arrastrándose con sus años y sus heridas ¡Y nunca se bajó de la Cruz!, no como su sucesor, que dio la espantada para seguir con una vida tranquila desde hace ocho años. Sí, cometió errores, pero se quedó en su ministerio sufriendo enormemente. Nunca cometió ninguna falta contra la doctrina y murió con el anillo del pescador puesto. No apruebo todo lo que hizo, como Asís o levantarle ilegalmente la excomunión a Lutero, pero en mi vida vi un papa más grande que él.

  6. Con los aciertos pasa lo mismo, aunque el que acierte haya podido cometer errores.

    Y esto es un acierto, aunque no sean palabras textuales suyas: “la tarea de la educación…. es sacarnos del fango del escepticismo y el relativismo y llevarnos a las brillantes tierras altas de la verdad. Los educadores lo hacen mejor, añadía, ya que se ocupan tanto de la vida de la mente como de la vida del alma.”

    Repito: ¡ojalá se oyeran estas cosas hoy día desde el vértice!

  7. Fede,la grandeza de Juan Pablo ll,es tan notoria,que es impresionante.Su santidad,fue dinámica,confiada,enorme¡¡¡¡¡Lo de Asís ,no se que cuerno fue,pero los milagros de Juan Pabloll son una prueba del apoyo de Dios.A alguien un día en que le preguntaron por el asunto de Asís y dijo «Si a una catedral se le cae una gárgola,no deja por eso de ser tan hermosa».Juan Pablo es 99 por ciento más que Asís¡¡¡¡Sólo Cristo no tiene error¡

  8. ¡¡¡ Viva Juan Pablo II !!!
    Y que desde el cielo, nos enseñe todo lo que debemos aprender en estos tiempos dificiles, para que nuestra Fe, no se disuelva, nuestra esperanza sea firme, y nuestra caridad más verdadera.

  9. Acabo de ver en youtube imágenes y palabras de Juan Pablo II en España en 1982 y… desde los primeros minutos (sus palabras al llegar al aeropuerto, ese sonoro «¡Alabado sea Jesucristo!») eso..
    calienta el corazón.
    ¡Qué apóstol!

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