“No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar”.
“Es muy difícil ser misericordioso si uno de se da cuenta de ser misericordiado”, afirmó el Papa Francisco durante la homilía de la misa que celebró en la iglesia Santo Spirito in Sassia, situada a pocos metros del Vaticano, en el domingo que la Iglesia dedica a la Divina Misericordia.
El Papa señaló que Jesús “misericordia a los discípulos dándoles el Espíritu Santo”. Lo otorga para la remisión de los pecados, dijo Su Santidad, añadiendo que los discípulos “eran culpables, habían huido abandonando al Maestro”. “Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio”, afirmó.
“Solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas”, explicó el Santo Padre.
Francisco animó a pedir la gracia de acoger el perdón, “de abrazar el Sacramento del perdón” y de “comprender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia”. “No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar”, aseguró el Sucesor de Pedro.
“Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida?”, preguntó Francisco, “Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás”, respondió él mismo.
“No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe, pero no da, que acoge el don, pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril”, dijo el Papa.
“Hermanos, hermanas, dejémonos resucitar por la paz, el perdón y las llagas de Jesús misericordioso. Y pidamos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia. Sólo así la fe estará viva. Y la vida será unificada. Sólo así anunciaremos el Evangelio de Dios, que es Evangelio de misericordia”, concluyó el Santo Padre.
Les ofrecemos la homilía del Santo Padre y, a continuación, las palabras durante el Regina Coeli, publicadas en español por la Oficina de Prensa de la Santa Sede:
Homilía:
Jesús resucitado se aparece a los discípulos varias veces. Consuela con paciencia sus corazones desanimados. De este modo realiza, después de su resurrección, la “resurrección de los discípulos”. Y ellos, reanimados por Jesús, cambian de vida. Antes, tantas palabras y tantos ejemplos del Señor no habían logrado transformarlos. Ahora, en Pascua, sucede algo nuevo. Y se lleva a cabo en el signo de la misericordia. Jesús los vuelve a levantar con la misericordia ―los vuelve a levantar con la misericordia― y ellos, misericordiados, se vuelven misericordiosos. Es muy difícil ser misericordioso si uno de se da cuenta de ser miseridocordiado.
1.Ante todo, son misericordiados por medio de tres dones: primero Jesús les ofrece la paz, después el Espíritu, y finalmente las llagas. En primer lugar, les da la paz. Los discípulos estaban angustiados. Se habían encerrado en casa por temor, por miedo a ser arrestados y correr la misma suerte del Maestro. Pero no sólo estaban encerrados en casa, también estaban encerrados en sus remordimientos. Habían abandonado y negado a Jesús. Se sentían incapaces, buenos para nada, inadecuados. Jesús llega y les repite dos veces: «¡La paz esté con ustedes!». No da una paz que quita los problemas del medio, sino una paz que infunde confianza dentro. No es una paz exterior, sino la paz del corazón. Dice: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes» (Jn 20,21). Es como si dijera: “Los mando porque creo en ustedes”. Aquellos discípulos desalentados son reconciliados consigo mismos. La paz de Jesús los hace pasar del remordimiento a la misión. En efecto, la paz de Jesús suscita la misión. No es tranquilidad, no es comodidad, es salir de sí mismo. La paz de Jesús libera de las cerrazones que paralizan, rompe las cadenas que aprisionan el corazón. Y los discípulos se sienten misericordiados: sienten que Dios no los condena, no los humilla, sino que cree en ellos. Sí, cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos. “Nos ama más de lo que nosotros mismos nos amamos” (cf. S. J.H. Newman, Meditaciones y devociones, III,12,2). Para Dios ninguno es un incompetente, ninguno es inútil, ninguno está excluido. Jesús hoy repite una vez más: “Paz a ti, que eres valioso a mis ojos. Paz a ti, que tienes una misión. Nadie puede realizarla en tu lugar. Eres insustituible. Y Yo creo en ti”.
En segundo lugar, Jesús misericordia a los discípulos dándoles el Espíritu Santo. Lo otorga para la remisión de los pecados (cf. vv. 22-23). Los discípulos eran culpables, habían huido abandonando al Maestro. Y el pecado atormenta, el mal tiene su precio. Siempre tenemos presente nuestro pecado, dice el Salmo (cf. 51,5). Solos no podemos borrarlo. Sólo Dios lo quita, sólo Él con su misericordia nos hace salir de nuestras miserias más profundas. Como aquellos discípulos, necesitamos dejarnos perdonar, decir desde lo profundo del corazón: “Perdón Señor”. Abrir el corazón para dejarse perdonar. El perdón en el Espíritu Santo es el don pascual para resurgir interiormente. Pidamos la gracia de acogerlo, de abrazar el Sacramento del perdón. Y de comprender que en el centro de la Confesión no estamos nosotros con nuestros pecados, sino Dios con su misericordia. No nos confesamos para hundirnos, sino para dejarnos levantar. Lo necesitamos mucho, todos. Lo necesitamos, así como los niños pequeños, todas las veces que caen, necesitan que el papá los vuelva a levantar. También nosotros caemos con frecuencia. Y la mano del Padre está lista para volver a ponernos en pie y hacer que sigamos adelante. Esta mano segura y confiable es la Confesión. Es el Sacramento que vuelve a levantarnos, que no nos deja tirados, llorando contra el duro suelo de nuestras caídas. Es el Sacramento de la resurrección, es misericordia pura. Y el que recibe las confesiones debe hacer sentir la dulzura de la misericordia. Este es el camino de los sacerdotes que reciben las confesiones de la gente: hacerles sentir la dulzura de la misericordia de Jesús que perdona todo. Dios perdona todo.
Después de la paz que rehabilita y el perdón que realza, el tercer don con el que Jesús misericordia a los discípulos es ofrecerles sus llagas. Esas llagas nos han curado (cf. 1 P 2,24; Is 53,5). Pero, ¿cómo puede curarnos una herida? Con la misericordia. En esas llagas, como Tomás, experimentamos que Dios nos ama hasta el extremo, que ha hecho suyas nuestras heridas, que ha cargado en su cuerpo nuestras fragilidades. Las llagas son canales abiertos entre Él y nosotros, que derraman misericordia sobre nuestras miserias. Las llagas son los caminos que Dios ha abierto completamente para que entremos en su ternura y experimentemos quién es Él, y no dudemos más de su misericordia. Adorando, besando sus llagas descubrimos que cada una de nuestras debilidades es acogida en su ternura. Esto sucede en cada Misa, donde Jesús nos ofrece su cuerpo llagado y resucitado; lo tocamos y Él toca nuestra vida. Y hace descender el Cielo en nosotros. El resplandor de sus llagas disipa la oscuridad que nosotros llevamos dentro. Y nosotros, como Tomás, encontramos a Dios, lo descubrimos íntimo y cercano, y conmovidos le decimos: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). Y todo nace aquí, en la gracia de ser misericordiados. Aquí comienza el camino cristiano. En cambio, si nos apoyamos en nuestras capacidades, en la eficacia de nuestras estructuras y proyectos, no iremos lejos. Sólo si acogemos el amor de Dios podremos dar algo nuevo al mundo.
2. Así, misericordiados, los discípulos se volvieron misericordiosos. Lo vemos en la primera Lectura. Los Hechos de los Apóstoles relatan que «nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo lo tenían en común» (4,32). No es comunismo, es cristianismo en estado puro. Y es mucho más sorprendente si pensamos que esos mismos discípulos poco tiempo antes habían discutido sobre recompensas y honores, sobre quién era el más grande entre ellos (cf. Mc 10,37; Lc 22,24). Ahora comparten todo, tienen «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). ¿Cómo cambiaron tanto? Vieron en los demás la misma misericordia que había transformado sus vidas. Descubrieron que tenían en común la misión, que tenían en común el perdón y el Cuerpo de Jesús; compartir los bienes terrenos resultó una consecuencia natural. El texto dice después que «no había ningún necesitado entre ellos» (v. 34). Sus temores se habían desvanecido tocando las llagas del Señor, ahora no tienen miedo de curar las llagas de los necesitados. Porque allí ven a Jesús. Porque allí está Jesús, en las llagas de los necesitados.
Hermana, hermano, ¿quieres una prueba de que Dios ha tocado tu vida? Comprueba si te inclinas ante las heridas de los demás. Hoy es el día para preguntarnos: “Yo, que tantas veces recibí la paz de Dios, que tantas veces recibí su perdón y su misericordia, ¿soy misericordioso con los demás? Yo, que tantas veces me he alimentado con el Cuerpo de Jesús, ¿qué hago para dar de comer al pobre?”. No permanezcamos indiferentes. No vivamos una fe a medias, que recibe pero no da, que acoge el don pero no se hace don. Hemos sido misericordiados, seamos misericordiosos. Porque si el amor termina en nosotros mismos, la fe se seca en un intimismo estéril. Sin los otros se vuelve desencarnada. Sin las obras de misericordia muere (cf. St 2,17). Hermanos, hermanas, dejémonos resucitar por la paz, el perdón y las llagas de Jesús misericordioso. Y pidamos la gracia de convertirnos en testigos de misericordia. Sólo así la fe estará viva. Y la vida será unificada. Sólo así anunciaremos el Evangelio de Dios, que es Evangelio de misericordia.
Palabras del Papa en el Regina Coeli:
Antes de terminar esta celebración, me gustaría dar las gracias a los que han colaborado en su preparación y retransmisión en directo. Y saludo a todos los que se han conectado a través de los medios de comunicación.
Dirijo un saludo especial a los que estáis presentes aquí en la iglesia del Santo Spirito in Sassia, Santuario de la Divina Misericordia: a los fieles habituales, al personal de enfermería, a los reclusos, a las personas con discapacidad, a los refugiados y emigrantes, a las Hermanas Hospitalarias de la Divina Misericordia y a los voluntarios de la Protección Civil.
Vosotros representáis algunas de las situaciones en las que la misericordia se hace concreta, se vuelve cercanía, servicio, atención a las personas en dificultad. Ojalá os sintáis siempre misericordiados para ser a vuestra vez misericordiosos.
¡Qué la Virgen María, Madre de la Misericordia, nos conceda a todos esta gracia!
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Resulta significativo constatar, que con frecuencia, los textos y discursos del Papa Francisco contienen errores teológicos y omisiones lamentables.
El Papa no debería mencionar el comunismo, que nada tiene que ver con el cristianismo, sino hacer hincapié, como enseña la verdadera doctrina de la Iglesia, en que el desprendimiento de los bienes personales no es obstáculo para la preservación de la propiedad privada.
El Papa Francisco se centra excesivamente en la dimensión material cuando pregunta: “¿soy misericordioso con los demás?…¿qué hago para dar de comer al pobre?”. Cuando la misericordia con los demás va mucho más lejos, e implica en primer lugar, predicar la palabra de Dios para convertir a las almas.
Y crees que te dará tiempo de convertirlas si se te mueren de hambre? Lo que pasa es que las obras corporales implican involucrarse u arremangarse haciendo algo más que predicar y eso de trabajar ya os viene un poco justo.
En los tiempos que corren hay que ser muy precisos con las afirmaciones.
Ese lenguaje de Francisco de que “Dios cree en nosotros” resulta desafortunado y puede inducir a error. En realidad, Dios lo que nos pide es que nosotros creamos en Él. Porque el centro es Él. El objeto de la fe es Dios, no el hombre. La fe no es atributo de Dios. Como dice Sto. Tomás de Aquino, Dios no cree, Dios ve.
Por supuesto que Dios cree en nosotros, si no fuera así nos abandonaría al abismo de nuestros pecados como seres humanos. Puede creer o no en nosotros, precisamente en ello radica muchas veces nuestro pecado: en no creer en Nuestro Salvador ni la mitad de lo que él cree en nuestras posibilidades. Claro que luego nuestro actuar debe estar conducido hacia Cristo, por supuesto.
Cuando hablando del pecado dice: “Sólo Dios lo quita”, convendría que aclarara que Dios es quien perdona y da la gracia para el arrepentimiento, pero el hombre debe cooperar a la gracia para erradicar el pecado de su vida.
El Santo Padre también podría matizar la afirmación de que “Dios perdona todo.” Efectivamente Dios perdona todo pero cuando hay arrepentimiento, pues de la otra manera puede parecer que se podría vivir en situación irregular y que Dios lo perdonaría.
Cuando dice que Cristo: “ha hecho suyas nuestras heridas”, debería aclarar que Cristo se ha hecho hombre, en todo como nosotros, menos en el pecado.
Exacto, misericordia y justicia y verdad son indisolubles, siempre unidas.
Un juez le dice a un ladrón confeso y probado:
– «Vete en paz, te absuelvo, estas perdonado del todo. Robaste de esta mujer, viuda, todos sus ahorros y todos sus enseres valiosos acumulados en toda una vida de trabajo honrado de ella y su difunto esposo para vivir bien en su vejez, y no se los has devuelto. Pero yo, en mi misericordia infinita, te digo: corre, sal de este juzgado, libre y sin cargos ni antecedentes, no debes devolver lo robado, porque yo soy misericordioso y te amo tal como eres, tal es mi amor infinito por ti. Y esa viuda robada por ti hizo mal de no dar todos sus bienes a las necesidades de la comunidad.»
Hace falta que aclare algo que es conocido por todo católico¿, que la misericordia va pareja al arrepentimiento y a la voluntad de no volver a pecar?. Yo sinceramente lo tengo muy claro.
Sobre lo del pecado, ya lo has comentado otras veces. Cristo se hizo hombre como nosotros por Amor, y solo por Amor el único Inocente murió como nosotros en carne mortal. Qué digo, como nosotros, mucho peor que nosotros, como un delincuente o un revoltoso en la muerte más ignominiosa de su momento.
No necesito que aclare que es igual a nosotros menos en el pecado, esto es algo que todo cristiano sabe.
De vez en cuando, además de criticar, como sugerencia, estaría bien, poner en valor lo que dice o hace el Santo Padre. No vais a tener vosotros siempre razón y el Vicario de Cristo estar siempre equivocado. Gracias,
Así es, Fred. Casali utiliza el insulto y si pudiera la violencia física (según lo que dice); yo en cambio prefiero utilizar el argumento y la mansedumbre que es el estilo de Nuestro Señor.
Dios bendiga a Casali y le ilumine.
Bueno «mansedumbre» no se desprenden en muchos de tus comentarios, sino «soberbia».
Como he dicho más arriba, el insulto que se ha proferido contra ti es intolerable, igual que otros que pululan por este blog.
A cada uno lo suyo
Yo en cambio te llamo SACERDOTE, y sé que lo eres. Dios te bendiga Sacerdote Mariano.
So cerdote y demás injurias Casalinas vienen del lugar donde no hay amor y el fuego quema sin parar
Gracias Rami. También a Cristo le lanzaron improperios. Si los aceptamos con perdón y resignación cristiana, son escalones hacia el Cielo.
Bueno, nada que hacer. Dejemosle esa bronca a los del piso de abajo, que ese es su bil trabajo. Mientras tanto quisiera saber qué ha pasado con Sacerdote Católico y Belzunegui que enriquecen este portal.
Ya te he calado… Para ti todo aque que no diga lo que quieres es un troll.
Te recuerdo que solo somos hombres y ninguno posee la verdad absoluta salvo dios.
Sacerdote Mariano, a pesar de los ‘casalis’, nunca deje de escribir en este blog. Pido que retorne al mismo Sacerdote Católico. Gracias.
Que el Papa hable de qué hacemos para darle de comer al hambriento este profundamente relacionado con la misericordia. Solo es cuestión de citar una de las obras de misericordia corporales, citadas por los catecismos de antes y loos de ahora: darle de comer al hambriento. Creo que con eso es suficiente. De paso recomiendo la relectura de las obras de misericordia espirituales. Un abrazo.
¿Pero ser misericordiado no era lo que se ha hecho con algunas congregaciones religiosas y obispos tradicionales? Como ahora no se excomulga ni a los herejes, bueno, excepto si dicen que Francisco no es el papa.